¿Desde dónde se comienza a escribir una autobiografía? Pienso en la clásica fórmula cronológica, que puede ayudar mucho a destrabar bloqueos creativos o establecer puntos de partida, mas luego decido que no es la que más me satisface.
Luego, en un intento infructuoso, recurro a aquellos “hitos” de mi vida, lo que me daría algún espacio para fluctuar de forma más libre a la hora de contar una (mi) historia, aunque me resisto a que sea esa parte del ego la que determine lo que quiero hablar/escribir sobre mí. Y en ese vaivén, constante por lo demás, avanzo, retrocedo, pongo pausa y sigo.
Estas reflexiones me encuentran a los 44 años, desde una Lisboa que ha sido tremendamente generosa conmigo desde que llegué en 2017. Movido por el deseo de cumplir ese sueño adolescente que luego se hizo adulto (con resistencia, claro), dejé Chile para ver hacia dónde me llevaba la vida, sin fecha de regreso, abierto a lo que el camino me fuera mostrando.
Y hasta ahora ha sido profundamente transformador, aunque muy difícil al comienzo, con períodos de silencio y encierro. Desde aquí, una ciudad que tiene una luz tan clara y brillante, he podido explorar un camino de marcado interés por las causas políticas y sociales que me interesan y me movilizan. En esta ciudad, y a lo largo de estos años, también he ido definiendo una labor que tiene foco en la igualdad y equidad de género desde el trabajo con hombres y masculinidades, a través de una asociación sin fines de lucro, llamada Men Talks, que co-fundé en 2020, en uno de los momentos álgidos de la pandemia.
Es a partir de este lugar (físico y metafórico, por qué no) desde donde cultivo mis relaciones y construyo otras, desde donde me reconecté con el gusto por estudiar y en donde descubrí que mi interés por la investigación y mi experiencia como periodista pueden hacer cosas interesantes (o por lo menos con las cuales me divierto y siento que aporto).
Me apasiona escuchar historias y admiro profundamente a quienes les surge de forma innata esa capacidad de contarlas. Creo en la amistad verdadera y también en que las relaciones – de todo tipo – tienen su tiempo y su lugar. Y dejé de resistirme a esa verdad. También dejé de creer en el “siempre” y el “nunca” e intento poner atención y conciencia cuando tengo la tentación de usarlas, porque son palabras escurridizas que se meten con facilidad en el discurso cotidiano para llenar vacíos o llevarnos por las ramas.
En esta ciudad descubrí lo que significa vivir cerca del río y del mar y también me volví a enamorar de la poesía; aquí reafirmé que me gusta estar en contacto con la naturaleza y en los últimos años he ido construyendo una relación saludable con el silencio y con los espacios de calma.
Paso parte de mi tiempo pensando en proyectos, en tejer redes y trabajar colaborativamente por la transformación social que necesitamos para vivir un poco más libres, más felices. Y esto se lo debo a la experiencia de haberme reconectado, en 2016, con el tejido – sí, ese oficio de lanas, palillos y crochet – a través del Colectivo Hombres Tejedores. Pienso y siento que ésa es la metáfora más importante de mi vida, porque me permitió acceder a un espacio personal que no conocía y que explica mucho de lo que soy, de lo que sueño y de lo que me interesa accionar desde lo concreto, con el cuerpo, con las palabras y con la voz.
Estoy constantemente acompañado por la música y en construcción del soundtrack de mi vida; creo en el valor de lo comunitario y en la expresión de los afectos como elementos transformadores de los principales problemas que nos afectan socialmente.
Tengo una sensación permanente de vivir a destiempo y eso lo encuentro absolutamente fascinante.