“¿Debería contar Madrid con un Museo de Memoria Democrática?" Con esta pregunta terminaba el artículo “¿Merecen la pena los museos de memoria democrática?” publicado el 5 de julio pasado1. La respuesta vendrá por sí sola pero antes conviene dejar claros sus propósitos: que no se olvide la tragedia vivida durante la dictadura franquista para que nunca más se repita.
Es el mismo propósito que animó la creación de los museos de memoria existentes en otros países que han padecido dictaduras, como Argentina, que instaló su museo en la ex Escuela Armada de Mecánica (ESMA); Chile, que construyó en Santiago un edificio emblemático para cobijar el suyo; Portugal, donde, después de la “Revolución de los Claveles”, el “Museo del Aljibe” ocupó el lugar en el que la PIDE de Salazar cometía sus tropelías; o Alemania, cuyo Museo de la Stasi se encuentra en las oficinas que ocupaba la policía secreta en Berlín.
Según encuestas recientes, un porcentaje nada desdeñable de jóvenes -sobre todo varones- está dispuesto a votar por la extrema derecha en España. Y no es extraño, entre otras razones, porque la información que poseen sobre ese pasado aún reciente es muy escasa. El poco espacio que se dedica a la II República, la Guerra, la Dictadura y la Transición en escuelas e institutos avala esta afirmación.
Un museo en Madrid facilitaría que la juventud de esta ciudad y de todo el país, y el común de las gentes, conociese la realidad del régimen dictatorial que se adueñó durante 40 años de nuestro territorio, un régimen que se propuso acabar con cualquier forma de oposición a través de una represión brutal y el uso cotidiano de la tortura que ejercía la policía política, la llamada Brigada Político Social (BPS), a la que pertenecieron siniestros personajes como Roberto Conesa, Antonio González Pacheco –“Billy el Niño”- o Melitón Manzanas. La BPS fue dirigida por personas deleznables, como Carlos Arias Navarro, quien sería presidente del Gobierno con Franco. Y el Museo contaría también que la BPS recibió apoyo de la GESTAPO y, más tarde, de la CIA.
La BPS se complementaba en su labor con el “Tribunal de Orden Público” (TOP): mientras este dictaba las sentencias, aquella se ocupaba de las investigaciones, detenciones y torturas. Hubo juicios famosos, como el “Proceso 1.001”, que envió a la cárcel a los dirigentes del entonces ilegal sindicato Comisiones Obreras -entre ellos a su líder, Marcelino Camacho-; o el proceso contra “los 23 de Ferrol”, trabajadores de la Bazán que se habían manifestado reivindicando mejoras en el convenio colectivo. En una de aquellas manifestaciones, en 1972, la policía mató a balazos a los obreros Daniel Niebla y Amador Rey. El TOP condenó a los sindicalistas Rafael Pillado, Manuel Amor y José María Riobóo. No saldrían de prisión hasta 1976, muerto Franco.
La juventud española no puede ignorar esos hechos ni tampoco que innumerables personas de distintos ámbitos lucharon para conquistar las libertades y lograr una mayor justicia social.
El papel de miles de estudiantes que sufrieron detenciones -y algunos la muerte, como Enrique Ruano o Yolanda González-; el de poetas y escritores, como Buero Vallejo, Vicente Aleixandre, Blas de Otero o Gabriel Celaya; el de cineastas y teatreros, como Fernando Fernán Gómez, Juan Antonio Bardem, Tina Sainz, Marisa Paredes, Juan Diego, Lola Gaos, Concha Velasco o Rocío Dúrcal; el de cantautores, como María del Mar Bonet, Luis Pastor, Lluis Llach, Raimon, Serrat…; el de abogados, como Nicolás Sartorius, Peces Barba, Cristina Almeida, Javier Sahuquillo, Paquita Sahuquillo, Manuela Carmena…; o, en fin, el de políticos, sobre todo del Partido Comunista, el cual protagonizaba entonces la lucha por la libertad, como Julián Grimau -ejecutado por la Dictadura-, Simón Sánchez Montero, Jorge Semprún o Pilar Bravo… ese papel, el de todos ellos y el de miles más que sufrieron la represión, fue esencial para que finalizase la Dictadura. Alguna sala del Museo deberá rendirles homenaje, así como a los militares que fundaron la UDM -Unión Militar Democrática- y fueron expulsados del ejército.
