Lo verdadero y lo falso son dos puntos. Dos islas que viven en un océano vacío. Entre ellos no hay nada, no hay tercer valor.

Entre el ser y el no ser. Entre el sí y el no. Entre lo verdadero y lo falso. Entre el adentro y el afuera. Entre el cuerpo y la mente. Entre tú y yo. ¿Qué hay? ¿Nada, sino una diferencia? Una diferencia, sí, pero ¿quizá algo más?

Los lógicos clásicos nos dicen que las afirmaciones pueden ser verdaderas o falsas. La frase “está lloviendo” puede ser verdadera o falsa, dependiendo del hecho de si en efecto ahora mismo llueve, o no.

Hay, nos dicen, una flecha que “mapea” las frase a dos valores posibles: verdadero o falso. Se entiende que el camino debe llevar a una y sólo una posibilidad: o verdadero o falso, pero no ambos. Y también, forzosamente o verdadero o falso. Lo primero lo llamamos principio de no-contradicción. A lo segundo, principio de tercero excluido.

Pero ¿dónde “viven” lo verdadero y lo falso? ¿Cuál es su espacio para que podamos mapear las afirmaciones que realizamos?

Lo verdadero y lo falso son dos puntos. Dos islas que viven en un océano vacío. Entre ellos no hay nada, no hay tercer valor. Y ellos dos están lejos, no se tocan, no interactúan, no se confunden. Lo mismo vale para el sí y el no. Dos puntos y nada más. Es un archipiélago simple.

Además, hay una simetría básica. El uno no es el otro. Y la negación de uno conduce al otro. Negar es el procedimiento que nos permite viajar de uno a otro y de vuelta. De ahí que la negación de la negación sea equivalente a la afirmación: “no es verdad que no voy” quiere decir “sí voy”. La frontera del sí y del no coincide con su espacio mismo. Se agotan en el espacio concentrado y sin dimensión del punto.

Pero hay otros espacios lógicos. Muchos otros. Podemos sembrar otras dos islas en nuestro archipiélago primero. Habíamos excluido la contradicción y el tercero. Decíamos: A o no-A. Y nada más. Pero podríamos aceptar un espacio de posibilidades lógicas más rico, que incluyera dos puntos más: “tanto A como no-A” y “Ni A ni no-A”. Se llama tetralema y lo desarrollaron los lógicos hindúes en el siglo VII y VIII.

Ahora unamos los puntos. ¿Qué nos lo impide? A y no-A se pueden unir constituyendo los polos de un continuum. No es nada arbitrario, hay situaciones en las que decimos que una frase no es simplemente verdadera o simplemente falsa. Más bien está más próxima o más lejana de lo verdadero o lo falso, según se vea. ¿Qué tan verdadera (o falsa) es tu frase? Este ya no es un archipiélago, sino una línea.

Inflemos ahora un de los puntos. Démosle área. Inyectemos aire al punto hasta volverlo in círculo. No cualquiera, sino un círculo que se diluye conforme se aleja de su punto central. El polo será el centro. La distancia de éste, no lleva a su contrario. Así, por ejemplo, verdadero es lo que cae en el centro, mientras que lo falso consiste en el alejamiento, en cualquier dirección, de aquel. Lo llamamos conjunto difuso. Es otro espacio. Y hay otros más.

Pero dejemos la lógica. Nos basta decir que ella posee muchos espacios. Espacios que la matemática hace visibles. Espacios continuos o discontinuos. Métricos o topológicos. Euclidianos y no-euclidianos. Pero quisiera aquí subrayar la importancia de la frontera. Porque lo que hemos visto en estos ejemplos es la modificación del borde que separa o une a los puntos que nos conciernen: lo falso y lo verdadero, el sí y el no, Hay puntos más o menos próximos. Puntos separables o puntos que se pegan. Puntos separables o inseparables.

Los asuntos de proximidad son asuntos del límite y, con ello, del borde, de la frontera, del umbral. Todos estos son nombres para la diferencia. Eso nos dice que no hay nada así como “la diferencia”, sino más bien distintas diferencias.

