Bar “Amigo” es un sitio de encuentros vespertinos. De lunes a viernes, la parroquia abre sus puertas, metafóricamente hablando, desde las 18.00 horas, al húmedo ritual de asiduos feligreses que se congregan, concertados por el vicio de la conversación e impelidos por el prurito insaciable y necesario de la dipsomanía.
Individuos de diversos oficios y profesiones, atraídos por esa curiosa estética que reúne especímenes de la derrota vital y de la inevitable decadencia del devenir humano, acotado entre la esperanza y la decrepitud, con el triste agravante, quizá, de un sistema socioeconómico que exacerba el triunfalismo fácil y el éxito económico, otorgándoles categoría de meta feliz para unos cuantos audaces o afortunados… Quienes quedan al margen constituirán, históricamente, una suerte de “generación perdida”.
No pretendo hacer aquí un estudio psicológico a la manera de analistas o de confesores espirituales a la violeta, sino ofrecer unas instantáneas extraídas del diálogo cotidiano, cuando nos sentamos a la mesa de este templo báquico para aliviar la carga de los días y soltar un poco el angustioso nudo de los afanes… Hablo de los amigos quizá parodiando a Camilo José Cela (con perdón por el atrevimiento) inspirado por cordial amistad…
Robert es un jubilado de la gran minería del cobre. Gusta de la poesía inglesa, fiel a su origen paterno. Nos habla a menudo de Yeats, de Elliot, de Poe; es admirador de Saint John Perse (Alexis Léger), también de Teresa de Ávila y Juan de la Cruz (no pongo el prefijo de santos para no ofender su laicismo). Es un hombre capaz de dar la vida por sus pares. Nada hay que le exalte e indigne más que la desfachatada tontería humana, tan a flor de labios en estos recintos de confusas expansiones…
Sergio es abogado, profesor de derecho en una prestigiosa universidad católica. Presume de ser hombre de derechas, aunque su diálogo resulta ecuménico y ponderado. Le digo que su especie está en vías de extinción. —¿Cuál? —me pregunta—. —La del derechista civilizado—, le respondo… Sergio es fino y atildado, pero capaz de “pegarse una tranca” de setenta y dos horas seguidas bebiendo sin desplomarse, a la manera del gran poeta Pablo de Rokha… Amigo de sus amigos, suele convidar cuando las monedas han agotado su alegre tintineo.
Ricardo, con su breve medio siglo a cuestas, es el Ulises del grupo, aunque hace unos cuantos años no se le ve salir de Ítaca… Ha recorrido los siete mares y los cinco continentes. Su anecdotario de viajes resulta interminable y entretenido. A ratos parece un náufrago aferrado a la mesa sólida de la amistad. Gusta de la Historia y admira a los grandes guerreros: Alejandro, Aníbal, Gengis Khan, Napoleón… Cuando incluye a Adolf Hitler en la lista, se enciende la polémica y yo termino mentando a Trotsky, a Lenin y al Che Guevara… El vino aquieta los ánimos y la conversa vuelve a fluir por cauces apacibles.
José Luis es un ex oficial de ejército, que vive a pasos del “templo”, en compañía de su madre nonagenaria… Buen lector, prefiere los temas históricos, Me ha regalado la notable novela “Aníbal” de David Durham, libro que espera turno sobre mi mesa de velador… José Luis es más bien parco y acostumbra a enamorar a las vecinas. Algunas le acosan y le buscan, con arrestos de madonas ofendidas, por lo que, habitualmente, nuestro amigo atisba de reojo los cristales de entrada en Bar Amigo, para anticipar sorpresas o lances intempestivos… José Luis escribe poemas que guarda con celo en un cuaderno escolar. Puede que un día se publiquen.
Rodolfo es un activo vendedor de plásticos al por mayor. Es vecino de barrio y recala en Bar Amigo antes de anclar en su casa… Cuando la recalada se prolonga demasiado, recibe llamados apremiantes por el teléfono móvil, las que responde asomándose discretamente a la vereda. Participa con gusto en la tertulia y sabe escuchar, aunque a veces sostiene con exagerada porfía la dialéctica de sus argumentos… Habla de los suyos con elocuente cariño y entonces se humedecen sus pequeños ojos, otorgándole un aire infantil y azorado.
Benito es el poeta del grupo. No puedo agregar mucho más porque ya le han sido dedicadas un par de textos exclusivos… Es el que escucha a todos y espera la pausa adecuada para hablar. Su estampa –ya lo dije- me recuerda admirablemente a Fernando Pessoa… Quién sabe si Benito es una virtual reencarnación suya, o de Álvaro Campos, o de Alberto Caeiro o de Ricardo Reis.
Patricio escribe cuentos “negros” con notable propiedad. Habla de su oficio con llamativa modestia y su ego parece pequeño para un escriba… Ríe de buena gana cuando le digo: “La modestia sólo nos honra a los grandes creadores”. Patricio no pierde la serenidad, ni siquiera cuando las discusiones hacen volcar los vasos… Y es que pensamos distinto –¡en buena hora!– y las polémicas surgen de la contingencia, o de la Historia remota, o de la II Guerra Mundial o de la Guerra Civil Española… Patricio calma los ánimos con acertada muletilla: “Bueno, yo creo que…”.
Tchi es china, oriunda de Shangai, dueña del establecimiento… Menuda y ágil como una ardilla, trabaja infatigablemente, dieciocho horas al día. Vigila los movimientos del bar, el ir y venir de las garzonas, el ajetreo de la cocina… Tiene en la memoria las cuentas y los consumos de cada una de las mesas y de los parroquianos de la barra, y es capaz de rectificar al vuelo guarismos equívocos, sin que se pierda un centavo en la recaudación. La Tchi –como le decimos– es buena amiga nuestra. Cuida a los bebedores desaforados ante los inminentes riesgos del accidente o el desvarío. Nos fía cuando se agotan los recursos para reponer bebestibles (cosa que ocurre –¡ay!– con lamentable frecuencia). Más de alguno de los feligreses se ha enamorado de ella, de su misterioso aire oriental.
Tomás es el decano del grupo, una especie de consejero áulico y colaborador en la Caja del Bar, con un celo que le viene –creo yo– de su estirpe escocesa. Gran conversador, es también asiduo a los temas históricos y suele trabarse con Ricardo en duras discusiones, donde no faltan puñetazos sobre la mesa y amenazas francas de irse a las manos. Y es aquí donde surge el humor británico y bastarán una palabra o un giro agudo del lenguaje para que vuelva la calma entre los exaltados turiferarios de Baco… Para escuchar cuitas y apoyar a los fieles, no hay como la mano amiga de Tomás.
Adriana. He dejado para los postres, como corresponde, a nuestra amiga Adriana, la dama permanente y oficial del grupo, aunque hay otras que suelen llegar de vez en cuando para traer el necesario hálito femenino a las viriles mesas… Adriana es una mujer fina, de buena cepa y de mejor cuna, asidua a la poesía clásica, que suele declamar con gracia y delicadeza… También pinta, al óleo y al pastel, aunque en los últimos tiempos no hayan estado muy activos sus pinceles… Observa y conversa. Posee un humor de aguda ironía y en ocasiones llega a causar alguna que otra reacción airada. Sin ella, Bar Amigo parece una isla de penosos náufragos.
–Tchi, ¿puedes anotarme a la cuenta otra ronda de cerveza?