El amor es la energía más poderosa y aún más desconocida del mundo.
(Pierre Teilhard de Chardin)
Noticias de ayer inmediato y de hoy: Trump, Bolsonaro, Putin, Modi, (añada un nombre), líderes políticos vociferantes, representando miedos y avaricia hacen y dicen barbaridades. Mientras tanto, hombre apuñala o dispara a varias personas en (añada lugar), aviones bombardean a (selección múltiple), terroristas atacan... mueren niños.
Y de un ayer un poco más antiguo: Los nazis masacran judíos en el Reich (el artículo del New York Times de 1942 hablaba de 2 millones de judíos.) En el 1915, reportaba el NYT, 800000 armenios han sido masacrados por Turquía. En el 1969, el titular del periódico The Guardian de Reino Unido leía: “El mundo observa mientras los niños mueren de hambre en Biafra” (de medio millón a un millón de niños murieron). Y 200 mil civiles murieron en Iraq, a causa de una guerra lanzada por Estados Unidos para eliminar armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. En el 1994, en aproximadamente 100 días, de 500 a 800 mil personas fueron asesinadas en Ruanda, de acuerdo con la BBC.
Y de la historia: Masacres en todos lados, de indígenas americanos y afroamericanos en Estados Unidos, de civiles chinos en Nanjing a manos de el ejercito japones, el genocidio del 25 por ciento de la población de Camboya. De cerca de 500 de estudiantes en Tlatelolco, México, y de 2 millones durante la partición de la India. Y 210 mil civiles, cuando se probaron las bombas atómicas por primera y única vez, en Hiroshima y Nagasaki.
Hoy de nuevo amaneció, como siempre. Todas las cosas fueron iluminadas. Los motores de la vida arrancaron. Los capullos de ensueño florecieron en la imaginación. Las palabras pronunciadas en cataratas de sonido rebotaban como gotas de lluvia sobre superficies, meditando cada cosa mientras caían. E íbamos inventando el mundo de nuevo, con toda su dulzura y amargura.
Las noticias remotas sobre políticas, guerras y desastres, nos llegan de afuera como siempre, porque sus emisores hacen ganancia del miedo de la audiencia. Pero sabemos que también están ocurriendo, y quizás hasta en mayor proporción, actos de heroísmo, actos espontáneos de bondad y sacrificio por los demás, de amor, de sonrisas, de sacrificio por los otros. Estos se reportan menos, porque no hacen tanto ruido colectivo.
Además de estos hechos de afuera publicados o no, también de adentro de nosotros, despertaban con el amanecer, heridas abismales de frustración, volcanes de deseos, y sonrisas compartidas y lluvias de caricias, cariños y esperanza.
Las máquinas, las redes sociales, las inteligencias artificiales, con sus zumbidos y diluvios de señales, opacan los latidos de nuestros corazones, los sentimientos, que se derraman invisibles definiendo el silencio de nuestro ser. Y quedan ocultos detrás de una pared, por el ruido ensordecedor de los que se empeñan en que predomine el “sálvese quien pueda”, nuestros miedos, y nuestro acecho, como felinos de cacería, aguardando ocultos en las esquinas esperando satisfacción.
Esta vida, esta tenacidad de ser. Todos los días, definiéndonos y negándonos a nosotros mismos y olvidándonos de los amaneceres. Nuestros hilos se enredan entre tantos colores, sabores y formas, tantas tonalidades de opinión. Cada uno cantando su propia canción, desde las ramas donde se encuentra, con su propio ritmo y melodía.
Pero en realidad todos somos ecos, rebotando sobre las paredes de nuestras formas, de un concierto infinito de una música perpetua. En esta tragicomedia de tantos, no somos más que efímeros reflejos de una Existencia, mirándose al espejo de sí misma.
Tenemos que darnos cuenta de la realidad unitaria, del continuo que nos rodea y que somos sin saberlo, y sentirnos parte de un todo entrelazado, que somos gotas de un solo océano.
