Yo ya me escudriñé a mí mismo1.
(Heráclito)
Heráclito fue famoso en Éfeso a fines del siglo VI a. C. e inicios del siglo V, por su carácter aristocrático, enigmático y solitario. Heredó el cargo de basileus2 de su padre y lo cedió a su hermano. Su fisonomía lo muestra melancólico, oracular, fustigador de la democracia, misántropo y desvinculado socialmente. Despreciaba al vulgo por su ignorancia y a sus coetáneos, criticándoles porque condenaron a Hermodoro3 al ostracismo, puesto que causaba malestar descollando. También fustigó a prominentes personajes de la cultura griega arcaica como Homero y Hesíodo, y a escritores como Pitágoras4, su contemporáneo.
La obra de Heráclito titula Περὶ φύσεως (Sobre la naturaleza). Expone la verdad de lo Uno, asequible a quienes dispongan de la inteligencia para iluminarse por los más brillantes rayos de su sabiduría, comprendiendo y solazándose con las palabras hermosas que expresa el más excelso de los hombres. Sin embargo, los fragmentos que se recuperaron de su obra violentada por el fuego, rebosan de un estilo críptico y ambiguo, motivo que generó nombrarlo ό σϰοτεινός (el oscuro). Su carácter no fue casual; la idea de lo Uno, influida por el mazdeísmo, probablemente, fluyó por un grueso barniz filosófico que enlaza el monismo con lo múltiple, siguiendo la noción del cambio infinito y universal.
En su obra magna, Heráclito corrobora el incomparable esplendor de su pensamiento comparado con la pequeñez moral y espiritual de la muchedumbre. Pero, su sabiduría no se difundía, encaracolándose en los intersticios de la vida enigmática. Como sacerdote legítimo, aceptó ofrendar su conocimiento a Artemisa; dejó su obra en depósito, custodiada por la diosa, en el templo más sagrado y magnífico de Éfeso.
Su sabiduría rumiada en soledad, despreciando la insensatez vulgar, le motivó a afirmar el fragmento 113°: “El pensar es común a todos”5. Es decir, debe entenderse la posición que él afirmó: cualquier ser humano es capaz de captar la verdad del cambio; sin embargo, lamentablemente, la mayoría de los mortales se rehúsa a aceptar tal flujo del ser.
Heráclito vivió entre poetas y filósofos rebosantes de estulticia y entre la morralla atenida a oráculos y suplicante a imágenes antropomórficas. Habitó entre políticos empeñados en borrar sus crímenes con sacrificios de sangre y al lado de quienes desconocían in toto, la naturaleza de los dioses, de los héroes y de las cosas. Morando con semejantes actores, cualquier persona de sentido común sería sabia, por lo que él, cultivado en la reflexión del ser, era para sí mismo, el más eminente de los mortales, pletórico de sabiduría egregia.
Pese a los reparos de especialistas sobre su fidelidad, el fragmento 121° dice: “Todos los efesios adultos harían muy bien en colgarse, y dejar la ciudad a los muchachos imberbes, porque expulsaron a Hermodoro, el mejor de sus hombres diciendo: No habrá nadie que sea el mejor entre nosotros; si el tal existe, que esté en cualquier otra parte y entre otras personas”6. Que Éfeso se tensione por los enfrentamientos entre los jóvenes con aspiraciones de poder y la aristocracia tradicional, dio lugar a que se produzcan la inestabilidad y la decadencia política, con ímpetu irreflexivo que arrojó la crisis social, manifiesta en la expulsión de ciudadanos notables. El filósofo de Éfeso repudiaba la cultura política, mentada por Aristóteles después como propia de la tiranía, y que consistía en expatriar la excelencia y nivelar a los ciudadanos al rasero del vulgo: lo misérrimo, lo ínfimo y lo craso. Pero, que un sabio vea a los hombres como deplorables, no obstaría para que ellos reconozcan su talento y le den los honores que merezca.
El fragmento 40° alecciona taxativamente: “El aprendizaje de muchas cosas no enseña a comprender, de lo contrario hubiera adoctrinado a Hesíodo y Pitágoras, y luego también a Jenófanes y Hecateo”7. Aunque no hay otras referencias explícitas, Heráclito pensaba que los poetas arcaicos apenas se detenían en observaciones externas, sin que sean capaces de entender racionalmente el mundo. A Homero, Heráclito pensaba que debían azotarlo por su imbecilidad poética que imploraba a los dioses que destruyan el mundo. Tal sería el efecto de los ruegos porque termine la oposición y la discordia de las cosas. Para el filósofo, la confrontación es el orden universal y sería absurdo rogar porque se la elimine.
