En el pueblo pesquero de San Benito, la mañana le había ganado a la noche. Un cantante, que no se había dado cuenta de que ya era de día, entonaba canciones con su guitarra trasnochada. En el malecón, trabajadores hacían esfuerzos para librarse de la modorra con incipientes labores de limpieza. Interrumpían el paso de las gaviotas que no quisieron volar.
Una calle angosta apartaba el mar de una fila de comercios donde se encontraba el café frecuentado por Maximiliano y su inseparable computadora. Le gustaba escribir cuentos de todo lo que observaba. Algunas veces el cursor de la página en blanco permanecía parpadeando en espera de alguna letra, de una primera frase que detonara el curso de la nueva historia. Contemplaba e imaginaba la vida de cada persona que pasaba frente a él.
Max, como le llamaban sus amigos, además de escribir historias, había decidido crear un nuevo diccionario con sus propias definiciones. Era un trabajo en progreso. Pensó que no lo terminaría nunca.
Llevaba una libreta pequeña de pasta negra que con un elástico detenía un lápiz rojo. Por las mañanas, le sacaba punta y dejaba la libreta cerca de su computadora.
Antes de desayunar, abrió la libreta y escribió:
Junio 17 (es jueves)
Todo, da. Del latín totus.
Adjetivo indefinido. Indica la suma de los anhelos cumplidos que después de usarse, uno decide si los conserva. Si se desechan, no se pierden y si se mantienen, no pesan ni estorban.
Un café lechero y unos huevos motuleños lo alejaron de sus definiciones. Se los comió con tanto gusto que se sintió feliz. Su vida era muy distinta a la de los personajes que describía. Era verdad que se trataba de un hombre feliz. Sabía que lo tenía “todo”, claro está, según su propia definición de la palabra. Al terminar su desayuno, decidió que la libreta debía incluir frases e impresiones.
Junio 17(sigue siendo jueves)
Café lechero. Del francés café au lait
Dícese del recuerdo de la mañana en Aix-en-Provence antes de ir al Valle de Luberon para tomar fotografías de los campos de lavanda. Otras acepciones válidas son: del vaso que se llena de gloria con el golpe de una cucharita en el Café de la Parroquia, en los portales de Veracruz.
Cerró la libreta de definiciones, como él la llamaba, y por un momento miró al cantante que, empujado por un vendedor de bolsas y canastas, se desafinó un poco.
Qué será, qué será de mi vida, qué será…
Al escuchar la letra de la canción, se percató de que en algún lugar del mundo había extraviado la curiosidad por el mañana. Su ambición por controlar el destino lo había humillado muchas veces. El tedio de la rutina y la insistencia por alinearse a los ideales de los vulgares lo envenenaron. Por poco no se salva.
Gracias al viaje a los campos de lavanda, apuñaló a la realidad que lo embestía. En el mercado de los domingos, se compró un cestito de fresas con un sabor que lo llenó de dicha y que, como pócima milagrosa, extrajo de raíz la ponzoña que lo consumía. Su costosa cámara digital no pudo captar los colores verdaderos de tantos frutos y productos, ni las risas de la gente, ni el olor de los quesos ni la tibieza del pan. Era momento de dejar de mirar la vida en imágenes planas; la tenía que probar, sentir y respirar.
Recordó la mañana cuando, al afeitarse la barba y el poco pelo que le quedaba, recorrió por primera vez con el dedo la línea chueca de la nariz que una riña le había marcado. El altercado había ocurrido a su regreso de una asignación en una reserva natural africana. La revista tendría como portada la fotografía de un águila de Verreaux que Max logró captar después de varias semanas. Al estar en la reserva, hogar también de una de las mayores poblaciones de rinocerontes, se topó con la caza indiscriminada de estos animales. Su cacería clandestina iba en aumento.
Las imágenes que el fotógrafo logró eran una evidencia del perjuicio que causarían a esta especie y a la humanidad. El director editorial desdeñó por completo la indignación de Max y, con un simple no, le pidió que se limitara a los trabajos que le solicitaban.
No fue la primera vez. Tiempo atrás había mostrado imágenes de tiburones y la manera en que son cercenados para comerciar con las aletas. La respuesta había sido la misma, por ir contra la línea editorial de la revista. El marfil de los elefantes tampoco resultaba suficiente evidencia para convencerlo de apelar a la razón colectiva y promover un cambio. Lo mismo sucedió cuando le mostró la brutalidad con que crías de focas morían a palos en Canadá.
Cuando regresó de África, ya no pudo más y, en la oficina del director, Max le recriminó su inconsciencia y falta de ética. Lo arrinconó en una esquina y en un ataque de cólera le lanzó las fotos a la cara. El director enfurecido le respondió con un puñetazo que aterrizó en la nariz del fotógrafo. Fueron separados por guardias de seguridad y Maximiliano fue desterrado de la revista.
En unas semanas, logró convocar a un grupo de fotógrafos y juntos realizaron un documental sobre la brutalidad contra los animales salvajes que en sus inicios creó gran conmoción. Sin embargo, con el paso del tiempo, la euforia de la gente por salvar al mundo quedó en el olvido. Fue la desilusión la que lo llevó a un cesto de fresas que le devolvió el alma.
Dejó a un lado la obstinada idea de permitir que el mañana lo gobernara y una ola de valentía lo llevó a San Benito. Cambió la cámara y los programas de edición fotográficos por un procesador de textos.
Escribió sobre los personajes que encontró a su paso en cada país donde había tenido asignaciones fotográficas. Las historias amargas que plasmaba en un papel eran el comprobante de la vida que no debe vivirse. Al terminar su primera historia, también escribió la primera definición en su libreta.
Agosto 8 (es sábado)
Justicia. Del latín iustitia.
Testimonio de la facilidad con la que el hombre crea conceptos que le aseguren una apariencia moral, pero que en ningún momento se ejercen.
Pasaba largas horas mirando la playa y el movimiento de las palmeras con el viento.
En su jardín cultivó con admiración el arduo trabajo de las abejas meliponas, las abejas sagradas mayas que, a diferencia de las demás, no tienen aguijón. Sabía que también se defendían, pero no con veneno. Negras y pequeñitas producen un elixir curativo. Animado pensó que no podía cambiar al mundo, pero sí cambiarse a sí mismo.
Tomó su libreta y escribió:
Mayo 7 (es martes)
Vida. Del latín vita.
Espacio valiosísimo que se llena con un montón de dichas y asombros que en fracciones de segundo desaparecen; si uno se descuida, pueden pasar inadvertidos.















