Cualquier análisis de la situación internacional que tenemos se ha hecho cada vez más difícil. Un verdadero dilema para los analistas, expertos, diplomáticos, o cualquiera que desee interiorizarse del mundo que nos rodea. Y de manera primordial, para los ministerios de relaciones exteriores y gobiernos que deben hacerlo, como una necesidad inherente a sus funciones.
Acaso el mundo es otro, o ahora ya no son válidas las ciencias que se dedican a esta disciplina como, las relaciones internacionales, las políticas exteriores, la diplomacia, el derecho, o la práctica entre los países. Nada de eso, siguen siendo válidas y necesarias pues, cada una dentro de la esfera de sus respectivas competencias y alcances, están vigentes y no han sido reemplazadas.
Sin embargo, no están dando las respuestas adecuadas y toda proyección se aleja de los resultados esperados, tanto así que no son pocos los que abiertamente hablan de crisis, o de refundaciones, o de nuevas adecuaciones a una realidad que ha cambiado enormemente. La última y reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, justo cuando se celebraban los ochenta años del organismo, sirvió de foro de las lamentaciones. Prácticamente, ningún participante en las semanas iniciales de Alto Nivel, dejó de aseverarlo, y algunos en términos alarmantes. El propio Secretario General de la ONU, António Gutérrez, una vez más insistió en que estamos en un período extremamente delicado para la paz y seguridad internacionales. Y en consecuencia, para el objetivo fundamental de la Organización. Nadie lo contradijo.
Es cierto que los últimos años han sido particularmente complejos. Las guerras o conflictos vigentes o potenciales, han aumentado y se prolongan sin solución, o sólo con momentáneas pausas y altos al fuego sumamente frágiles, vulnerados a la primera ocasión que se presente, y sin alcanzar soluciones de fondo o duraderas. Las instituciones responsables no han cesado de desempeñar su labor, auxiliadas por experimentados representantes gubernamentales, además de la propia Naciones Unidas y sus organismos del sistema. Sin embargo, los resultados han sido decepcionantes y los principales conflictos prosiguen.
Más todavía, en muchos casos suben de tono y el armamentismo se ha vuelto a imponer como una realidad insoslayable, donde las amenazas de mayores y más sofisticados elementos de destrucción se perfeccionan, venden y utilizan cada vez más en las guerras vigentes. La amenaza nuclear, por su parte, ya no es novedad ni produce el mismo temor que al inicio, como si el riesgo de su utilización no tuviera las consecuencias bien conocidas.
Esta situación enunciada en sus aspectos esenciales, por cierto, podría encontrar una explicación en cada una de las ciencias y disciplinas internacionales que forman parte de ella. Más destinadas a procurar un análisis de lo que efectivamente está ocurriendo, que para poder anticipar lo que vendrá. No sería serio y entraríamos en el terreno de la especulación irresponsable o de las adivinanzas, que no corresponden.
Tal vez, no estamos considerando un elemento adicional y que muy poco tiene que ver con aquellos habitualmente evaluados: me refiero a la psicología personal de los actuales líderes mundiales.
Por cierto, no es un descubrimiento original, y a lo largo del tiempo siempre hemos indagado en los emperadores, reyes, o dictadores todopoderosos, que han formado, moldeado e intervenido de forma decisiva en nuestra historia. Sin ellos no sería posible entenderla. Pero hoy estamos en otra época, en todo sentido, y no es necesario ahondar en explicarlo.
No obstante, poco a poco se ha impuesto un paralelismo inquietante. Cada vez más, quienes detentan el poder en nuestros días y que dirigen los principales países, lo han aumentado progresivamente, y de manera evidente, hasta en muchos casos ejercerlo sin contrapeso de forma autoritaria, o en todo caso, que sea imposible no considerarlos. De esta manera, las políticas exteriores, el poderío económico o territorial, su capacidad bélica, o cualquier otro factor determinante para ser considerado una potencia, de mayor o menor grado, depende de quien la gobierne, como factor esencial.
A lo anterior habría que añadir que, en general, la suma del poder personal igualmente está acompañada del tiempo que lo lleva ejerciendo. Y a más tiempo más poder va acumulando. Son muchos los líderes que han sobrepasado los veinte años, y a veces más, que gobiernan. Sería odioso referirnos caso a caso, pero son suficientemente conocidos, en todos los continentes. Están a la vista y es cosa de fijarse las principales reuniones internacionales o cumbres efectuadas, y comparar sus integrantes. La mayoría son los mismos, ahora más viejos, con más poder y más mañas. En definitiva, se conocen de memoria y hasta saben lo que uno dirá a los demás, y viceversa.
Esta realidad, se adiciona con el hecho de que esos mismos líderes y gobernantes, no piensan abandonar el poder, siguen en sus cargos, y los que han llegado más recientemente, buscan por imitación, continuar en ellos todo lo que sea posible. También los conocemos, y tampoco es indispensable identificarlos.
Una realidad que nos obliga a plantear dos interrogantes: ¿Si muchos son los mismos, es factible que puedan cambiar de opinión y renuncien a sus objetivos tan largamente buscados? ¿No sería más adecuado añadir, dada esta realidad, a un psicólogo o psiquiatra a las ciencias de los asuntos internacionales? Sólo los dejo enunciados, como elementos indispensables a ser considerados.















