Tú estarías mejor en tu casa
si tu casa estuviera en un bosque,
custodiado por bestias enormes
que impidieran el paso del hombre.
Representas todo lo que estorba,
significas todo lo que sobra,
te mereces que te hagan la cobra,
te mereces que te vaya mal.3

El ser humano es un ser complejo que se relaciona con su entorno de diversas formas, tanto a nivel individual como colectivo. Pero, ¿se comporta cada individuo igual en cada ámbito? O, incluso mejor, ¿debemos creernos lo que una persona muestra socialmente que es? Incluso afinando más, ¿no eran muchos de los genocidas, torturadores, asesinos o violadores más deleznables de la historia personas normales y comunes antes de mostrar ese ignominioso perfil? Y, para centrar el tema, ¿cuántos de estos despreciables comportamientos son potencialmente realizables si se dan las condiciones, por nuestros afables vecinos, amigables colegas, risueños compañeros o educados seres con los que de una forma u otra compartimos nuestra vida?, ¿cuántos papeles interpretan las personas que nos rodean para ser estandarizables socialmente?

Los seres humanos nos movemos en cuatro planos, el individual, el privado, el grupal y el social que, aunque lo parezcan, no son exactamente lo mismo. En el plano individual se encuentran las características, pensamientos y emociones propias de cada uno. En este plano, se puede hablar de la personalidad, la autoestima, la inteligencia emocional y otros aspectos que conforman la identidad de una persona. Donde más se manifiesta esta individualidad es en el plano privado, que se refiere a la vida íntima de las personas, que incluye aspectos como las relaciones de pareja, la familia, la sexualidad y la espiritualidad. Pero, incluso puede darse la situación que el plano individual no se manifieste en el plano privado. Por ejemplo, un maltratador no manifestaba lo que era antes de maltratar, aunque estuviera en un plano privado, en este caso el de la pareja.

En el plano grupal está inserta la dinámica de las relaciones interpersonales que forman parte de un grupo. En este plano, se pueden analizar aspectos como la comunicación, el liderazgo, la toma de decisiones y la cooperación entre los miembros del grupo. Pero este plano grupal puede que muestre solo relaciones o formas de actuar de «conveniencia», no siendo por tanto un verdadero plano social. ¿Por qué?, el plano social se considera la forma en que las personas interactúan con la sociedad en la que viven y cómo influyen en ella. En este plano, se pueden analizar aspectos como la cultura, la política, la economía, la educación y la religión. Y no son, el grupal y el social el mismo ámbito ya que, por ejemplo, el genocida antes de serlo socialmente actuaba también en el grupo, siendo posiblemente, hasta su desenmascaramiento, una persona «normal».

Se me ocurre un ejemplo sencillo. En la guerra de los Balcanes, el genocida Radovan Karadžić era un prestigiado médico. Antes de dedicarse a la política, Karadžić era psiquiatra en Sarajevo y enseñó psiquiatría en la universidad. Y, posteriormente, durante la Guerra de Bosnia, Karadžić fue acusado de promover la limpieza étnica y de ser responsable de la masacre de Srebrenica. En 2008, fue arrestado en Serbia y entregado al Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia en La Haya para ser juzgado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Fue condenado en 2016 a 40 años de prisión por genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. ¿Cuántos individuos así nos rodean diariamente, aunque, por el momento y las circunstancias, los consideramos «majos», afables, simpáticos, educados e, incluso, admirables?

El efecto Lucifer

Vosotros, tenderos de la virtud, vosotros que soñáis con la seguridad como las muchachas sueñan con el amor, y que, sin embargo, vais a morir en el espanto sin tan siquiera saber que os habéis pasado toda la vida mintiendo.4

El «efecto Lucifer» es un término acuñado por el psicólogo social estadounidense Philip Zimbardo en su libro El efecto Lucifer: el porqué de la maldad (2007), para describir cómo las personas comunes y corrientes pueden ser llevadas a cometer actos malvados cuando se les coloca en situaciones específicas que fomentan la violencia y la agresión.

