Así como el episodio de los chetos tirando un chancho de un helicóptero o las personas levantando un delfín en la playa argentina, abrió un portal de cosas espantosas, la pandemia fue el evento concreto que dio comienzo a la peli de ciencia ficción que estamos viviendo.
Jamás voy a olvidar cuando volviendo de la playa a la capital federal, antes del aislamiento obligatorio, la mano de enfrente era una fila de autos cual Guerra de los mundos. Tampoco cuando asumió Milei: ver la pantalla de color azul con la Casa Rosada como si fuera la casa blanca, fue uno de los peores momentos de mi vida. Me sentía en un capítulo de Black Mirror. En ambos casos, el silencio del día después: el primer día de cuarentena y el primer día libertario, la ciudad estaba irreconocible.
Y todos los días el escenario es un poco más desolador. Será porque la imaginación está completamente trunca y la que existe, está cortada con pasta base. Abrís Twitter y Katy Perry voló al espacio con cinco mujeres más en un gesto super emponderante que le permitió escribir una canción. Las lluvias volvieron a caer sobre las zonas que todavía no se recuperan de la inundación de la última semana. Caputo habla y pide sacar los dólares del colchón (no importa cuando leas esto).
Me tocan la puerta, es sábado de desinfección. Matias viene como todos los últimos sábados de cada mes a tirar un veneno que hace poco tuvieron que modificar porque las cucarachas se volvieron más resistentes. Como el dengue, viste, igualito, mientras el olor invade mi cocina y baño. Parece que la vecina de arriba está teniendo unos problemas bárbaros con las cucarachas, al igual que otros vecinos. Le pregunto qué tan grave, le salen de las paredes.
Su respuesta derivó en todo tipo de historias. Le pregunto por su peor experiencia: lo contratan para desinfectar una casa que estuvo ocupada por años en el bajo Flores de la capital de Buenos Aires. Le dejaban las llaves en el kiosco de al lado, cuando terminara, las tenía que devolver en el mismo lugar.
Apenas divisó la casa cuando atravesó el paredón del frente. Era una selva de plantas, pasto y mugre. Una rueda de auto, un container chiquito con cosas quemadas dentro, una heladera rota sin puerta. Un árbol frutal bastante seco y otro muy grande y viejo que sobrevivía. Pensó que el interior de la casa no podía ser muy distinto y que toda fumigación iba a ser al divino botón en medio del basural. Abrió la puerta y se llevó la sorpresa de que estaba bastante acomodado. Sucio, pero despejado. El piso parecía tener aceite y las paredes tenían lamparones de humedad. Se colocó su armadura de traje nuclear y empezó rápido, no quería estar ahí. Empezó por la última habitación al final de un pasillo con otra puerta que daba a un patio: mucho peor que el delantero porque se le sumaba una pileta completamente podrida y un quincho por la mitad que ni siquiera visitó por miedo a encontrar uno o varios muertos. Pasó una pieza, la otra, el baño.
Cuando llegó a la cocina pensó que lo iban a volver a llamar, que no le habían dicho nada, pero que claramente era la primera fumigada de varias. Siguió regando veneno por todas las esquinas y recovecos, pero también tiraba a las paredes completas porque el problema era mucho más grande. Pero de golpe notó algo, un movimiento casi imperceptible: sí, parecía que el lamparón cambiaba de forma. Con la máscara no podía ver bien así que se acercó y achinó los ojos: eran un millón de cucarachitas formando un gran ejército que, a su vez, formaba la gran sombra en la pared. Todas las manchas de humedad de todas las paredes no eran hongos ni moho. Le mandó veneno sin mezquinar, cerró la puerta y dejó la llave al lado. Lo primero que hizo cuando llegó a la casa fue bañarse. No lo volvieron a llamar. Hace un tiempo pasó por la puerta, habían tirado abajo la casa.
-Seguramente van a construir un edificio.
-Pero eso es peor que construir sobre un cementerio indio.
Claramente somos de la misma generación y las creepypastas nos han criado. Me encuentro con gente que no conoce el término, pero sí saben lo que son: historias de terror de rápida difusión. Todos escuchamos al menos una vez en nuestra vida. El acceso a internet fue fundamental porque los nacidos en los noventa las leímos en foros o vimos los cortos que pasaban en Cartoon Network llamados Le pasó a un amigo de un amigo. Y así también se transmitían, de boca en boca.