En contraposición, valoró el carácter cínico, polémico y beligerante del poeta Arquíloco de Paros8. Pese a que merecía ser azotado por su desenfreno, debía ser celebrado por afirmar el enfrentamiento de los opuestos y por lo que puso en evidencia: mordacidad, hombría y valía al cantar a la victoria, siendo un mercenario refocilado en el poder.
Heráclito abominaba la falsa sabiduría expresada por peregrinos a través de sus discursos pegajosos, rogando a los dioses por la armonía, la paz, la concordia y la estabilidad en el mundo. Rechazaba la incomprensión y el temor a la volátil sucesión de los hechos en cada resquicio de la existencia humana. Le molestaba la ausencia de inteligencia y la ignorancia de que el azar siempre prevalezca. Le asfixiaba el moralismo sustentado en el prestigio de alguna autoridad con narraciones míticas vinculantes evocando preceptos imperecederos. Molestaba también al filósofo, el desenfreno dionisiaco que ocasionaba la incomprensión sin poder posicionarse racionalmente ante la realidad.
Hay observaciones especializadas respecto de la fidelidad del fragmento 129° que señala: “Pitágoras hijo de Mnesarco, que se ha dedicado al estudio más que ningún otro, escogió estos escritos e hizo de ellos su propia sabiduría: vasta erudición, pensamiento malo”9. El filósofo criticaba el conocimiento superficial, extendido en varios pensadores de su época, que no entendían el sentido profundo de las cosas o buscaban engañar a su auditorio. Repelía el aparecimiento de círculos ocultos de poder basados en el secretismo de verdades supuestamente importantes, que debían salvaguardarse aún a costa de la vida. Rechazaba el esoterismo cuasi religioso, el plagio místico, el engaño a incautos, la perversión de ideas con fines prosaicos, el prestigio y la fama logrados sin escrúpulos ni nobleza, la ligereza en la composición de ideas falsamente propias y el ejercicio inicuo de la autoridad intelectual.
Heráclito no era amigo de la democracia, despreciaba a los hombres y se rehusó a brindar normas de vida política y ética a los efesios. No se manifestó contra la invasión ni contra la colonización persa de Jonia iniciada por Ciro II, el Grande, un lustro antes de que nazca, quizá, porque creía que la guerra es padre de todas las cosas. A inicios del siglo V a. C. mostró beneplácito por la invasión persa, considerándola merecida por la estulticia de sus conciudadanos. No tuvo interés político o económico alguno, sin que sea zalamero con Darío I, el Grande, que gobernaba el imperio persa e instruyó sofocar la rebelión jónica, infligiendo una fuerte derrota en las cercanías de Éfeso a los ejércitos de varias ciudades resistentes. Aunque sin fuentes, se presume que Heráclito declinó la invitación de Darío I a que se instale en su corte como maestro del rey.
El orgullo y la sobre autoestima de Heráclito le motivaron, aparentemente, a responder al emperador breve y contundentemente. Señaló que, pese a la majadería, los insultos, la envidia, la desmesura, la vanidad y la injusticia de sus conciudadanos; él, impasible, no dejaría Éfeso, cayendo en la indignidad si a su edad, cercana a las cinco décadas, buscara ostentación y grandeza.
El oscuro de Éfeso prefería jugar con los niños, sin fatuidad ante la vida, a instruir a personas sordas ante cualesquiera mensajes que el filósofo les regalase. Según él, el vulgo no escucha, tampoco habla con propiedad y expone opiniones banales; la muchedumbre deambula embriagada, entonando canciones populares, sosteniendo puntos de vista que son antojadizos sin fundamento y soñando estupideces; finalmente, la masa se excita con palabras de moda siendo anuente con las peores calumnias de cualquiera y con su narrativa que la lleve astutamente a alguna finalidad previa.
Hay diferentes interpretaciones respecto del aforismo délfico: Conócete a ti mismo; y ante el que Heráclito dijo que se escudriñó a sí mismo. Se puede entender que su introspección se motivó por el apotegma del templo de Apolo en Delfos o, de modo contrario, que él no requería tal saber porque ya lo habría consumado, alcanzando el conocimiento profundo de sí mismo y del mundo. Tal habría sido su carácter.