La juventud española tampoco puede ignorar que, después de la Guerra Civil, los franquistas ejecutaron a unas 50 mil personas, y decenas de miles más murieron en prisión víctimas del hambre y las enfermedades; ni que medio millón salieron al exilio, o que más de un millón pasaron por las cárceles; ni la gran purga que sufrieron los maestros y maestras de escuela; ni que cada año de los que duró el Régimen se detuvo a cientos de opositores; o que se robaron centenares, tal vez miles de niños a madres presas y de familias pobres. En fin, también se persiguió a homosexuales y a personas de la etnia gitana por el mero hecho de serlo.
El Museo de la Memoria también tendrá que dedicar un espacio a las organizaciones que lucharon por la libertad, comenzando por los “maquis”, las partidas de guerrilleros que se desplegaron por distintos puntos de la geografía después de la guerra -Asturias, León, Galicia, Andalucía, Cataluña…-.
Más de dos mil perecieron en enfrentamientos con el ejército y la Guardia Civil hasta que se desmovilizaron en 1952, ante la evidencia de que las potencias aliadas no pensaban derrocar a Franco. Y también tendrá que recoger las movilizaciones promovidas por el Partido Comunista (PCE); los maoístas, como la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), el Movimiento Comunista (MC) y el Partido del Trabajo (PT)…; o los trotskistas, como la Liga Comunista (LCR), para acabar con la dictadura. Y se referirá a los grupos que optaron por la vía armada, como el FRAP, el GRAPO y la ETA, la cual mató a Carrero Blanco cuando era presidente del Gobierno. ETA cometería buena parte de sus atentados -como el del Hipercor, en Barcelona-, ya en Democracia; entre 1978 y 1980, su época más sangrienta, asesinó a 244 personas. Se convirtió así en una organización terrorista.
El Museo daría cuenta, en fin, del respiro que consiguió Franco en medio de su aislamiento, al vender su anticomunismo a EE. UU. en plena Guerra Fría y conseguir, a cambio de la instalación de bases militares norteamericanas en nuestro suelo -como la de Rota o Torrejón-, créditos, ayuda militar y cierto reconocimiento internacional.
El último estertor de una Dictadura decrépita, acosada por las luchas populares y que había dejado de servir a los intereses de las élites más dinámicas, se manifestó en 1975 en medio de una gran repulsa internacional, con los fusilamientos que segaron la vida a dos miembros de ETA y tres del FRAP. Para acelerar el fin de la Dictadura, la oposición democrática fue capaz de llegar a un acuerdo y juntarse en la “Platajunta”.
La Transición
El Museo tendrá que dar cuenta también de las dificultades que enfrentó la Transición. La resistencia del sector “ultra”, con Arias Navarro a la cabeza, a cualquier cambio de calado en el sistema político español, fue formidable. La Ley de Amnistía de 1977, reivindicada para que los presos políticos del franquismo obtuvieran la libertad, alcanzó también, por su carácter general, a los policías represores, quienes siguieron ocupando puestos y ascendiendo en el escalafón, protegidos, entre otros, por el ministro del Interior Martín Villa. También los jueces del TOP consiguieron reciclarse en otras instancias judiciales de elevada jerarquía.
Después de la muerte de Franco, se produjeron los “Sucesos de Vitoria”, cuando la policía acabó a balazos con la vida de cinco personas; los de Montejurra, en el que dos personas murieron por disparos de ultraderechistas; “la Matanza de Atocha”, donde fueron asesinados, también por la ultraderecha, tres abogados laboralistas y otras dos personas; o el asesinato de Yolanda González, en 1980. Y es que la ultraderecha, con organizaciones como “Fuerza Nueva” y los “Guerrilleros de Cristo Rey”, se sentía muy protegida en su actuación criminal, y lo estaba. El Museo de la Memoria tendrá que contarlo, y reflejará los crímenes de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), organizados desde las “cloacas” del Estado para luchar contra ETA. El terrorismo de los GAL dejó 27 víctimas; y Barrionuevo, ministro del Interior entonces, acabó en la cárcel.
