La Naturaleza siempre lleva los colores del espíritu.

(R. W. Emerson)

El lenguaje asciende desde lo no lingüístico, el lenguaje gestual analógico, hasta concluir en el lenguaje simbólico, pasando por el lenguaje verbal y el poético. Desde el verbal se abren ramas laterales que expresan distintas formas del pensamiento: mágico, esotérico, religioso y científico, entre otras... e incluso de allí abrevan la poesía y muchas veces, el simbolismo. En el cuanto al lenguaje científico, las múltiples restricciones (la precisión, la especificidad y desambiguación) suelen ser tomados como valores positivos porque aumentan el control sobre su objeto de observación, olvidando que hay un sujeto de observación que ha debido restringir y por lo mismo, empobrecer, su lenguaje y con él, su riqueza mental.

En este sentido, recordamos la observación de Miguel de Unamuno: “Si la ciencia no mata, no explica” (también mencionada en nuestro artículo sobre la magia1). Si no empobrece, no controla. Si no simplifica, el objeto de observación sale volando por la ventana del significado.

La elaboración de “cosas” para crear realidad es una primera y esencial forma de control del entorno con su respectivo valor adaptativo.

Pero ya vimos que la aparición de la cosa y del yo como dos instancias separadas disminuye la información que el sistema humano/entorno genera. Esta codificación del continuo analógico pasado al mundo digital, aumenta lo ignorado (algo que ya tratamos al hablar sobre lo mítico poético y la percepción2). El conocimiento que produce realidad nos hace perder información acerca de la totalidad que integramos: es un conocimiento que, paradójicamente, aumenta la ignorancia y que puede llamarse “conocimiento entrópico”. Controlamos un mundo reducido en variables y, por ello, disociado de la totalidad sistémica que nos produce y nos recibe y, de hecho, es un mundo donde se potencia la ignorancia.

El lenguaje poético (el artístico) es, entonces, un intento por recuperar la integración perdida. La experiencia estética -no su argumentación, sino su silencio- es agente integrador de la mente como unidad ecomental, disolviendo -aunque sea por un instante- el muro entre el yo y el entorno, haciendo de la mente un ecosistema y del ecosistema una mente.

Sistemas cerrados y abiertos

Erwin Schrödinger, además de preguntarse por la salud de su metafórico gato cuántico, también se preguntó por la vida en general. Pero preguntarse acerca de qué es la vida ¿es una pregunta científica? Cuando se dice que sólo hay ciencia si hay objeto científico, no se invalida el hecho -por demás amplificador- que sea el objeto científico el sujeto que también hace la pregunta: el yo busca ver al yo sin espejos. Y como supo decir Schrödinger: "La tarea no es ver lo que nunca se ha visto antes, sino pensar lo que nunca antes se había pensado..." Pero hasta los propios biólogos -con Jacques Monod al frente- piensan que la función de una molécula -un gen o una enzima, por ejemplo- no es algo estrictamente científico... o, incluso, acientífico: no es gravitacional: no pesa en el cálculo científico.

En la física clásica, la ciencia considera a los sistemas por sus estados y por las fuerzas que cambian esos estados, pero dejando fuera la función que dicho cambio tiene. En el prólogo de su “El azar y la necesidad”, Monod afirma que la ciencia es siempre “objetiva” y no “proyectiva”: un cuchillo -dice Monod- es un objeto y como tal puede ser estudiado, tal como puede ser estudiado un río, pero en nada importa qué “proyecto” hay detrás del cuchillo, del mismo modo en que no hay proyecto que impulse la formación del río. Luego, cuando el biofísico berlinés Max Dellbrück redujo un gen mendeliano a una molécula (a algo “físico” o cosa) descartando su “proyecto” o función, entusiasmó de inmediato al pensar científico clásico. Frente a esto, el cambio de perspectiva que proponía Schrödinger -bajo qué circunstancias una molécula manifiesta cierta función- pasó desapercibido. Para la biología sólo importaba la estructura, su inercia, su condición de cosa, mientras que su función -su aspecto “gravitacional”- era desechado.

Con su “pensar lo que nunca antes se había pensado”, Schrödinger intentaba revertir el camino -diríamos mítico o, por lo menos, prejuicioso- de que sólo importa a la ciencia la estructura, su inercia y no su “proyecto”. Pero el giro epistemológico propuesto por Schrödinger, abriría las puertas hacia el mundo de los sistemas abiertos. En efecto: en lugar de teorizar sobre sistemas idealmente cerrados, pretendía el camino hacia los sistemas que dialoguen con su entorno. Aquí resuenan las palabras de Gregory Bateson: “sólo el contexto da significado”: sólo la función -su acople al mundo exterior- le da sentido, orden, al sistema.