Zimbardo se inspiró en el experimento de la cárcel de Stanford que él mismo llevó a cabo en 1971, en el que estudiantes universitarios fueron asignados aleatoriamente a los roles de guardias y prisioneros en la simulación de una cárcel. Los resultados del experimento fueron alarmantes: los guardias se volvieron cada vez más sádicos y los prisioneros desarrollaron síntomas de estrés postraumático en cuestión de días. Zimbardo argumentó que estos resultados demostraban cómo la situación y el contexto pueden tener un impacto más fuerte en el comportamiento humano que la personalidad individual. Es decir, alguien que asume un rol puede ir más allá de él y mostrarse despiadado con las personas sobre las que tiene poder, están bajo su tutela o son subordinados.

El «efecto Lucifer» se refiere a la idea de que cualquier persona, incluso alguien que no tiene antecedentes de violencia o maldad, puede ser llevado a cometer actos terribles si se encuentra en una situación o un contexto de poder. Zimbardo argumenta que es importante entender esta dinámica para poder prevenir el mal en situaciones de poder o dependencia, como se dan en la política, en la empresa o, incluso, en la familia.

¿Cuántas veces un cónyuge afirma que su contraparte «no era así»? Más allá de que se puedan desarrollar actitudes y que estas se den con más o menor intensidad, todo ello, además del entorno, tiene que ver con unos rasgos prexistentes o un concepto de la vida que ya existía. El compañero de trabajo que esconde su racismo, el vecino que disimula su homofobia, tu amigo de toda la vida que enmascara su sadismo, entonces, cuando cambien mostrarán su concepción de la vida y, para entonces, quizás, será demoledor.

El famoso nazi, Heinrich Himmler, era conocido por su amor a los animales, especialmente los perros. En 1933 fundó la Sociedad Protectora del Perro, que se convirtió en una organización importante dentro del régimen nazi. Himmler también fue responsable de la implementación de políticas brutales hacia los seres humanos, incluyendo el exterminio en masa de millones de judíos, gitanos y otros grupos considerados «indeseables» por los nazis.

Pero no solo esto se da porque haya rasgos de la personalidad y convicciones personales que no salen hasta que no se dan ciertos contextos, también es una cuestión de tener o no tener sinceridad social.

La sinceridad social

De nuevo carnavales y tú ya ni te acuerdas
de que aquí se entra, pero no se sale.
Amigos como treguas, olvida lo que sabes,
ahora somos animales.
Amigas como yeguas, amistades con fraude,
remedios que siempre llegan tarde.5

Hablaré ahora de dos representantes de ficción de los valores elevados (La aplicación social del «estilo elevado», Meer, enero 2023), Alceste, protagonista de El misántropo de Moliere, y el Calígula6 de Albert Camus.

Alceste, enamorado de Celimena, mujer convencional en una sociedad hipócrita de falsas apariencias, es víctima de su exceso de sinceridad y de la defensa de los más nobles valores. Calígula abre los ojos al verdadero sentido de la vida ante la muerte de Drusila, su amada, y, como es emperador y tiene todo el poder, demuestra con su ejercicio que los hombres viven en la vanidad, adoran falsos valores y son innobles al poseer todos los vicios.

Ejemplos ambos de las «cosas que no me gustan, hechas por gente que me cae mal». Quizás la suma postmoderna de ambos sea el famoso doctor House, sí, el de la serie. Odia la mentira y la vanidad, como Alceste, y tiene el poder para que el resto viva en la verdad, como Calígula, ya que es jefe de un equipo de diagnóstico en un hospital. El propio doctor House afirma: «Todos mienten por una razón: funciona. Es lo que permite que la sociedad funcione, separa al hombre de la bestia».

