Esa semana venía con una seguidilla de malas noticias que me habían partido bastante al medio. Así que no me acordaba que me había anotado para la visita guiada del Borda hasta que, de casualidad, veo el mail que me confirma un lugar.
Con muy pocas fuerzas y ganas, me levanté con el tiempo justo para hacerme el mate y llevármelo para ir tomando en el bondi. Me desabrigué porque eran las diez de la mañana, pero ya estaba medio sofocante.
No cambio por nada la posibilidad de trabajar desde mi casa, pero también trae consigo algunas cosas, como perder por completo la noción del tiempo y temperatura.
Ese día estaba ya bastante caluroso así que una vez hecho dos bollos de ropa que metí en la mochila, me acomodé para tomar mate y mirar por la ventana. Como mis auriculares se rompieron, mi videoclip estuvo musicalizado por las conversaciones de otros pasajeros, videos que miraba la gente en sus celulares, bocinas y algún que otro grito.
Me bajé en Constitución y caminé varias cuadras ya con los últimos mates. Doblé en una diagonal que me llevó a una plaza, dos cuadras más y delante de mí, fue asomándose el hospital. Debía ingresar y esperar en el hall de entrada del edificio central. Como era temprano, aproveché para rodearlo y caminar entre el verde. Al comienzo de la charla voy a enterarme que son 16 hectáreas en total. Pero todavía falta para eso y freno de golpe al encontrarme con el final de una fila larga de personas, la mayoría con recetas en sus manos. Seguí caminando y veo que el comienzo viene de una ventana donde atienden y reparten la medicación de los tratamientos ambulatorios (o por lo menos, algunos). Hay un cartel que indica que no hay más benzodiazepina. Siento que me tocan el brazo, me piden un pucho. Le digo que no tengo y pienso que ya van dos semanas y un día sin fumar. Qué difícil, me vendría muy bien uno.
Interior del primer pasillo, miramos al hall de entrada.
Llegando a la puerta del edificio principal, me tocan el brazo de vuelta para decirme que le gustan mis tatuajes. Le agradezco, me dice que le gusta el del barco y se va. Hay un círculo de personas paradas entre una barra con dos hombres que no entiendo bien que hacen, gente con guardapolvos yendo y viniendo, dos filas de personas que van de una esquina a la otra. También hay un busto de Evita con un vaso dado vuelta en su cabeza.
Pregunto si están para la visita. ¿Si yo pidiera un pucho, pensarán que estoy internada?
Llega finalmente un hombre de sesenta años que se presenta como parte del cuerpo médico, pero no recuerdo su nombre. Él es, supongamos, psiquiatra y también el encargado del viaje en el tiempo, del paseo por la locura y por una parte del edificio. Pero no puede empezar si no nos presentamos nosotros también. Hay gente de todas las edades y vienen por diferentes motivos, pero sí se repite mucho estudiante de psicología y también por curiosidad. Solamente dos de las veinte personas dicen haber sido pacientes ambulatorios. Ambos habían conocido el hospital desde un lado así que también querían conocerlo del otro.
Caminamos por el pasillo, subimos uno o dos pisos, caminamos a otro pasillo con todas ventanas a lo largo. El hospital primero fue hospicio y fue fundado el 11 de noviembre de 1863. Es por eso que vamos a ver diferentes estilos según la época: si las ventanas tienen rejas remite a una primera instancia y se colocaron para que los pacientes no se tiren. A medida que fue pasando el tiempo, estas medidas fueron cambiando. Esas primeras épocas llegaron a tener un poco más, un poco menos, de tres mil internados, en su mayoría, por alcoholismo o sífilis. Esta última enfermedad, en una instancia muy avanzada, sube por la nariz al cerebro atacando el sistema nervioso y como último paso, el enfermo tiene un período de locura. Ya para mitad del siglo XX, los avances de la ciencia y la farmacéutica permitieron los tratamientos ambulatorios.
Uno de los libros donde anotaban a los ingresantes. En la página de la izquierda, se ve anotado el niño y en la página de la derecha, el cambio en la forma de escribir.
Hay un ejemplo concreto y físico del paso del tiempo que me llamó la atención: es un cuaderno expuesto donde están anotadas las personas que ingresaron. Los datos están escritos con una caligrafía en cursiva muy adornada. Algunos anotados tienen fecha de salida también, pero la letra ya es diferente. Sigue siendo en cursiva, pero está escrita en birome.
También están expuestos los uniformes, muchas pertenencias de los internos, hay bancos de escuela porque también había chicos que con alguna discapacidad (en aquel cuaderno puede leerse un niño de doce años) y al no poder trabajar, los internaban.