El sistema como conjunto de cosas que, relacionadas entre sí ordenadamente, contribuyen a un fin (la teleonomía del sistema), encuentra su orden en su integración al medio. Como diría crípticamente Schrödinger: los sistemas obtienen orden desde el orden... tal como un hijo recibe orden desde el orden de la madre que lo amamanta. El organismo vivo tiene su vida y tiene sus vínculos con todo aquello que no es su vida. Así entendida, la vida es un sistema abierto a un metasistema, perdiendo el rigor de la “cosa en sí” kantiana y convirtiéndose en un sistema con inercia propia pero que se continúa armónica y relacionalmente en el resto del Universo.

Ramón Llul y la apertura

Ramón Llul -el Doctor Iluminado- vivió entre los ss. XIII y XIV. Fue un pensador y teólogo de Mallorca que escribió en catalán, árabe y latín y extendió su tarea como misionero cristiano entre musulmanes. Inspirado en San Agustín, su principal legado quizás fuera el Ars Magna, un tratado donde pretendió, “simplemente”, interrelacionar todo con todo. Mostrar cómo podía integrarse todo conocimiento a algo parecido a un pensamiento en red o, como lo llamaría Bateson, diagonalizar el pensamiento, permitiendo que un bosque sea un ecosistema de ideas, bajo el principio de estructura: un sistema de relaciones en el cual ciertas ideas prosperaran y otras se extinguen llevando adelante relaciones de antibiosis, simbiosis, mutualismo, etc.

En esta búsqueda, Llul buscó evangelizar sarracenos tratando de demostrar la necesidad de un dios cristiano que lo uniera todo. Tal postura lo opuso a la idea averroísta de las dos verdades: la de la razón y la de la fe, sostenida, entre otros, por el belga Siger de Brabante contra quien estuvo duramente enfrentado. Desarrolló una versión anticipada de la characteristica universalis de Leibniz, quien había buscado lo que Umberto Eco llamaría la “lengua universal” y que, desde Llul, aterrizaría en Descartes y, principalmente, en Leibniz, bajo la forma de la Mathesis Universalis: la coherencia -herencia en común- de todo lo existente en un pensamiento unificador.

Tal unidad podría verse como preternatural respecto de los sistemas cerrados, pero tales “cerramientos” son meras clausuras lógicas antes que características propias de la realidad natural. Por el contrario, a la vida le corresponde un lenguaje abierto como el de Llul, con eventuales “condensaciones” de significado sobre los que se apoya el mayor peso estructural del conjunto al que llamaremos sistema, tal como el sistema nervioso descansa su peso estructural en el cerebro pero no puede prescindir del resto del tejido nervioso -sin el cual el cerebro no sería nada- y los demás subsistemas del sistema organismo en un ecosistema. Y tal apoyo necesita de la apertura hacia el entorno... biótico o abiótico. Poco importa.

Ante la pregunta de Schrödinger acerca de qué es la vida, cabe responderse que es un “algo” presente desde la Mecánica Cuántica hasta la realidad que nos acontece en nuestro propio marco ecológico de existencia y que llamamos realidad, sin olvidar que forma parte de la apertura de los sistemas a su entorno. En Demócrito y Epicuro encontramos cosas parecidas a la vieja fábula: “El lobo come cordero y con el cordero forma lobo; el cordero como hierba y con la hierba forma cordero”, arguyendo acerca de una unidad que reaparece en la idea de vida, tanto en el Arca de Noé como en la promesa del Milenio, donde todos los seres -lobos y corderos, y presuponemos que la hierba también- convivirán en armonía al amparo de la inteligencia de un Dios metasistémico absoluto.

En ese sentido, decía Lucrecio: “...y ello de tal modo que la naturaleza muta en cuerpos vivos todas las formas de comida”. Esta afirmación se parece a lo que ocurre cuando en un acelerador atómico, una partícula libre da origen a otras partículas libres. Sustituyendo “seres vivos” por “partículas libres” obtenemos el mismo resultado. Sustituir árboles por ideas, u organismos vivos por partículas subatómicas, nos da siempre el mismo panorama... que recobraba el propio Lucrecio: “El mismo principio nos convence de que el cielo, la tierra, el sol, la luna y cualquier cosa viva no son únicos, sino que existen en número infinito...”. Todo existe infinitamente: es el universo absoluto el que fija el sistema de referencia absoluto de sí mismo.

