¿Cómo podemos asegurar que todos los públicos, sin distinción de capacidades físicas, cognitivas, culturales o sociales, puedan disfrutar plenamente del patrimonio?
La respuesta no radica únicamente en implementar rampas o subtítulos, sino en transformar el enfoque museográfico desde la raíz. Accesibilidad no es solo una cuestión técnica, sino también ética y política. Se trata de garantizar el derecho al arte, la cultura y la historia como parte esencial de una ciudadanía plena.
Hace unos días leí por primera vez un artículo de Georgina Kleege, en el que reivindica los Touch Tours como experiencia sensorial dentro del museo, diseñada para ser disfrutada por todos. Me di cuenta, entonces, de que el debate sobre la accesibilidad no fue una parte fundamental de mi formación en Historia del Arte —sobre todo en lo relacionado con museología, museografía y patrimonio – aunque debería haberlo sido. Para incluir a los grupos que han sido marginados, la accesibilidad debe ser parte del discurso museográfico.
Si bien se han generado esfuerzos, muchas alternativas se han convertido en adaptaciones segregadas, cuando deberían estar disponibles como una experiencia no excluyente. Los museos y centros culturales tienen un valor educativo intrínseco que no podemos dejar de lado. De esta forma permitimos que nuestra sociedad aprenda sobre nuestro patrimonio material e inmaterial.
Frecuentemente sucede que las propuestas accesibles se centran en una pequeña parte de la colección, seleccionada previamente con estos fines. Pero no podemos esperar que la gente se adapte al museo, debemos adaptar nuestras colecciones a las necesidades de la sociedad
La accesibilidad no solo trata de la discapacidad física: se debe tener en cuenta a niños, personas mayores, hablantes de otros idiomas y de otras culturas. Incluso la falta de conocimiento previo puede considerarse una barrera, por lo que prestar atención al lenguaje es sumamente importante.
En la bibliografía podemos encontrar conceptos clave, como el design for all (“diseño para todas las personas”), popularizado en Europa desde 1995. Este planteamiento defiende la integración de recursos útiles para todos, así como garantizar su mantenimiento y difusión. Esto comprende que haya información detallada y actualizada —tanto presencial como de forma online — sobre las facilidades disponibles: rampas, audioguías, ascensores, entre otros.
Hay distintas experiencias sensoriales que podemos utilizar para transmitir la pieza artística. Se ha dado especial relevancia al tacto, bajo la idea de que esta práctica permitiría construir imágenes mentales fácilmente.
Sin embargo, la escritora Georgina Kleege explica que muchas personas terminan por sentirse incómodas y presionadas. Para que puedan tener una experiencia significativa se necesita tiempo, pero usualmente viene acompañada de una breve duración. Además, muchas personas nunca han estado expuestas a Touch Tours, por lo que carecen de las herramientas que le permitan interpretar eso que están sintiendo o percibiendo.
Es por ello que Kleege propone que sean accesibles a todo el público y sugiere la existencia de guías táctiles. Estos deben ser profesionales que orienten a los visitantes en su aproximación al objeto, explicando qué se está tocando y cómo hacerlo. La autora propone a empleados capacitados, que conozcan las cualidades de los materiales, como conservadores, instaladores o asistentes de galería.
Asimismo, se debe implementar el uso de braille e imágenes en relieve. Ayudarán a comprender tanto los textos informativos como las imágenes expuestas.
Por otro lado, las descripciones de audio o las audioguías suponen un gran debate, ya que su uso en museos es relativamente reciente. Los profesionales que las elaboran se enfrentan a grandes preguntas para que sean lo más prácticas posibles.
Estas tienen que ver con su duración (teniendo en cuenta la capacidad de atención del público), el contenido, el idioma y el nivel de subjetividad —como interpretaciones personales, de hecho, la normativa española prefiere que sean evitadas. En este sentido, termina por ser una experiencia completamente heterogénea entre instituciones.
Uno de los desafíos más destacados es el propósito de su contenido. ¿Debe limitarse a una descripción de tipo técnica y descriptiva (aspectos como la forma, color, dimensiones en el espacio, etc.), o debe abordar el significado de las obras?
Resulta interesante observar cómo las audioguías pueden llegar a un amplio grupo de visitantes: desde personas con discapacidad visual hasta quienes carecen de conocimientos previos. Sobre todo, debemos aspirar hacia pautas internacionales y mucho más conscientes que nos guíen para ofrecer un mejor servicio.
Aunque este texto se centra principalmente en la experiencia perceptiva de las obras, no debemos olvidar otras dimensiones de la accesibilidad, como la física, la sensorial, la cognitiva, la orientación espacial y también la económica. Solo cuando todas estas dimensiones se integran adecuadamente, la experiencia de visitar un museo se convierte en algo verdaderamente accesible y enriquecedor para todos los públicos.
Una experiencia multisensorial, que elimine barreras cognitivas, físicas y culturales, amplía las posibilidades de aprendizaje y permite una conexión más profunda con el patrimonio. En última instancia, el acceso a la cultura es un derecho universal.
Bibliografía
Espinosa Ruiz, Antonio y Bonmatí Lledó, Carmina, Accesibilidad, inclusión y diseño para todas las
personas en museos y patrimonio, HER&MUS, 1 (2015), pp. 11-20.
Hutchinson, Rachel S. y F. Eardley, Alison, “The Accessible Museum: Towards an Understanding of International Audio Description Practices in Museums”, en Journal of Visual Impairment & Blindness, 6 (2020), pp. 475-487
Kleege, Georgina, Touch Tours for All!, Tate. En línea, consulta: 14.07.2025.
Vaz, Roberto, Freitas, Diamantino y Coelho, António, “Blind and Visually Impaired Visitors’ Experiences in Museums: Increasing Accessibility through Assistive Technologies”, en The International Journal of the Inclusive Museum, 2 (2020), pp. 57-80.















