En la ciudad en que vivo, Módena, cada año, en el tercer fin de semana de septiembre, partiendo del viernes, se lleva a cabo el festival de la filosofía. La ciudad cambia radicalmente, las calles del centro se llenan de visitantes, se venden tantos libros, se charla y discute y acuden a ella una serie de personalidades conocidas, que uno puede cruzar por las viejas y estrechas callejuelas del centro.
Para el festival se elige un tema como la libertad, la felicidad y todas las participaciones y disertaciones, giran alrededor del argumento elegido. Este año se hablará de educación, usando la palabra griega: “paideia” y, como punto de partida, la idea misma de educación que heredamos de los viejos griegos: la formación completa, incluyendo la preparación física, espiritual, ética y estética, como también la personalidad. Es decir, un modelo de educación o un objetivo de formación y persona, que además es un proyecto de vida.
Una materia que, en cierta medida, ha perdido actualidad, pero no urgencia, porque este modelo de educación y de formación de personas, en una sociedad compleja como la nuestra, es siempre más y más necesario.
En nuestras escuelas, institutos, academias y universidades se prepara “profesionalmente” y casi exclusivamente para el trabajo, sin considerar todas las dimensiones que concurren a formar una persona, como la vida social, su relación con el mundo, la naturaleza y las cosas, la calidad de la vida, el conocimiento para participar activamente en la vida democrática, el bienestar físico, psíquico y moral entre tantas otras. También tenemos que evidenciar otro hecho, el trabajo cambia constantemente por varios factores y entre ellos porque la tecnología y nosotros cambiamos de trabajo cada vez más asiduamente.
Es verdad que un cierto nivel de especialización es necesario, pero este tiene que ser complementado con la capacidad de seguir aprendiendo y adaptarse a nuevas situaciones y exigencias. En pocas palabras, junto a estudiar algo en concreto, hay que saber aprender y pensar y hacerlo con método.
Jamás en la historia de la humanidad esta habilidad ha sido tan imprescindible como ahora. En el tema de la educación tenemos una dimensión vertical que tiende a una especialización y una horizontal y “generalista” que se abre al mundo y no podemos favorecer una y olvidar la otra, porque el riesgo sería habitar un espacio demasiado estrecho y propenso a cambios o tener una visión tan amplia que no es posible concretizarla y hacerla válida en un contexto práctico.
A todo esto, tenemos que agregar la educación cívica que comprende nuestra historia, como individuo, comunidad, nuestra organización social y vida política que en griego, nuevamente, significa saber cívico para moverse en la ciudad, la Polis y convivir con los otros, participando constructivamente em el dialogo e intercambio social.
Estas observaciones nos llevan a la necesidad de poseer “juicio” o saber pensar socialmente, orientándonos en un bosque de problemas, misterios y conflictos. Las preguntas son: ¿cómo informarse, investigar y descubrir qué hay detrás de los fenómenos que nos afectan cotidianamente?
Hay que conocer la heurística para afrontar y resolver los problemas, hay que tener método de análisis y evaluación de los resultados, discernir entre varias alternativas y anticipar, en la medida del posible, las implicaciones y consecuencias de nuestras acciones.
Cómo decidir es importante, porque cada persona es un agente activo en el espacio social y esto, es decir, el currículo, todo lo que hay que conocer y aprender, requiere un proyecto personal. Un aspecto fundamental, que es parte integral de los objetivos de una educación moderna, es tener, a nivel personal, un plan de preparación continua y metódica, que permita realizarnos y este proyecto de vida y formación comprende también la vejez o. “Otium” (tiempo libre) como lo llamaban los romanos. Una parte de la vida que se extiende en el tiempo y donde el bienestar depende, en parte, de como hemos vivido y de cómo seguimos viviendo interesados en el mundo, la familia, participando activamente y afinando siempre nuestros conocimientos.
En estos años de cabellos canos, la relación estética se hace cada vez más importante. Buscar, reconocer, gozar y cultivar la belleza, en todo el sentido de la palabra, es un objetivo de toda la vida, cuya relevancia se ha hecho más perentoria y vigente en los últimos años, donde dominan los hobbies, los intereses personales, las relaciones estrechas y el poder ofrecer y dar una poco de la experiencia acumulada con años de trabajo y esfuerzos.
En este terreno encontramos la espiritualidad que se refleja en cada cosa, su esencia y disposición al bien entendido como un aspecto común y colectivo. La “paideia” en los antiguos griegos incluida siempre la contemplación, una forma activa de estar en el mundo sin intervenir directamente en las cosas y abriéndonos a ellas.
El arte y la naturaleza, pero también la vida social, son las vías que nos llevan a esta forma de ser y estar entre las cosas, que desgraciadamente hemos olvidado y al desconocerla, perdemos una parte vital de nuestra potencialidad y es así que podemos concluir que el objetivo por excelencia de la “paideia” es el ser o intentar alcanzar el máximo nuestra potencialidad en armonía con nosotros mismos, los demás y la naturaleza. Pensar en un ideal de formación nos sirve para evidenciar lo que nos falta y esto es un progreso.