Una de las más conocidas es la del pibe que sale una noche y conoce a una chica hermosa y bailan, se besan, se enamoran, la acompaña a su casa, se queda con su saco por un olvido de ella. Al día siguiente pasa por su casa para dejárselo y verla un ratito, pero lo atiende la madre quien se larga a llorar cuando él le dice que conoció a su hija la noche anterior. La madre le dice que imposible porque murió hace diez años.
En un capítulo de Cartoon Network, la chica en cuestión también se había muerto hacía diez años, pero todos los aniversarios de su muerte, salía a ayudar a alguien porque es lo que le gustaba hacer (a nuestro protagonista lo ayudó con otra piba).
Había otro de citas en donde una chica salía a un boliche con las amigas, pero no volvía con ellas si no que se iba con un chico. A los días sentía una incomodidad en la entrepierna, le salían unas manchas en la piel e iba al médico que, de manera muy seria, le preguntaba con quien había estado. Que debía hacer una denuncia urgente en la comisaría porque la persona con la que había intimado, intimaba a su vez con muertos.
Este era bastante aleccionador. Pero también había de animales: un chico se compraba una boa que fue creciendo y se llevaban bien y se manejaba sola, salía y entraba de su pecera cuando quería. Es por eso que, a la noche, el chico empezó a notar que dormía en el piso al lado de su cama. La sorpresa que se llevó cuando le advirtieron que lo estaba midiendo para comérselo.
Pero mi preferida es la de la doña que se compra un caniche, cachorrito todo desplumado. Al no tener hijos, el perro estaba siendo muy malcriado por la señora que lo llevaba a la peluquería, a la casa de sus amigas, al almacén, al bingo. Y por supuesto que era rey de su casa y hacía lo que quería. Una noche, la señora (me gusta imaginármela en bata, pantuflas y ruleros) se levanta para servirse un vaso de agua y cuando prende la luz de la cocina, ve al perro arriba de la heladera. Otro día, arriba de la alacena. Así los días, siempre en lugares imposibles para un perro. Preocupada, lo lleva al veterinario: le dicen que no tiene un perro, que en realidad tiene una rata de la selva brasilera (escuché versiones en las que la rata era africana).
Y hablando de prejuicios y discriminaciones, muchas nos las contaron nuestros padres. En una época de mi niñez o adolescencia, ese espacio en la que uno se vuelve bien feo, era costumbre meter la mano en un teléfono público para sacar alguna moneda. Todavía eran valiosas en la economía argentina: $0.50 centavos el tren, $0.75 el bondi a lo de mi abuela, $1 el pebete de jamón y queso.
Mi vieja furiosa: ¡no metas la mano ahí que la gente con SIDA deja agujas para contagiar a otros! Había gente que decía que los dejaban en los toboganes de las plazas. El padre de un amigo lo llevaba al cine y antes de sentarse, revisaba los asientos por el mismo motivo.
De la misma época también eran las historias sobre el capítulo perdido del Chavo en donde la Chilindrina estaba embarazada de Don Ramón o la historia detrás de los Rugrats: todo era invención de Angélica que estaba internada en un hospital psiquiátrico y Susie, su mejor amiga en la serie, pero también en la vida real, había recopilado la historia y la había vendido a Nickelodeon.
Eran épocas de aski-moko y Teletubbies que siempre fueron bastante perturbadores (y obviamente tienen su propia creepy pasta). Porque hasta Xuxa también fue víctima de agravios: si pasabas el disco al revés, llamabas al diablo. Creo que a Piñón Fijo también lo acusaron de satánico.
Y en medio de esta realidad bizarra, llena de terraplanismo y gente anti vacunas, un amigo me recomienda “La frecuencia Kirlian”, serie animada argentina sobre un lugar que no se encuentra en los mapas, pero que existe y donde pasan cosas extrañísimas. Nosotros llegamos a estas historias por una radio (toda la noche, todas las noches) con un conductor bastante particular.
Espero que la disfruten. Mención especial para la música.