Tradicionalmente, el tema de las brujas ha sido de enorme relevancia, siempre en odiosa confrontación con la Iglesia en la innecesaria obligación de establecer la distinción entre el bien y el mal.
Acusaciones que ponían fin de manera drástica a otros problemas vecinales, como envidias o cuentas pendientes. Con frecuencia, la mujer, víctima desde los orígenes, se veía envuelta en los conflictos. No cabía lugar a interpretaciones más creativas o ambiguas; lo que se dice cortar por lo sano.
En la actualidad, las cosas han cambiado. Lo de la brujería ha dejado de tener notoriedad. Incluso lo del bien y el mal; nos da todo igual. Lo más parecido puede que sean los videntes: pero están muy aceptados, se crea en ellos o no, presentes incluso en los medios públicos. Ni que decir tiene que, en lo que al amor se refiere, no se dejó de acudir a ellos ni siquiera en tiempos de crisis. Es lo que tienen las cosas del corazón.
Pócimas, hechizos, maleficios para ayudarnos en la empresa que nos quita el sueño. Solo tienes que escribir el nombre de tu amado en un papel, anudarlo con un cordel mientras repites tu deseo delante de una vela azul que habrá de consumirse entera, introducirlo en un recipiente con miel y guardarlo en el congelador: será cosa de días que vuelva arrepentido a tus brazos. Hasta entonces, se va familiarizando con los guisantes.
Puede que se haya llegado a tratar estas cuestiones con frivolidad y pereza, pero hubo un tiempo en que no era moco de pavo.
Lo de las brujas viene de antiguo. En la época clásica, más modernos que nosotros en algunos aspectos, la vinculación de la mujer con la noche y la naturaleza la confería unos poderes mágicos con los que era reconocida en el lugar. A ella acudían las gentes en busca de ayuda de muy diversa índole.
Luego llegó la Edad Media y comenzaron los problemas al aparecer en escena el diablo, con quien se decían que pactaban en secreto. Y lo del macho cabrío, simbolismo que primeramente estaba relacionado con el dios Pan y luego con el satanismo. Ahí comenzó la persecución por acusaciones que no precisaban de pruebas fundadas, y que ponían fin al asunto con el encarcelamiento, la tortura o la hoguera.
Eran tiempos convulsos, de cambios, supersticiones y creencias rudimentarias muy arraigadas y reinterpretadas. Ante la falta de respuesta, un chivo expiatorio podía cargar con responsabilidades que afectaban tanto a una mala cosecha como a la impotencia de un señor.
Por ello, recopilando los datos que ya se tenían acerca de aquelarres, sacrificios, rituales, y dándoles una vuelta, dos monjes inquisidores dominicos, allá por el siglo XV, elaboraron un interesante manual para hacer frente a esta problemática, Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas). Las pinceladas básicas eran que la brujería viene del apetito carnal de la mujer, que es insaciable. Son crédulas, propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza, con especial dominio de tres vicios: infidelidad, ambición y lujuria. Con un tono serio, se expone la rotunda culpabilidad de las mujeres en todos los males de la sociedad. Un notable trabajo el de estos dos individuos ya que durante doscientos años fue libro de cabecera de quienes imponían el orden público en Europa.
En algún momento, pasada ya la locura colectiva e irracional de la Edad Media en la que el hombre hacía uso de su poder para imponer sus propias leyes, en el siglo XIX la bruja volvía a estar asociada con los conceptos de naturaleza, sabiduría ancestral y poder femenino. Síntoma inequívoco este de la evolución de las sociedades a través de los tiempos.
Caben mencionarse, por su relevancia, los juicios por brujería de Salem, que han servido para ejemplificar la conducta humana en distintos ámbitos. En diversos condados de lo que entonces era la colonia inglesa de Massachusetts, hacia 1693, tuvieron lugar una serie de acusaciones por parte de unos vecinos hacia otros basadas en sospechas sobre prácticas demoníacas.
La comunidad de Salem, movida por un fanatismo religioso extremo, por el que la conducta que se alejaba de lo dictado por Dios era origen del mal común —(muerte del ganado, cosechas perdidas)— no dudó en escupir sobre sus coetáneos lo que vieron preciso para expulsar a los garbanzos negros. Ello derivó en un juicio en el que se vieron envueltas entre 150-200 personas, con numerosas condenas, 19 ejecuciones y una muerte por torturas.