Quizás sea injusto afirmar tajantemente que todos los hombres mienten, pero si me parece justo defender que la gran mayor de ellos se mueven en un espacio de volubilidad. Para empezar por lo sencillo y directo. Existen dos palabras muy cortas, «sí» y «no» que son quizás el mayor ejemplo de volubilidad que pueda existir. Muy complicado es que no conozcamos ejemplos a diario de situaciones, preguntas, propuestas, conversaciones, en las que una persona haya utilizado alguna de estas dos palabras, sí o no, y se haya cumplido.

El ser humano debería, cuando utiliza el «sí», cumplir con él, al igual que cuando dice «no», pero no es así en multitud de ocasiones. Es decir, el ser humano, al menos el social, es voluble por naturaleza, ergo es mentiroso por naturaleza. Y, si esto sucede con el «sí» y el «no», ¿qué no sucederá con el resto de las palabras más complejas y matizables?

Ni siquiera en algo tan directo, comprometido y con poco matiz como «sí» y «no» los humanos cumplen, ¿qué más podemos esperar? Por eso, el compromiso humano, a no ser que ya se haya demostrado en la experiencia personal, no tiene valor. Y, justamente también por eso, tanto sorprende que algunos seres sí cumplamos con lo que decimos, proponemos o intentamos.

Luego de todo esto, en general, el ser humano es un individuo voluble, extrayendo de ahí que vive en la mentira y en la convencionalidad más vulgar. Claro, luego vienen las sorpresas, las decepciones y el «yo cuando le conocí no era así». Si lo era, el que no lo supo ver desde su convencionalismo social, fuiste tú.

La incoherencia

Hay libros de autoayuda que te lo explican todo:
cuando sacar la lengua, dónde poner los codos,
¿a partir de cuántas muecas se considera desprecio?,
me ponéis nervioso y ya no diferencio.
Yo no quiero fijarme en los demás,
yo solo puedo hacerlo igual de mal.7

La hermana mayor de la volubilidad es la incoherencia. Esta, en general, se refiere a la ausencia de correlación o consistencia en las acciones, creencias o palabras de una persona. Puede manifestarse de varias formas, como cuando una persona defiende un valor o principio, pero actúa de manera contraria a este, o cuando una persona cambia sus opiniones sin modificar sus actitudes o acciones y viceversa. Aunque, en ocasiones, lo que motiva esa incoherencia es el deseo de ocultar algo que el sujeto entiende como no aceptado socialmente. Es decir, vuelvo a defender, al igual que en la volubilidad, que donde se manifiesta esta miseria que es la incoherencia, es en el plano social, cuando estamos relacionándonos en la arena de la vida con otros.

En ocasiones alguien es incoherente porque quiere dar una buena imagen, aunque no sea su «yo» real, ante los demás. Este es el perfil conocido como el «bien queda», ¿Cómo se le desenmascara? Muy sencillo, se recomienda tener con el «bien queda» una conversación que, no hace falta que sea muy larga, pero donde se la inste a poder plasmar opiniones no tratadas en otras interacciones con este sujeto y cuanto menos convencionales mejor. Por ejemplo, el uso del humor y del sexo en las conversaciones suelen despistar bastante al «bien queda», por lo que se mostrará desnudo.

También hay ocasiones en que el incoherente no está dentro de la categoría del «bien queda», sino del «malvado». Normalmente, pongamos un ejemplo extremo, pero que puede ser real, si un individuo se junta con sus amigos el fin de semana para ir a pegar a jubilados, mujeres o inmigrantes, no lo va contando en otros ámbitos sociales. No solo no lo cuenta, sino que incluso, cuando alguien censura estos comportamientos, se suma a esa censura.

¿Cómo se le desenmascara? Pues se hace mediante la observación de su lenguaje no verbal, de las conclusiones que observemos cuando se relacione con otros y, no estando nosotros delante, podamos observarle. Y, si no somos capaces de quitarle la máscara, posiblemente le conozcamos cuando ya tengamos su mano encima. Podemos decir entones: «este chico no era así…» ya, flores.

