Arimán es el espíritu del mal, que habita en el abismo de la oscuridad,
oponiéndose a la creación buena de Ahura Mazda.(Martin Haug)
El escritor cristiano Lactancio1, a principios del siglo IV de nuestra era, expuso el llamado trilema de Epicuro que presenta tres opciones, todas negativas y contradictorias. A partir del planteamiento de Epicuro del que no existen fuentes, Lactancio discutió una aporía sin camino viable: Si hubiese Dios, omnisciente, omnipotente y omnibenevolente, ¿cómo se explica la existencia del mal en el mundo? La primera posibilidad, perversa, es suponer que Dios nunca quiso que el mal no existiese; la segunda, no menos inquietante, es que no podría obrar contra el mal, por ejemplo, dictaminando que desaparezca. La tercera opción, cáustica, consiste en que, si Dios quisiera y pudiera eliminar el mal en el mundo, no lo hizo ni lo hará, simplemente.
Hay distintos alegatos teológicos en las religiones monoteístas, que pretenden solucionar la aporía de los rasgos de Dios y la existencia del mal, incluso en antiguas e importantes creencias persas como el mazdeísmo y el zoroastrismo2. Como argumentaciones judías y del cristianismo, se ha repetido la justificación que da primacía a la libertad: Dios permite que exista el mal porque de eliminarlo, la libertad humana no podría elegirlo3.
Aunque existen otras argumentaciones para allanar la aporía, no hay solución alguna que la resuelva plenamente. No se allana el problema monoteísta, tampoco en el mazdeísmo ni el zoroastrismo, diciendo que el mal no fue previsto por Dios; mostrándolo como una corrupción de la creación; suponiendo un plan divino donde el mal equilibraría el mundo; o argumentando el triunfo definitivo del bien sobre el mal.
El dominio persa sobre Asia Menor, incluso Éfeso, desplegó la dimensión religiosa; no obstante, Ciro II en el siglo VI a. C., siendo el primer emperador aqueménida, fue tolerante y permitió la coexistencia religiosa que sus sucesores imitaron. A pesar de la carencia de certeza absoluta, la religión de Ciro II inicialmente fue una expresión politeísta, sincrética y pragmática de procedencias distintas; convirtiéndose después en el mazdeísmo y en el zoroastrismo. Algunos historiadores dicen que fue mitraísta con ritos a Mitra4. Del 648 al 330 a. C., los aqueménidas reinaron entre creencias antiguas y conceptos básicos abstractos sobre el cielo, el infierno y los juicios divinos, influyentes en otras religiones.
Ciro II asumió el zoroastrismo como religión revelada por Zaratustra; tanto como el judaísmo fue revelado por Moisés; el budismo, por Gautama Siddhartha; el cristianismo, por Jesús y el islam por Mahoma. Un sucesor, Darío I, desde el año 521 a. C., fortaleció el monoteísmo de Ahura Mazda: único dios; creador del cielo y de la Tierra, de los mortales y de la felicidad; invistiéndole a él como rey persa5. Aparte de su administración, la creación de satrapías y la unificación de la moneda, las fuentes griegas6 dicen que Darío I ofrendaba al Sol y al fuego como símbolo divino, eterno y sagrado, evocando su pureza y justicia en templos determinados. Los griegos asumieron las ideas rituales de Zaratustra: extirparon sacrificios sangrientos y anularon actos orgiásticos, prohibiendo consumir una planta de efectos alucinógenos y embriagantes.
La influencia del zoroastrismo sobre el judaísmo incluyó la creencia en los ángeles y los demonios, la idea de premios y castigos, la inmortalidad del alma, el juicio final, la imagen de Satanás como siervo sublevado contra Dios y la noción del Mesías. Los hebreos, sin perder su genuinidad, integraron en su tradición esotérica y escatológica, componentes del zoroastrismo como el origen del mal, la historia secreta de la creación, la victoria final de Dios, la doctrina de los milenios, el libro celestial de acciones humanas, la resurrección, el infierno y el paraíso terrestre y celeste7.
Darío I hizo cambios religiosos con finalidades políticas: modificó la imagen de Faravahar del zoroastrismo, introduciendo al lado del disco solar alado, su propia efigie como rey. A Mithra se lo refiere desde Artajerjes II en el siglo IV a. C., en tanto que las evocaciones iranias de Naryasanga y Zurván8 en Persépolis no son aqueménidas.