República y Guerra Civil
El Museo de la Memoria Democrática tendrá que incluir también referencias a los años previos a la Dictadura para entender o explicar el golpe de Estado, aunque en ningún caso esos hechos puedan justificarlo, ni tampoco a la Dictadura. Nada hay que pueda justificar el terrorismo de Estado que se instauró en España durante casi 40 años.
Los avances republicanos en la construcción de una nueva sociedad, como en la educación, con 13 mil nuevas escuelas en el primer bienio y enseñanzas laicas, o en el campo, con la proyectada reforma agraria, enfrentaron a la jerarquía eclesiástica y a los latifundistas con la República. Aunque el proyecto republicano era más bien conservador, como lo era su primer presidente, Alcalá Zamora, aprobó leyes similares a las de los países europeos de nuestro entorno, lo que resultó inaceptable para los poderes militar, eclesiástico y semi-feudal que dominaban entonces en la Península.
La revolución de 1934 en Asturias acabó por desatar todos los demonios. El gobierno, entonces en manos de las derechas, envió a Franco al mando de regulares y legionarios a aplastarla. Murieron más de mil personas y sus dirigentes enfrentaron duros juicios. Por ello, entre otras razones, el Frente Popular ganó las elecciones en 1936. Las derechas, a partir de entonces, ignoraron la vía democrática y apostaron por el golpe militar para hacerse con el poder.
Los apoyos que recibieron los franquistas de Hitler y Mussolini y, por otro lado, la política de “no intervención” de las potencias aliadas, explican en buena parte la derrota republicana. Tampoco ayudaron las divisiones en el bando republicano entre quienes propugnaban la revolución y el fin del “gobierno burgués” y quienes defendían que primero había que ganar la guerra y que después vendrían las transformaciones.
Aunque hubo comportamientos crueles por ambos bandos, la crueldad mostrada por individuos y organizaciones de izquierda, como las “sacas”, o la quema de conventos, procedió más de grupos de exaltados que de una política deliberada del gobierno republicano. Por el contrario, la crueldad en el bando franquista obedeció a una voluntad clara de sus jefes: el bombardeo de Guernica, o los cañonazos que los buques de guerra “Canarias”, “Baleares” y “Almirante Cervera” lanzaron contra decenas de miles de personas cuando huían de Málaga a Almería -“la Desbandá”- fueron ordenados por generales rebeldes.
En fin, el Museo tendrá que ilustrar también sobre los campos de internamiento que esperaban a los refugiados españoles en Francia, en una acogida gélida e inhumana.
¿Con qué se cuenta para la creación del Museo?
En España se carece de la labor que han realizado las llamadas “comisiones de la verdad” en el esclarecimiento de las violaciones de Derechos Humanos en otros países, comisiones que elaboraron informes como el “Rettig” en Chile, el “Nunca más” en Argentina, o el que se escribió sobre el “Apartheid” en Sudáfrica, aunque el Gobierno de Pedro Sánchez ha constituido una “Comisión de la Verdad” que analizará las violaciones ocurridas durante la Dictadura y la Transición. El informe que esta comisión publique será un insumo de primer orden para el Museo. No obstante, los materiales de los que ya se dispone son más que suficientes para que comience su andadura.
Para comenzar, están los ensayos de los historiadores. Dos de los últimos libros que han caído en mis manos: La secreta de Franco y La DGS, del doctor en Historia Contemporánea Pablo Alcántara, contienen una bibliografía con más de un centenar de artículos, documentos y libros. Y este año se ha publicado El franquismo: anatomía de una dictadura (1936-1977), con consolidados conocimientos sobre aquel período. También merece la pena recordar, entre otras muchas obras, los coleccionables y libros que publicó El País en su día sobre la Guerra, la Dictadura y la Transición.
El Museo deberá contar con una buena biblioteca, que también acogerá obras de ficción como La Colmena (1955) de Cela, o Tiempo de Silencio (1961), de Luis Martín Santos. No hay tantas, pues tenían que sortear la censura y abrirse camino entre los nada abundantes lectores de aquella etapa sombría. También deberían estar en sus estantes Los santos inocentes de Delibes, o las novelas que Almudena Grandes dedicó a la postguerra, como Corazón helado; o la Memoria del frío, de Miguel Ángel Martínez del Arco, que rememora la historia de su madre, Manolita del Arco, quien sufrió 19 años de prisión. Y podría mostrar una reproducción de El Guernica de Picasso, inspirado en el bombardeo que la Legión Cóndor llevó a cabo sobre la localidad vasca con ese nombre. Murieron más de 1.600 personas, la ciudad quedó devastada y el bando franquista, hasta el fin de la guerra, culpó, sin complejos, a los republicanos.
