Un libro puede ser muy decisivo en nuestras vidas, dado por sentado que somos lectores, costumbre que cada vez más se cuestiona, pues no solamente los niveles de lectura son alarmantemente bajos en Latinoamérica, sino que la comprensión de lectura es cada vez de menor calidad. A esto se suman dos fenómenos más: la manipulación en las traducciones de libros esenciales, y la libre interpretación de textos complejos sin una guía.
Pocos pueden entender un libro de cálculo diferencial integral sin una formación previa y un tutor. Cuando se trata de libros literarios o que no parecen de ciencia la cosa cambia: tendemos a involucrarnos más directamente y a manipular nosotros mismos el texto, por ejemplo, dictando quien tiene razón o está del lado del bien. De esa manera, al leer una novela, (o ver una película), generalmente nos inclinamos hacia algún personaje con mayor predilección que hacia otro.
En Los hermanos Karamazov, al parecer hay marcadas diferencias entre los hermanos reconocidos y el padre, pero siendo más meticulosos, vemos que dichas diferencias no son tan grandes, y aunque las hay, son como un todo con varias partes que luchan por dominar o llevar a cabo sus pretensiones.
En las películas de policías y ladrones, como se denominan popularmente, o los Western (indios y vaqueros) de niños solíamos identificarnos con unos o con otros. Muchas veces un maleante, aunque fuera un criminal despiadado, nos parecía muy atractivo y queríamos ser como él, Al Capone, por ejemplo.
En la vida real no es muy distinto, muchos admiran a Pablo Escobar, El Chapo, El Che Guevara, etc. Por muchos crímenes que hayan cometido, hay quienes los miran como héroes. Este fenómeno suele darse con preponderancia en las revoluciones y las guerras: los héroes de unos son los enemigos de los otros, y la historia la escriben los ganadores. No quiere decir esto que Hitler hubiera terminado como un personaje necesario (o a lo mejor sí, como veremos más adelante). Pero en el caso de su contraparte rusa, Stalin, la historia no lo ve como un genocida, o por lo menos, gran parte de las ideales políticas no solo no lo juzgan como malo, sino que justifican lo que hizo. Ni hablar de las barbaries cometidas por los vencedores y ocultadas o endulzadas por los historiadores.
A veces, y ojalá esta afirmación no fuera tan utópica como parece, nos hemos preguntado, ¿por qué hay tanta maldad y sufrimiento en el mundo? Y siempre olvidamos que nos cuestionamos desde nuestro propio egoísmo, es decir, desde la percepción de la realidad que hemos construido y consideramos como correcta.
Y yendo a los detalles de la cuestión, lo que llamamos realidad, es un convencionalismo, y esto tiene una serie de bemoles filosóficos, partiendo por la pregunta de: ¿qué es real? Incluso la física cuántica apoya la postura de que el universo es un holograma, y esto es lo que acabamos de decir: creamos nuestra versión de la realidad, sin poder realmente acceder a la “realidad verdadera”, a aquello de lo que todo surge.
En el mundo del ateísmo, todo surge por sí mismo, de reacciones químicas, de no se sabe bien dónde (de la nada, o de algo preexistente que el ateísmo no define). Hay un gran grupo de gente, no necesariamente religiosa, que llama “el Creador” al ente indefinido e inaprehensible que supone creó lo que existe, es decir, aunque no sabe cómo, cuándo o para qué.
En el mundo religioso (vamos a irnos por el monoteísmo, que es mayoritario en occidente en la actualidad) hay un ente creador inalcanzable al que le llamamos Dios, aunque la palabra es desafortunada, viniendo del latín, dado que los romanos eran politeístas.
Nuestra ética y moral está dada en gran parte por el judeocristianismo, y si nos vamos a la raíz de este, nos hallamos de repente en el campo de la Torá (en el mundo judío), o Pentateuco para fines europeos y occidentales cristianos. Pues bien, Platón nos relata en La república, la historia de la caverna, que nos habla precisamente de que la realidad que vemos es solo una sombra. Sin embargo, hay varios filósofos del renacimiento afirman que Patón estudio con el profeta Jeremías, y de él aprendió este concepto cabalístico de la realidad como interpretación de lo que percibimos, y luego lo llevó al lenguaje de la filosofía.
Esto nos muestra cuán cerca está nuestra forma de pensar (a pesar de Grecia) del libro más traducido, amado y vilipendiado de la historia: la biblia.
