Los años ochenta del siglo pasado tal vez fueron el mejor momento de las publicaciones de cercanía. Una persona individual o un grupo de creativos proactivos se proponían informar sobre música, literatura, actualidad, humor, cómics o cualquier otro tema que los unía a su barrio y a su zona, creando un fanzine, una revista o un grupo de páginas.

Con mayor o menor acierto, estos valientes se lanzaban a por publicidad que soportara sus publicaciones en el tiempo y, la mayoría de ellos, —los valientes siempre han escaseado— logró su objetivo y perduró en el tiempo, por lo menos una década o más.

En los noventa, nuevos valientes salieron o los mismos estaban triunfando, compartían lo que sus vecinos querían leer. Llenaban el hueco en nuestro anodino mundo de los noventa, donde o éramos unos tristes o éramos unos flipados.

Con los dos mil y la invasión de internet, los fanzines pasaron de moda, pero el comercio local siempre necesitó ese soporte de lo local, del papel, de las portadas atrevidas, de las viñetas hablando en el lenguaje que entendían los parroquianos, sin tener que ir a un teclado y a una pantalla. Los tiempos cambiaban, pero las personas seguían siendo las mismas y los nuevos vecinos, los nuevos consumidores de los bares y las tiendas de ropa del casco antiguo de las ciudades europeas, de los pueblos de tamaño medio y de los pueblos orgullosos de llamarse ciudad, aunque no llegaran a ese estatus oficial, todos tenían su loco editor con una revista que hacía entrevistas a sus bandas, que hacía bromas que solo entendían en su entorno y que además podían compartir cada mes, porque esas revistas no tenían capacidad para una frecuencia mayor.

La mensualidad siempre fue un punto fuerte

Porque para la actualidad ya tenían los periódicos locales, porque para lo instantáneo ya tenían internet. Las revistas y fanzines mensuales daban tiempo a disfrutar los artículos publicados, a saborearlos. A leer mil veces las viñetas de las páginas finales. A reírse una y otra vez con la portada o con el horóscopo, a compartir con los amigos y llevarlas al trabajo, al bar, a la sala de ensayo con la banda.

Los disparates escritos por el editor y cuatro colaboradores —sabe Dios cómo se llamarían en realidad y, si eran todos la misma persona o cada uno era una combinación loca de dos o tres personas o animales o ambas cosas a la vez— se sucedían con frecuencia mensual y nunca defraudaban, porque estaban hechos con lo mejor que tiene el ser humano en la mollera (y más abajo): creatividad y humor.

Después de los dos mil: las redes sociales

Y parecía que todo iba a ir a peor cuando llegaron las redes sociales. Ese generador y acumulador de dopamina humana que no deja insensibles ni a los monos tenía que afectar de algún modo a estos creadores de material en papel y tan discreto como una edición al mes. Todo hacía prever que los fanzines y las revistas de andar por casa, revistas culturales de toda la vida, iban a desaparecer por culpa de los influencers y los youtubers.

Pero no. Todavía quedaba mucha guerra que dar, porque por más local que sea el youtuber o influencer, su objetivo nunca es ser local, ellos quieren trascender fronteras y hacerse ricos hablando de generalidades o localidades, pero nunca centrándose en el mismo público que tienen estas revistas de ciudad.

La inmediatez no pudo con ellos

Ayer festejamos el trece aniversario de una revista local de Pamplona, “El Mono revista cultural”. En el Salón del Cómic de Navarra hubo una exposición de todas sus portadas y el editor y varios colaboradores comentaron sus experiencias desde los inicios. La revista ha sobrevivido a todas estas hecatombes que he comentado antes, con el esfuerzo de su editor y propietario y el de muchos colaboradores que, desinteresadamente, aportan su granito de arena para que la inmediatez de internet, la idiotez de las noticias políticas y las dificultades económicas del entorno no empañen la agenda cultural de Iruña, las entrevistas a bandas locales, a escritores, científicos, artistas gráficos, poetas, deportistas y gente que hace cosas muy locas por esta ciudad en la que vivo.

Y como esta revista, por lo menos una en cada ciudad mediana o pequeña y varias en las grandes urbes. Los fanzines y las revistas culturales no sucumben ante la inmediatez porque no es su objetivo, los lectores necesitamos desconectar de ese arbitrio de la inmediatez y lo efímero para quedarnos con esas revistas de papel que nos hacen reír con un horóscopo que nos dice lo tontos que somos si creemos en lo que nos puede dictar la diosa fortuna, porque solo el humor existe en esas secciones. Con unas viñetas super sencillas en las que encontramos lo sencillos que somos y lo fácil que es reírse de lo cotidiano.

En los artículos de ficción que son tan reales como las zapatillas que nos ponemos cada mañana y tan falsos como queramos creer, porque son la vida misma. Los colaboradores de la revista dan sus impresiones de la realidad quitándoles inmediatez y seriedad, camufladas de humor y escondidos en pseudónimos con el objetivo de soltar todo lo que tienen adentro y olvidarse de los miedos del qué dirán o de cómo se lo tomarán. La inmediatez de un periódico no siempre permite eso. No por nada, la gente lee estas revistas sentados en el wáter… Es el lugar ideal para relajarse y soltar todo, porque los que escriben y dibujan en estas revistas hacen lo mismo y eso es lo que las hace tan valiosas.

Especie en extinción: el comercio local sufre

Pero no han salvado todos los escollos. El mundo cambia muy rápido y aunque revistas como El Mono hayan sobrevivido a internet, cambios políticos, las redes sociales, cambios en las costumbres de la gente y cierre de muchos bares, ahora hay un cambio progresivo que está sucediendo en muchas ciudades europeas: el cierre sostenido de los pequeños negocios de cercanía.

Aquellas tiendas del casco antiguo que soportaron los noventa, los dos mil y las primeras décadas de este nuevo milenio, están empezando a caer ante las grandes cadenas. Los inversores compran o alquilan locales en lugares emblemáticos de las ciudades con el primer objetivo de tener visibilidad. Las grandes cadenas quieren mantenerse a la vista en un mundo globalizado y cuando son las fiestas de tu ciudad y la gente saca fotos y las publica, quieren estar en todas esas fotos.

En Pamplona quieren estar en el recorrido del encierro de sanfermines, en Vigo con el alumbrado de Navidad y en Madrid en toda la Gran Vía. Es una tendencia que no para y, es muy complicado para el comercio tradicional soportar la presión de estas grandes empresas.

Estas empresas que compran publicidad en las revistas pequeñas de la ciudad, porque siempre la han tenido en las barras de sus bares, en los mostradores de sus tiendas de sombreros o camisetas interiores. Esos comercios de cercanía que compartían el interés con las revistas locales porque compartían ecosistema y clientes.

Los gigantes que vienen detrás no quieren anunciarse en un fanzine o en una revista local, no entienden ese ecosistema y les da igual si ese reducto de información informal desaparece.

¿Y ahora qué?

Resistir. No queda otra. Una vez más toca defender los orígenes, de dónde venimos nos dirá qué queremos ser. No vamos a aflojar. Me encanta la revista de mi ciudad, me encantan los chistes, las viñetas, las entrevistas, el lenguaje que usan y me encantan los anuncios de los comercios locales que quedan, voy a comprar ahí, voy a grabar los discos de mi banda en los estudios de la ciudad, voy a comprar calcetines en las tiendas de calcetines que quedan y voy a seguir escribiendo artículos acá y en la revista de mi ciudad porque esa es la forma de vida que quiero, para mí y para mis hijos. ¡Viva lo global, pero que viva también lo local, lo que nos diferencia y nos hace ser lo que somos!