Llamemos limnología al estudio de los límites. Es decir, de la diferencia que toma forma, que se determina, y que puede ser umbral o membrana o frontera. No hay, por tanto, “diferencia en sí”, ni “la diferencia” en general, ni ninguna “diferencia originaria”. Siempre hay diferencias que sitúan y que son situadas al mismo tiempo. O bien, las diferencias engendran y son engendradas, forman parte de los espacios y no están más allá de ellos, como un “trascendental”.

Todo esto es más claro cuando hablamos de las cosas del mundo. Ahí caminan las diferencias. Podemos comenzar con el escandaloso comportamiento de la materia. El doble comportamiento de partícula y onda significa un doble comportamiento de discreción y continuidad. Eso lo vimos en el abstracto espacio de la lógica. Y lo vemos ahora en el espacio concreto, pero igualmente extraño, de las partículas elementales.

Los campos tienen fuerza, pero no borde. Las moléculas tampoco se agotan en sus bordes, sino que interactúan por medio de distintas fuerzas, al menos como lo presentan el modelo estándar y la teoría de la relatividad. Aquí la cuestión de los bordes tiene que ver con la individualidad y la individuación, dónde algo comienza y dónde termina. En el espacio, pero también en el tiempo. Y, naturalmente, los bordes que hacen, según la cosmología, que espacio y tiempo surjan.

La termodinámica nos habla de la adopción de estados de un sistema. No habla de lo probable y de lo improbable. No habla del trabajo, del flujo de energía y del concepto central de entropía. Cuando analizamos el flujo de la energía calórica en un sistema respecto a su entorno nos topamos con el problema de la membrana. Consideremos una taza de café caliente. Lo bebemos a temperatura ambiente. El calor fluirá de la taza hacia el entorno. Al final, el café tendrá la misma temperatura que se su entorno. Habrá perdido su diferencia. Ya no constituye un microestado diferente. Podemos hacer que el calor se disipe más lentamente cambiando el material de su membrana. Pero a la postre, ninguna puede detener la potencia implacable de las fuerzas termodinámicas.

Esto nos lleva a la idea de sistema. Lo vivo es un sistema que busca perseverar en su ser. Trabaja para sí y no es movido por otros seres de manera mecánica. Lo orgánico es un trabajo de autoorganización, que no vemos en el mundo físico elemental. Consideremos la célula. Ella produce, por medio de una membrana, una diferencia entre el interior y el exterior. Pero la membrana no es una mera diferencia, ella posee una estructura. Es una membrana con compuertas que regula el intercambio entre lo interior y lo exterior.

Hay elementos que pasan libremente por la membrana, como los electrolitos. Hay otros que requieren un transporte activo, como a través de la bomba sodio-potasio. Es decir, que, para ciertos compuestos, la membrana, sencillamente, no existe. Para otros, se requiere un trabajo de mediación. Pero hay también fronteras rígidas, gracias, por ejemplo, al carácter hidrofóbico de la membrana celular.

Demos ahora un salto al territorio humano. Salto relativo, porque seguimos hablando de membranas, límites y umbrales, es decir, seguimos en el terreno de la limnología. En el inicio, dice una mitología, Dios creó el cielo y la tierra. Los separó. Surgió el espacio intermedio que se llama creación para ser habitado. Creó un jardín y puso también dos árboles separados: la vida y el saber. Pero estas diferencias eran porosas. Hubo un ángel que se cayó del cielo, para convertirse en el adversario, el obstáculo para la fe de los humanos y que sedujo para probar del fruto prohibido. Los primeros humanos traspasaron el límite del mandato de Dios, la prohibición de no comer de ese fruto. Siempre hubo traspaso. Al menos su posibilidad. En este caso lo llamamos libertad.

