Yo soy Pablo Podestá y me faltaron tres materias para recibirme de arquitecto, allá por los 90. Igual, sé muchas cosas.
Fui al colegio con Francisco K y Maximiliano Libertad; toda la primaria. Ahora, ellos se encuentran en el bar de la esquina. El de Manolo, que está más para cerrar que seguir. Por lo general, Maximiliano se sienta junto al ventanal. Manolo es un amarrete y prende poco la calefacción, espera a que llegue el grueso del frío.
El calor del sol, amplificado por el grosor del vidrio, calienta el cuerpo de mi amigo. Además disfruta de la floración violeta del jaracarandá que hay en la vereda y, un poco más allá, está ese sauce viejo que la municipalidad poda poco. Se ha ladeado con el paso del tiempo y por el choque de una camioneta de reparto, sus flores son los pájaros que trinan toda la mañana.
Maxi ha llegado con su hija de diecisiete años; es la primera vez que la trae. Ella está allí, sentada a su lado e inmiscuida en el universo de su celular. Creo que no ha dicho ni buen día.
Francisco, mi otro amigo de anteojos negros y bigotitos, está risueño. Su nueva novia lo tiene de tiro corto, bien pegado a ella y a su perfume oriental con notas de ámbar, que se huele a kilómetros. Es sargento de la policía de la provincia y doce años menor que él. De todas maneras, ella se toma un franco y relojea a Maximiliano, que es pelirrojo y bien blanco de cara, como un vikingo de los fiordos o un espectro apunado.
Así están las cosas...
Los varones piden café cortado. Las mujeres, indecisas, miran la carta donde se han ido tachando los faltantes del menú. Hay crisis en Argentina y nadie está exento. Bueno... nadie, lo que se dice nadie... La runfla de la especulación no para nunca.
La "nena" pide un submarino y la "poli" un café con leche con tres medialunas saladas y un vigilante. Se ve que tiene apetito, ha salido de su larga guardia de veinticuatro horas y cuarenta y tres minutos demás, porque el panza de agua de su compañero llegó tarde a relevarla. Pero, bueno... ella solo trabaja un día a la semana, no es para tanto.
Se acomodó rápido porque es viva para carpetear y chamuyar a los jefes. Eso le dice a su Francisquito: "chamuyo a mis jefes, bebé". Él intenta creerle.
Resulta que ella tiene un par de tetas colosales y faroles verdes que podrían derretir al Capitán Frio mientras toma helado en Groenlandia.
Bue... sigamos. Son mis amigos y las novias de mis amigos deben ser sagradas. ¡Igual, tiene una delantera que no se puede creer! ¡Maaaamita!
El mozo es nuevo. Es posible que sea el tercer cambio en dos meses. Otro pibe más con cara de durazno y corto de palabras. Si le piden cinco cosas, las anota, por las dudas.
El bar de Manolo se ha puesto como los chinos, que están meta cambiar cajeras y repositores. Los sueldos son una miseria y la gente menuda, que de laburar ni fu ni fa, desiste rápido del manoseo oriental.
Como es lógico, Maxi agarra el diario La Nación, de alguna mesa que lo haya desocupado, y lo despliega a sus anchas. Él sabe por qué lo hace.
Francisco K, de inmediato, ataca.
— ¡Siempre leyendo la misma mierda vos! ¡Todos esos son los vende patria, los fachos eternos, la derecha despreciable! ¿Cuándo vas a abrir los ojos? —Proclama, a viva voz, mientras gesticula con su mano izquierda y se le empiezan a empañar los anteojos.
—Cortála, man. Tomemos un café en paz, alguna vez. Además, vine con mi hija hoy. ¿Sos ciego, vos? Del Populismo y ciego, encima. ¡Qué bárbaro, amigo! ¡Pobre Argentina con "pensadores" como vos!
—No pasa nada, viejo. Yo miro reels, no me interesa la política. Este país es una mierda. Por mí, sáquense los ojos —le dice la "nena," que está vestida para matar. Pollera cuadrillé, muy corta y con unas tablitas divinas, camisa blanca y con tres botones desprendidos para lucir un detalle de lencería dorada. Los borcegos son de suela gruesa, con bastante taco, que al caminar derechita la elevan a las nubes. Para colmo, una amiga le regaló el labial más potente que tenía y, en toda esa blancura, el zarpado granate le raja la boca de tanto fuego.