El fragmento 119° afirma: “Su carácter es demonio para el hombre”10. Es decir, la fatalidad impuesta por los demonios (δαιμόνιον) no procede de fuera del hombre, sino de sí mismo. Escudriñarse a uno no implica que la persona conozca lo que estaría escrito en el libro del Destino; sino, es comprender el propio carácter y el modo de ser individual que forjarán lo que cada ser humano sea y haga libremente en el río de su existencia.
Notas
1 El fragmento 101° de la sistematización canónica literalmente señala: ἑαυτὸν ἐθεώρησα. El primer término (heauton) significa a mí mismo o a uno mismo y; el segundo (etheorēsa) es un verbo de θεωρέω, que significa mirar, observar, examinar con la inteligencia y escudriñar. También: observación profunda, contemplación y examen cuidadoso. En Grecia, θεωρία (teoría) mentaba: meditar, realizar un estudio, ver una fiesta solemne y enviar a alguien a que la vea. Cfr. Diccionario griego-español ilustrado, Rufo Mendizábal et alii, Razón y fe, Madrid: 1963, pp. 247-8. En español, es común la traducción del fragmento: Me he buscado a mí mismo, de Emilio Lledó (Lenguaje e Historia, Dykinson, Madrid: 2011, p. 44). Emplear escudriñado es la traducción de Luis Farré (Heráclito: Fragmentos, Aguilar, Iniciación filosófica, Buenos Aires: 1977, p. 146).
2 El cargo de basileus (βασιλεύς) en la antigua Grecia refería el poder en la ciudad-Estado, de un rey, monarca, soberano, jefe local, príncipe o funcionario religioso y judicial. En la época arcaica y clásica, el título designaba funcionarios públicos que supervisaban los sacrificios, los ritos y los juicios de homicidio. En Éfeso, ejercían el cargo los aristócratas de alto estatus, con funciones económicas, sociales y religiosas: organizaban banquetes y regulaban el comercio, influían en la política y presidían los cultos y ceremonias a Artemisa en su templo. Su poder no era absoluto, pero, mantenían el orden social y podían establecer reformas jurídicas.
3 Fue un filósofo efesio del que no se conoce las fechas de su nacimiento ni de su muerte. Tampoco hay certidumbre de cuándo fue deportado de Éfeso, presumiéndose el año 450 a. C. Sin embargo, tal fecha es incongruente con la biografía de Heráclito que murió un cuarto de siglo antes.
4 Considerando que Heráclito vivió, presumiblemente 60 años, del 535 al 475 a. C., habría las siguientes diferencias. Pitágoras nació 35 años antes que el filósofo efesio y murió 20 años antes, vivió 75 años y fue contemporáneo de Heráclito durante 40 años. Homero y Hesíodo, en cambio, vivieron más de doscientos años antes que el filósofo. Posiblemente, Homero, que murió a los 70 años, vivió dos siglos y siete décadas antes y Hesíodo, que superó los 60 años de edad, vivió dos siglos y tres lustros antes.
5 Heráclito: Fragmentos. Op. Cit., p. 151.
6 Ídem, p. 154. Se presume que el fragmento no fue redactado por Heráclito, aunque criticó a los efesios (de donde proviene la palabra adefesios, entendida como hablar sin utilidad) y admiró a Hermodoro porque criticaba la riqueza de los políticos.
7 Ídem, p. 119. Jenófanes de Colofón murió, posiblemente, el mismo año que Heráclito, habiendo sido un poeta elegíaco errante y un filósofo influido por el zoroastrismo. Criticó a Homero y Hesíodo por su antropomorfismo, atribuyendo a los dioses pasiones y comportamientos humanos como el adulterio. Con un dejo escéptico, abogó por una concepción monoteísta, influyendo a los eleatas. Hecateo de Mileto fue historiador y geógrafo de importante influencia posterior que intentó explicar el mundo con una base descriptiva y racional.
8 Poeta lírico griego, fundador de la poesía yámbica de tono crítico, directo, realista, mordaz y satírico. Expresó su individualismo mediante experiencias y sentimientos de su vida llena de adversidades económicas y enemistades. Fue mercenario que combatió y cantó a los conflictos bélicos y al amor, mediante un estilo dionisiaco.
9 Véase de Jean Brun, Heráclito: O el filósofo del eterno retorno. Trad. Ana María Aznar Menéndez. Filósofos de todos los tiempos. Madrid: 1976, p. 224.
10 Heráclito: Fragmentos. Op. Cit., p. 153.















