Hace unos meses obtuve la certificación internacional que me acredita como especialista en Lean Six Sigma Black Belt. Poco tiempo después, surgió la oportunidad de impartir un curso sobre esta metodología a una reconocida multinacional del sector retail en Centroamérica. El reto no solo consistía en prepararlos para rendir con éxito el examen de certificación internacional, sino también en diseñar una experiencia de aprendizaje adaptada a su realidad laboral.

Quería que el contenido, las herramientas y las técnicas del curso pudieran trasladarse de forma efectiva y tangible a su entorno profesional. Sin embargo, el material proporcionado por las entidades certificadoras rara vez responde a las necesidades específicas de los estudiantes. Casi siempre se ofrecen contenidos genéricos, con ejemplos demasiado abstractos, diseñados para explicar los conceptos con rapidez pero sin profundidad contextual.

Era necesario personalizar. Ajustar los temas y ejercicios al entorno real del retail.

Una noche, mientras trabajaba en esa adaptación, tuve una revelación que marcaría uno de los hallazgos más importantes de mi vida. Frente al computador, se cruzó en mi mente una pregunta poderosa:

¿Y si aplicáramos Lean Six Sigma a nuestra vida personal?

Sabemos que LSS es una metodología orientada a mejorar procesos con foco en la calidad y la eficiencia operativa en las organizaciones. Pero, ¿podríamos gestionar nuestras vidas como si fuéramos una empresa? ¿Podríamos mejorar nuestro rendimiento diario usando sus herramientas? ¿Optimizar nuestras rutinas? ¿Lograr mejores resultados en nuestras metas personales?

Las preguntas llegaron una tras otra, cargadas de emoción y urgencia.

Dos mundos paralelos

Durante los años que viví en Japón fui testigo del valor que los japoneses otorgan al trabajo bien hecho, especialmente cuando se realiza en equipo. En su cultura, la calidad, el rendimiento y la mejora continua son pilares no solo en lo empresarial, sino también en lo cotidiano.

Allí no existen fronteras rígidas entre el trabajo y la vida personal. Ambos mundos fluyen en armonía, guiados por principios comunes. En contraste, en occidente solemos mantener estos ámbitos como compartimentos estancos: somos meticulosos en el trabajo, pero desordenados en casa; exigimos excelencia en nuestros equipos, pero toleramos caos en nuestras rutinas.

Principios de Lean Six Sigma de Vida

Identificar el valor

Las empresas que aplican LSS saben que lo primero es identificar qué es lo que realmente aporta valor. Es decir, comprender qué aspectos de un producto o servicio son verdaderamente apreciados por el cliente.

En la vida personal, esto implica una reflexión sincera: ¿qué actividades, relaciones, compromisos y hábitos suman a nuestro bienestar y propósito?

Una vez escuché esta frase: "Cuida lo que comes; lo que escuchas, lo que ves y con quién te relacionas".

Muchos hemos llenado nuestra agenda de tareas que no aportan valor real, generándonos solo agotamiento. El primer paso transformador es distinguir lo esencial de lo accesorio; lo que enriquece nuestra existencia de lo que solo la complica.

Visualizar nuestra rutina

El Mapa de Cadena de Valor es una herramienta potente de LSS que permite mapear procesos y revelar ineficiencias. ¿Y si aplicamos esa misma lógica a nuestra vida cotidiana?

Recuerdo a Carlos, un directivo que asistió a uno de mis seminarios en Costa Rica. Estaba frustrado por no poder desayunar con sus hijos. Decidió aplicar el mapeo a su rutina matutina y descubrió que perdía cerca de 40 minutos diarios en actividades perfectamente optimizables o eliminables. Con solo reorganizar algunos hábitos, logró recuperar ese tiempo para algo que realmente valoraba.

Responder a necesidades reales

El principio Pull enseña a producir solo cuando existe una demanda real. Aplicado a la vida personal, nos invita a actuar por convicción genuina y no por presión social o expectativas ajenas.

He visto profesionales aceptar compromisos que preferían evitar, jóvenes escoger carreras para agradar a sus padres, directivos adquirir bienes por aparentar, y personas decir "sí" cuando querían gritar "no".

Adoptar este enfoque implica preguntarnos constantemente:

¿Estoy haciendo esto porque realmente lo necesito o deseo, o porque alguien más lo espera de mí?

Mejorar continuamente

Quizás el principio más poderoso de todos sea el Kaizen: la mejora continua mediante pequeños pasos. En mi experiencia con metodologías como CMMI y facilitando retrospectivas ágiles, he comprobado que las transformaciones más sostenibles son las progresivas, no las abruptas.

En lo personal, esto significa crear ciclos regulares de reflexión para evaluar nuestro desempeño y bienestar. A veces, un pequeño ajuste en un hábito puede desencadenar grandes cambios a largo plazo.

Las 5S de la rutina diaria

Una de las herramientas más adaptables a la vida cotidiana es la metodología de las 5S, que se basa en el principio del orden como base del bienestar:

  • Seiri (Clasificar): Eliminar de nuestra vida objetos, compromisos o relaciones que ya no nos aportan valor.

  • Seiton (Ordenar): Organizar nuestros espacios físicos y digitales para ganar eficiencia y paz mental. Estoy convencido de que somos más productivos en entornos limpios y ordenados.

  • Seiso (Limpiar): No solo nuestros entornos, también nuestras mentes. Elimina la “contaminación” emocional o mental innecesaria.

  • Seiketsu (Estandarizar): Crear rutinas y hábitos positivos que no demanden esfuerzo constante.

  • Shitsuke (Disciplina): Fomentar la constancia para mantener los buenos cambios a lo largo del tiempo.

Reflexión final: la vida como proceso

En tiempos de cambio acelerado y sobrecarga de información, necesitamos marcos que nos ayuden a navegar la complejidad sin perder de vista lo esencial. Lean Six Sigma no solo mejora empresas; puede también enriquecer nuestras decisiones, relaciones y hábitos.

Como suelo decir en mis cursos: “La verdadera maestría no está en aplicar técnicas sofisticadas a problemas complejos, sino en adaptar principios simples a todos los ámbitos de nuestra vida”.

El camino hacia la excelencia; personal y profesional; no es un destino, sino un proceso constante de mejora, aprendizaje y adaptación.