La llegada de fin de año siempre trae euforia y alegría, porque la Navidad está cada vez más cerca. También, viene con un poco de caos: agendas llenas de planes, compromisos personales y laborales que nos hacen correr de un lado a otro. Aun así, estamos ansiosos por reunirnos con quienes más añoramos y que quizás no vimos en todo el año.

Cada país celebra la Navidad de una manera distinta, de acuerdo a su cultura, su clima y, por supuesto, su religión.

Yo tuve la oportunidad de vivir estas fechas especiales de una forma diferente a la de mi país, Argentina. Y descubrí algo muy bonito en todas ellas: no importa el lugar, el idioma, el clima, ni siquiera la religión. En esta celebración, el propósito siempre es el mismo: agradecer, compartir y disfrutar de un buen momento.

Navidad en Canadá

Mi primera Navidad fuera de Argentina y de mi familia fue en Vancouver, Canadá. Allí la celebración fue con amigos latinos y también canadienses: esa familia que uno va eligiendo cuando vive en otro país, lejos de los suyos.

Los canadienses suelen celebrar la Navidad en familia, en reuniones muy íntimas que suceden puertas adentro. Es distinto a lo que vivimos en Latinoamérica, donde muchas veces la fiesta se comparte también con amigos, vecinos y familiares, y hay una integración más abierta y ruidosa.

La primera gran diferencia que noté fue el clima. Al ser invierno, los planes y actividades se disfrutan siempre en espacios cerrados.

En Vancouver casi no nieva, pero sí hace frío y llueve mucho. Lo que más me sorprendió fue encontrarme con una ciudad completamente iluminada: luces de colores en cada esquina, árboles de Navidad por todas partes, edificios decorados con todo tipo de detalle y tiendas que transmitían ese espíritu festivo que contagia alegría y emoción. Para quienes venimos del hemisferio sur, todo esto siempre lo vimos en las películas. Y de pronto, estar ahí, viviendo esa previa, siendo parte de la ciudad, que se viste en Navidad, fue un sueño.

En algunos barrios, las casas están completamente decoradas con ornamentación navideña, y hasta hay competencias para elegir cuál es la más linda y mejor adornada. Sin dudas, para mí esto fue toda una experiencia: pude vivir por primera vez en persona aquello que de niña veía en las películas navideñas…aunque sin la nieve.

En Canadá, la gran comida navideña suele ser el 25 al mediodía. Sin embargo, esto varía según cada familia, especialmente en aquellas con tradiciones europeas o latinoamericanas. La noche del 24, durante la Nochebuena, se acostumbra a compartir una cena familiar, en familias católicas, europeas o latinas.

Por lo general, las familias se reúnen en sus hogares y preparan la comida. Ésta suele ser bien sustanciosa para contrarrestar el frío: el plato principal es pavo relleno acompañado de puré de papas y verduras asadas. De postre, no falta el famoso budín inglés, las galletas de jengibre, la tarta de manzana y calabaza, y las clásicas barras Nanaimo, un dulce canadiense de chocolate sin cocción que lleva el nombre de la ciudad de Nanaimo, en la costa oeste de Columbia Británica.

La bebida típica es el eggnog o ponche de huevo, que por cierto es delicioso. Es una bebida dulce elaborada con crema, leche, azúcar, claras de huevo batidas y yema de huevo, y en algunos casos se le agrega un toque de licor como brandy, whisky, ron o bourbon. Lo bonito es que también pueden disfrutarse sin alcohol, lo que permite que los niños participen de la tradición.

El 25 por la mañana se abren los regalos y siempre es un día para compartir con los más cercanos. En muchas familias, ese es el momento de la gran celebración, alrededor de la mesa y con la preparación de la comida. Y al día siguiente, el 26 de diciembre, llega el famoso Boxing Day, que también es feriado y se vive como una verdadera fiesta de compras: la gente aprovecha los precios reducidos o, en algunos casos, sale a cambiar sus regalos de Navidad.

Navidad alemana en Australia

Cuando viví en Australia, allá por el 2020, celebré la Navidad con mi familia adoptiva alemana. En ese momento estaba viviendo y trabajando en un pueblo de unos 3.000 habitantes. La vida era bien de campo: tranquila, sin apuros y sin estrés. Era época de pandemia, el primer año en el que para muchos iba a ser una Navidad distinta.

