La lactancia materna, un proceso biológico intrínseco a la condición mamífera, ha transitado un intrincado laberinto de eventos y sucesos históricos, moldeada por un crisol de mitos, creencias y prácticas culturales. Esta compleja trayectoria ha determinado una fluctuación significativa en su adopción a lo largo de las diferentes etnias y los cambiantes tiempos evolutivos sociales, un fenómeno que, sorprendentemente, persiste como un tema de debate apasionado y a menudo polarizado incluso dentro de la propia comunidad médica. Lo que a primera vista podría parecer un acto natural y universal, se revela como un campo de tensión donde convergen la biología, la historia, la economía, la política y, cada vez con mayor fuerza, las reivindicaciones del movimiento feminista.
A lo largo de la mayor parte de la historia de la humanidad, la figura de las nodrizas ha desempeñado un papel protagónico en la alimentación infantil. Estas mujeres, a menudo pertenecientes a clases sociales menos privilegiadas, amamantaban a los hijos de las madres de la alta sociedad, quienes frecuentemente rechazaban la práctica de dar el pecho debido a la percepción del desgaste físico que éste producía en sus cuerpos, o por consideraciones estéticas y sociales. De esta manera, la lactancia materna se fue convirtiendo, paradójicamente, en una labor remunerada, marcando una temprana división social en la experiencia de la maternidad y la alimentación infantil.
El siglo XX trajo consigo una serie de paradigmas biomédicos que impactaron negativamente en la promoción de la lactancia materna. En las décadas de 1960 y 1970, por ejemplo, prevalecía la creencia de que el calostro, esa primera leche rica en anticuerpos y nutrientes esenciales, debía ser descartado, y se retrasaba deliberadamente la primera toma del recién nacido. Durante la estancia hospitalaria postparto, la separación rutinaria de las madres y sus hijos era una práctica común, obstaculizando el establecimiento temprano del vínculo y la lactancia a demanda.
Un punto de inflexión crucial llegó en 1974, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) promulgó la ley de la libre demanda hasta los seis meses de edad. Esta recomendación, basada en la creciente evidencia científica sobre los beneficios nutricionales, inmunológicos y vinculares de la lactancia materna exclusiva, favoreció e incrementó significativamente los índices de lactancia materna a nivel mundial, promoviendo la conciencia sobre su importancia fundamental y resaltando los lazos afectivos que se fortalecen entre la madre y el niño a través de este acto.
Sin embargo, a pesar de la creciente trascendencia del proceso evolutivo basado en una connotación científica cada vez más sólida de la lactancia materna, persiste arraigada en el imaginario colectivo una creencia errónea de que la calidad de la leche producida difiere significativamente entre madre y madre. Este mito, frecuentemente expresado como "mi leche no lo satisface, por eso le doy fórmula", socava la confianza de muchas mujeres en su capacidad para nutrir a sus hijos y abre la puerta a la introducción innecesaria de fórmulas artificiales.
La leche de fórmula, concebida inicialmente como un sustitutivo comercial artificial ante la escasez real de leche materna en situaciones específicas, ha llegado a convertirse en la opción predominante para muchas familias, impulsada por una compleja interacción de factores sociales, económicos y culturales. Un argumento esgrimido por algunas madres que restringen la alimentación exclusiva por demanda, influenciadas incluso por ciertos grupos de pediatras que paradójicamente fomentan la no lactancia, contribuye a esta tendencia.
Las interferencias o dogmas biomédicos también han jugado un papel en la disminución de la lactancia materna. La percepción de la dependencia materno-infantil como una barrera para el control sobre el cuerpo de la mujer y el nexo del niño ha, históricamente, favorecido la aceptación y la promoción de la comercialización de la leche de fórmula, presentándola como una alternativa "liberadora" para la madre.
El capitalismo, con su maquinaria de difusión y propaganda de los sucedáneos de la leche materna, ha demostrado ser un medio eficaz y necesario para beneficiar la exclusión de la lactancia materna como el único medio de alimentación en el recién nacido durante los primeros seis meses de vida, una pauta que, inherentemente, conlleva a suprimir las posibilidades de la difusión natural y por excelencia de sus beneficios: la experiencia directa y el boca a boca entre madres informadas y apoyadas.
Un factor crucial que ha emergido con fuerza en el debate contemporáneo sobre la lactancia materna es la postura del feminismo. Con el avance de la urbanización, la creciente comercialización de los sucedáneos de la leche materna y el aumento significativo de la participación de las mujeres en la fuerza productiva del país, el movimiento feminista ha cobrado una relevancia global sin precedentes.
Dentro del feminismo, se han alzado voces críticas con la lactancia materna, argumentando que, en ciertos contextos y bajo ciertas presiones, puede convertirse en una de las mayores "esclavitudes" para las mujeres del siglo XXI. Ciertamente, al considerar las exigencias del discurso médico y social sobre la lactancia materna exclusiva y prolongada, y la falta de compatibilidad con las realidades de la vida laboral y personal de muchas mujeres, esta práctica puede ser percibida no solo como una fuente de opresión para aquellas que deciden ser madres, sino también como una exigencia neoliberal implícita, donde la finalidad política de la promoción de la lactancia materna a veces parece fomentar una reclusión femenina a la domesticidad y a la idealización de la "mística de la maternidad".
Por ello, desde una perspectiva feminista, la lactancia materna debería ser una cuestión sobre la que las mujeres puedan decidir libremente, informadas y apoyadas, y no ligada a discursos y exigencias políticas generadas por los "grandes expertos institucionales" de cada contexto histórico, quienes a menudo no consideran las diversas realidades y las limitaciones que enfrentan las mujeres en su vida cotidiana.
El cometido fundamental del movimiento feminista es ser crítico y combativo contra toda aquella práctica que fomente la opresión, la falta de libertades y la desigualdad de oportunidades para las mujeres. En este sentido, la no elección de amamantar, cuando es una decisión informada y autónoma, recobra fuerza como una postura legítima frente a las presiones de los movimientos pro-lactancia que, en ocasiones, pueden ser percibidos como normativos y poco sensibles a las realidades individuales.
Sin embargo, frente a las omnipresentes presiones sociales y comerciales que a menudo dificultan la elección libre e informada, la lactancia materna también se reivindica como un acto de soberanía alimentaria tanto desde los movimientos prolactancia, que enfatizan sus beneficios nutricionales y de salud, hasta movimientos feministas con una fuerte bandera antipatriarcal, que la ven como un acto de conexión profunda y autónoma entre madre e hijo, libre de las ataduras del consumo y la medicalización excesiva.
La lactancia materna como activismo social transformador desafía muchos dilemas complejos. Oscila entre la profunda vinculación del valor del cuidado y la entrega, por un lado, como un acto primordial de amor y nutrición, y, por otro, como el potencial portador de una falacia economista sujeta a intereses comerciales concretos y a prácticas sutiles de control social sobre los cuerpos maternos, perpetuando, en algunos discursos, roles de género tradicionales y limitando la autonomía femenina. La verdadera contracara de la lactancia materna no reside en su valor intrínseco, sino en las complejas tensiones que la rodean, en la necesidad de equilibrar sus innegables beneficios con el respeto irrestricto a la libre elección y la autonomía de cada mujer en su experiencia única de la maternidad.