Aunque en España no supuso un fenómeno tan exagerado como en otras partes de Europa, no obstante, también hubo casos en los que la temida Inquisición se vio obligada a intervenir. Puede que el más sonado fuera el de Zugarramurdi, en el País Vasco, en el siglo XVII, con similares hechos a los ya descritos, aunque a menor escala —39 mujeres fueron procesadas y 11 condenadas a la hoguera—.
De vuelta a la Edad Moderna, asentados en un mundo en el que los prejuicios están mal vistos, y su libre expresión se censura e incluso se castiga (por lo que solo queda relegarlos al espacio privado), y la tolerancia, la bandera que enarbolan nuestros pueblos, sorprende tanta barbarie propia de pueblos sin civilizar.
Álex de la Iglesia, director que no deja indiferente, en 2013 da vida a unos personajes de lo más estrambótico en un intento de recrear los hechos de aquel lugar oscuro desde un punto de vista retrospectivo. La historia comienza con unos ladrones de poca monta que, tras dar un golpe, han de salir corriendo con el botín y la policía tras ellos. A su paso por Zugarramurdi, son interceptados por un séquito de brujas que piensan utilizarlos como parte de su ritual.
Mientras acontecen peripecias varias en las que escapan y son atrapados de nuevo, van llegando todos los que iban tras ellos para correr la misma suerte. Después de una serie de sucesos paranormales fuera de todo género, clausuran la sesión con la aparición de un ser grotesco similar a la Venus de Willendorf, a gran escala, objeto de la adoración, que será lo que les conduzca en la lucha contra la civilización y el patriarcado. Lo demás es irrelevante.
Es difícil saber si hubo algo de cierto en todas esas acusaciones y confesiones, forzadas las más de las veces. ¿Qué era, en verdad, aquello de lo que tenían miedo? ¿Era el demonio? ¿O era el poder? El poder de la mujer, quiero decir.
Al menos, echar la vista atrás a lo poco que se conoce acerca de estos temas sirve como fuente de inspiración para tomar el material creativo, como ya hiciera Arthur Miller o el cineasta español, entre otros y, de paso, compartir con el mundo una realidad que muchas veces se desconoce, aunque bajo una perspectiva muy particular.
Cuando menos, se trata de historias que despiertan el interés y que a menudo alimentan un ansia por conocer más. En esta obsesión, más allá de los títulos de la filmoteca y las librerías, es posible visitar escenarios que, además de gozar de valor cultural, te acercan a los mismísimos orígenes, al núcleo donde se gestó la leyenda.
De este modo, Zugarramurdi se ha erigido como destino preferido en cuanto a turismo brujeril se refiere en España. De la localidad, lo interesante para esta cuestión que acontece son las cuevas: el arroyo Olabidea, a su paso por la zona, ha ido excavando la roca caliza hasta formar grandes oquedades. Allí es donde, se dice, tenían lugar los aquelarres que derivaron en el proceso mencionado. Ahora, que somos mucho menos temerosos de la ira divina, allí se celebra en el solsticio de verano una fiesta de culto al fuego y en agosto una bacanal de carnero asado.
Qué locura de mundo. Hoy, sin miedo a la represión, se ensalza lo que ayer era castigado con mano dura, con celebraciones paganas e incluso un museo de las brujas situado en los alrededores, en el que de rinde homenaje a esas mujeres que en ningún caso debieron de sufrir el acoso al que se las sometió.
Con posterioridad, fue utilizada como vía de contrabando: una grandísima cueva en medio de ninguna parte, rodeada de frondosa vegetación, con montones de túneles en los que esconderse y por los que desplazarse sin temor a ser descubierto. En cualquier caso, merece ser visitada por lo grandioso que ha creado la naturaleza, al margen de las otras curiosidades.
Como tantas otras veces sucede, la evolución de la sociedad ha ido dando la vuelta a las cosas, en un proceso de adaptación a la mentalidad de las gentes y la manera de enfrentarse al mundo, desde la mitología, la persecución y, por último, la reinterpretación. El mismo fuego que purifica cierra el círculo. Así de contradictorio es el hombre.