Mótivo: Dialogo ficticio de lo que pudo ser una veraz conversación entre dos de los personajes que lideraron la Revolución Francesa e impulsaron el germen de los regímenes liberales parlamentarios conocidos como democracia representativa social de derecho, tan denostado hoy en día y que, de seguir así, estaremos asistiendo a sus últimos años de vigencia.
Dialogo
(En un salón de la Convención Nacional, en la primavera de 1793. Robespierre, con rostro grave, revisa un documento mientras Saint-Just se acerca con paso decidido).
Saint-Just: Maximilien, otra vez revisando la Declaración de los Derechos. A veces pienso que tu preocupación por la pureza de estos principios raya en lo obsesivo.
Robespierre: (Levantando la vista) No se trata de una obsesión, Saint-Just. Es una cuestión de justicia. La Declaración de 1789 fue un avance, pero dejó demasiadas puertas abiertas a la tiranía de los poderosos. Si no corregimos sus defectos, habremos luchado en vano.
Saint-Just: Estoy de acuerdo. La propiedad, tal como está concebida en la Declaración original, no reconoce su límite moral. Se protege el derecho de acaparar, pero no se menciona la obligación de compartir. Se habla de libertad, pero se olvida que el hambre es la peor de las cadenas.
Robespierre: Exactamente. La Declaración debería afirmar, sin ambigüedades, que la propiedad no es un derecho absoluto, sino que debe supeditarse al bien común. Ningún hombre puede disfrutar de su fortuna a expensas de la miseria de otro. La libertad de uno no debe ser la esclavitud de muchos.
Saint-Just: Pero hay quienes dirán que redefinir la propiedad es atacar la esencia misma de la revolución. Los girondinos clamarán que estamos cruzando una línea peligrosa.
Robespierre: No temo su cólera. Lo que me inquieta es la ceguera de quienes se llaman republicanos y no ven que la desigualdad excesiva es la cuna de la tiranía. Si no limitamos la acumulación desmedida de riquezas, habremos cambiado un rey por cien nuevos tiranos. Por ello, debemos establecer un sistema fiscal justo. La carga de los impuestos no puede recaer sobre los más débiles, mientras los ricos se enriquecen aún más sin contribuir a la nación.
Saint-Just: Entonces, propones un sistema de impuestos progresivos, donde los que más tienen aporten más.
Robespierre: No sólo lo propongo, sino que lo considero indispensable. No puede existir igualdad política sin igualdad económica, y la primera herramienta para lograrlo es la justicia fiscal. Un Estado justo no puede permitir que la miseria conviva con la opulencia sin intervenir.
Saint-Just: Y si un pueblo oprime a otro, su libertad es una mentira. Un pueblo libre no puede tolerar la esclavitud ajena sin convertirse en cómplice de la opresión. La Declaración de 1789 olvida que la libertad no es solo un derecho, sino un compromiso.
Robespierre: Precisamente. Debemos proclamar que la libertad de un pueblo está ligada a la de todos los pueblos. Los reyes y aristócratas no son más que rebeldes contra el género humano, y deben ser combatidos como tales.
Maximilien Robespierre (1758-1794).
Saint-Just: La guerra de la libertad es la guerra de la humanidad contra sus opresores. Entonces, la Declaración no solo debe afirmar derechos, sino también responsabilidades. La responsabilidad de cada ciudadano hacia su patria y hacia la humanidad entera. Maximilien, estos artículos establecen el fundamento de nuestra república. El artículo primero es claro: todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Pero, ¿cómo garantizarlo cuando aún subsisten privilegios y desigualdades económicas?
Robespierre: Saint-Just, la igualdad debe ser más que un principio teórico. Como dice el artículo 6, la ley es la expresión de la voluntad general y debe aplicarse a todos por igual. Sin embargo, la nobleza y la burguesía intentan socavar este ideal con su avaricia. La virtud debe ser el fundamento del gobierno para evitar que el interés particular ahogue la soberanía del pueblo.
Saint-Just: Exactamente. El artículo 3 declara que la soberanía reside en la nación, y nadie puede ejercer autoridad sin su consentimiento. Pero si los ciudadanos no pueden participar efectivamente en la política, su soberanía se convierte en una ilusión.
Robespierre: Por ello debemos velar porque la libertad se ejerza dentro de los límites de la ley, como lo señala el artículo 4. La libertad sin moral ni justicia es anarquía. La revolución no debe ser solo la caída de un régimen, sino la construcción de una sociedad donde la igualdad sea real y efectiva.
Saint-Just: Y para ello, debemos garantizar la seguridad del pueblo. El artículo 12 señala la necesidad de una fuerza pública al servicio de la ciudadanía, no de unos pocos. Pero esa fuerza debe ser incorruptible, pues la opresión no se ha desvanecido con la monarquía, solo ha cambiado de rostro.
Robespierre: Así es. Debemos evitar el abuso del poder. Los artículos 7, 8 y 9 establecen que nadie puede ser detenido arbitrariamente y que la pena debe ser estrictamente necesaria. La justicia revolucionaria debe ser firme, pero jamás tiránica.
Saint-Just: También es esencial la libre comunicación de pensamientos. El artículo 11 reconoce este derecho, pero sabemos que las palabras pueden ser armas. Los enemigos de la Revolución utilizan la prensa para esparcir veneno contra la República.