Nadie la mira; pero todos la miran mucho. Hay puros hombres, que no es lo mismo que hombres puros. Demasiados y al pedo, como en cancha de bochas.
El bar es de techo alto y se siente el fresco de la mañana, pero recién es otoño y pronto el sol dará de lleno por el este vidriado. Afuera un perro ladra con afonía, los autos pasan como hormigas agobiadas y un policía mal comido conversa con la vecina de la escoba de paja. Se oye la desabrida parla de siempre.
—Este es un pelotudo. Perdonáme, nena, es tu viejo, pero es un pelotudo. Todavía cree en los reyes magos. No solo votó a Milei, sino que se jactó de su "hazaña", durante un mes y en Facebook. ¡Qué pedazo de pelotudo! Ahora tiene tirado el auto porque los repuestos se fueron al carajo. Y seguro que no te ha podido comprar una campera como la gente, por eso estás desabrigada —insiste Francisco K, desencajado de sí.
—Bueno, yo le digo, pero está hipnotizado por "El Peluca", ja, ja. —La piba se ríe y es preciosa. Si se le cayera un balde de mierda en la cabeza, seguiría siendo un bombonazo. No es que suela mirarla, es la hija de un amigo, pero hay que ser sincero y justo; la piba está que la rompe.
Francisco se detiene en la pampa de esa risa joven y queda mudo, metido hasta el coxis en un universo empantanado y pajero. Recuerda, justo, una noche de truco en la casa de Maximiliano. Estaba el ferretero tránsfuga, que tomaba Fernet con Coca Cola como salteño en navidad y también yo, medio en pedo y para no ser menos.
A las dos de la mañana, cuando Francisco ya se había despedido de todos, la "nena" lo acompaña hasta la puerta y le da un beso, apoyando sus labios sin pintar junto a la comisura de su boca. En ese interminable instante, él sintió como esos cálidos labios se despegaban, muy lento, de su piel y dejaban un sello de humedad y tibieza a milímetros del pecado.
Ahora, ese recuerdo le produce una incontenible erección, que el mantel cremita gastado ayuda a tapar con solemnidad. La "Poli", que es bicha y trae calle encima, por debajo de la mesa y con disimulo, lo manotea de ahí, ¡bien de ahí!
Se la aprieta fuerte y él la mira, con los mismos ojos lagrimosos de los perros falderos.
Maximiliano, ni bola. Sigue leyendo las noticias. Parece que el dólar está quieto... ¡Che, hace mucho que está quieto!, piensa. También piensa que su hija es algo trolita, pero se lo recontraguarda. Está separado, su ex es alcohólica y cero compromiso con la piba. Nunca una charla, ¿qué se puede esperar?
Mientras no se la embaracen, él seguirá dándole los gustos a la "nena". Ya termina la secundaria y, para la vagancia de hoy en día, eso es un logro olímpico.
De alguna mesa llega el perfumito de un tostado. ¡Qué rico! Se me hace agua la boca, como si estuviera sentado junto a ellos. ¿Vos no lo sentís? Olé... Parece un transbordador de fiambre que viaja en la atmósfera. Pan lactal suavemente tostado, queso caliente y blando, jamón cocido que se dobla en las puntas de crocante y varias pinceladas de manteca que le dan ese sabor a estancia.
El cocinero del bar de Manolo saca los tostados en dos triángulos untados con manteca. ¡Nunca con mayonesa! Son un gol de media cancha.
A ver... regresemos del viaje. Lo que pasa es que uno es argentino y, en realidad, callarse no es de argentinos; por eso, Maxi murmura.
— ¿Qué decís, marmota? —Interpela aguerrido el manoteado perro faldero, mientras desempaña sus anteojos y, con un caderazo, busca librarse de la pinza de su novia cangrejo.
—Digo que los k, como vos, no ven más allá de sus narices. Se la pasaron reventando el país, mientras le daban a la maquinita de los billetes y regalaban de todo. Ahora le piden a este tipo, que cayó de otro planeta, porque hay que ser extraterrestre para querer arreglar las cagadas de ustedes, que emparche el embrollo en dos días. Claro, se les terminaron los planes, los miles de subsidios que les daban. ¿Y ahora? ¿Qué van a hacer, van a agarrar la pala? Naaaa...
—Nunca cobré un plan. Vos lo sabés, no te hagás el gil —retruca, el otro, lleno de indignación.
