En agradecimiento a Ana Alba y las pláticas sobre filosofía, política e historia.

En dos textos anteriores publicados aquí1, he intentado justificar un par de nociones importantes en este periodo de transformación de régimen en México.

El cambio de régimen ha implicado una revisión de la identidad nacional mexicana y he intentado poner en la discusión el peligro de identidades hegemónicas y la nefasta identidad mexicana basada en el imperio Mexica.

Sin embargo, un Estado moderno, como pretende ser México, no puede existir sin un discurso que unifique. Sin lazos, incluso ficticios, no es posible la virtud cívica, o aretê politikê que permite el correcto funcionamiento de una sociedad y población.

Así que México y el resto de las naciones que pretendan estructurarse como una República Democrática (entendida como una forma de gobierno conforme a los derechos humanos, las libertades y la razón moral) tienen el conflicto de crear una narrativa abierta pero que garantice la cohesión social necesaria y adecuada.

Esta síntesis narrativa no es sencilla. Países con una tradición liberal o de derechos humanos chocan constantemente con esta contradicción. En los EUA, durante los años 70, se usó la narrativa de land of the free para justificar la segregación racial como una decisión de los ciudadanos en algunos Estados, así como para impulsar la lucha por los derechos civiles. Europa Occidental, Japón, Corea y Australia, entre otros, viven este tipo de contradicción.

Si estas naciones han tenido problemas, más los tiene México, que nunca ha tenido un discurso nacional que genere una sociedad abierta.

El conservadurismo decimonónico justificó la desigualdad étnica, el liberalismo acompañó a la libertad con un discurso hegemónico, el porfiriato con su positivismo, el nacionalismo revolucionario para justificar su dictadura perfecta y la transición democrática que redujo la identidad nacional a la eficiencia económica.

A diferencia de lo postulado por Antonio Gramsci, quien sostiene que el discurso hegemónico se origina siempre desde el poder y los intelectuales tradicionales (la misma hegemonía que es combatida por los revolucionarios), supongo que las identidades nacionales hegemónicas se originan tanto entre los grupos en el poder como en el desarrollo cultural de los ciudadanos, del pueblo, desde abajo.

El Nacionalismo Revolucionario en México es un claro ejemplo de cómo los intelectuales del régimen (los muralistas) rescataron imágenes y figuras populares mexicanas para plasmarlas en las paredes de edificios que luego le hablaban a la misma población. Es por eso que cualquier propuesta sobre una nueva identidad mexicana democrática y republicana siempre será incompleta y parcial.

Sin embargo, podemos proponer las características que una narrativa abierta debería de cumplir, y un ejemplo de cómo se debería ver ese tipo de identidad.

México necesita una identidad no hegemónica, abierta a la incorporación no violenta ni impositiva de los muchos grupos sociales y étnicos que viven en el territorio mexicano, que no dé prioridad a unos sobre otros, al tiempo que sea una narrativa dentro de los límites de la defensa de los derechos humanos, las libertades individuales y la protección de grupos vulnerables y, por último, donde el desarrollo económico se dé gracias al impulso de la iniciativa individual, sin descuidar el control sobre las afectaciones que un impulso desbocado puede provocar.

En México es fundamental lograr sistemas políticos y sociales donde diferentes modelos culturales y políticos pueden coexistir. El origen, destino y estilos de vida no son homogéneos, e intentar imponer una mentira, por más noble que parezca, es reducir la riqueza cultural y una excusa para una sociedad no democrática.

Dejar a la cultura mexica como centro de la identidad nacional permite voltear a distintos pueblos y culturas con relevancia local: purepechas, mayas, mayos, tzotziles, apaches, yaquis y más. A nivel federal, el pueblo que valdría la pena rescatar es Tlaxcala, dentro de la narrativa nacional.

El resto del país ha sido muy injusto con Tlaxcala. En el discurso oficial, se les ha tachado de traidores, como Estado de la República ha estado alejado de todo proyecto de desarrollo económico y se le ha tomado como burla popular al negar su misma existencia.

El rechazo a Tlaxcala es un símbolo de un nacionalismo inmaduro, como lo explicaba el Dr. Luis González y González, pues es el desprecio a una de las cunas u orígenes más importantes del México moderno. Tlaxcala en el imaginario nacional es un mal manejo del pasado, de un rechazo injustificado y berrinchudo.

Y esto es una tristeza, pues Tlaxcala es un gran mito fundador. En primer lugar, tiene mayor concordancia con lo que ocurrió históricamente, ya que la alianza entre Tlaxcala y los hispanos, no concluyó con la conquista y caída de México-Tenochtitlan.

