El Reloj del Apocalipsis, creado por la junta directiva del Bulletin of the Atomic Scientists de la Universidad de Chicago en 1947, está a 89 segundos de la medianoche, es decir, del comienzo del fin o del fin en sí. El conflicto entre Israel e Irán, ya apaciguado por la intervención estadounidense ―luego de un ataque de Trump, claro―, nos acerca más a una debacle nuclear. Siento algo de ese ambiente frío que la Unión Soviética y Estados Unidos propiciaron en la segunda mitad del siglo XX; es que en los 90 me hicieron creer que el tema estaba resuelto. Sin embargo, mi artículo no tratará de este denso y espinoso tema, sino de mi incapacidad para culminar libros; sí, me parece más preocupante mi actual estado lector que el destino de la humanidad. Seguro encontraré algún simpatizante de mi causa.

Creo que mi problema empezó a finales del año pasado, luego de leer algunos ensayos y meses después de culminar la autobiografía de Moby: Porcelain. No se trata de abandonos convencidos, como los que hice con El miedo del portero al penalti de Peter Handke (ganador del Nobel en 2019) o El sueño de Sooley de John Grisham. No, se trata de la incapacidad de culminar un libro porque la lectura se me hace pesada, no puedo concentrarme, la dispersión me vence, el no retorno al libro sucede y la huida a otro texto me sonríe. Nunca he sido de las personas que toma más de dos libros al mismo tiempo, me cuesta enfocarme así. Siento que la lectura debe consumirme o, al menos, lograr que medite el libro durante los trayectos que hago y cuando mi cerebro empieza a flotar; también cuenta el comentario casual que me sale en clase.

Como ejemplo tengo Limónov de Emmanuel Carrère. Lo leí en 2022 para mi maestría. Por carga de trabajo y tiempo de lectura, no pude terminarlo en la semana que tenía entre una clase y la otra. Sin embargo, tan pronto como pude, regresé al libro, una pulsión me obligaba. Leer la última página me dio paz y satisfacción; mastiqué poco a poco el retrogusto del libro hasta que su sabor quedó archivado, y con una velada promesa de retorno.

El Club de Literatura que dirijo en la universidad donde trabajo me obliga y ofrece el tiempo necesario para dedicarme a leer. Así, los cuentos de Mariana Henríquez, Fiodor Dostoyevski, Samantha Schweblin, Stig Dagerman, entre otros, me han entregado la dosis necesaria, mínima, que debo consumir como alguien que se dedica a eso de los libros y la literatura. De hecho, ante mi condición actual recurrí a la búsqueda de autores que hablaran de este problema o algo similar: ya tengo esperando a Gabriel Zaid con Los demasiados libros.

Además de las lecturas de cuentos, recurro a artículos como “Trump, el dictador mediático del siglo XXI: entre Mussolini y Berlusconi a través de McLuhan”1 de la revista Jot Down, la cual recomiendo ampliamente. ¿Será la inminente llegada de la medianoche nuclear la que me impide concentrarme? La verdad, esa sería la salida fácil. ¡Las complicaciones mundiales afectan al individuo! En todo caso, nada de lo anterior cambia mi postura sobre la mandatoria lectura de libros desde la impostación intelectual elitista que se aferra a los clásicos como únicas puertas de acceso y discusión.

Como consecuencia de mi imposibilidad de terminar libros, padezco la dificultad de escribir con largo aliento. No soy de cientos de páginas, trato de recortar tanto como puedo lo que sobra y, mi primer libro, Desclasificado, es la prueba. Agradezco, de momento, que la editorial mexicana Los libros del perro publicará mi próxima obra. Que el lanzamiento, la promoción y los comentarios al respecto me ocupen mientras resuelvo este problema. De momento, los artículos que hago para Meer fluyen —todos los cuales están disponibles en mi perfil—: 800 palabras no parecen el Everest.

No obstante, tengo atragantado un libro entre pecho, cuello y cabeza desde hace dos años. Luego de un primer intento infructuoso, decidí replantearlo. Creo que el tercer intento puede ser exitoso, ahora solo me resta escribir… ¡Todo!

Tengo pocas certezas en este momento, pero de algunas debo agarrarme para empezar. Por eso me comprometo a escribir dos reseñas mínimas mensuales: a partir del siguiente mes, al final de cada texto que publique aquí, encontrarán dos libros que haya leído ese mes, uno sobre deportes y otro de narrativa; no importa si tienen o no relación con el tema del que hable. Me comprometo también a revelar cualquier otra acción que me ayude a remediar mi condición, la anotaré aquí. Quizás hablar de mi afección sea un escalón para alguien.

Ojalá que el futuro sea más promisorio, que el Reloj del Apocalipsis retroceda y mi penoso padecimiento desaparezca. En la literatura poquísimas veces ocurre eso del final feliz, pero aquí lo anhelo para mí y para todos.

Notas

1 Acceso al artículo “Trump, el dictador mediático del siglo XXI: entre Mussolini y Berlusconi a través de McLuhan”.