Para algunos historiadores, Zaratustra vivió y predicó mientras cobraba forma la dinastía aqueménida, es decir, a fines del siglo VII a. C.; pero ningún texto lo menciona. Como efecto de la conquista de Alejandro Magno, el emperador macedónico ordenó, después de traducirlos al griego, que se quemaran los textos originales de los persas, incluido el Avesta, libro sagrado del zoroastrismo.
No hay certeza de cuándo nació Zaratustra ni dónde, presentándolo entre los siglos XVI y X a. C., e incluso antes, en algún lugar de la meseta irania. Al parecer, escribió el Avesta y los Gathas9, transmitidos oralmente antes del siglo VII a. C. No proclamó un monoteísmo rígido, sino cierto henoteísmo; es decir, aceptando la existencia de varios dioses, establece que solo uno es suficientemente digno en cualidad divina y poder supremo para darle fidelidad y adoración. El profeta sostuvo ideas sobre la verdad, la rectitud y el buen pensamiento; con versos devocionales, exhortaciones de vida y relatos cuasi biográficos de su misión. La energía del creador en símbolos duraderos, radiantes, puros y sustentadores de vida está en el Sol y el fuego. Las oraciones de los fieles, primero al fuego como divino y fuente de luz; posteriormente, se ofrecieron al fuego como símbolo de Ahura Mazda.
Contra el politeísmo ritualista primigenio del mundo iranio, los Gathas y las variantes posteriores, enfatizaron el monoteísmo de Ahura Mazda sin excluir el dualismo metafísico ni ético. Siendo invisible, eterno e inmortal, fijó la ley para la humanidad basada en la religión, la fe, la virtud y el orden; otorgando al hombre, su creatura, la opción de elegir entre el bien y el mal, viviendo o no según la verdad y definiendo su destino al morir. Cada hombre resuelve su moral según uno u otro principio; son fuerzas espirituales, con el triunfo universal del bien sobre el mal en la historia. El bien se asociaba con el día y la vida; el mal, con la noche y la muerte.
Zaratustra condenó los sacrificios sangrientos de las prácticas religiosas iranias arcaicas10. El Avesta presenta la vida como una batalla en el interior de los hombres, acercándolos al bien, aunque sin poder alejarlos totalmente del mal. La libertad y la responsabilidad tienen recompensa o castigo, felicidad o ruina moral. Los pensamientos y las palabras buenas, y los actos de los bienhechores aplastan al mal, permitiendo que las almas sean salvadas, individualmente o en el juicio final.
Religiosa y lingüísticamente, Ahura Mazda fue un dios de la India, Asura significa Ser supremo. Después, en el zoroastrismo, con la cosmovisión dual, asura refirió los demonios. Representaba la fuerza maligna, agresiva de dragones y serpientes, con ojos y bocas enormes que enfrentaban la luz y la vida, regodeándose en las tinieblas y la muerte. Zaratustra, según algunas interpretaciones, concibió la realidad como oposición de dos gemelos de igual origen: un espíritu benéfico contra otro, malvado.
Mircea Eliade11 señala que, según Zoroastro, Ahura Mazda encarnó a Ohrmazd, desde la luz, la vida, la pureza y la verdad. Pero, también a Arimán, nacido de las tinieblas. Las fuentes zurvanistas autorizan al filósofo e historiador rumano a interpretar que, en el zoroastrismo, el mundo tendría nueve mil años. Los tres mil primeros son del reino del mal; los tres mil siguientes, del reino de Ohrmazd y; los últimos tres mil, el escenario de la lucha entre el bien y el mal. El dualismo metafísico se daría, según otras interpretaciones, con un señor del mal y su corte de demonios, opuesto a Ahura Mazda que sería Ohrmazd.
Por su parte, el orientalista Martin Haug12 dice que Arimán (Angra Mainyu), sin poder real, expresa una energía opuesta, negativa y destructiva; una emanación reactiva al acto del creador, distorsionando el plan divino. Introdujo el mal en el mundo, la enfermedad, la mentira y el caos, gracias a su hueste de demonios, los daevas, difusores de la corrupción y del desorden. Pero, el demonio supremo por propia elección, habitante de la oscuridad, será derrotado en el enfrentamiento contra Ahura Mazda en el juicio final.
