La ciencia de envejecer sin bótox

¿Todo es culpa del bloqueador? ¿Si lo usas bien, ganas y si no, pues lo siento?

¿Entonces para qué me preocupo en gastar cientos de dólares en skin care, si con un buen bloqueador ya tengo?

Esta pregunta ronda mi cabeza cada vez que termino un frasco de algún producto para el cuidado de la piel, alguno de esos que compré convencida de que, con una semana de uso, me dejaría con el rostro de una niña de diez años.

Luego de cuatro envases y una billetera llorando, los cambios no son tan sorprendentes.

Para que no me duela el desembolso, me repito que, con mis 38 años, aún tengo cutis de niña.

Sí, sé que no es cierto, pero hay que empezar con una mentira para que se haga verdad.

Vale, ya sé que no soy Benjamin Button y que no voy a rejuvenecer, pero me seguiré mintiendo.

El viaje épico de mi dermatitis en el reino del skin care

Si mi piel pudiera hablar, probablemente me demandaría.

No por malos tratos (bueno, tal vez un poco), sino por exponerla a un interminable desfile de productos que prometen transformarla en seda, pero la dejan más confundida que yo en una tienda de maquillaje.

Bienvenidos al maravilloso mundo del skin care, donde la dermatitis atópica como la mía encuentra su mejor oportunidad para brillar… como un volcán en erupción.

La promesa del envase perfecto

Todo comienza con un paseo inocente por la farmacia. Entras por un champú y sales con un exfoliante de cuarzo rosa que promete abrir portales cósmicos para mejorar tu pH.

En mi caso, la promesa de "calma instantánea para pieles sensibles" siempre suena tentadora.

La realidad, sin embargo, es más bien "quema instantánea para almas confiadas".

Si tienes dermatitis, sabes que tu piel tiene el mismo sentido del humor que un gato molesto: siempre lista para arañarte cuando crees que tienes el control.

La rutina de diez pasos: ¿bendición o maldición?

Algunas personas creen que una rutina de diez pasos es el santo grial del cuidado de la piel.

Yo, como buena víctima del marketing, decidí intentarlo.

Me armé con todos los productos: limpiador, tónico, esencia, suero, hidratante, protector solar y un par de cosas más que ni siquiera sé pronunciar.

¿El resultado? Mi piel no sabía si estaba siendo cuidada o sometida a un ritual satánico.

Todo iba bien hasta que llegó el tónico de "agua de hamamelis", que juraba calmar mis brotes. Spoiler: Lo único que calmó fue mi billetera, porque después de tres días mi rostro parecía un mapa del infierno.

Los sueros milagrosos: La ruleta rusa del skin care

Los sueros son como influencers: todo el mundo habla de ellos, pero no siempre hacen lo que prometen.

Hay uno para cada problema: manchas, arrugas, hidratación, brillo… Y claro, también hay uno que dice ayudar con la dermatitis.

Qué ingenuidad la mía al creer que un frasquito tan pequeño podría domesticar mi epidermis rebelde.

Aplicar un suero es como lanzar dados. Un día te despiertas con una piel radiante. Al siguiente, tienes una erupción digna de un capítulo de Chernobyl.

Mi último intento tenía niacinamida, un ingrediente maravilloso para muchos, pero en mi caso fue como invitar al primo conflictivo a una fiesta familiar: desastre garantizado.

Mascarillas faciales: entre el arte y la tortura

Ah, las mascarillas. Esas promesas de transformación en 15 minutos que, en mi caso, terminan convirtiéndome en tomate irritado.

La de carbón activado parecía una gran idea hasta que intenté quitármela y descubrí que mi piel también quería ser removida en el proceso.

Luego está la mascarilla de "pepino calmante". ¡Mentiras! Calma a todo el mundo menos a mi cara. Terminó funcionando más como exfoliante accidental, porque mi dermatitis decidió declararme la guerra.

Los influencers y el consejo que nunca pediste

Si algo he aprendido viendo videos de skin care, es que los influencers tienen un optimismo envidiable.

“¡Este producto cambió mi vida!”, dicen mientras muestran una piel impecable.

Yo he probado esos mismos productos y lo único que han cambiado es mi paciencia.

“Si no te funciona, prueba con otro”, dicen. Fácil, ¿no? Solo necesitas vender un riñón y tu alma para financiar la búsqueda del producto perfecto.

El gran villano: el protector solar

El protector solar es el héroe que mi piel necesita, pero también el villano que siempre la traiciona.

Cada vez que aplico una nueva fórmula "para piel sensible", siento que me estoy untando lava en la cara. Se supone que es un escudo contra el sol, pero para mí es como invitar al sol a una fiesta privada en mi dermatitis.

Y ni hablar del acabado.

Algunos prometen ser "invisibles", pero me dejan como si me hubiera revolcado en un saco de harina.

¿Y el sudor? Ese momento glorioso cuando el protector empieza a derretirse y se mezcla con mis lágrimas de frustración.

Cuando decides rendirte… por un rato

Hay días en los que miro mi arsenal de productos y pienso: "¿Y si solo uso agua y jabón, como en los viejos tiempos?"

Pero claro, mi piel se apresura a recordarme por qué eso no es una opción.

El jabón, incluso el más suave, decide que hoy es el día de exfoliar mis emociones.

Entonces, vuelvo a los brazos de la crema hidratante básica, la que ha estado conmigo desde siempre.

No obrará milagros, pero al menos no me hace sentir como un experimento fallido.

La moraleja de esta tragicomedia cutánea

Después de tantos intentos fallidos, he llegado a la conclusión de que la dermatitis atópica es como el arte abstracto: subjetiva, incomprendida y propensa a generar caos.

No importa cuántos productos pruebes, cuántos pasos sigas o cuántos videos veas, siempre habrá días en que tu piel decida que no quiere cooperar.

Y está bien. Porque, al final del día, el skin care no se trata de tener la piel perfecta, sino de intentarlo (y fracasar con estilo).

Si algo he aprendido en este camino, es que el humor es el mejor ingrediente para sobrellevar la travesía.

Bueno, eso y las cremas con cortisona, claro.