El argumento del romano permitía entender que del mismo modo en que las letras pueden formar palabras y las palabras pensamientos globales, existía un Logos que todo lo aunaba, algo crucial para el pensamiento cristiano occidental. Todo se relaciona con todo, situación en la que es imposible introducir una argumentación explicativa sin que no esté ya previamente implicada en ese todo: ante la circularidad completa, la ciencia se llama a silencio.

Paralelamente, aparece el clinamen, término latino que significa «inclinación» usado por Lucrecio en su De rerum natura para traducir la expresión griega kínesis katá parégklisin, o movimiento inclinado (parénklisis), opuesto al movimiento atómico meramente vertical aristotélico. El clinamen (sobre el cual nos hemos referido en un anterior artículo3) sería el movimiento de desviación de los átomos que permitiría que en su movimiento en el vacío colisionasen unos con otros por “voluntad” del átomo. De esta manera, Lucrecio quería perfeccionar la teoría del atomismo de Leucipo de Mileto por el recurso de esta ϰλίσις o “pendiente” manejada tanto por Epicuro como por Lucrecio para darle cabida a la libertad humana, propia de la ética epicúrea, introduciendo un elemento de indeterminación en el sistema mecanicista del atomismo: los “átomos” eran libres.

Y allí, en el indeterminismo humano, yace parte del “misterio” de la mecánica cuántica: las ecuaciones son deterministas, mientras que las mediciones vuelven al conjunto indeterminado. El comportamiento no observado es determinado, pero la indeterminación la provoca la observación, lo que nos pone en un rol central de nuestra propia argumentación hacia esta idea del todo abierto a sí mismo: una apertura sin la cual no podría haber una “totalidad” orgánica. Así, por ejemplo, para cada uno de nosotros es espontáneo el sentimiento del libre albedrío, pero no es así cuando vemos el comportamiento de otra persona: nos parece que está condicionado, aunque sea parcialmente, desde el exterior (sociedad, culpa, amor, etc.). Y es eso lo que pasa con los “comportamientos” cuánticos. Este conflicto nacería de la limitación observacional humana, ya que es como pretender observar la observación: un bucle lógico sin salida: siempre quedamos fuera de toda argumentación: el ojo nunca se ve a sí mismo así como el yo no tiene un yo que lo aborde.

Encajar al hombre

El físico teórico Günther Ludwig destacó que el determinismo -la clausura operacional de los sistemas con base en determinaciones causales- es un argumento científico, mientras que la libertad humana no lo es. ¿Es ella sólo un problema filosófico o teológico? ¿Será que únicamente hay una “sensación de libertad” causada por un fenómeno determinista? ¿No será la libertad una ilusión nacida de adaptaciones biológicas? El yo vuelve a generar clausuras y barreras que perturban el flujo normal de la comunicación de los sistemas entre sí, considerados como necesariamente abiertos al entorno sin esos núcleos “auto existentes” como el yo.

La apertura relacional de los sistemas requiere de la ruptura de simetrías: ante dos caminos elijo uno, y esto porque el Universo no es ingenuo y “sabe” que tiene que amplificar constantemente sus opciones: del aleteo de la mariposa sabe que puede llegar al tifón o quizás no, pero en esa indeterminación reside la base nutritiva de todos los procesos del Universo. En él no hay “sensaciones” de libertad: hay hechos libres, y estos hechos se amplifican en nuevas disrupciones de simetrías para darse a sí mismo la riqueza de su dinámica evolutiva. Esto hace que la vida sea la instancia más compleja en esta amplificación de variables: una complejidad estructural que asombra y confunde aún en aquellos procesos cerebrales donde no se toman decisiones como en los sueños o en los procesos epilépticos, más complejos aún que los de los sueños.

La vida es posible porque todo lo que le antecede en complejidad está también vivo: se abre a la plenitud de lo vivo y lo atraviesa con sus cuestiones orgánicas y mecánicas y se amplifica en indeterminaciones biológicas: Dios no podría hacer algo inferior a la vida. Esta perspectiva nos acerca al vitalismo: fuerzas externas a la vida que la hacen aparecer en medio de la materia inorgánica, como el élan vital, hipótesis que acerca a Schrödinger -desde el Principio de Incertidumbre de Heisemberg- con Henri Bergson, y a la entelequia de Hans Driesch con el antiguo pneuma estoico.

