No hay advertencias suficientes en este mundo para prepararte cuando lo que viene envuelto en sonrisas es, en realidad, una bomba de tiempo disfrazada de recursos humanos. Porque sí, así comenzó todo. Un día cualquiera, después de una incapacidad, volví a la oficina y me topé con ella. La nueva. La flamante adquisición de RH.

Y como quien no quiere la cosa, me presenté con amabilidad, porque todavía creía en las buenas costumbres y en que presentarse con educación no era una invitación a ser devorada viva.

Los días pasaron y mi vida siguió sin grandes giros, hasta que un episodio de robos durante una actividad de empresa cambió un poco el tono. Les robaron celulares, laptops, dignidad y el sentido común. A ella también.

Yo, en ese entonces todavía ingenua y creyente en el compañerismo, le presté mi celular para que pudiera comunicarse. Qué error. Porque una vez que el lobo sabe que puedes ayudar, no te suelta. Te marca. Te señala. Te absorbe.

Pasaron manifestaciones, encierros en la oficina, días sin salida, y mi jefe, que aún no entendía el monstruo que había contratado, me pidió que colaborara desde la sede. Yo fui. Con una mesa plástica prestada como trono de guerra. Y entonces empecé a caer. Colaboré en una campaña de donación para útiles escolares.

Yo, feliz, porque si algo me sobra es corazón y energía para ayudar a otros. Pero ella, siempre ella, decidió que su única función era mandar correos y esperar facturas para deducción fiscal. ¿Inventariar? ¿Contar los artículos? No. Eso es para las almas trabajadoras, no para las reinas sin trono.

La gota que desbordó mi paciencia fue cuando me dijo que era irresponsable por no entregarle la factura de una donación que un compañero hizo de forma privada. Veinte miserables dólares en libros que compré y entregué con el corazón.

No eran de la empresa, no eran suyos. Eran de alguien con humanidad. Y eso, parece, le ardió. Porque cuando el poder se basa en el control y no en el liderazgo, cualquier acto de bondad ajena se vive como una amenaza.

Después de eso me alejé. No quería guerra, solo paz. Pero la paz con gente así no es posible. Mi jefe, que ya empezaba a ver lo que yo veía, me pidió ayuda para una nueva actividad, porque ella estaba siendo señalada por no hacer nada. Y yo, idiota de mí, ayudé. Porque todavía creía que alguien podía cambiar.

Le hice un brochure para un evento de disfraces en la oficina, una idea bonita para estimular la creatividad. Pero ella se la presentó al gerente como una dictadura de disfraces, sin contexto, sin alternativas. Obviamente, la idea fue rechazada. Y yo me enteré después. Porque no solo era manipuladora, también era cobarde.

Siguió usando mis ideas y esfuerzos para sacar brillo a su imagen. Yo cocinaba, organizaba, diseñaba, imprimía, ordenaba, cargaba bandejas, anotaba listas. Ella se sentaba al frente mío a chatear mientras yo armaba todo.

Me decía que me apurara porque había que servir en punto. Y yo, con el arroz caliente en la mano, tenía ganas de coronarla con él. Pero no lo hice. Porque todavía me quedaba algo de autocontrol. Porque en ese momento, entendí que ya no era colaboración, era servidumbre emocional.

Jamás dijo gracias. Se llevó los aplausos, las fotos, los likes. Y yo me quedé con la rabia y las ganas de salir corriendo. Pero no lo hice. Seguí allí. Porque no se trata de debilidad, se trata de ese maldito instinto de creer que si uno es bueno, el mundo lo será también. Spoiler: no lo es.

En ese momento mi jefe, ya cansado de verme mermada, me pidió que parara. Y le hice caso. Me enfoqué en mi trabajo. Pero ella, incapaz de funcionar sin alguien a quien exprimir, encontró la manera de vengarse. Justo después de Navidad, un día perfecto para romper a alguien con un lazo rojo, me dice que tras una evaluación interna: yo ya no sirvo para trabajar ahí.

Así. Sin pestañear. Sin decirle al gerente que yo hice las cotizaciones para la fiesta, que yo propuse el lugar donde se hizo, que yo organicé y ejecuté el 90% de las actividades que ella debía coordinar. Que yo redacté el informe final. Que yo le recordaba sus pendientes.

Que estuve detrás de ella, evitando su falta de responsabilidad como si fuera mi trabajo. Pero claro, la narrativa la escribió ella. Y en su cuento, yo era prescindible.

Esa es la cosa con las personas narcisistas maquiavélicas: te usan, te gastan y luego te desechan. No porque no sirvas, sino porque les sirves demasiado. Porque reflejas lo que ellas no pueden ser sin ayuda: funcionales.

Esto no es solo un relato de trabajo. Es una advertencia para quienes aún creen que la toxicidad se detecta por gritos o insultos. A veces viene envuelta en sonrisas, con correos llenos de gifs de buenos días y frases motivacionales.

A veces, te da las gracias con la mano izquierda (aunque ese no fue mi caso) mientras con la derecha firma tu sentencia. A veces, simplemente, se sienta frente a ti a chatear mientras tú te partes el lomo para que ella brille.

Lo peor no fue que me sacara. Lo peor fue haber dudado de mí. Haber creído que tal vez sí era irresponsable, insuficiente, exagerada. Haber internalizado sus reproches como verdades.

Porque eso es lo que hacen: no te gritan, te corroen. No te hieren de un golpe, te desgastan en silencio. Y un día despiertas, cansada, triste, rota. Y no sabes cuándo perdiste tu fuerza. Solo sabes que ya no está.

Aprendí mucho. Aprendí que no toda ayuda debe darse. Que el corazón noble también necesita límites. Que no se puede construir dignidad con plastilina de aprobación ajena.

Aprendí que las peores violencias no siempre dejan moretones. A veces solo dejan el alma hecha pedazos y una bandeja de arroz que por poco se vuelve un arma.

Hoy miro atrás y me veo, ilusa, queriendo arreglar lo inarreglable. No me arrepiento de haber dado lo mejor de mí. Me arrepiento de no haberlo guardado para alguien que realmente lo valorara.

Porque no se trata de ser buena o mala. Se trata de saber cuándo parar. Cuándo decir basta. Cuándo entender que no hay salvación posible para alguien que disfruta ver a otros hundirse mientras sonríe para la foto grupal.

Esta es mi historia y, aunque me rompí en el proceso, espero que le sirva a alguien para que no pase por lo que yo pase.