El mundo es el escenario donde se libra la guerra entre la miseria y la dignidad.1

En el ensayo Dignidad del pensador Javier Gomá se dedican numerosas páginas al llamado «estilo elevado» aplicado a la expresión escrita, poniendo como paradigma e impulsor de este en España a Fray Luis de León. Ese estilo elevado suponía una expresión en el español no romance y no vulgar, que conformaba la expresión correcta y refinada de la lengua, haciendo llegar esta a nuestros días con corrección, dignidad y belleza.

Mucho me hizo reflexionar el pensamiento de Javier Gomá y, de entre todo él, me propuse una tarea quizás imposible por lo ambiciosa y quizás por su incoherencia o desatino. Pero hete aquí que me he embarcado en ella, aunque solo sea para utilizar algunas de las sabias palabras del profesor para dar explicación a cuestiones más banales. Trato, pues, de justificar que, al igual que en expresión verbal y escrita hay un estilo elevado y, digamos, un estilo vulgar o mediocre, también en el comportamiento social, en nuestras conductas del día a día, existen estos estilos que, de acuerdo con su manejo y orientación, conforman nuestra dignidad.

Ta y como se afirma «de entre todos los seres conocidos, solo el ser humano posee logos, voz griega de amplio registro que significa al mismo tiempo palabra, concepto, definición, discurso y comunicación»2 y debemos intentar que, tanto en expresión como en intención, el lenguaje que conforma las palabras sea elevado. Claro que, aquí lo importante es saber que conforma ese estilo elevado.

«La lengua de estilo elevado depende en último término del conocimiento y aplicación de unas reglas que conducen a un decir artístico […] Ahora bien, por mucha altura que remonte la prosa de estilo elevado no pierde nunca su contacto con el habla popular, fuente viva del idioma».3 Es decir, no pensemos que es estilo elevado es elitista, impenetrable o que diferencia entre unas clases y otras, no, no es eso, porque «el verdadero estilo elevado evita la afectación de arcaísmos y cultismos o de palabras de estirpe poética ignoradas por la mayoría».4

Centrando el tema, es estilo elevado de la prosa es, aunque forma digna, refinada, pero popular; exacta, pero no engolada; rigurosa, pero no pedante; incluso punzante y critica, pero no hiriente, despectiva o mal educada. Y bien, tras está idea creo que este estilo elevado es también aplicable al rol que desempeñamos como personas, como ciudadanos, porque, si bien el estilo elevado parte del lenguaje y nuestra existencia está marcada por los límites de lenguaje, ¿no sería defendible la existencia de un estilo elevado social? O mejor, ¿no debemos aspirar a que nuestro comportamiento social, nuestras relaciones, nuestro deambular por el mundo estén guiados por el estilo elevado que, además, nos dotará de dignidad?

Estilo elevado y comportamiento social

El ser humano es un animal social y, como tal, independientemente del grado de relación que haya con cada persona o grupo, estamos orientados de forma natural a relacionarnos, siendo esta característica un rasgo conductual del ser humano. Y esto es importante porque no todos los animales son sociales. Además del ser humano, algunos animales que forman sociedades son las abejas, las hormigas, los cuervos y los lobos, siendo estos últimos los que tienen una organización más parecida a la humana.

No voy aquí a entrar en la teoría de si es más natural la comunidad (Gemeinschaft) o la sociedad (Gesellschaft), pero sí en que una buena sociabilidad debe basarse en el estilo elevado antes explicado para la expresión escrita —y hablada—. Por ello, si aplicamos socialmente este estilo elevado lograremos llegar a ser ciudadanos elegantes e investidos de dignidad, siendo esto un fin en sí mismo. Es decir, siguiendo los preceptos del imperativo categórico de Kant, con aspiraciones a universalizar la dignidad y la manera de ser y estar del individuo, de cada uno de nosotros, para imbricarse en una sociedad armónica y cívica.