Fueron los tlaxcaltecas la base de la reconstrucción de la nueva Ciudad de México y de la colonización del resto del territorio. Ejemplos de estas ciudades son: Saltillo (Coahuila), San Luis Potosí, Monclova (Coahuila), Zacatecas (Zacatecas), Guadalupe (Zacatecas), San Miguel Mexquitic (San Luis Potosí) Colotlán (Jalisco), Pinos (Zacatecas), San Juan del Río (Querétaro), Querétaro, Aguascalientes, Teocaltiche (Jalisco), Villa de Reyes (San Luis Potosí), Durango (Durango), Nombre de Dios (Durango) y San Esteban de la Nueva Tlaxcala (hoy parte de Saltillo, Coahuila) entre otros incluso en Nuevo México (EUA).

Así que, mientras el Mexica es el indígena derrotado después de dominar el anahuac y esa contradicción es la causa del supuesto “trauma de inferioridad” del mexicano que ha justificado la dominación autoritaria del porfiriato y el priismo, Tlaxcala es el indígena conquistador, colonizador pero que también supo hacer síntesis primero con la cultura que trajeron sus aliados hispanos y después con el resto de las poblaciones indígenas con las cuales fueron entrado en contacto.

Los tlaxcaltecas fueron la primera línea de batalla e integración de los pueblos indígenas, no eurocentrista sino en todo derecho america-eurocentrico.

Sin negar los pecados y crueldades de la colonización del territorio novohispano (hoy mexicano) y las derrotas de los mismos (por ejemplo, frente a los apaches y comanches), Tlaxcala presenta un símbolo de alguien triunfador, creador, fundador de nuevos futuros.

Los puntos negativos de una conquista y colonización tlaxcala-hispana abren la puerta a cuestionar esos actos y reconocer a aquellos que no entraron o fueron derrotados por esta dinámica, pues rompe una simplificación dual entre conquistadores y conquistados, dando paso a lecturas más complejas y abiertas al otro. Los tlaxcaltecas son ejemplos de síntesis e integración.

Políticamente hablando, el modelo político tlaxcalteca podría ser una de las llaves para formar una democracia y no un sistema autoritario.

Una de las excusas más burdas de aquellos que justifican sistemas autoritarios en México es la de que los mexicanos estamos determinados históricamente a estos modos de gobierno, pues así fue el imperio hispano y el imperio mexica.

Pero el modelo de gobierno de los antiguos tlaxcaltecas era una estructura política única, que no se ajustaba a los modelos tradicionales de monarquías absolutas o repúblicas occidentales.

En lugar de un sistema centralizado y monárquico, Tlaxcala operaba como una especie de confederación de ciudades-estado, donde el poder estaba distribuido entre varias clases dirigentes. Estas eran conocidas como los "tecutl" o "señores", quienes encabezaban las diferentes divisiones del pueblo tlaxcalteca. Sin embargo, a diferencia de una monarquía totalitaria, las decisiones clave no recaían en un único líder, sino que existía un proceso de deliberación y consenso entre los miembros más influyentes de cada sector.

Este sistema político “republicano” se caracterizaba por la participación activa de varios “consejos” o “asambleas” que representaban a las diferentes facciones dentro de la sociedad tlaxcalteca.

Los “gobernantes” no eran eternos, ya que existía un sistema rotativo en el que los líderes eran elegidos por un tiempo limitado, evitando así la concentración del poder en manos de un solo individuo.

De esta forma, aunque los tlaxcaltecas no tenían una república al estilo occidental, su modelo reflejaba una forma de organización política propia, que privilegiaba la cooperación y la división del poder, sin caer en la tiranía o el autoritarismo.

Este sistema resultó ser sumamente eficaz, especialmente en la defensa contra el “Imperio Mexica”, ya que permitía una toma de decisiones colectiva, pero organizada.

Este modelo puede complementarse con nociones democracia occidental, clásica e ilustrada, como la base de una democracia moderna en México, y así reconocer que las nociones de derechos humanos, igualdad ante la ley, división de poderes y gobierno sin concentración de poder son consistente con el México moderno, pues los podemos encontrar en nuestras raíces, tanto europeas como americanas.

Por último, Tlaxcala presenta una característica casi existencial o filosófica, pues es una tierra, cultura y gente de belleza oculta, donde otros no saben verla: una belleza de los pequeños lugares, aquellas pequeñas cosas y momentos que no necesitan gritar o hacer escándalo para darse a notar.

Unos ojos que lo dicen todo, una sonrisa dulce y el incalculable placer de una buena plática acompañada de la bebida correcta. La valoración de aquello que escapa al cálculo, al rendimiento y a la prisa: la contemplación, la escucha, el silencio, el otro, la belleza, el descanso, la fragilidad y el tiempo vivido con sentido. La recuperar espacios de sentido, donde la vida no sea una carrera sino una experiencia compartida, simbólica y poética.

Este cambio existencia es fundamental en una cultura mexicana que ha caído en la decadencia de la narco-cultura.

Por último, es justo que el resto del país pague la multa que tiene con Tlaxcala, dándole su lugar en la historia y asumiéndola como base de la identidad nacional, apoyando su desarrollo económico, cambiando, quizás, el nombre del país o, al menos, regresando su dominio a su territorio rebelde, Puebla.

Referencias

1 El iconoclasta e Inmadurez mexicana.