Notas
1 La obra creadora de Dios: La ira de Dios. Introducción, traducción y notas de Manuel Caballero González. Ciudad Nueva. Madrid, 2014, secciones 20 y 21.
2 A pesar de considerarse sinónimos, se asume que el mazdeísmo, que significa devoción a Mazda, fue la raíz del zoroastrismo. Es la religión que venera al dios de la sabiduría y de la luz. El zoroastrismo, del profeta Zoroastro, sistematizó y renovó el mazdeísmo introduciendo una nueva ética religiosa y una metafísica monoteísta y dualista de lucha del bien contra el mal. Véase, Mircea Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo IV, póstumo: Las religiones en sus textos. Trad. Jesús Valiente Malla. Paidós, Barcelona, 1986, pp. 80 ss.
3 San Agustín de Hipona, Sobre el libre albedrío. En: Obras completas, Tomo III, Trad. Juan Manuel Navarro, Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1992, p. 45.
4 Según Mircea Eliade, en Persia, Mitra fue un dios juez benéfico de las almas, colaboró con Ahura Mazda y se asoció con la justicia, la luz y la protección del orden cósmico. En India, según los himnos védicos, fue un dios de la luz, vinculado con Varuna, lo natural y social. Cfr. Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo IV, póstumo: Las religiones en sus textos, Op. Cit., pp. 231-2.
5 Véase de Álvaro Fuentes Lofat, La importancia del zoroastrismo en el ascenso y reformas de Darío I. Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Santiago, 2017, pp. 2-15.
6 Cfr. Heródoto, el Tomo III, Talía, de Los nueve libros de la historia. Trad. Carlos Schrader García. Gredos, Nueva Biblioteca Clásica N° 21. Madrid, 2021. Capítulo 89°, p. 220.
7 Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo II: De Gautama Buda al triunfo del cristianismo, Op. Cit., pp. 127-9.
8 Para Mircea Eliade, Zurván fue una deidad irania arcaica y primordial; anterior al zoroastrismo, aunque sus fuentes datan solamente del siglo IV a. C. La cosmovisión religiosa lo vincula con los magos medos, una casta sacerdotal de una de las seis tribus antiguas, visualizándolo como un dios del tiempo infinito y del destino ineluctable. Aproximadamente, un milenio antes de Cristo, los seis pueblos de la meseta iraní y de las estepas circundantes fueron los medos, los persas, los bactrianos, los partos, los escitas y los sármatas. En el imperio sasánida, del siglo III al VII, Zurván resurgió en el zurvanismo, herético para el zoroastrismo clásico. Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Tomo II: De Gautama Buda al triunfo del cristianismo, Op. Cit. § “Zurván y el origen del mal”, pp. 362-7.
9 Los Gathas son la parte final y más importante del libro sagrado del zoroastrismo, el Avesta. Son 17 himnos transmitidos oralmente y expresados en un dialecto avéstico antiguo, reunidos en cinco cantos religiosos, los yasnas. Hay acuerdo en la autoría de Zaratustra de los Gathas, pero no del Avesta, al menos totalmente. Solo después, en el Imperio sasánida que se extendió por más de cuatro siglos (de 224 a 651) se recopilaron los escritos. Véase, Avesta: Textos del mazdeísmo. Traducción, prólogo y notas de Juan Bautista Bergua. Ediciones Ibéricas, La crítica literaria. Madrid, 1992. Incluye análisis históricos y religiosos, himnos, liturgias y leyes. También véase, Gatha: El primer tratado de ética de la humanidad. Trad., prólogo y notas de Nazarín Amirian, Ediciones Obelisco, Barcelona, 1999.
10 La costumbre, ampliamente extendida en la Antigüedad, de abandonar los cadáveres en un altar para que buitres gigantescos los devoren, es referida por Heródoto. Se dejaba que los huesos se sequen para después echarlos al mar, pulverizados, a través de un río. Tomo III, Talía, de Los nueve libros de la historia. Op. Cit., Capítulo 79°, pp. 230. También, de Mircea Eliade, Historia de las ideas y de las creencias religiosas. Tomo IV, Op. Cit., pp. 374-7.
11 Véase, Historia de las ideas y de las creencias religiosas. Tomo IV, Op. Cit., pp. 635-8.
12 Essays on the Sacred Language: Writings, and Religion of the Parsis. Trübner & Co. London, 1862.