Así, «un ciudadano elegante es, pues, el que ha instruido su corazón de manera tal que siente una inclinación natural por una sociabilidad civilizada sin expectativa de premio y una repugnancia paralela por los comportamientos incívicos sin temor al castigo, y obra lo correcto en cada caso, incluso cuando nadie lo observa, si mira de retribución, solo por el respeto debido a sí mismo y a su dignidad».5

Pero no se trata solo de aplicar una «sociabilidad civilizada», sino también un comportamiento educado. Digo esto porque la educación social es quizás el mayor grado de sociabilidad, pudiendo existir sociabilidades no educadas o, directamente, mal educadas. Ejemplos hay, verbigracia, aquel que se rige por las normas de interacción e intercambio social, cumple las reglas, pero no respeta al otro, poniéndose en su lugar o no siendo consciente de que una acción, una afirmación, un comportamiento más o menos explicito, puede no respetar su individualidad, su espacio y su rol social más íntimo para plasmarse totalmente como lo que es en sí hacia los demás.

A veces, de hecho, debemos asumir ese no espacio que ocupan los demás por simple mala educación que los hace, aunque sociales a la luz de los demás, incívicos, indignos y, lógicamente, mal educados. Pero, aunque eso sea así, debemos tener como objetivo obrar con ese estilo elevado en la interacción social porque, en realidad, «quien sigue la ley de su corazón, arrostrando con valentía las represalias de una sociedad vengativa, adquiere ahora la condición de héroe moderno».6

Esa «educación social» que defiendo se basa, no ya únicamente en ese estilo elevado del que hablo, sino también en las actitudes de respeto hacia el espacio de los otros, mesura en las afirmaciones y juicios y, por supuesto, la hermenéutica hacía los demás, sus expresiones, gustos e ideas, para no caer en el llamado «cuñadismo» tan al alza hoy en día.

Es muy sencillo comprobar cómo, en cualquier cena entre amigos, reuniones familiares, café entre compañeros y, no digamos, en herramientas on line de comunicación social (WhatsApp, Telegram, LinkedIn, Facebook… —no incluyo aquí a Twitter porque es un vertedero aparte), apabullantemente se muestran falsos conocimientos, se afirman boutades sin base, se hace ostentación de la vacuidad. E, incluso, si alguien osa en centrar el debate con mesura, conocimiento, con argumentos e ideas y no eslóganes simplistas, puede verse orillado de ese debate o conversación.

Es decir, el estilo elevado aplicado socialmente, más allá del formalismo que representa, defiendo que debe basarse en el conocimiento, el respeto, la civilidad y la ausencia de «desparrame cuñadista». En ese sentido, antes de caer en estas ridículas actitudes, mejor tener una actitud lacónica, más cerca estará, sin duda, del estilo elevado.

Cuenta Javier García Sánchez en su monumental novela Robespierre,7 que el jacobino Louis de Saint-Just, más allá de que sea fiel a la realidad histórica o no, desde el momento que vio todo perdido por el golpe thermidoriano, adoptó una actitud silenciosa y de desdén hacía lo que estaba sucediendo y, sobre todo, hacía los furibundos thermidorianos y su primitivismo, afirmando: «seamos lacónicos».8

Seguramente esa es una actitud de estilo elevado y su plasmación social antes de caer es la desfachatez primaria, indigna y de protagonismo paleto que nos rodea a diario. Y, es que «un ciudadano elegante es, pues, el que ha instruido su corazón de manera tal que siente una inclinación natural por una sociabilidad civilizada sin expectativa de premio y una repugnancia paralela por los comportamientos incívicos sin temor al castigo, y obra lo correcto en cada caso, incluso cuando nadie lo observa, si mira de retribución, solo por el respeto debido a sí mismo y a su dignidad» porque «ser hombre civilizado hoy es, principalmente, elegir la forma de la autolimitación».9 De no ejercerse esa autolimitación, puede caerse, se cae, de hecho, como vemos todos los días, en la expresión de opiniones gratuitas, infantiloides y ridículas porque así cualquier persona «cree que puede opinar sobre cualquier asunto sin haber hecho unas lecturas mínimas al respecto».10

Se trata pues de intentar mejorar el debate público con respeto, dignidad, intercambio de ideas, orientación a la ilustración, todo ello, sin menoscabo del individualismo y orientándose al objeto de este artículo, a saber, el estilo elevado. De no ser así, como de hecho es, observamos unas interacciones llenas de «apelaciones ideológicas muy genéricas, de exhibicionismo moral, de afirmación del subjetivismo más ramplón y con poco gusto por el detalle y el rigor analítico».11

