Hace todavía poco hablábamos del fin de las ideologías, de que la diferencia derecha-izquierda estaba rebasada y, con cierto cinismo, que todo daba ya lo mismo. Pero el mundo actual lo desmiente.

En los medios de comunicación y en la esfera pública en general se multiplican los personajes que se proclaman de derecha. Se afirman conservadores y celebran sus más recientes triunfos en las urnas. Su discurso no es fundamentalmente económico, como en el liberalismo, sino cultural. Reivindican lo nacional y lo propio, adoptando un tono de revancha, cuando no de abierta venganza y avanzan una agenda social conservadora.

Esta derecha tiene proporciones mundiales porque, más allá de toda reivindicación nacional y particular en tal o cual país, existe un denominador común: el odio de la izquierda. O lo que dicen ellos que ella es…

La política de una época no se define solamente por quien está en el gobierno, sino por aquellas facciones que disputan de facto el poder. La Guerra Fría oponía a capitalistas contra comunistas. Hoy el espectro se ha corrido hacia la derecha y el poder lo disputan el centro liberal (mezcla de neoliberales y socialdemócratas) y la nueva derecha. Lo que aglutina a esta última es, como hemos dicho, su odio a la izquierda. ¿Pero qué es la izquierda para ellos y cómo redefinen con ello el espectro político mundial?

Trump incluye en su categoría de izquierda a centristas, socialdemócratas y comunistas por igual. Llama a los demócratas “izquierda radical” y asocia políticas públicas de inclusión como el feminismo al marxismo. En otras latitudes, Milei declara que toda intervención estatal es comunismo.

Estas asociaciones sorprenden por igual a liberales, socialistas y comunistas de todo cuño. No podremos comprender esta nueva derecha si nos remitimos a un pasado reciente. Es verdad que ellos atacan a sus antecesores directos: el macrismo, Biden, la socialdemocracia europea, pero en el fondo van mucho más lejos. Políticamente se identifican como revolucionarios. Trump se levantó contra el “pantano de Washington”, Milei contra “la casta”, AfD en Alemania contra los defensores de la Unión Europea.

Son revolucionarios de derecha que claman por su venganza. No es sólo que extraigan su poder y legitimidad de los perdedores de la globalización y del neoliberalismo. Su discurso busca identificar una traición primera.

En Italia se blanquea la figura de Mussolini, en España se lucha contra la “Leyenda negra” que va de la Conquista hasta el franquismo. En EE. UU. se anuncia la revancha de los confederados. Volvemos entonces a la Guerra Civil estadounidense y española, al fascismo europeo y, en América Latina, a la lucha entre liberales y conservadores del siglo XIX. La historia da marcha atrás para declarar una época de revancha.

A nivel ideológico la pugna va todavía mucho más atrás. El régimen que dominó el mundo desde 1945 tenía sus fuentes ideológicas en el liberalismo y el protestantismo. Democracia, sociedad civil formada y que delibera públicamente, individualismo, división de poderes, desarrollo tecnocientífico y capitalismo daban las coordenadas. Todas ellas pertenecen a la ilustración. Cualquiera puede reconocer aquí las ideas de los enciclopedistas franceses, los ilustrados escoceses o los idealistas alemanes.

Resulta entonces que la nueva derecha tiene razón en hermanar comunismo, socialismo y liberalismo, no porque en el fondo sean lo mismo, sino porque los tres son vástagos de la Ilustración. Pero no olvidemos que, si el comunismo se acusa de parecerse al fascismo en la concentración y uso del poder, fue el liberalismo el que sistemáticamente se alió con la derecha (incluida su forma extrema en el fascismo) en contra de los comunistas y llevó al poder, una y otra vez, a toda clase de dictadores (recuérdese cómo llegó Hitler al poder en la agonía de la República de Weimar).

La nueva derecha choca con el máximo principio de la ilustración, que era el ‘universalismo’. Universalismo del saber: la ciencia. Universalismo en las relaciones sociales: el derecho. Universalismo en las relaciones mundiales: cosmopolitismo. El resto de las instituciones, como la democracia, la división de poderes y la esfera pública se basan también en principios de universalidad, si entendemos ésta como un mundo para todo el mundo, no importa quién seas. La última aportación, el derecho internacional, la idea de derechos humanos, los tribunales internacionales, el derecho de asilo político, de ayuda humanitaria, cae rápidamente frente a la nueva derecha.

