Hoy no soy la mujer que conociste. Ni tú eres la persona que yo creí ver en ti.
Alguna vez te ofrecí de nuevo mi mano, aun después de que me la escupiste. Te abracé cuando parecía que te derrumbabas, aunque ya antes habías usado mis hombros para sostener tus lágrimas y tus mentiras. Te apoyé cuando tenías dolor, sin saber que el único daño real era el que tú me hacías. Sabía que eras veneno, pero igual decidí quedarme. Por amor, por costumbre, por miedo a perder algo que ya no existía.
Hoy he crecido. He subido algunos de los últimos pisos en mi rascacielos, lista para comenzar a gozar mi vida, aprendiendo a disfrutar sin sacrificios, descongelando mi sonrisa genuina para dársela gratis al mundo. Comenzando simplemente a ser yo.
Y tú estás abajo. Más aún de donde te conocí. Porque a pesar de toda tu maldad, tus mentiras, tu inmundicia, me sacudí, te dejé y seguí subiendo.
Desde aquí, cuando cometo el error de mirar hacia abajo, me doy cuenta de que era yo la que te sostenía, la que te impulsaba a subir, la que te empujaba a crecer. Pero tú solo me tratabas de pisar, y solamente porque yo me puse debajo, tratando de ayudarte.
Hoy te dejo caer y no me preocuparé más por la velocidad en la que te precipites al suelo. He aprendido que, por más que intenté ayudarte, nunca podré hacer crecer a alguien que cree estar por encima de los demás, pero que conoce lo desierto que está su corazón.
Aunque quieras demostrar que eres más que yo, nunca lo serás. No porque yo me sienta superior o piense igual a ti; es solo porque no somos iguales. Y tuve que sufrir para darme cuenta de que tú te conformas con estar abajo, diciéndole al mundo que estás arriba. Y yo prefiero crecer, aunque el mundo crea todas tus palabras vacías.
Eres la personificación de la mentira, la manipulación y el narcisismo. Estás rodeada de moscas que por alguna razón dices que son abejas, pero sabes que estas no se acercarían a tu podredumbre. No te diré que reacciones, porque las dos sabemos que eres consciente de tu estado, pero prefieres reducirte diciendo que eres la víctima.
Te pintas como la princesa de una historia que Disney nunca contó, pero no les cuentas que la villana que tanto en mí personificas, la creaste tú en un capítulo de tu vida. Si ventilas todo, todos sabrán que eres una princesa ficticia. Y no esperes que yo me ponga como la víctima para que tú puedas voltear las cosas, ni que pretenda ante los demás que la princesa soy yo y la villana tú.
Yo aceptaré mi papel de villana en tu cuento, pero no negaré que el personaje me lo diste tú. Yo soy más de lo que piensan de mí y más de lo que pienso yo misma.
Pero esta carta… esta carta también es para mí. Para la parte de mí que lloró en silencio, que rogó por un cambio que nunca llegó, que se culpó por no haber sido suficiente. Para la que guardó secretos que no le pertenecían, que defendió tu nombre cuando nadie más lo hizo, que soñó con un futuro que ya no incluías.
Hubo días en los que cerraba los ojos y recordaba las risas, los viajes, las frases terminadas por la otra. Y dolía. Dolía pensar que esos momentos fueron reales, pero que quizás, incluso entonces, había algo falso en ellos. Algo construido sobre arena. Algo que terminaría rompiéndose.
¿Sabes qué duele más? No el adiós, sino el momento en que uno entiende que jamás debió empezar. Que cada acto de amor fue malinterpretado, que cada palabra sincera fue usada contra mí. Que mientras yo construía puentes, tú cavabas pozos bajo mis pies.
Me preguntaba: ¿por qué no ves lo que hago por ti? ¿Por qué no valoras lo que te doy? ¿Acaso no ves que estoy aquí, siempre dispuesta a perdonar, a entender, a seguir adelante?
Pero aprendí que hay personas que no necesitan amor. Necesitan control. Necesitan sentir que tienen poder sobre otro corazón, que pueden moldearlo, usarlo, romperlo y volverlo a usar. Aprendí que hay quienes confunden la lealtad con la debilidad, y la paciencia con permiso para seguir lastimando.
No sé en qué momento exacto decidí soltarte. Fue lento. Como una herida que sangra por meses hasta que un día simplemente deja de doler. Dejé de responder tus mensajes tarde en la noche, dejé de defender tu nombre, dejé de justificar tus acciones.
Me dije: basta. Basta de dar sin recibir. Basta de apreciar sin ser correspondida. Basta de vivir en constante defensa, como si tener paz dependiera de complacerte.
Y entonces me vi. Realmente me vi. Fuerte. Entera. Renacida. Sin máscaras, sin excusas, sin culpas. Y entendí que no podía cambiar tu forma de ser, pero sí podía cambiar mi lugar en tu historia.
Tú puedes contarlo como quieras. Puedes decir que soy fría, que no supe apreciarte, que no merecías ser abandonada así. Pero ambas sabemos que eso no es cierto. Tú fuiste quien jugó con mis emociones, quien usó mi bondad como debilidad, quien convirtió mi paciencia en moneda de cambio.
Puedes pintarte como la heroína de tu historia, la víctima de una amistad que se torció. Pero no olvides que la villana en tu cuento, la que te enfrentó, la que te dijo “basta”, la que no permitió que siguieras usando su luz para tapar tu oscuridad… fui yo. Y no lo lamento.
Porque a veces, ser la villana es tener el coraje de decir la verdad cuando todos prefieren callarla.
Esta carta no es solo para ti o para mí. Es para todas aquellas que han tenido que dejar ir a una amistad que se convirtió en cárcel. Para quienes han llorado no por haber perdido a alguien, sino por haber perdido la ilusión de quién decían ser.
Si hoy lees esto y reconoces tu dolor, quiero que sepas que no estás sola. Que no es egoísta querer protegerte. Que no es malo dejar de luchar por algo que ya no te hace bien. Que hay personas que entran en nuestras vidas para enseñarnos quiénes somos, y otras para enseñarnos quiénes no queremos ser. Agradece a ambas, pero deja que algunas se vayan.
Porque a veces, la mayor muestra de amor propio es dejar caer a quien solo te hacía daño. Y aunque duela, aunque lagrimeen tus ojos al leer estas líneas, recuerda esto:
Vas a sanar. Vas a crecer. Vas a encontrar la paz. Y cuando mires hacia atrás, no verás un fracaso, sino una victoria disfrazada de dolor.
Gracias por leer.