Los humanos modernos detestamos caminar. Al menos eso nos han enseñado desde que éramos infantes: salvo que sea verdaderamente indispensable, hay que evitar a toda costa dar más de cien pasos seguidos.
La cultura del consumo nos ha inculcado que ser dueño de un automóvil debe de ser la prioridad uno en nuestras vidas; una persona que utiliza su automóvil para todo, proyecta glamour, éxito y libertad.
No obstante, la mayoría de las personas que son dueñas de un automóvil, pierden parte de su libertad al comprar un vehículo.
Según datos de la organización para la investigación de interés público (Public Interest Research Group, Inc., PIRG), el 85% de los automóviles comprados en México y en Estados Unidos, es mediante financiamiento bancario.
Es decir, que la gran mayoría de personas que desean conducir un automóvil, primero deben conducirse hacia una deuda para poder ser propietarios de un automotor.
En México, desde los años 1950's las políticas públicas han propiciado un desarrollo urbano donde el uso del automóvil es prácticamente obligatorio para muchas actividades cotidianas. Desde entonces, las empresas automotrices presumen como un logro el aumento anual de la deuda por financiamiento automotriz.
A partir de ahí todo funciona como un círculo vicioso: primero hay que endeudarse para comprar un auto y luego debemos trabajar más para pagar esa deuda. Luego habrá más autos y más deudas, que con los impuestos que esto genera, el gobierno hará vialidades cada vez más grandes y entonces necesitaremos más autos para llegar a nuestros trabajos. Y así sucesivamente.
De acuerdo con información publicada en el año 2022 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), solamente en la Ciudad de México existían 6.4 millones de automotores de combustión interna.
Datos del Global Mobility Call señalan que cada vehículo alimentado por gasolina emite una media de 140 gramos de dióxido de carbono (CO2) por cada kilómetro recorrido.
Supongamos que los 6 millones de vehículos de la Ciudad de México recorren una distancia media de 10 kilómetros al día. Con aritmética básica encontramos que, diariamente, los vehículos de Ciudad de México producen 8.400.000 kilos de dióxido de carbono. 8 mil toneladas de CO2 al día significan casi 3 millones de toneladas al año. En kilos, eso es un 3 seguido de nueve ceros.
¿No le parece que nos estamos envenenando nosotros mismos?
Eso sin hablar de que los vehículos no solo contaminan por la expulsión de gases resultado de la combustión, sino además contaminan sus desechos de aceite de motor, el líquido anticongelante, el líquido de frenos, los neumáticos viejos, entre otros.
El problema vial y de contaminación en la Ciudad de México, obligó al gobierno capitalino a crear —desde los años 90's— un programa llamado “Hoy no circula”, el cual aplica medidas de limitación obligatoria en la circulación de los vehículos, y así intentar controlar la emisión de contaminantes.
Vale decir, que aunque las intenciones del “Hoy no circula” son genuinas, este programa es totalmente obsoleto. Primero porque la capital mexicana está diseñada para que caminar sea casi imposible, y segundo, porque el mexicano hará hasta lo imposible por evitar usar el transporte público.
Aunque el “Hoy no circula” limita el uso de un automóvil, el gobierno no tiene reglas limitantes en cuanto al número de automóviles que una persona puede poseer. De tal forma, el capitalino busca ser dueño no sólo de un automóvil, sino dos o tres, cada uno con matrícula distinta y así evitar quedarse sin automóvil algún día de la semana.
De acuerdo al diario El Economista, debido al uso excesivo de vehículos de combustión de gasolina y diésel, en el año 2024 sucedieron 12 contingencias ambientales en Ciudad de México.
Estas contingencias se activan cuando la calidad del aire está en un nivel de contaminación extremadamente alto y es necesario activar fases de emergencia ambiental, donde se instruye suspender por algunos días la circulación de hasta el 50% de los vehículos automotores de la capital, así como también se ordena suspender todas las actividades al aire libre, actividades escolares, culturales y carga de combustibles en toda la ciudad.
Naturalmente esto no es culpa solamente del ciudadano. Las políticas públicas del último medio siglo están centradas en el uso del automóvil, incluyendo un gasto masivo en la construcción de calles y carreteras, políticas del uso del suelo que fomentan la expansión urbana y un escaso apoyo a los medios de transporte público.
Tomamos de ejemplo a Ciudad de México, pero el caso es muy similar en cualquier otra ciudad del mundo: los ciudadanos hacemos lo posible por no caminar.
Es curioso ver que la solución gubernamental y empresarial para este tipo de problemas sea “compre un auto eléctrico y usted ya no contaminará más”, vendiendo la idea que al manejar un Tesla o un BYD seremos apóstoles de un planeta saludable.
Lamento decirle que, además de endeudarse ahora con un auto eléctrico, esa energía que utiliza su nuevo vehículo debe de ser generada en alguna central nuclear o termoeléctrica, transportada y almacenada para que esté disponible cuando usted necesite recargar su batería de litio (también híper contaminante).
Esto quiere decir, que si usted utiliza un auto eléctrico y no ve los vapores de combustión saliendo del motor de su auto, no significa que no esté contaminando el ambiente. El auto eléctrico posiblemente contamina ligeramente menos, pero en realidad solo estamos desplazando la contaminación a otro lugar.
¿Y si mejor caminamos un poco más?
Mire, yo sé que utilizar el automóvil es mucho más fácil y rápido. Además, coincido en que todos queremos mostrar un estatus de vida exitoso y que el manejar nuestro automóvil es la mayor prueba de ello.
¿Pero a poco no vale la pena un poquito de esfuerzo y aplicarnos el “hoy no circula” a nuestras vidas? Digo, estamos hablando de hacer algo para no envenenar el aire de la atmósfera que usted y yo respiramos.
No tengo nada en contra de tener una troca y un carro, como les decimos en el norte de México, ni le estoy sugiriendo que el día de mañana venda sus propiedades y se convierta en un hippie.
Pero vaya, si un día a la semana hace buen clima y no tiene necesidad de andar cargando algo pesado, como una guitarra, por ejemplo, a lo mejor podría ir en transporte público a algunas de sus actividades cotidianas. Ser propietario de un carro no lo imposibilita de ir caminando al trabajo, a la farmacia o a comer a un restaurante.
Le vendría bien a su salud, a su corazón y a su cerebro.
Borja del Pozo Cruz y Matthew N. Ahmadi, junto a un grupo de científicos colaboradores, publicaron en 2022 un estudio para el JAMA Internal Medicine Journal, donde se analizaba la relación entre salud y los pasos diarios de 80,000 personas.
La investigación titulada “Prospective Associations of Daily Step Counts and Intensity With Cancer and Cardiovascular Disease Incidence and Mortality and All-Cause Mortality”, se realizó a lo largo de 7 años y encontró que las personas que daban más de 10.000 pasos al día tuvieron 60% menos de enfermedades cardiacas, 50% menos de demencia y 20% menos de cáncer.
Olvide usted los beneficios sobre el medioambiente. Está comprobado, que si el día de mañana usted decide caminar en vez de usar su automóvil, usted será más saludable, más fuerte, más inteligente y más rico.
Razones para no caminar siempre habrá, pero llegará un día en el que ni usted ni yo podremos andar más sobre nuestros pies. Ese día, cuándo ni todo el oro del Perú ni toda la plata de Argentina, ni ninguna agencia de rodillas nuevas nos pueda dar un centenar de pasos más, ahí posiblemente diremos ¡cómo me gustaría volver a caminar!