No obstante, entre el vitalismo indeterminado y la determinación mecanicista, aparece la figura de Ludwig von Bertalanffy y su Teoría General de los Sistemas -TGS-, de 1937. La TGS, a su vez, se complementaría, 10 años después, con la Cibernética de Norbert Wiener: los sistemas se autorregulan por procesos de feed back negativo, esto es: secuencias circulares de procesos que se moderan frenando o acelerando la producción de precursores cuando los resultados de secuencias causales se desvían de cierto rango. Y quizás la piedra de toque de tal puente la habrán dado los biólogos chilenos Humberto Maturana y Santiago Varela, explicando que un sistema era tal si cumplía dos condiciones: la de producirse desde el entorno o Ecopoiesis al mismo tiempo que se produce desde sí mismo o Autopoiesis. Por esta causa, un computador no es un sistema: tiene ecopoiesis pero no autopoiesis: es un arco de sistema que amplifica las posibilidades cognitivas de un sistema: el usuario del computador.

Finale

“Si no es un sistema, no existe” sentenció Bertalanffy, y tampoco es un sistema sin la apertura al entorno. En su composición (que es lo que significa en griego Σύστημα: Sýstima), debe haber una entrada desde el entorno y una salida hacia él. Puede contener subsistemas y vincularse a metasistemas, pero siempre sin aislamiento: los sistemas aislados (sin estatus relacional con el medio) son formulaciones irreales. Son el resultado de encierros mentales, de siglos de violencia intelectual acumulada... El sistema redescubierto bajo montones de nombres, teorías y hogueras, tiene que ser el resultado y la causal de la poiesis. Dijo Platón en el Banquete:

...el concepto de ποίησις (poiesis) es algo muy amplio, ya que ciertamente todo lo que es causa de que algo, sea lo que fuere, pase del no ser al ser, es creación, de suerte que todas las actividades que entran en la esfera de todas las artes son creaciones y los artesanos de éstas, creadores o poetas...

La poiesis es “producción”: inducir la existencia o crear desde el orden y hacia el orden como hubiera dicho Schrödinger. Una poiesis ordenada que arrastró la “Cadena de los seres”, que Arthur Lovejoy señalaba como ideario de un presupuesto constante de Occidente, desde la Grecia Clásica, floreciendo en el Medioevo y llegando hasta el s. XIX: la pauta universal de una mente universal.

A esta poesía cósmica -tras el entusiasmo del mecanicismo y la Revolución Industrial- le sucedió a mediados del s. XX lo que G. Bateson llamaba “Mente” o “Espíritu”, con la dificultad en la traducción del original “Mind”, inherente a una apertura comunicacional que volvía leve, ambiguo y casi imperceptible, al sistema... donde, ahora sí, una idea podía ser sustituida por un árbol, permaneciendo constante el conjunto: un sistema morfogenético, generador de formas, creador. Libre. Una construcción delicada, dotada de la magia de autoproducirse, algo que siempre chocó contra ese hábito tan occidental de buscar definiciones corpulentas e hipótesis macizas...

¿Por qué no volver hacia esos pensamientos que vivían de sistematizar lo tenue, lo que, según Confucio, habiendo sido alguna vez atravesaba el presente como fantasma, o de entender que lo real no es verdad, como decía Siddartha? Le costó a Occidente rendirse a la idea del pensar abierto, viviendo en una atmósfera viscosa, saturada de angustias invisibles. Le costó deshacerse de fortalezas, monasterios y castillos... y por eso, quizás, el Hombre actual necesite hoy más que nunca y con más urgencia, algo que lo libere de los míticos alcázares de la inteligencia y lo lleve más allá del razonamiento crítico... Otro Llul que le dé el lenguaje diagonal que transmita al Hombre la intuición de un campo fértil para la imaginación creativa; un Keats que construya un cielo en el infierno, o un Plotino que viera el amanecer de un dios entre los pétalos de una flor...

Necesitamos otro hacedor de lluvias en los desiertos agostados del espíritu y que la poesía punce nuestro corazón -como quería Baudelaire- con la “La pointe acerée de l’infini”: “la punta acerada del infinito...”.

Notas

1 Acceso a nuestro artículo “La magia”.
2 Acceso a nuestro artículo “Lo mítico poético y la percepción”.
3 Acceso a nuestro artículo “Acerca del lenguaje, el clinamen y el sueño de escipión”.