También está el incoherente estratega, ese que quiere extraer algún redito del papel que representa. Este es, ni más ni menos, que la mezcla del «bien queda» y el «malvado» y la técnica para desenmascararle es llevar a cabo las dos antes mencionadas. Pero, ante todo, la mejor estrategia es el no aprecio.

La deslealtad

Traicionado por todas partes, abrumado por mil injusticias, voy a huir del abismo en que triunfan los vicios y a buscar en la tierra un lugar retirado donde pueda permitirme la libertad de ser un hombre de honor.8

Si la incoherencia y la volubilidad son individuales no llegan a causar un daño al grupo, a las relaciones o a la sociedad, pero, cuando sí lo causan porque no se ciñen a la individualidad, sino a la interacción con otros, aparece una de las enfermedades individuales que más daño hacen a los demás, a saber, la deslealtad.

La deslealtad tiene consecuencias perjudiciales para la cohesión y las relaciones sociales. Cuando los ciudadanos no son leales a las normas y valores compartidos, se erosionan los fundamentos de la convivencia pacífica. La falta de lealtad a las instituciones sociales, como el gobierno o las leyes, socava la estabilidad y el funcionamiento efectivo de una sociedad. Además, la deslealtad en el ámbito laboral, donde los empleados actúan en detrimento de sus compañeros o de la organización, fomenta un clima de competencia desleal y desconfianza mutua. Esto impide el crecimiento y el progreso colectivo, ya que el trabajo en equipo y la colaboración se ven obstaculizados por la falta de confianza.

La deslealtad también es altamente perjudicial en el contexto de las relaciones personales. La confianza es el pilar fundamental de cualquier relación significativa, ya sea de amistad, pareja o familiar. La deslealtad traiciona esa confianza, generando un profundo dolor emocional y minando la estabilidad de los lazos afectivos. Cuando una persona es desleal, rompe el vínculo de confianza establecido, lo que puede resultar en resentimiento, ira y la eventual disolución de la relación.

La lealtad, por otro lado, es un valor esencial para la construcción de una sociedad sana y relaciones personales sólidas. La lealtad promueve la cooperación, el apoyo mutuo y la empatía. En una sociedad leal, los ciudadanos confían en las instituciones y en los demás, lo que facilita la construcción de sociedades fuertes, sanas y articuladas. Por ello, a la mínima que, en un grupo, una relación, un trabajo, una institución… haya atisbos de incoherencia, mentira, volubilidad que, sin duda, desencadenarán en deslealtad, hay que poner tierra de por medio, elevar los puentes, levar anclas y aislar la enfermedad.

Pero, cuidado, hay una forma de esconder esta deslealtad y sus derivados o semillas, para que la mentira, la volubilidad, la incoherencia, etcétera, no se vean. Este disfraz se llama «lo políticamente correcto» que hace que alguien no se posicione, no muestre su ser, sus ideas, su concepción de la vida, no dándose a ella y, por tanto, estando preparado para la traición a los otros. Pero no estoy defendiendo su contrario, «lo políticamente incorrecto». Si lo uno es disimulo y estrategia ventajista, esto es la inflexibilidad del uno frente al grupo, sin respetar las posiciones, ideas, concesiones de la vida del otro.

Por ello, lo que aquí defiendo es «lo políticamente ético», es decir, si nos comportamos socialmente (en la polis) como dicta nuestra ética, nuestra moral individual y nuestros valores, no deberíamos ofender a los «políticamente correctos» y sus vanas convenciones, en ocasiones, sin contenido, ni a los egoístas de lo «políticamente incorrecto». A veces caemos en una u otra etiqueta, seguro, pero a largo plazo, estaremos colaborando para lograr una sociedad y unas relaciones orgánicas, respetuosas, ricas y, sobre todo, reales, coherentes y, por tanto, leales.