La familia con la cual vivía era alemana, y yo trabajaba para ellos en su restaurante. De hecho, era la única no alemana del equipo.

Alemania es un país cristiano, por lo que la gran comida se celebra el 24 a la noche. Eso era muy diferente a lo que después viviría con los australianos, los “aussies”, de quienes contaré mi experiencia más adelante.

Si bien aquí estábamos en Australia, la tradición alemana seguía intacta en la forma de celebrar, en la comida y en las costumbres. Lo único que cambiaba era el calor…y el idioma, por supuesto.

Recuerdo que ese 24 fue un día de puro relax y de preparativos para la gran cena navideña. Los regalos estaban ya listos debajo del arbolito, que no era cualquier árbol: estaba hecho con troncos superpuestos uno sobre otro y un central como soporte. Tenía todo tipo de adornos y, aunque sencillo, resultaba muy bonito y acorde al lugar.

Fue un día muy especial. Nos reunimos todos los del equipo; el staff antiguo, el actual, y, por supuesto, nuestros jefes. El ambiente era cálido y acogedor. A pesar de estar viviendo una pandemia, el sitio donde me encontraba transmitía seguridad y familiaridad.

Para no perder la costumbre alemana, la fiesta comenzó temprano. Hicimos el intercambio de regalos, leímos las cartas y dimos inicio a la celebración.

La cena fue raclette, un queso semicurado de origen suizo, proveniente del cantón de Valais y elaborado con leche cruda de vaca.

La forma de disfrutarlo consiste en acercarlo a una fuente de calor, en este caso, una racletera, que es una parrilla especialmente diseñada para fundir el queso y luego servirlo.

Pero no es solo queso: se acompaña con una gran variedad de ingredientes, según el gusto de cada uno. Lo más típico son los embutidos, pepinillos, papa, tomates, pan tostado y verduras salteadas, aunque incluso puede combinarse con frutas.

Mi navidad australiana

Cuando me mudé a Sydney, viví la mayor parte del tiempo en una casa que terminó siendo mi familia adoptiva australiana. Cómo llegué hasta allí es un poco largo de contar, pero por ahora quiero compartir una de las mejores Navidades que he pasado estando lejos de casa y de mi familia.

En Australia, la Navidad tiene ciertas similitudes con Argentina. Primero, es verano, por lo que la ciudad se “viste” de manera muy distinta a los países del hemisferio norte, donde es invierno. Aquí, diciembre es un mes lleno de fiestas, conocidas como christmas parties. Estas celebraciones suelen estar vinculadas a las reuniones de fin de año de las empresas y, al realizarse muchas veces al aire libre, la ciudad se llena de música, baile y gente festejando por todos lados. El ambiente es distinto, y a mí particularmente me encanta. Celebrar con calor transmite buena energía, y además coincide con las vacaciones de verano, lo que le da un aire aún más festivo y relajado.

La gran comida navideña en Australia se celebra el 25, generalmente a partir del mediodía. Es algo así como un almuerzo tardío que puede prolongarse hasta la hora de la cena o continuar hasta que uno decide ir a dormir.

En Australia, gran parte de la población no practica una religión: es un país multicultural y libre en ese sentido, sin una religión oficial. Por eso, cada hogar celebra la Navidad de manera diferente, ya sea el 24 o el 25.

Lo que sí se mantiene constante es que, tanto el 24 como el 25, mucha gente va a la playa. Esto casi se podría considerar como una “religión” local, y es realmente hermoso poder disfrutarlo: la playa se llena de gente celebrando, dándole un toque único a las fiestas.

En mi caso, el día 24 comenzó con un desayuno estilo buffet hotel 5 estrellas. Había salmón ahumado, huevos revueltos y huevo poché, ensaladas tan coloridas que su sabor entraba por la vista, tablas de quesos y fiambres, y, por supuesto, frutas. La frutilla del postre era el champagne: sí, a las 10 de la mañana empezábamos con un cafecito y luego brindábamos con vino espumante, marcando así el inicio de la pre-Navidad.

Esta tradición es especial y tiene su razón de ser. En época de fiestas, en esta casa todo es “a todo o nada”. Aunque el ambiente es muy familiar, cualquier persona que ese día se sienta sola es bienvenida, porque se trata de compartir, agradecer y pasarla bien, aunque sea un rato.