La libertad significa la posibilidad de traspaso. Es decir, que no se limita a operar entre opciones ya dadas, sino que las crea. El utilitarista reduce la libertad a libertad de elección. Pero la libertad más radical está en la capacidad de darse fines, no meramente de elegirlos. Ahora, la libertad, no es capricho, ni creación de la nada. Es real porque es concreta, es decir, que debe aceptar ciertos límites. La humanidad, al ser finita, tiene todo tipo de límites: de tiempo, de espacio, de vida, mentales, lingüísticos, etc. Pero al mismo tiempo, no sabríamos de ese límite si no pudiésemos asomarnos más allá de él. Ahora, si lo traspasáramos absolutamente, entonces no sería un límite. El límite se traspasa y no se traspasa. O se rebasa, pero no todo, no absolutamente.

Las murallas, como las membranas celulares, tienen puertas. No está hechas como un dique, para bloquear absolutamente el paso del agua, sino para filtrar diferencialmente. Las murallas son fronteras y las fronteras criban quién puede entrar y quién no. Que las fronteras tengan puertas es fundamental. Así funcionan también las celdas. El guardia puede entrar y salir, a diferencia del preso. La cárceles, las murallas, las fronteras, son construcciones materiales, pero también técnicas y simbólicas. Llamemos “técnica” a las producciones humanas que producen, mantienen o modifican límites y que permiten a las personas, las sociedad y los grupos individuarse.

La individuación es, sin duda, un hecho complejo. La célula se individúa claramente gracias a su membrana. Su perímetro es visible y “geométrico”. Pero en tanto que la célula está inserta en procesos de intercambio, su existencia se extiende más allá de su estricta interioridad, del perímetro que le otorga su membrana. Se extiende un poco más. De hecho, su borde exterior sigue siendo parte de ella y le intercambios y asociaciones con otras células, como cuando se forman los tejidos. Las células también extienden relativamente su existencia al mandar mensajes más allá de sus límites.

La neurona libera su neurotransmisor en el espacio, a la espera de que otra lo capte. En otro nivel el sistema endócrino produce un sistema diferenciado de señales entre diferentes órganos y sistemas. Aquí se complican los bordes. Adquieren grosor. Ventanas. Se diluyen o se engrosan en diferentes partes. Filtran de manera diferencial. La función aquí del límite consiste en permitir la individuación. Lo límites, sí, claramente introducen bordes y saliencias en las cosas que se despliegan en el tiempo y en el espacio. Esos bordes, a su vez, permiten que las cosas se diferencien y que, pese a estar interconectadas con otras, puedan tener un destino singular, una relativa y limitada independencia.

La individuación del organismo nos muestra que no hay una diferencia simple que separe lo interior de lo exterior, lo propio de lo ajeno. Pero eso no es objeción a su proceso de individuación, sino todo lo contrario: su explicación. El organismo vivo lleva dentro de sí el material de sus ancestros en su código genético. Las células procariotas alojan hospitalariamente a la mitocondria, un “organelo” que antes constituía un ser independiente. Animales simples y complejos viven en relaciones de hospedaje y simbiosis. El pájaro come los restos de los dientes del cocodrilo quien, a cambio, recibe una limpieza dental. El estómago humano no puede funcionar sin el universo de seres vivos que constituyen su microbiota. Así, el adentro y el afuera, lo propio y lo ajeno, no se delimitan de manera sencilla, ni unívoca. Depende del enfoque. De la función analizada. Del proceso en cuestión. De la escala de tiempo o de espacio. Del nivel de organización.

Recientemente se ha desarrollado una teoría llamada 4E, que pretende describir de manera concreta el pensamiento en animales humanos y no humanos. Las 4E significan: embedded, enactive, embodied y extended, es decir, anclada (a un contexto específico y dentro de ciertos límites), enactiva (es decir, involucrada activamente con su entorno y otros seres; aquí intervienen además los conceptos que ligan sujetos y cosas, como agencia y “affordances”), encarnada (es decir, operando en un cuerpo determinado) y extendida (que no se termina en el límite de la piel; al hablar, por ejemplo, mandamos mensajes propios más allá de nuestro cuerpo a la espera de que otro lo reciba).