De ahí que defienda lo políticamente ético que, con honestidad, plasmará nuestros valores en los demás y los de los demás en nosotros. Lo políticamente ético nos insta a mirar más allá de las etiquetas y las restricciones impuestas por lo políticamente correcto y los excesos individualistas de lo políticamente incorrecto. Al abrazar lo políticamente ético fomentaremos un ambiente más respetuoso, libre, inclusivo, plural y que ayudará a una articulación social madura.

Gente come gente

Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, entonces la vida humana no la tiene. Eso está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que su vida no vale nada, ya que para ellos el dinero lo es todo. Entretanto, yo he decidido ser lógico, y, como tengo el poder, veréis lo que va a costaros la lógica. Exterminaré a los contradictores y a las contradicciones.9

Y sí, a la gente le gusta hablar de la gente, le encanta. Nos hace sentir superiores, nos hace sentir que tenemos el control, no se sabe muy bien de qué. Una persona puede no saber nada, literalmente, aunque vote, aunque tenga un cargo en su municipio, aunque ostente poder en su trabajo… mucha gente no sabe nada, pero «cuela» porque conocen los lugares comunes, «lo políticamente correcto», lo que hay que decir; la incoherencia, aunque cada vez digan algo diferente (volubilidad). Están en la media, es decir, son mediocres, pero, indefectiblemente, les encanta hablar de gente.

Y más aún, para poder alimentar ese mundillo en el que hablan sin parar, aunque no digan nada —que odioso es que todo el mundo tenga opinión de todo—, se muestran como cosas que son porque, por otro lado, hablan de otros igual que hablan de cosas. Cosas y gente, la conversación favorita de la humanidad, no hablan de ideas, de valores, de sentimientos; no, hablan de cosas y de gente. Y, como decía, para seguir alimentándolo, tienen que aparecer en los sitios mainstream a tal efecto. Cuelgan fotos en redes sociales de los viajes fake organizados en las que salen sonriendo, con una cerveza, con la familia y, sí, eso siempre, con una sonrisa in-sincera. Aparecen en fiestas, en actos públicos donde muestran, no solo su aceptabilidad social, sino su consciencia de normalidad estereotipada y aceptada: si soy yo, sonrío, soy feliz, estoy en el grupo, no me evado del rebaño y sí, si te das la vuelta, espera lo peor.

Sí, hablan, miran, sonríen, hablan más, consumen, venden, hablan más aun, sin opinar, sin fundamento, sin conocimiento, sin respeto, sin vergüenza… en una foto aparecen sonriendo en una terraza de tal lugar «convencionalmente paradisiaco» (mira que he visto ese lugar con esa mesa y esas cervezas en fotos de otros iguales que hablan y hablan, y opinan sin saber. La foto de siempre, la foto de todos). Cuidado, que, si al escudriñarles o buscar si hay alma, descubres que no, ya sabes, la volubilidad, la mentira, la incoherencia y la deslealtad están al acecho. Recuerda que las hienas sonríen al matar, huye porque matan.

Son camaleones vestidos de oveja,
los ojos traidores que enredan madejas,
robando colores de los corazones de los que se dejan
pero del nuestro no,
que late tranquilo sabiendo que salen
detrás de sus hojas cientos de alacranes,
que cuidan de que esté siempre en flor.10

Notas

1 El título de este artículo proviene de «Cosas que no me gustan». Los Punsetes. AFDTRQHOT. 2022.
2 Albert Camus. Calígula. 1944.
3 «Te mereces que te vaya mal». Los Punsetes. AFDTRQHOT. 2022.
4 Albert Camus. Calígula. 1944.
5 «Me sobra Carnaval». Los Enemigos. Nada. 1999.
6 Personaje literario, no confundir con Calígula, el emperador romano.
7 «Y además bastante fea». Anntona. En la cama con. 2009.
8 Moliere. El Misántropo. 1666.
9 Albert Camus. Calígula. 1944.
10 «Mil quilates». Marea. Las aceras están llenas de piojos. 2007.