—Bueno, con más razón. ¡No sé qué defendés, Francisco! —Maximiliano Libertad comienza a levantar la voz y se pone colorado como un tomate. Es hipertenso, no le hace bien.
Su hija tiene los auriculares puestos y escucha R.E.M., le ha dado por la música retro. Se menea despacio en su silla, está en otro mundo, como muchos pibes y no tan pibes. Los grandes desencantados de la realidad.
Hay un peladito, a dos mesas de distancia, y la mira. Ya no puede disimular. Somos muy alzados los argentinos, especialmente los bonaerenses, los que descendemos de inciertas tolderías y lloramos con la novela de las dos de la tarde, en el preciso fotograma cuando la primera actriz le dice a su marido engreído: ¡Perdonáme, Juan Cruz, pero este hijo no es tuyo!
¡Ay, qué tremenda patada a los huevos!
Mocos, lágrimas y un nudo marinero en la garganta.
La "Poli" se ríe y, al fin, libera la morcilla de su novio. Con ese gesto le ha dicho: mirá tranquilo, pero esta pistola es mía. Es policía, tiene horas de patrullero y de apuradas de sus compañeros, por eso ella, y otras, terminan siendo unas atrevidas. O mandás o te mandan, o comés o te comen crudo; es simple. Se ríe lindo y es una mujer llamativa, más de un jefe le ha tirado los perros, pero ella se mastica, calladita, al que le conviene, al que le acomoda las horas y no se la complica con los dos nenes que tiene. Qué va ser... es así.
En el fondo, ella detesta a los tipos y ha pagado, varias veces, el derecho de piso. Ha sido boludeada, golpeada y desolada. Hace unos meses agarró a un rastrero, en el hecho. Un piojoso, chorrito y reincidente del barrio La Calandria y le puso la pistola en la boca porque le faltó el respeto. Le partió los dientes y, con la mirada demente, le dijo: ¡Respirá y te quemo, infeliz! El flaco, literalmente, se cagó encima y quizás por eso se salvó de que esta sacada le apagara en boca. Ella esgrimió todo su odio en un rapto de servicio a la sociedad. Es que alguna vez le patearon la panza, como en un penal de campeonato; estaba embarazada del primero y lo perdió.
A Maximiliano, la mina le cae bien. Es morocha y de ojos grandes, que parecen decir cosas que no se desean escuchar. Atractiva, sí. Con un encanto salvaje y vital de jungla misionera.
Maxi Libertad y Francisquito K se quieren de toda la vida, como yo a ellos, pero no se soportan ideológicamente, viven para discutir. La verdad de la milanesa es que no somos argentinos de ley sino hay alguna puteada, asado de fin de semana en el taller o enardecidas discusiones por el fútbol o la política. Es imprescindible, como la yerba mate y los bizcochitos de grasa.
El problema es que la sociedad soporta esto, ya descosida. Están los que piensan que el Estado es un papá que los debe ayudar, porque está difícil y no se llega a fin de mes, y en la cuadra opuesta reniegan los que se sienten "gente de bien". Son trabajadores a rajatabla, que se la ganan con el sudor del upite, y piensan que el Estado es un gerente de los parásitos.
Es complicado. Que si Maradona o Pelé. Que si Piñón Fijo o Carlitos Balá, el Contra, de Calabró, o el inefable Borges, de Alberto Olmedo.
Así somos, picantes e incisivos. Somos gente de la murga y el tablón, del tinto a temperatura ambiente y los programas de chimentos.
— ¿Qué hicieron Cristina y el presidente inoperante y maltratador que puso a dedo? Decime... Se la pasaron peleando como los Pimpinela. Diez por ciento de inflación mensual —afirma, sin vueltas, Maximiliano.
A una señora, que recién ha entrado con su mini toy y no sé para qué, eso no le ha gustado nada y lo mira con ojos de serpiente pisada por un caballo. La política es una cuestión áspera en este país, todos buscan entrar en la pelea y a la primera de cambio.
—Ah, claro... Milei nos clava un ciento veinte por ciento de inflación, ni bien entra, y deja a medio país hundido en la pobreza. Contáme, ¿un tarado provocador es lo mejor que podías votar? ¡Un pirata del Mossad, es ese! Está con los judíos y con los que se la llevan toda a los paraísos fiscales. En serio, Maxi... dejáte de joder. ¡Si vos trabajas en la municipalidad y estás cagado de hambre! Un sueldo de mierda tenés. Reaccioná, ganso. Sos más pobre que hace un año atrás. Ganas de levantarme e irme me dan, te juro —concluye, con gravedad, el flamante novio de la "poli" de lindos ojos.
