Actualmente, no solo nuestro ambiente está gravemente contaminado: también lo está nuestro entorno social y tecnológico. La contaminación de la información, también conocida como contaminación digital, es la contaminación del suministro de información con información irrelevante, redundante, no solicitada, obstaculizadora y de bajo valor. Es, en otras palabras, desinformación: información falsa o engañosa que contiene juicios de valor, verdades, mentiras, verdades a medias, exageraciones y descontextualizaciones.
La desinformación es usada como instrumento de comunicación social para manipular a la población, crear controversia con fines políticos, militares o comerciales, y manipular las creencias, emociones y opiniones de las personas con fines de interés propio.
Es importante diferenciarla de la información errónea (información falsa, inexacta o engañosa que se difunde sin intención deliberada de causar daño), precisamente por su intención maliciosa y deliberada de causar daño, haciendo creer a quien la recibe que lo falso es verdadero, provocándolo para compartir esa falsedad con otros y que estos la difundan a terceros, principalmente a través de redes sociales.
La Unión Europea (UE) define la desinformación como “la información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para inducir a error deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público”.
La desinformación puede causar en los individuos un tipo muy particular de intoxicación: la “infoxicación”, o sobrecarga informativa, que recibimos diariamente, principalmente a través de internet y las redes sociales.
Estudios clínicos señalan que el exceso de información causa varios fenómenos cognitivos en el individuo, como la sobrecarga cognitiva, un estado cognitivo en el que el cerebro intenta procesar demasiada información o realizar demasiadas tareas a la vez, excediendo su capacidad de memoria y procesamiento, provocando falta de concentración, ansiedad y estrés (o lo que en inglés se conoce como FOMO —Fear of Missing Out—, que significa “miedo a perderse algo”).
Psicológica y socialmente hablando, el FOMO es la ansiedad que siente una persona por “no participar en experiencias gratificantes que otros están teniendo”. Esa sensación puede conducir al individuo (de hecho, conduce a muchos) a tener baja autoestima, sentimientos de envidia y odio hacia otras personas o una persona en particular, y a la dependencia obsesiva de las redes sociales con efectos muy dañinos, como la falta de concentración, la disminución de la productividad y la incapacidad para tomar decisiones claras. En otras palabras: deterioro cognitivo, deterioro productivo psicológico, deterioro social y deterioro psicológico.
Pero también conduce a otros fenómenos cognitivos, como dificultad en la toma de decisiones, disminución de la capacidad de análisis, parálisis por análisis, fatiga mental y agotamiento, confusión e ignorancia, incertidumbre, paranoia y otros. Esto puede derivar en trastornos psicológicos como la rumiación mental (un patrón de pensamiento recurrente en el que una persona se enfoca repetidamente en pensamientos negativos, lo que le causa problemas y malestar emocional sin llegar a ninguna solución) y la "podredumbre cerebral" (o brain rot), un término coloquial que utilizan los psicólogos para describir el deterioro mental causado por el consumo excesivo de contenido digital trivial y superficial.
Hay dos tipos de infoxicación que son particularmente dañinos para el individuo y para la sociedad en general. La infoxicación por noticias falsas, que impacta directamente en la salud mental causando, en primera instancia, confusión y fatiga informativa al tratar de contrastar la información falsa con la real. Esto se debe a que quienes consumen masivamente noticias e información falsa en las diferentes redes sociales sufren el sesgo de confirmación al asumir que lo que lee o ve es cierto porque coincide con sus creencias y sus contactos en redes sociales así lo confirman. Eso les lleva a sufrir un segundo sesgo cognitivo, el efecto de verdad ilusoria, que consiste en convencerse a sí mismos de que “lo que se lee o ve es real cuando no lo es”.
A corto y mediano plazo, estos sesgos generan miedo y angustia. A largo plazo, crean un sentimiento de impotencia y rabia, lo que puede llevar a tomar una decisión equivocada, como tratar de solucionar una situación que nunca ha existido por medio de la violencia.
La segunda es todavía más dañina, porque no solo afecta al individuo: puede afectar a otras personas y a la sociedad en general. Se trata de la infoxicación por fanatismo, que puede ser fanatismo político, fanatismo religioso o fanatismo ideológico.
Las personas fanáticas no toleran la disonancia cognitiva, esa incomodidad mental que se produce cuando alguien tiene creencias, ideas o actitudes contrarias a las suyas, o cuando su comportamiento entra en conflicto con sus valores. Creen ser los dueños de la “verdad absoluta” y son particularmente susceptibles a la infoxicación que confirma sus dogmas políticos y religiosos, lo que los envuelve en una burbuja informativa que anula el pensamiento crítico, los lleva al aislamiento y la polarización social y profundiza sus propias convicciones, así como su resistencia al cambio. Esto lo convierte fácilmente en una herramienta de instrumentalización del pensamiento por parte de sectas religiosas, grupos extremistas y grupos radicales, con posibles y lamentables desenlaces como muertes sectarias y atentados terroristas.
Siendo así las cosas, ¿no creen que valdría la pena cuestionarse, o al menos considerar, si lo que se ve y lee en redes sociales es cierto? O si nuestra dependencia de estas podría estar entrando en el rango de adicción.
Recuerden que, en este contexto, el ignorante no es el que desconoce algo: es el que no investiga si lo que desconoce es cierto o no. El bruto no es el que carece de cultura o conocimientos, es el que no procura obtenerlos y aumentarlos. El inteligente no es el experto, sabio, instruido: es el que, aun no siéndolo, busca cómo abordar un problema y solucionarlo. El estúpido es quien, a sabiendas de que no es ignorante o bruto, demuestra todo lo contrario por fanatismo.