Robespierre: La libertad de expresión es sagrada, pero no debe servir para la conspiración. Como dice el artículo 10, la opinión es libre mientras no perturbe el orden público. No podemos permitir que la traición se ampare bajo la apariencia de la libertad.
Saint-Just: Y para preservar la Revolución, es fundamental que los ciudadanos tengan control sobre los recursos del Estado. El artículo 14 les otorga el derecho de vigilar la contribución pública. Un gobierno que no rinde cuentas al pueblo es un gobierno ilegítimo.
Robespierre: Coincido. La revolución solo triunfará si sus principios se sostienen con firmeza. Como dice el artículo 16, sin garantía de los derechos ni separación de poderes, no hay Constitución. Es nuestra misión asegurar que estos principios no sean letra muerta, sino la base de una sociedad justa y virtuosa.
Robespierre: Y también debemos hablar de la moralidad pública. Muchos nos acusan de querer imponer una religión, pero la verdad es que la virtud no necesita un credo para ser defendida. Soy creyente, Saint-Just, pero nunca he impuesto la fe a nadie. La religión debe ser una elección personal, no un dogma de Estado. Sin embargo, una república sin principios morales está condenada a la corrupción.
Saint-Just: Entonces, debemos defender la virtud cívica sin obligar a la fe.
Robespierre: Exacto. La religión puede inspirar a los hombres, pero la justicia y la razón deben guiar la república. Y no olvidemos otro tema crucial: la pena de muerte. Algunos nos critican por usarla contra los enemigos de la revolución, pero ¿acaso podemos permitir que los traidores destruyan el sueño de una Francia libre?
Saint-Just: La pena de muerte es terrible, pero necesaria en tiempos de guerra y traición. No matamos por placer, sino por deber. El destino de la revolución no puede quedar en manos de quienes conspiran contra ella.
Robespierre: Y, sin embargo, Saint-Just, he soñado con un mundo donde la justicia no necesite derramar sangre. La guillotina es un instrumento de necesidad, pero no de virtud. Algún día, espero, la humanidad encontrará una justicia más alta que el filo de una cuchilla.
Saint-Just: Ese día, Maximilien, seremos verdaderamente libres.
Louis Antoine de Saint-Just (1767-1794).
Robespierre: Y hasta que ese día llegue, debemos recordar que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano es la base sobre la que se construye nuestra república. No es solo un conjunto de principios, sino un compromiso sagrado con la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Saint-Just: Y aunque el futuro es incierto, sabemos que estos principios no morirán con nosotros. La historia nos juzgará, Maximilien, pero si hemos logrado sembrar la semilla de la verdadera justicia, habremos cumplido con nuestro deber.
Robespierre: Así es. Y siglos después, la humanidad recordará que nuestra lucha no fue en vano. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirará a generaciones futuras. Nuestra sangre no será derramada en vano, porque los principios que defendimos pusieron los cimientos de la democracia actual, gracias al movimiento jacobino.
Saint-Just: Entonces, sigamos adelante, sin vacilar. La República no se sostendrá solo con palabras; debemos actuar con decisión para erradicar la tiranía y consolidar la libertad.
Robespierre: Así será, Saint-Just. Que la virtud y la justicia guíen nuestro camino.
Aunque Robespierre y Saint-Just fueron ajusticiados por su propia revolución, sus ideas sembraron la semilla de un mundo más justo, un mundo donde la libertad, la igualdad y la fraternidad siguen siendo principios fundamentales. Con el paso del tiempo, diversos organismos internacionales han garantizado que los ideales de la Revolución Francesa sigan vigentes, asegurando que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano continúe guiando a las naciones hacia un futuro más justo y equitativo. Quizás si hubieran sabido todo lo que vendría después, Robespierre y Saint-Just se habrían echado unas risas... o al menos habrían pedido una cláusula para que su legado no incluyera la aparición de autócratas emanados, precisamente, en el seno de las democracias.
Pérfiles
Maximilien Robespierre (1758-1794) y Louis Antoine de Saint-Just (1767-1794) fueron dos de las figuras más influyentes de la Revolución Francesa. Ambos lideraron el Comité de Salvación Pública durante la fase más radical del proceso revolucionario y defendieron con fervor los principios de soberanía popular, igualdad y virtud republicana.
Robespierre, apodado "el Incorruptible", creía en una democracia basada en la participación activa de los ciudadanos y en la necesidad de una moral republicana que asegurara la estabilidad del nuevo régimen. Por su parte, Saint-Just, con su estilo implacable y su visión utópica, impulsó reformas sociales y políticas que buscaban erradicar los privilegios aristocráticos y establecer un orden basado en la justicia y la igualdad.
A pesar de su papel en la etapa más represiva de la Revolución, conocida como el Terror, sus ideas contribuyeron a sentar las bases del republicanismo moderno. Conceptos como el sufragio universal (aunque inicialmente limitado a los hombres), la primacía de la ley y la idea de un gobierno al servicio del pueblo resuenan en las democracias actuales. Su legado sigue siendo objeto de debate, pero es innegable que influyeron en la construcción de sistemas políticos más representativos y equitativos.
Para profundizar en la complejidad de este periodo se recomienda la novela Robespierre1 de Javier García Sánchez que ofrece un retrato vívido y bien documentado de su vida y pensamiento y de toda la revolución. Con una narrativa intensa, el autor explora las contradicciones del revolucionario y su impacto en la historia.
Nota
1 García Sánchez, Javier. Robespierre. Ediciones B, 2013.