En agosto, cuando el calor extremo convierte la vida de Barcelona en tórrida, me desplazo en coche hasta las playas de la Costa Brava: son mis vacaciones de verano. Por las tardes, cuando los rayos del sol caen oblicuos, camino por el acantilado hacia la espesa pineda. En lo alto, por encima del vuelo de las gaviotas, tumbado a la sombra de los pinos, observo las olas que van, vienen y se estrellan en el fondo, muy abajo, lanzando espuma blanca y humedad en el aire. Aquí arriba disfruto de la brisa fresca. Mientras pierdo la mirada en el horizonte libero mis pensamientos y me invaden dudas existenciales: mis calcetines perdidos, ¿a dónde va mi sombra?, la Puerta de Magritte, el vuelo de las gaviotas, mi cita con el de más allá...
¿A dónde van los calcetines perdidos?
En invierno emparejo calcetines (después de lavados y secados). ¿A dónde van los calcetines perdidos?, me pregunto en invierno. Unos son blancos, otros son negros; unos más cortos, otros más largos: salen desparejados. Andan desperdigados. ¿Elige cada uno su camino?
¿A dónde van mis calcetines perdidos?, me pregunto en verano. Unos blancos, otros negros; unos lisos, otros a cuadros. Blancos y negros ¿se juntan? Rayados y a cuadros, ¿se mezclan? ¿Qué hacen blancos con rayados mientras están juntos?
¿A dónde van los calcetines perdidos? ¿Seguirán solos? ¿Encontrarán pareja? ¿Se juntarán con los otros? ¿Se mezclarán?
¿A dónde van los calcetines perdidos?, me pregunto.
Mi sombra
Este verano ando por la playa de un lado a otro buscando una sombra donde cobijarme, solo encuentro mi propia sombra que me persigue.
Caminamos juntos de día, por calles iluminadas de noche: es mi sombra. Cuando me pongo gafas negras de sol, ella también. Caminamos largo por el bosque, sin hablarnos. Corro y me sigue. Si estoy agotado, ella se para. Cuando yo me siento, ella se sienta. Me tumbo bajo un árbol frondoso y ambos descansamos. Mientras me duermo, ella me espera.
Durante el verano mediterráneo, me sumerjo en el mar, me refresco, nado.
Desde el fondo marino la busco, no la veo. Ella quiso seguirme. ¿Se escondió tras una ola o se quedó en la orilla, acechando?
¿Dónde está mi sombra?, me pegunto.
Crucigrama
Horizontales:
Nombre del cuarto amante de la reina Cleopatra.
Parte baja de un barco, hundido.
Las dos velas traseras de un portaviones en Gaza.
Eclipse en verano.
Jefe de Gobierno español, corrupto.
Jefe de Gobierno español, incorrupto.
El cielo enladrillado.
Un tigre, o ¿tres tigres?
Verticales:
Tercer grano de sal, de mi salero.
Insecto de cinco patas, artrópodo.
Líquido elemento, turbio e inodoro.
Segunda rueda de mi bicicleta.
Zapato azul turquesa, de mujer.
Zapato azul turquesa, de hombre.
Curva a la derecha o a la izquierda o al frente.
Una sombra, un túnel, una reja.
La reja de van Gogh.
La puerta de Magritte
Amanecía en verano. Sobre la playa de arena blanca y fina encontré una puerta verde cerrada. Acerqué el ojo por la mirilla: algunas parejas escasas de ropa aún dormían, abrazadas.
Giré la maneta, algo dura, y abrí la puerta: descubrí el mar. Más que una puerta parecía una ventana orientada al mar. La crucé. Caminé hasta la orilla, estaba desierta. Las parejas habían desaparecido. Batían olas muy altas, el mar estaba revuelto, bravo, rugía.
Un golpe de viento sopló, empujó la puerta para cerrarla, corrí; conseguí cruzarla antes de quedarme fuera atrapado en la intemperie.
Escapando del fuerte oleaje y del vendaval, troté sobre la arena húmeda. Lejos, una vieja barca de pescadores, blanca y azul, se mecía varada en la orilla mientras dos gaviotas picoteaban los restos del naufragio. Amanecía.
Tuve una cita en la Fuente de Canaletas
En Barcelona hay una calle abarrotada de paseantes: Las Ramblas. En las Ramblas hay una fuente: la Fuente de Canaletas. De la fuente mana agua. El agua de la Fuente de Canaletas tiene propiedades mágicas, dicen: quien bebe de ella retorna, aparecen espíritus, secuestran doncellas al anocher...
Una tarde calurosa bebí de esa agua, luego me senté junto a la fuente esperando a Dios. Antiguamente Dios se aparecía ¿porqué no ahora? Mucha gente paseaba, casi todos eran turistas en pantalón corto y con la piel sonrojada por el exceso de sol: ninguno me miró.
Un mendigo se me acercó y me pidió "un euro para un bocadillo", hablaba español con acento extranjero.
¡Apártate de aquí! —le dije— estoy esperando a Dios y si te pones delante no le veré llegar.
—¿Quién eres tú? —me preguntó.
—Yo soy el Espíritu Santo y tengo aquí una cita.
—Yo también estoy citado aquí con un espíritu celestial —dijo el mendigo¬—. ¿Puedo sentarme contigo?
—Alucinas tííooo, estás loco. ¡Vete lejos!
El mendigo se enfadó, se marchó. Me quedé esperando, dormido, hasta que un policía me despertó.