El pensamiento surge del cuerpo, pero no se termina en él. De hecho, el pensamiento involucra un trenzado de materia, información y energía, que hace posibles intercambios. Al comer intercambiamos energía. Al hablar, intercambiamos información. Con el comercio intercambiamos materias.

Este es un mundo de espacios, pero también de flujos. Espacios y flujos van de la mano. Porque no sólo se recorren caminos dentro un espacio, sino entre ellos; pasamos de un espacio a otro. Y a veces el mismo trayecto crea su espacio, como la fila de hormigas o un camino de peregrinación. Las cosas fluyen y se intercambian en diferentes modos y escalas. Cuerpos, mercancías, animales, enfermedades, ideas. Circulan y al mismo tiempo se forman, se deforman o se conforman, en relación con sus contextos y con otros cuerpos, mercancías, animales, enfermedades o ideas. Esta enredadera es lo que ha convocado el surgimiento de la idea de complejidad.

Los límites son mediaciones. Conectan y separan a la vez. Y no son estáticos. Cuando decimos que la oposición entre naturaleza y cultura no se sostiene no quiere decir que no reconozcamos ninguna especificidad humana. Quiere decir que los diferentes bordes que tenemos con nuestro entorno han cambiado, y lo que antes podíamos llamar naturaleza, ahora entra en el dominio de lo técnico. Pero, simétricamente, lo que antes creíamos dominio técnico, es decir, el objeto de nuestro querer y capricho, se sale constantemente de nuestras manos.

Lo llamamos “efecto secundario” o “externalidad”, pero en realidad no se trata sino del devenir de las cosas, que, a pesar de vivir en nuestro mundo, no dejaron de estar hechas de lo que está hecho el mundo, de materia, de información o energía. Por ejemplo, la mesa de nuestra casa parece ya un objeto humanizado, producto del trabajo y por ello del mundo humano. Pero esa madera no deja de ser madera, misma que sirve de hábitat para muchos insectos, como la polilla. Para nosotros es una invasión, un error, un accidente. Para la relación madera-polilla, es lo más natural. No dejó nunca de serlo.

Philippe Leroux-Gourhan dice, con acierto, que la tecnología es como una membrana por medio de la cual los humanos regulan las relaciones con el entorno. Los flujos, intercambios y recorridos, actuales y posibles, se juegan en esa membrana que llamamos técnica y que no es sino el conjunto de nuestras mediaciones. Esas mediaciones no toman las cosas ya hechas para luego conectarlas; las cosas y sus conexiones surgen al mismo tiempo en su nivel más fundamental. Con ello se dice que las distintas diferencias que han operado en la humanidad entre naturaleza y cultura, hombres y mujeres, nacionales y extranjeros no pertenecen sólo al lenguaje o al pensar, sino también a un complejo sistema de operaciones de membrana. Es por medio de las tecnologías de distintas clases (materiales-simbólicas) que las sociedades se individúan. Esto es lo que llamamos proceso civilizatorio.

Tenemos túneles, segundos pisos, salvoconductos, pasos subterráneos, muros, domos de hierro. Ello para que pasen coches, personas, ideas, dinero, mercancías. O para que no lo hagan. Esta interconectividad forma parte de la mediación técnica, membrana compleja por la cual nos individuamos relativamente frente a otros a través de un filtrado diferencial. Unos frente a otros. Unos con otros. Nosotros frente a los otros. Nosotros frente a lo otro.

Nosotros con lo otro. Individuación no significa separación, la producción de un archipiélago de seres, o de comunidades, o de sujetos desconectados, cada uno siendo la medida de sí mismo. La individuación es un proceso por medio del cual el singular toma forma, se deforma o se destruye, pero sin cortar los puentes entre los individuos con los que coexiste. Estos puentes técnicos median la proximidad y la distancia, regulan los tránsitos, constituyen un caso de distintas de diferencias, de fronteras, de bordes, de límites. Son el asunto de una limnología.