Lo trágico, es que la ilustración y su universalismo no fueron derrotados por la derecha, sino por causas internas. Lo que unió a la izquierda y a la derecha en las últimas décadas fue su desprecio por la ilustración.

Los primeros, por defecto, denunciando que ésta nunca se cumplió, que sólo sirvió como instrumento político de dominación, chantaje y legitimación de un orden político fundamentalmente económico y militar.

Los segundos, por exceso, lamentando la pérdida de sus identidades nacionales y sus privilegios de toda clase. ¿No denunciaba cierta izquierda a la ciencia como instrumento de poder? ¿No criticaba la izquierda el Estado de bienestar por tratarse de un mecanismo de control social? ¿No criticaba cierta izquierda la ilustración y la modernidad como ideologías europeas a vencer? ¿No criticaba mayoritariamente la izquierda la democracia como una mera partidocracia? Todo esto lo dijo también la derecha y lo reclamó como suyo, sólo que comprendió que, a pesar de todo, la izquierda y los liberales compartían una matriz lejana, pero común.

Surge así una internacional derechista, con proporciones mundiales, pero fundada en particularismos (nacionalismo, regionalismo, identidades excluyentes en género, sexo, color de piel, etc.) y con un neodarwinismo renovado de triunfo de los “fuertes”. La política de exclusión se convierte ahora en política de sustracción: quitar a los estorbos para tomar posesión de una nueva y prometida tierra. Escúchese esto a propósito de Israel, como de EE. UU. como de muchos detractores de la Unión Europea.

La nueva derecha se muestra escéptica de la ciencia y abraza movimientos antivacuna, terraplanistas y consipracionistas de toda clase. Cree en la tecnología, pero sólo en cuanto resulta inmediatamente utilizable, sin la investigación básica que la hace posible. Su odio al poder legislativo, a la democracia y a la discusión pública les viene de su desprecio por el igualitarismo social. Discutir si esta nueva derecha es o no fascista es irrelevante. Lo importante comprender sus causas y alcances. Pese a lo simple y contradictorio de sus justificaciones, sus motivos son profundos y no deben ser menospreciados.

Aunque no existan ideólogos de mucho nivel, se pueden reconocer en las nuevas derechas ideas que circulaban en Italia y Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial. Pensemos solamente en el jurista alemán Carl Schmitt. Para él la democracia y el liberalismo eran la sentencia de muerte de Europa. Debilitando el poder soberano y el Estado, se entregaba el poder a masas vengativas que no harían sino autodestruirse. Los liberales habrían confiado ingenuamente en las capacidades deliberativas de sus cámaras y su pretendido poder de llegar a acuerdos, cuando lo única que dominaba ya era el mundo del mercado y sus instrumentos técnico-científicos. La sociedad descompuesta no podría salvarse sino por una figura excepcional, por encima de todo derecho y toda limitación institucional. Adicionalmente, ella no hablaría más a la “humanidad”, sino a su pueblo, a su gente.

Finalmente, este discurso no podría articularse sino bajo la forma de la contraposición absoluta amigo-enemigo.

La nueva derecha está lejos de esta claridad con respecto a sí misma y de una articulación discursiva más fina, pero, repito, no se debe subestimar. Poco a poco comienzan a proliferar en los medios de comunicación, en las redes sociales y en diversos foros públicos los nuevos ideólogos que intentan consolidar la historia de una nueva revolución.

Ésta busca revindicar a los perdedores del régimen liberal recurriendo a nuevos míticos históricos (los nazis, los confederados, los realistas conservadores, etc.) y una decidida oposición a todo lo ilustrado y moderno. Sin duda que esta nueva derecha es heterogénea. Algunos son liberales o neoliberales en política económica, pero el denominador común de todo ello sigue siendo de naturaleza cultural. Y es verdad, el universalismo fue declarado y prometido, pero una y otra vez se mantuvo vacío. Ahora, en vez de reconducir los esfuerzos sobre nuevas bases para que éste es cumpla, la nueva derecha renuncia a su aspiración ‘tout court’ e incluso dirige los esfuerzos contra sus últimos reductos.