Y es que, precisamente todo lo que representa socialmente el estilo elevado es necesario para, con base en el respeto y a la educación, hacer ciudadanos dignos y libres, justamente ahora que se mal utiliza y se desnaturaliza todos los días el término «libertad». Porque, esa interacción social elevada, al tener en cuenta la otredad, respeta su individualidad y por tanto su libertad, y, por ende, armoniza el interés general. En definitiva, la aplicación social del estilo elevado armoniza lo individual y lo social, haciendo que la libertad de nuestra sociedad sea orgánica, no ese liberticidio que cierto pensamiento radical está queriendo imponer hoy en día. Y esto es así porque «el interés particular cede ante el prioritario interés general, pero este cede ante la prioridad máxima de los derechos individuales».12

La no existencia del estilo elevado, la dignidad social o el respeto ilustrado hace que la sociabilidad se entienda únicamente a través de los bienes materiales como subterfugio. Por lo que, veremos cómo, para poder interactuar, gran parte de la población lo hace a través de objetos materiales. Las conversaciones sobre un coche caro, un viaje sorprendente (aunque organizado), unas fotos en una red social levantando el pulgar mientras se sonríe, son moneda común en la ausencia de referencias culturales reales y, por ende, de carencia de estilo elevado.

Pero es normal que estos sucedáneos de vida se den porque palian la angustia que se da en ausencia de otros valores más elevados y dignos. Así pues, la angustia ha sido «sustituida por el ansioso consumo de bienes que uno no necesita, por la excitación del show continuo y por los usos y placeres de una vulgaridad sincera y satisfecha».13

Por ello, es preciso defender la ilustración y el arraigo que desembocan socialmente en el estilo elevado. Mientras tanto, una famosa frase puede servirnos de guía: «la gente inteligente habla de ideas, la gente común habla de cosas y la gente mediocre habla de gente».14

Por ello, es preciso defender la existencia de una clase media formada como motor principal de la sociedad. Con esto no quiero decir que no tengamos clase media, sí, por supuesto, somos mayoría, pero se echa en falta que sea un grupo formado y con criterio. Hace años conocí a un profesor universitario que no hacía exámenes afirmando que él no estaba preparado para evaluar los conocimientos de unas personas que no tenían referencias culturales y que, para ser evaluados, primero deberían buscar una cultura a la que asirse.

Esto fue muy evidente en España donde se tardó mucho en tener una clase media burguesa que articulase la sociedad en el paso del Antiguo Régimen a la era liberal, sufriendo «las consecuencias de carecer de una clase media educada, pragmática, pactista, templada en sus juicios y actitudes y promotora de una tupida trama de costumbres cívicas».15

Soy consciente de que en la tarea de defender el estilo elevado para aplicarlo a nuestra sociabilidad he dejado muchos flancos abiertos. Muchos son los asuntos que merecerían reflexiones aparte y de gran profundidad. Por ello, la única ambición de esta exposición se circunscribe a la defensa, con más errores que aciertos, eso seguro, de la necesidad de la buena información, de la pertenencia a una cultura real (y quien no la tenga, que la busque), del respeto al resto de individuos, del ejercicio de la libertad social, es decir, conociendo el límite del otro y dentro del marco normativo existente, de primar los silencios lacónicos a la verborrea protagonista con foco permanente, de la mesura en los juicios, del escepticismo apriorístico, en definitiva, de ser ante todo, personas dignas. Y, quienes así no operen, estarán actuando de una forma mediocre y jibarizada, sin los valores que la Ilustración incorporó hace más de dos siglos.

Notas

1 Javier Gomá Lanzón. 2019. Dignidad. Barcelona. Galaxia Gutenberg. Pág. 11.
2 Ibid. Pág. 80.
3 Ibid. Pág. 81.
4 Ibid. Pág. 82.
5 Ibid. Pág. 145.
6 Ibid. Pág. 142.
7 Javier García Sánchez. 2012. Robespierre. Barcelona. Galaxia Gutenberg.
8 Ibid. Pág. 675.
9 Javier Gomá. Óp. Cit. Págs. 145 y 147.
10 Ignacio Sánchez-Cuenca. 2016.La desfachatez intelectual. Madrid. Los libros de la Catarata. Pág. 14.
11 Ibid. Pág. 24.
12 Javier Gomá. Óp. Cit. Pág. 158.
13 Ibid. Pág. 57.
14 Jules Romains.
15 Javier Gomá. Óp. Cit. Pág. 171.