La imagen de un niño al que se le impide jugar con muñecas o artículos considerados socialmente para niñas no es solo un ejemplo claro y común del peso de los estereotipos de género en nuestras sociedades. Al obligarlos a jugar únicamente con coches, balones de fútbol, aparatos científicos o mecánicos, a crear imágenes de hombres fuertes y muchas veces violentos, completamente alejados de las tareas domésticas o desconectados de aspectos más íntimos como las emociones, los estamos privando de aprender un ámbito fundamental de la vida: los cuidados.
La pandemia provocada por el brote mundial de Covid-19 tuvo grandes impactos en diversas áreas de la vida de las personas, como el trabajo, los estudios, el turismo, los deportes o los momentos de ocio, además de todos los decesos que se registraron en distintas latitudes. Sin embargo, la base de cada una de estas áreas tiene un sesgo de género que es necesario considerar con atención y que también ha sido —y sigue siendo— objeto de análisis, incluso después del fin de la pandemia y en momentos en que se registran importantes cambios a nivel político, social, económico y cultural en diversas partes del mundo.
Al inicio del confinamiento en Portugal, así como en el resto del mundo, una de las primeras reflexiones que surgió, y que fue ampliamente abordada a través de los medios o en reuniones virtuales, fue la forma en que se materializaban los roles de género dentro de la familia y cómo tuvieron que adaptarse dadas las condiciones de salud que comenzamos a experimentar. Esta “nueva realidad” – término explotado hasta el cansancio durante esos largos meses –, en la que las personas se vieron obligadas a permanecer juntas en espacios comunes por períodos mucho más prolongados de lo habitual, expuso las dinámicas del día a día y cómo aspectos muy importantes, como el cuidado personal y familiar, eran – y son – abordados por mujeres y hombres de manera diferente.
Pero, ¿cuál es el origen de este enfoque y por qué se manifiesta de esta manera?
En una sociedad patriarcal y capitalista, los hombres somos constantemente bombardeados por estímulos que responden a lo que en el campo de los Estudios de Género se conoce como masculinidad hegemónica (término acuñado por la socióloga e investigadora Raewyn Connell), en la cual los hombres debemos asumir un papel de proveedor, de sustento de la familia, siempre desde una óptica de superioridad respecto de las mujeres. La realización personal está, por tanto, fuertemente ligada a la producción y al éxito laboral, financiero y material, lo que nos lleva, a su vez, a caer en comportamientos de riesgo que afectan nuestro bienestar físico y emocional. Todo esto sucede desde edades muy tempranas y se va manifestando con más claridad en etapas más adultas, fuera del hogar o de los espacios íntimos.
Lo anterior hace que los cuidados de la familia recaigan predominantemente en manos de las mujeres, porque en este orden de género impuesta en sociedades patriarcales, a las mujeres se les inculca, también desde edades tempranas, que son mejores cuidadoras, que pueden encargarse mejor de las tareas domésticas o del cuidado de la familia. Sin embargo, al vernos forzados a vivir en confinamiento en diversos momentos a partir de 2020, fuimos confrontados con este aspecto de nuestra vida al que no solemos dar tanta importancia o que asumimos como lógico, precisamente por la errónea naturalización de los roles de género en nuestras sociedades: son las mujeres las principales responsables de los cuidados.
Muchos hombres, sin duda, a lo largo de ese proceso, se dieron cuenta de la cantidad de trabajo que realizan las mujeres diariamente, en su mayoría sin recibir ningún tipo de retribución monetaria. Esto, incluso hoy, refuerza la necesidad de una reflexión ineludible sobre el ámbito doméstico como un espacio político y de reivindicación de la lucha de las mujeres. Así, a medida que nos fuimos adentrando en una vida condicionada por una pandemia mundial, salieron a la luz en la dinámica familiar todas las injusticias que muchas mujeres sufren por estar obligadas, desde niñas, a permanecer en un espacio desvalorizado desde la óptica capitalista y patriarcal, donde la figura masculina sigue siendo el centro. No obstante, también se evidenció cómo los hombres viven y practican el cuidado, tanto para sí mismos como para las personas a su alrededor, incluso más allá de la idea o materialización tradicional del concepto de familia.
La ya mencionada figura del hombre proveedor, sustento de del grupo familiar, estoico en sus emociones, completamente desligado de los espacios más íntimos como los cuidados o los afectos en términos personales y familiares, se ha convertido en un objeto de reflexión en distintos ámbitos, en particular en los estudios de hombres y masculinidades.
La gran mayoría de las personas nunca había vivido una pandemia con estas características, por lo que se abrió una gran oportunidad para pensar sobre qué son los cuidados, cómo los entendemos y cómo adquirimos nuevos conocimientos para incorporarlos de manera activa y constante en nuestras vidas. Además, se abrieron espacios para tratar otros ámbitos igualmente relevantes, como nuestra salud mental y emocional, que también estuvieron puestos a prueba de forma muy marcada durante estos años.
