No es Meryl Step, tampoco alguien popular del medio local o a quien se les sigue en redes por su físico o historia mediática, sin embargo, de quien hablaremos a continuación es una mujer que tiene una historia particular, una de las cuales hoy por hoy no se escuchan tan seguido.

Teresa es su nombre, loretana de nacimiento, quien a sus 75 años vive en el Callao. Ella migró a la capital a la edad de 19 con el objetivo de conseguir una mejor oportunidad de desarrollo.

A pesar de su inexperiencia y de no contar con secundaria completa, Teresa sabía que no le resultaría difícil encontrar un empleo en aquella época debido a que por aquel entonces era un poco más accesible.

Pasaron los meses y ya con un empleo Teresa quedó embarazada de su primera hija; era consciente de que mantener a la niña era difícil, pero no imposible. Logró avanzar y con el paso de los años llegó a tener seis hijos.

Pero el verdadero reto de su vida comenzó a los treinta y tres años, un 28 de mayo del año ochenta y dos, en un edificio ubicado en una de las zonas más peligrosas del Callao, Teresa se encontraba con su menor hijo esperando a que llegue el camión de muebles, durante esa espera un carro quien era conducido por un salvaje en estado de ebriedad subió el coche por la berma e impacto contra Teresa, su menor hijo y otro niño que jugaba cerca.

El resultado fue catastrófico, dos heridos (Teresa y su hijo) y un muerto (el niño cercano).

“Recuerdo que estaba en el suelo, no veía a mi hijo, me intentaba poner de pie para buscarlo, no podía, me sentía débil, no me daba cuenta de que tenía la pierna destrozada, según mi hija, lo único que sujetaba mi pierna era una vena”.

A su hijo y al niño fallecido los trasladaron al hospital inmediatamente, pero a ella no, según ella, porque tal vez era muy chocante para una persona ver el estado en que estaba su pierna.

“Un vecino me llevó hasta mi casa, yo estaba en otro mundo, no sentía dolor y tampoco quise ver mi pierna. Sentada, esperando a que un taxi me logre llevar de emergencia, recuerdo que veía a mi hija de cinco años sentada y a mi suegra abrazándola, diciéndole: no veas, hijita”.

Afortunadamente lograron llevarla al hospital, pero en el camino Teresa sentía que todos los carros que pasaban la atropellarían; sin embargo, logró llegar al hospital San Juan (actualmente Carrión) para ser atendida de emergencia.

Ochenta y seis grados de hemoglobina, eso era lo que tenía de sangre en el cuerpo, le colocaron transfusiones de sangre para que pudiera resistir hasta que la operaran. “En la sala de operaciones escuchaba: hay que apuntarle la pierna, no tiene remedio, está destruida. Yo no quería perder la pierna, pero llámenlo tal vez voluntad de Dios, llegó un médico y dijo: Aún tiene salvación, no se la vamos a apuntar”.

Fue así como la sometieron a diferentes injertos con el objetivo de reconstruir la parte afectada, pero para Teresa esa no era su mayor preocupación, ella preguntaba por su hijo, quien estaba herido, era lo único en lo que podía pensar.

Afortunadamente se alivió al saber que su pequeño de cuatro años no tenía nada grave, dándole el alta días después.

“Mi experiencia en el hospital fue un martirio, pasé un año completo tirada en una cama de un hospital con un dolor peor a que te coloquen el dedo en una herida fresca. Navidad y año nuevo sin mi familia, con una herida que me dolía al moverme, con las luces apagadas y escuchando los gritos de dolor de los demás pacientes”.

Lo único que la salvó fue la fe y las ganas de vivir; el doctor le mencionaba que tenía mucha fortaleza y que ello la ayudaría a salir adelante. El único entretenimiento que tenía era una pequeña radio y una Biblia. También aprovechaba para hablar con las enfermeras para distraerse, pero siempre surgía la pregunta en su cabeza: ¿Por qué me pasó?

Pero eso no era todo, ya que Teresa sostuvo que al momento en que la curaban ella prefería soportar el dolor a que le traten la herida, ya que era una sensación indescriptible.

Luego del año, le dieron el alta médica, pero la vida no volvió a ser la misma para ella, dos centímetros menos de su pierna y una herida fresca fueron el resultado de aquel accidente. “Me daba vergüenza ponerme vestido, caminaba torcida y sentía mucho dolor por la herida”.

Lamentablemente pasaron solo un par de años y Teresa quién aún estaba en recuperación tuvo dos noticias que tumbarían a cualquiera: “Mi esposo falleció a causa de un infarto al corazón luego de ser víctima de un asalto y poco después mi hijo con quien tuve el accidente… (suspira) Falleció, atropellado por un carro cerca al mercado central del Callao”.

“Me sentí destruida, me quedé sin fortaleza”. Su rostro reflejaba tristeza, pero una gran fortaleza espiritual. El tiempo transcurrió, sus hijos crecieron y pudo reponerse a tan duro golpe, pero la herida queda por siempre.

“Por suerte, unos familiares me apoyaron en los gastos de mis hijos, ya que en mi situación era muy difícil trabajar”. Ya cuando se sintió con más energía consiguió un empleo preparando comida en la cafetería de un colegio público. Allí se mantuvo y podía cubrir sus gastos.

Transcurrieron los años y sus hijas la apoyaban en lo que podían, pero nuevamente un suceso inesperado surgía en su vida, a la edad de sesenta y tres años le detectaron osteomielitis avanzada causada por la herida del accidente que nunca cerró; esta amenazaba con expandirse por todo su cuerpo y así causarle la muerte. La única solución que quedó fue apuntarle la pierna.

image host
Teresa, que actualmente vive en uno de los barrios más peligrosos del Callao, ha atravesado con enteresa y resiliencia una vida de tragedias

“Claro que el sentimiento de perder la pierna era difícil, pero me despedí de una herida que me había hecho sufrir tanto”. Ahora Teresa tiene una prótesis en la pierna izquierda y tendrían que mirarla, parece llena de juventud al caminar, nunca se cansa.

Pero la vida seguía colocándole dificultades ya que solo unos años más tarde Teresa perdió a su hijo mayor a consecuencia del alcoholismo: “Mi hijo; no puedo creer que haya muerto, pero sé que esta en un lugar mejor, nunca fue mala persona, sin embargo, encontró malas personas que lo llevaron por el mal camino y tal vez fue mi culpa porque no pude estar con él para aconsejarle”.

Conocí a Teresa desde yo era joven ya que me vendía periódicos, siempre me llamó la atención su particular forma de caminar hasta que conocí de su accidente y el porqué de su prótesis. Fue la primera persona a la que consideré realizar una crónica durante mi etapa universitaria.

La encontré recientemente y me comentó que ya no vendía periódicos y que de vez en cuando hace juanes (me ofreció uno, estaba delicioso). A su familia y a ella, a pesar de todas las adversidades, les iba mejor. Eso sí, su mayor tesoro son sus nietos quienes a pesar de que jamás llenaran el vacío que dejaron sus hijos, son una gran fortaleza para que continúe avanzando en el camino que llamamos vida.

Tal vez de esa forma Teresa pudo encontrar paz a tanto sufrimiento y disfrutar del estar viva. Verla me hace reflexionar sobre la suerte que tenemos muchos de estar vivos y replantearme sobre el significado de la palabra felicidad.