El Museo podría disponer de una filmoteca con películas inspiradas en hechos reales -o que narran la realidad a través de la ficción-, como La Escopeta Nacional de Berlanga, la Muerte de un ciclista de Bardem, o Surcos, de Nieves Conde. O, Mientras dure la guerra, de Amenábar, más reciente, donde se narra la estrategia de Franco de conquistar sin prisas los territorios dominados por la República para irlos limpiando de “malos españoles”. Y contaría con documentales como La Carretera de la Muerte, sobre la “Desbandá”; o Las armas no borrarán tu sonrisa, de Adolfo Dufour, sobre la muerte de Arturo Ruiz. Y dispondría también de los testimonios fotográficos que dejaron Robert Cappa, Gerda Taro o Norman Bethune.
Existen iniciativas relevantes de Memoria Democrática, públicas y privadas, como la resignificación de la Cárcel Modelo de Barcelona, que cuenta con paneles explicativos sobre la represión franquista; el Museo Memorial del Exilio en la Junquera (Gerona); o el Centro Documental de Memoria Histórica de Salamanca, que contiene una exposición permanente sobre la Guerra Civil. Y las hay, y numerosas, privadas, como la Casa de la Memoria “La Sauceda”, en Jimena de la Frontera, con miles de libros sobre la guerra civil y la represión. Pero un museo estatal ubicado en Madrid haría encajar las numerosas piezas con las que ya se cuenta, fotografías, cartas, mapas, documentos, filmes, videos, objetos, biblioteca, paneles informativos, exposiciones... y proporcionaría una visión de conjunto a la juventud y al común de las gentes.
La Ley de Memoria Democrática
La aprobación de la Ley de Memoria Democrática de 2022 supuso un gran acierto para los propósitos que la guían. Para comenzar, se creó un “Inventario Estatal de Lugares de Memoria Democrática” que relaciona y ofrece información sobre 31 lugares, entre los que se encuentran la sede de la DGS; el monumento y la placa en recuerdo de los abogados de Atocha; el Valle de Cuelgamuros; “La Desbandá”; y la tapia del cementerio de la Almudena, donde se fusiló a las “Trece Rosas”. También entrará en la lista el Pazo de Meirás. Y esta Ley prevé la creación de un “Centro de la Memoria Democrática” que bien pudiera ser el Museo que se propugna para Madrid.
Su lugar idóneo sería el edificio -o una parte del mismo- que ocupa la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, sede de la DGS durante el franquismo. Ahora bien, mientras el Gobierno autónomo no se convenza de que difundir la verdad de lo ocurrido es un acto de justicia y de honestidad, o mientras no se produzca un cambio en sus regidores, convendría buscar un lugar para cobijarlo que guardase relación con la lucha por las libertades y la Democracia. La Ley de 2022 creó una Secretaría de Estado de Memoria Democrática y sería excelente que incluyese entre sus objetivos la creación de un Museo en la capital. La opción de crearlo en el Valle de Cuelgamuros podría ser adecuada sólo si se mantuviese la idea de trasladarlo a la capital en cuanto se dispusiera de un lugar más propicio.
No ha sido fácil llegar hasta aquí. La Memoria Democrática no interesó ni a los gobiernos del PP -Calvo Sotelo, Aznar y Rajoy-, ni tampoco al de Felipe González. Habría que esperar a la legislatura de Zapatero para que se aprobase una “Ley de Memoria Histórica” precursora de la actual. Por eso no se debe perder este momento.
La Memoria Democrática tiene que ver con desvelar la verdad de los hechos que no queremos que se repitan, sean quienes fueren los responsables; y tiene que ver con la justicia y con la reparación. Pero hace falta algo más para que una tragedia semejante no se repita: ahondar en los valores éticos de la humanidad, dejar atrás el odio y las ansias de venganza, y sustituirlos por el respeto y el perdón. Un perdón sanador y liberador, que siempre ha de ir con la verdad por delante.