Las nubes negras que envuelven el amanecer forman parte del hermoso concierto de luz matutina. Estamos vivos, y tenemos en nuestras almas un tesoro incalculable. Sí, a veces sospechamos el secreto, aunque lo dudemos la mayor parte del tiempo. Y cuando lo dudamos, nos convertimos en seguidores de creencias adoptadas en ignorancia, que solo buscan el reconocimiento de los demás.
Cada día es todos los días. Hoy, mañana, ayer. Permanecemos aferrados a nuestra identidad, forma, y personalidad cultural. Las noticias mundiales nos llegan en oleadas, sobre ideologías en conflicto, intereses propios, calamidades, desesperación, ganadores y perdedores, tecnologías modernas, nuevos entendimientos y malentendidos.
Pero sin embargo, la vida en todo su esplendor continúa sus procesos cíclicos, floreciendo, sembrando, descomponiéndose, y muriendo. Y el espíritu humano y su esencia continúan manifestando la gloria del ser, a través de sus sonrisas de valor, sus abrazos de solidaridad, sus amores y sueños imposibles y su tenacidad de vivir. Buscando la plenitud, en cada momento de amor, la disolución del uno en el otro, con sentimientos de serenidad en medio del caos, a través de un continuo afloramiento de fuerzas internas, manifestado a través de la historia, las relaciones, antiguos arquetipos y una meta invisible. Todos los días.
Sí, cada día es un día de oportunidad y recuerdo, un despertar a los potenciales de las relaciones, un descubrimiento de espacios internos y momentos externos, un instante milagroso de la consciencia y del ser. Nos encontramos ahora en este punto de presente. Miramos los momentos pasados, o extendemos nuestra imaginación y esperanzas hacia el futuro, cada uno desde una perspectiva particular, a través de los sabores y colores únicos que cada uno percibe y expresa. Dentro de esta magnífica creatividad, de esta corriente inagotable de vida en constante renovación.
Esta vida, que siempre gorgotea en risas y lágrimas, y resurge con las delicadas caricias de la luz, sin importar los pavimentos y los miedos que se interpongan a sus tejidos aparentemente frágiles. Y cada gota de vida finalmente se libera, a través de las grietas de nuestra ignorancia, y continúa su flujo hacia el Océano, inevitablemente.
La belleza entonces reina serena, como un hermoso amanecer en medio del clamor de guerras y desastres. Caleidoscópicamente las fuerzas de la vida se reorganizan, e incitan de nuevo en un carillón de voces matutinas, a lograr lo más sublime: el amor y la comprensión mutua, que conduce a una serenidad interior, que alivia este dolor de separación, esta inseguridad del desplazamiento del uno por el otro.
Y a veces por un instante, conocemos, vemos y experimentamos esta belleza del Ser. Y nos damos cuenta de que todo el sudor y la sangre derramada, las sonrisas y los besos, las noches y los días de la vida de cada uno, no son más que puntadas en un exquisito tapiz que estamos tejiendo irremediablemente.
Surgimos de la quietud del Ser, en partículas infinitesimales. Buscando el paraíso de la autoconsciencia. Rebotando en los límites de la nada, fuimos expandiendo el espacio con nuestra danza cósmica, mientras compartíamos íntimamente nuestra naturaleza cuántica. Éramos una partida de caza, entre innumerables otras, manifestadas por la Existencia para explorar y alcanzar la consciencia de la Unicidad.
Rebotando entre nuestras manifestaciones primordiales, nos fuimos fusionando en formas más estables, y reorganizando nuestras posibilidades, en filigranas más elaboradas de energía y materia, a medida que construíamos cuerpos más complejos, para experimentar cualidades de esencia, como derretirnos y fluir. Siempre conectados por las fuerzas nucleares más íntimas.
Después nos reunimos en moléculas, tan estrechamente que nos reprodujimos y autorreplicamos, en formas de vida que transformaban la luz en flores y aromas, y el universo se exploró a sí mismo en un jardín de color y fragancia, en todos los estados posibles de vegetación.
Estuvimos juntos en los charcos originales de la vida, en los jardines que siguieron, y en las criaturas que adquirieron locomoción para explorar todas las dimensiones y nichos ecológicos, desde arrastrarse por debajo de la tierra hasta volar en los cielos. Caminando juntos, nuestra partida de caza evolucionó y evolucionó, hasta que llegamos a saber que éramos.
