La elección presidencial, ad portas en Chile, no presenta mayor disyuntiva en cuanto al rumbo de la política socio-económica y su inevitable sustrato neoliberal. La macroestructura planetaria no permite variaciones ni propuestas alternativas. Todo parece previsto, como si viviéramos en plena Edad Media, con el mercado como deidad suprema y los consumidores como fieles sumisos. Así, ninguno(a) de los candidatos(as) con posibilidad de triunfo en las urnas podrá, por mucho empeño que ostente, cambiar una letra en el mandamiento a seguir: la ley de la oferta y la demanda, desde el bautismo hasta la extremaunción.
Los candidatos de la extrema derecha, una mujer y dos varones, vienen anunciando –sobre todo ellos– la disminución presupuestaria –ya magra– del presupuesto de Cultura que en Chile es del 0,58% del presupuesto nacional y afecta sobre todo, a los fondos concursables en las diferentes artes y a los subsidios para diferentes instituciones culturales (como la SECH). Y no sólo eso, sino la supresión del Ministerio de las Culturas y las Artes, aduciendo el "despilfarro de recursos públicos" y la "ideologización" de la enseñanza. Como feroz conclusión semántica, dejan de hablar de "cultura" y la reemplazan por "esparcimiento", es decir, entretención inocua y elusiva; la verba "literatura" deviene en "autoayuda"; el concepto "educación" pasa a ser "instrucción pragmática"; la poesía, "lírica sentimental"... Lenguaje equívoco y castrador.
Entre cultores de las artes y sus organismos gremiales, la respuesta y movilización ante la virtual amenaza de nuestras escasas prerrogativas, ha sido lenta y tibia, carente del coraje requerido para enfrentar la consigna fascista, históricamente conocida a través de dos de sus emblemáticos personeros: Goebbels: –"Cada vez que escucho la palabra cultura (Kultur) saco la pistola"; Millán Astray, mientras ponía su revólver sobre el escritorio de Unamuno: –"Muera la inteligencia, viva la muerte".
Tantos esfuerzos y luchas y proyectos a punto de ser barridos...
Sería el caso de la Academia Libre, Léucade, Alerce y otras innumerables iniciativas culturales lideradas por David Hevia, ex presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, a quien cito como como ejemplo proverbial, aunque hay otros, que, con humildad y pertinacia, trabajan desde sus espacios sociales por rescatar del olvido a tantos compañeros y compañeras creadores, incentivando a los jóvenes a expresar sus voces e inquietudes creativas. Nombro a Eledin Parraguez, a Salvador Pastore, a Isabel Gómez y a Gabriela Paz Morales (entre tantas y tantos). ¿Qué buscan, cuál es su norte y cuál su beneficio? Rescatar del silencio y la penuria esas producciones creativas que laten en la marginalidad de las grandes ciudades, cuya voz es acallada por los estamentos de una burocracia al servicio de los poderes fácticos, declarándolas nocivas o al margen de la ley.
¿Qué persigue el poeta, ensayista, editor y académico, David Hevia?
En una sociedad de tenderos y especuladores, esta interrogante, nacida del "malestar de la cultura" (Freud dixit), propio de una comunidad individualista –valga el oxímoron– que se fagocita a sí misma en pos del rédito pecuniario permanente y su expectativa multitudinaria de entretenimiento y farándula, no suena a impertinencia, sino a dilema cognitivo.
Sí, se me ocurre que Hevia y los(as) mencionados, buscan el "bienestar de la cultura", es decir, su crecimiento y extensión desde la semilla, allí donde dijo un poeta que "habitan todos los tiempos".
Quizá por ello, David Hevia incursiona en las raíces griegas, no para exhibir erudiciones librescas, sino para recrear el sustrato de los mitos y leyendas, del pensamiento y la acción que son la base de nuestra herencia, y hacerlas vibrar en el quehacer filosófico y cultural contemporáneo, reformulando las preguntas, tras nuevas posibilidades de responderlas, opción liberadora que toda época plantea y propone al ser humano.
Una sucesión de abanicos susceptibles de ser desplegados a partir de lo que Sócrates llamó "el júbilo de comprender", estableciendo nuevas relaciones y posibilidades de interpretación y hallazgo (eso es la cultura y su hija hablada, la literatura). Por supuesto, las artes todas.
Mediante un análisis a menudo dialogado, peripatético en su modo expositivo, simbólico a veces y desenvuelto en nuevas metáforas, en permanente dialéctica de significados, David desarrolla un discurso nuevo y gratificatorio para quienes no hemos perdido el prurito reconfortante del asombro. Esto, bajo el alero de la Casa del Escritor, nuestra sede gremial de Simpson 7, cuando nuestra institución cumple 94 años de existencia.
Estas voluntades debieran actuar integradas a una política cultural de Estado, de la que hoy carecemos, provista de una continuidad en el tiempo que afiance sus logros y supere la estrecha inmediatez de los gobiernos de turno.
El fenómeno de este declive es planetario, obedece, no a simples desajustes generacionales, sino a un profundo cambio de era.
Por ahora, seguiremos luchando desde la perspectiva de un auditorio que quisiéramos más acorde –si no recíproco– respecto a la generosa oferta del maestro Hevia y otros animadores culturales unidos a su loable empeño, pese a que en nuestro ámbito de escribas y diletantes parece primar una constante apatía, especie de renuncia ante el conocimiento y la propia superación, caminos que no tienen meta ni islas de reposo, sino el delta definitivo del agua que tocaremos por última vez, según Heráclito.
¿Bienestar factible en la cultura?
Sí, lo será, mientras haya voces como la de David Hevia y escuchas con el libro de la memoria abierto a las buenas palabras.