Si pensamos objetivamente, y aún situados en el contexto pandémico, se socializó una serie de reglas y recomendaciones desarrolladas por las autoridades sanitarias nacionales y organismos internacionales que corresponden a conductas fáciles de incorporar en nuestras rutinas diarias —lavado de manos, uso de mascarillas fuera y dentro del hogar si existen riesgos identificables en el núcleo familiar, uso de gel hidroalcohólico, entre otros—. Sin embargo, cuando entramos en áreas aún menos abordadas en nuestro día a día, como, por ejemplo, la relación con nuestro cuerpo como hombres y cómo podemos y debemos cuidarlo, aún nos queda mucho camino por recorrer. La pandemia, sin lugar a dudas, ayudó a poner foco en estos ámbitos.
Durante el desarrollo del proyecto “¿Como ficar em casa?: Intervenções imediatas de combate à COVID-19 em bairros precários da AML” (“¿Cómo quedarse en casa – Intervenciones inmediatas de combate al COVID-19 en barrios precarios del Área Metropolitana de Lisboa”), financiado por la Fundación para la Ciencia y la Tecnología en Portugal, tuvimos la oportunidad de conocer a Luís, un hombre proveniente de Cabo Verde que durante el tiempo de la pandemia vivía en la zona de Terras da Costa. En medio de una sesión de trabajo del equipo de investigación del proyecto con las mujeres que allí residían, preguntó cómo podía acceder a la información que se estaba entregando a esas mujeres. Las personas a cargo le explicaron que se trataba de un trabajo exclusivamente con madres y su respuesta dejó a las investigadoras sin palabras: “Yo soy padre y madre de mi hijo”.
Esta afirmación fue tan potente que dio lugar a una conversación profunda con él sobre lo que estaba sintiendo en medio de esta pandemia, cómo estaba gestionando su espacio físico y emocional y el de su hijo pequeño, y, sobre todo, qué significaba para él ser padre y madre al mismo tiempo. Se nos presentó un mundo rico en símbolos, representaciones y narrativas.
A lo largo de la conversación, logramos identificar y reflexionar conjuntamente cómo el mundo de los cuidados sigue estando predominantemente asociado a las mujeres, razón por la cual Luís tuvo que conectar con los cuidados que había recibido en su infancia en Cabo Verde, principalmente parte de su madre y sus hermanas. El padre trabajaba en el campo, por lo que el espacio de vínculo más personal entre ambos quedó como un recuerdo lejano, mediado por los escasos tiempos que tenían para compartir, precisamente por el trabajo que este hombre desempeñaba. En cambio, la herencia que recibió como imagen de padre de familia moldeó gran parte de su vida, en la que el hombre debe preocuparse principalmente por el sustento material.
Fue a partir de estas reflexiones que comenzó un proceso de aprendizaje para cuidar de su hijo —afectado por una enfermedad que requiere seguimiento permanente por parte del sistema de salud—, para jugar con él, para garantizar no solo una estructura física donde puedan vivir tranquilos, incluso dentro de la precariedad que enfrentan a diario las personas que viven en Terras da Costa. Se trataba, sobre todo, de una base emocional que le ayudase a transitar el periodo de la pandemia de mejor forma, nuevamente, dentro de las limitaciones de acceso a recursos que Luís tenía día tras día. En el fondo, él no quería repetir su historia y quería darle una vida diferente a su hijo a partir de una relación en donde lo estructural pudiera complementarse con lo emocional de una forma natural.
La historia de Luís y su hijo nos invita a mantener viva la reflexión sobre cómo hemos construido el mundo hasta hoy, incluso cuando la pandemia hoy se observa como un recuerdo cada vez más lejano. Los estereotipos de género, con niños decididos, fuertes y estoicos, y niñas delicadas, amables y emocionales, tienen un peso muy alto en las relaciones sociales que se construyen a lo largo de la vida y que se expresan con absoluta claridad en etapas más adultas de la vida.
No podemos ni debemos olvidar la importancia de trabajar de forma coordinada para derribar estas características socialmente construidas y que perpetúan las diferencias entre hombres y mujeres. Sobre todo, porque de la misma forma que se construyen los estereotipos, también tenemos la posibilidad de desmontarlos. Pensar en estereotipos, en especial cuando nos referimos al mundo de los cuidados, debe cambiar. Necesitamos más hombres – hijos, padres, tíos, abuelos, amigos – comprometidos con los cuidados, que comprendan la importancia de la corresponsabilidad.
En los momentos finales de esta reflexión, surge una última pregunta muy pertinente: ¿la aproximación de los hombres al mundo de los cuidados se resuelve únicamente con permitirles jugar con muñecas cuando son niños? Seguramente no. El verdadero cambio ocurrirá cuando todos los espacios de desarrollo y socialización por los que pasan las infancias a lo largo de la vida sean repensados y reconstruidos desde una perspectiva igualitaria de género.
Será importante que comprendan que tienen las mismas oportunidades, los mismos derechos y que pueden y deben estar obligados a la corresponsabilidad, al respeto por las otras personas, a la valorización de las mujeres en condiciones de igualdad y alejados de estereotipos de género que son profundamente perjudiciales para su desarrollo libre y en concordancia con el futuro que desean para sí mismos.