Éramos alrededor de 15 a 20 personas, aunque el número variaba cada año; en general, un grupo familiar grande. Durante un par de días, la casa se volvía caótica, pero eso le daba su encanto y su magia. Aunque había mucho espacio para todos, los chicos dormían en colchones en el piso o en bolsas de dormir, y se armaba una especie de pijamada con fuertes hechos con sábanas.

Las tareas se dividían entre todos; cada uno estaba encargado de algo: el postre, el plato principal, las ensaladas, bebidas, e incluso la decoración de la mesa y adornos para la casa.

El 25 por la mañana era el momento más esperado, especialmente para los chicos, porque era la hora de abrir los regalos navideños. Nunca había visto tantos regalos junto a un arbolito de Navidad; la mayoría eran para los niños, pero entre adultos también había intercambio de regalos. Es un momento muy lindo, porque, aunque para los mayores los regalos pueden ser algo simbólico, sigue siendo un momento especial: recibir algo de la otra persona y revivir la ilusión y la alegría de la Navidad.

Una vez abiertos los regalos, llegaba el momento de esparcimiento. Algunos se quedaban cocinando y haciendo los últimos preparativos en la casa, otros se iban a la playa, y los que se quedaban en casa disfrutaban de películas navideñas.

image host
Noche de Navidad en la Catedral Santa María. Sidney, Australia.

El almuerzo comenzó alrededor de las 3 de la tarde. La comida incluyó pollo a la parrilla, tartas de verduras y, como familia de origen inglés, no podía faltar el Yorkshire pudding. Se trata de una masa de oblea hecha con harina, huevo y leche, que luego se vierte en moldes con aceite y se hornea a alta temperatura. Este plato, una especialidad de Inglaterra, se acompaña tradicionalmente con salsa gravy.

Había comida para todos los gustos: mucho sabor, color y variedad, que invitaba a disfrutar y saborear cada plato con calma.

La celebración del 25 se extiende casi toda la tarde y llega hasta la noche. En el centro de la mesa se colocan pequeños dulces en canastas para los chicos.

Como tradición, antes de arrancar a comer, cada comensal encuentra frente a su lugar los Christmas Crackers. Son estructuras de cartón con forma de caramelo gigante que se jalan de las extremidades junto a la persona sentada al lado. Al hacerlo, producen una pequeña explosión, y quien se queda con la parte central se queda también con el regalo que contiene. En su interior suelen traer una frase, adivinanza o juguete y una corona de papel que hay que colocarse en la cabeza para dar inicio a la celebración.

La tarde del 25 es larga y está llena de sorpresas. Cualquiera es bienvenido a quedarse hasta el final, o no, ya que no existen reglas estrictas. Se arma una sobremesa donde no solo se come y se bebe, sino que se comparten historias, anécdotas e incluso se recibe la visita de Papá Noel, que en esta ocasión entregó regalitos tanto a niños como a adultos.

A medida que anochece y los tragos hacen su efecto, llega la hora de la música, las baladas y las guitarreadas. Pero aún queda lo mejor: es cuando la dueña de casa trae las campanillas navideñas para hacer música. Aquí se arma la fiesta y la competencia.

Existe un repertorio con las letras de las canciones, y cada campanilla tiene su número y un color que indica cuándo debe sonar. Son ocho en total, y cada persona debe tocar la campanilla en el momento indicado para crear los famosos villancicos navideños. No faltan risas ni pequeñas peleas entre los chicos cuando alguien se equivoca en su turno, pero eso solo suma diversión y hace que la experiencia sea aún más memorable.

Es verdad que la Navidad cambia según el país y la cultura. Cuando estamos lejos, extrañamos nuestras tradiciones, rutinas, amigos, familia e incluso nuestros platos típicos navideños que esperamos casi un año para preparar. Todas estas Navidades han sido maravillosas, dejándome recuerdos y nuevas costumbres para llevar a casa.

En cada celebración descubrí que lo esencial siempre estaba presente, y que, sin darme cuenta, yo también formaba parte de este encuentro tan íntimo y familiar: el deseo de estar con otros, de compartir, de abrir las puertas de la casa, de agradecer y de probar nuevos platos que parecían tener un sabor único, quizá porque sólo allí podían ser preparados, en ese lugar y en ese momento.

Más allá del idioma, de las costumbres o de la religión, la Navidad tiene una magia especial en cada rincón del mundo. Quizá lo más valioso es aprender a apreciarla, no importa dóndequiera que estemos: cada celebración nos regala algo que permanecerá con nosotros para siempre.