—Bueno, calmáte, che, —ordena ella con énfasis marcial y agrega:— vinimos a pasarla bien. ¡Toda la semana me rompiste las bolas con conocer a tus amigos! Que tus amigos son lo mejor que hay y la mar en coche. ¡¿Y así se tratan?! Bajá un cambio porque te pongo los grillos y les cuento algunas cositas que a vos te gusta hacer a la noche y, te aseguro, que no vas a quedar bien parado con el giro de la conversación —amenaza la morocha, con una cara de pícara que da calambre. Aristarain pagaría por un primer plano, así.
A todo esto, los dos hombres no han logrado percibir una secuencia que ha sucedido rápido y que ha concluido en una ruptura más. Cuando la morocha quita la garra del pedazo de Francisco, instintivamente lleva su mano húmeda a la nariz y huele, mientras cierra los ojos. No puede contener lo puta de su alma uniformada. Es que antes había sido una señora de la casa, sumisa y tonta, pero se hartó. Ahora si tiene ganas coge y con la frente bien alta; miente sin empacho, igual o peor que los seguros hombres.
La piba, justo en frente de ella, ha cazado al vuelo todo lo sucedido en ese lapso y le ha dado mucho asco el gesto libidinoso de la mujer.
¡Qué sucia asquerosa!, piensa y se retuerce por dentro, a la vez que aprieta sus piernas como un acto reflejo. Es el instinto de verdadera nena y de buenas costumbres que aparece, de repente y quién sabe de dónde. Tanta repugnancia le ha causado esa catación seminal de la morocha botona, que deja de tomar su submarino y pone su extraña cara de chupar limón. Ya no la quiere más, aunque no tiene claro si antes de eso la policía le agradaba. Increíblemente, por esa putez que ha desplegado, ahora la desprecia.
También está molesta por el peladito baboso que la mira, y hasta por el mozo que se ha acercado, minutos atrás, y al ver la taza medio llena cuestionó si a ella le había parecido bien el chocolate.
—Tengo que tomar aire —dice la hija de mi amigo y se va al lado del jacarandá florecido, tal vez a camuflarse entre los pétalos violeta. Lucha por bajarse la faldita, pero solo entonces se da cuenta de lo corta y desubicada que es esa tela escocesa.
Retraída, se queda quietita afuera, como un fantasma que espera a una etérea espátula para que lo recoja de su miseria.
Maxi Libertad, mi amigo vikingo, no deja de mirar los ojos de la morocha, mientras su novio toma el cortado igual a un desflecado dromedario de las dunas. Maximiliano es consciente de que Francisco calza una buena herramienta pero, también, que tiene caca en la cabeza. La "poli" no aparta su mirada. Es Red Sonja en la tierra de los lagartos devoradores de hombres. Una asesina letal.
Por suerte está viniendo Manolo a preguntar si todo sigue bien, porque intuye que nada está bien. Ya ha calmado discusiones de la misma mesa. Una mesa cuadrada de bar donde yo he estado encarnizado, también.
Lo que pasa es que el Pablo, el amigo acérrimo de estos giles, banca lo que sea, menos que lo gasten con Racing. La rayada albiceleste es una pasión.
Aquella tarde cruzaron la línea de las gastadas y los tuve que mandar a la remierda. Los Diablos Rojos le habían metido tres goles al equipo de mi alma y ellos, el Maxi Libertad y el Francisco K, muy unidos en ese momento, no pararon hasta cansarme. Hay un abismo, ahora, entre nosotros, pero…
Yo igual los quiero y dentro de mi odio visceral, los necesito cerca.
Manolo, con lentitud, levanta las tazas en su bandeja plateada y a la pacífica manera de los gallegos, mientras Francisco va al baño, con un enojo galopante hacia su amigo mileista. La morocha ha vuelto a oler su mano y sin una pizca de disimulo. Ese aroma a fertilidad la enloquece. De repente, empieza a comerse con los ojos al libertario divorciado y, este, municipal pero no estúpido, entiende clarito el mensaje.
La mujer arrugada del mini toy parece que está regresando y, la verdad, no sé para qué.
Yo soy Pablo Podestá y nací en un pueblo cascado de la Provincia de Buenos Aires. Sé muchas cosas, aunque... no todas.
Grietas.