Pertenencias de diferentes pacientes.
En el siguiente salón, nos encontramos con los diferentes aparatos que se utilizaban para los tratamientos. Desde la bañera que llenaban con agua para los baños de inmersión (sí, es parte de una terapia de la época) hasta la famosa máquina de electroshock. Pero también hay otras máquinas que utilizaban los pacientes para practicar un oficio: la herrería, los cueros, coser en la máquina.
Pero no todos hacían algún oficio ni tampoco podían andar de acá para allá como si nada.
Uno de los trabajos en herrería.
En una de las paredes, hay unas fotos y reconozco a dos personas. Uno era el petiso orejudo, pero el segundo no podía identificarlo. El psiquiatra tuvo que pronunciar Ricardo Melogno para recordar el libro de Busqued y los cuatro taxistas asesinados sin motivo aparente (Magnetizado es ideal para leer en la playa, a orillas de un río, en el balcón de tu casa, dónde quieras, pero es fundamental para la vida). Pero también había otras caras.
Otros cuatro asesinatos con motivos concretos
Era el año 1921 y en la Patagonia había estallado el conflicto entre trabajadores y patrones estancieros. Hipólito Yrigoyen manda al teniente coronel Héctor Benigno (!) Varela a mediar y vuelve habiendo pactado una serie de acuerdos con los trabajadores que después no cumple. Es por este motivo que vuelven a organizarse y a continuar con la lucha. Varela vuelve, pero esta vez no charla, si no que asesina alrededor de 1500 obreros (La Patagonia rebelde también es un buen libro de verano, de invierno, cuando quieras).
Pero el teniente coronel no la va a sacar tan barata porque dos años después, un 25 de enero, el alemán anarquista Kurt Wilkens le tira una bomba que no logra matarlo, pero sí su pistola. Wilkens queda herido del tobillo, y por eso, no logra escapar. Los diarios difunden la noticia bajo la sentencia de haber sido víctima de la pasión de un fanático.
Pero esto no termina acá porque Wilkens entonces, va a la cárcel. Pero otro día, Jorge Ernesto Pérez Millán Temperley, miembro de la Liga Patriótica Argentina, pero también subalterno y familiar de Varela, se hace pasar por guardia cárcel y armado con un fusil, lo mata. El sistema judicial, cómplice, lo sentencia con la pena mínima y una vez en la cárcel, consigue que lo trasladen al Hospicio de las Mercedes (más adelante llamado como Hospital Psico-asistencial Interdisciplinario José Tiburcio Borda, pero para eso faltan muchos años).
No tengo muy en claro estas fechas, pero dentro hay (o había) un edificio ligado a la institución penitenciaria. En este edificio se encontraban aquellas personas a la espera de resultados para terminar de definir su destino: si era o no inimputable. Es por eso que tanto el petiso orejudo como Ricardo Melogno, entre otras personas, pasaron por el Borda.
Volviendo entonces a ciertos personajes, las facilidades no terminaron ahí. Una vez establecido en el hospicio, le asignaron un interno completamente a su servicio. El elegido fue el croata Esteban Lucich al cual apodaban “el endemoniado”. El médico con quien trabajaba pareció haber notado un manejo particular en su ayudante y es por eso que decidió despedirlo. Entonces Lucich lo mató y le dieron 17 años de prisión.
Mientras tanto, en la cárcel de Ushuaia, el médico ruso Boris Vladimirovich fue condenado a perpetua por participar en asaltos anarquistas. Pero parece que, por momentos, tiene síntomas de locura, entonces lo trasladan al Hospicio de las Mercedes.
Un 9 de noviembre de 1925, Pérez Millán mientras leía una carta del jefe de la Liga Patriótica Argentina, fue interrumpido por Lucich quien le pega un tiro en el pecho después de decirle esto te lo manda Wilkens.
Dicen que la policía investigó, pero más bien torturó a varios internos, y así es como dieron que Vladimirovich fue el autor intelectual. Va a morir tiempo después a causa de las heridas de las torturas negando su participación en el hecho.
La visita termina entre cerebros en frascos gigantes, mapas y radiografías de la cabeza. Y si hay lugar para una tercera recomendación: vayan. El Borda, como todos los hospitales hoy en día, están en peligro, tanto desde este gobierno y su afán de venderlo todo, como también desde los colmillos que saborean esas 16 hectáreas.
Diferentes cerebros. Los frascos con partes del cuerpo no podían fotografiarse.
La locura también es parte de nuestra historia.