Nos habíamos unido tan estrechamente; Nos habíamos comido los unos a los otros, y nos habíamos apareado, luchado juntos contra depredadores o cazado juntos a nuestras presas. Pero ahora nos reconocíamos, dotados de consciencia, humanos. Sin embargo, los residuos de la búsqueda se habían depositado como instintos inerciales; y todos los volcanes, novas, la depredación, las luchas por la supervivencia, combinados ahora como recuerdos sedimentarios, cubrían el espejo de nuestra consciencia; impidiéndonos ver nuestro verdadero reflejo. Y en vez de ver y ser la consciencia, veíamos el andamiaje que usamos para llegar a ella. Y ahora la partida de caza continúa, mientras limpiamos nuestros espejos empañados con los residuos de nuestra evolución, y los vamos puliendo, sacudiéndonos con la intensidad de la alternancia de roles y género, y los contrastes en esta obra de vida. Nuestra partida de caza continúa la búsqueda del conocimiento en la forma humana.
La primera de las partículas infinitesimales surgida de la quietud del Ser, después de mucho rebotar, saborear, evolucionar, luchar y amar, finalmente se conoció a sí misma como el Océano del Ser. Y el amor se hizo consciencia.
El amor infinito y la dicha interminable que surgió lo inundaron todo. El Amado nació, del abrazo del origen Infinito y la primera partícula que se encontró a sí misma. Todos estamos infinitamente conectados al impulso inconsciente de la Unicidad de saberse, y ahora quedamos conectados al conocimiento consciente del Amor.
Las partidas de caza ahora buscan al Amado, sabiendo que la consciencia tiene un rostro. El Amado, habiendo estado en la oleada del anhelo, irradia pulsos de Amor, como un Faro en la noche, para que las partidas de caza puedan encontrar su camino de regreso a la fuente original, y el Amor pueda regocijarse infinitamente, cada vez que una de las innumerables partículas regresa, y se recrea la dicha eterna del conocimiento. La procesión avanza, a través de las muchas mansiones reflejadas en la casa de los espejos infinitos, y los sabuesos alertas, perciben de vez en cuando el rastro, la fragancia del Amado. Y mientras aprenden las complejidades y sutilezas de esta búsqueda romántica, gradualmente se dan cuenta que están infinitamente conectados como Uno.
Esos ojos que miran con luz a los tuyos, esa compasión que te mueve a sanar y proteger a tus semejantes, esas manos cariñosas que acarician a los caídos, los sonidos brillantes de la risa, esas sonrisas que florecen como jardines en los rostros, cuando reconocemos humildemente la incertidumbre en los demás. Todo es parte de esta Vida, brotando, brotando por doquier, en un surgimiento milagroso de forma y sensibilidad, esforzándose por llegar a ser, obedeciendo el Impulso original de conocer la esencia del Ser; el Amor.
¿Acaso no puedes sentir como nuestros corazones van latiendo nuevos ritmos, mientras apercibimos flujos de amor, y vamos reconociendo las conexiones entre nosotros, con nuestros compañeros de cacería? Hoy se tienden cables por todas partes, como telarañas en el bosque, y nuestras imágenes y símbolos atraviesan el espacio entre nosotros, en un continuo de pensamiento y electrones. Nuestro planeta se ha hecho pequeño, viajado por aire, acercando nuestros cuerpos en el tiempo, nuestras partidas de caza se están congregando, aun sin saberlo.
Nuestros ojos ven ahora más ojos que nunca, ojos distantes, de todos los colores y formas, expresando el mismo anhelo, y podemos ver, más allá del sesgo de los reflejos de nuestros espejos limitados. Presentimos un nuevo amanecer, el último destello del faro de luz del Amado, que brilla a través de esta conectividad, y simultáneamente y en secreto revela en nuestros corazones, que estamos conectados infinitamente, y que todos nos conocemos en un Amor sin fin. Y que despertar a este Amor es el propósito de la vida.