Ahora hagamos un experimento mental: vamos a introducirnos como personajes en varios pasajes del Viejo Testamento, que es el más lleno de personajes polémicos bajo nuestro juicio moderno.
La estructura, contada como capítulos y escenas, nos permite crear la nuestra. Para ello vamos a ubicarnos en una batalla esencial, el ataque del rey Amalec a los judíos en el desierto tras la salida de Egipto. Fue tan trágica, que incluso hay varios mandamientos relativos a Amalec, uno de ellos llama a eliminar la simiente de Amalec, y otro a recordar lo que hizo Amalec.
¿Y quién es este señor para ser tan relevante? Pues nada más que un nieto de Esaú, el hermano Jacobo, hijo de Isaac y nieto de Abraham. Ya desde la historia de Esaú y Jacobo nos puede parecer que este último engañó a Esaú y le compró la primogenitura a cambio de una sopa de lentejas…
El profeta Malaquías nos dice que “Dios amó a Jacobo y aborreció a Esaú”. Como esto no es un estudio bíblico, no vamos a entrar en discusiones de al respecto, su mención es solo para ilustrar que, igual que elegimos en nuestros juegos de niños ser parte del hampa o el malo de la película, también mucha gente se va del lado de Esaú, aún a sabiendas de que Dios no lo eligió a él, sino a Jacobo.
Con esta misma tendencia, podrá encontrarse gente que siempre está del lado de los enemigos de Israel (estamos hablando de las historias del Pentateuco) pues como Dios lo protege, los débiles son sus enemigos… Esto querría decir que quienes prefieren a los “supuestos débiles”, van contra la voluntad de Dios. Nos limitamos al Pentateuco. Podríamos decir que esa tendencia no ha cambiado, si habláramos de Israel en la actualidad, pero eso sería salirse de nuestros límites propuesto.
Sin darnos cuenta, dentro de nosotros se entabla la misma guerra que librara Israel contra las naciones: Jacobo contra Esaú, lo que quiere decir, lo espiritual (Jacobo) contra lo mundano (Esaú). Está escrito:
Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino cuando saliste de Egipto, cómo te salió al encuentro en el camino, y atacó entre los tuyos a todos.
(Deuteronomio: 25:17—19.)
La Torá trata del mundo espiritual. En hebreo, en la lengua de la Torá, no existe la palabra espiritual, si se traduce directamente nos lleva al término רוּחָנִי, (rujaní) que viene de la palabra Ruaj, aliento, viento. Recordemos que, en la traducción al español, Dios le infunde su aliento al barro con el que hizo a Adán, etc. Es muy difícil traducir directamente entre el hebreo y otro idioma, que no sea familiar, porque sencillamente el sistema de pensamiento es distinto, casi como agua y aceite.
Hay cosas que se pueden trasladar, pero generalmente hay que modificarlas para que los conceptos a nivel ontológico se parezcan. Y eso ocurre con todos los idiomas, en mayor o menor grado, pues un idioma es la forma en la que un grupo social expresa su forma de percibir la realidad, y aunque la realidad última (o primordial) es la misma, la realidad de cada individuo o colectividad, es una interpretación de ella.
Así, tenemos que salir de Egipto es abandonar un nivel del ego e ir hacia otro más próximo al Creador (Dios), que es el desierto, que representa un proceso de purificación, de progresivo abandono de nuestro egoísmo hasta parecernos más al Creador. Amalec desea destruir este proceso, quiere que permanezcamos esclavos del Faraón (nuestro ego).
Cada vez que elegimos los placeres corporales, preferimos nuestra auto-recepción al sistema de la naturaleza con el que nos acercamos al Creador.
Nuestro libre albedrío (aunque ilusorio), nos permite elegir de qué lado estar en el juego de la vida. ¿De verdad queremos ser los villanos? ¿Tan fuerte es nuestro impulso a romper las reglas de la naturaleza que no nos importa caer en el dolor y sufrimiento que eso conlleva? Lo difícil es saber cuándo es una ley de la naturaleza y cuando una ley injusta creada por la imperfección humana.
Para eso hay libros que son la experiencia de todo un pueblo, no de una persona o un grupo. Nuestro mayor reto es identificar la justicia entre toda la miasma del mundo. Hay que ver las cosas en contexto, con un panorama amplio, no simplemente un detalle especifico, como si fuera el enfoque de una cámara que quisiera que solo viéramos eso. Por lo general son trampas con intereses funestos. Pero lo más difícil, es luchar contra nuestra naturaleza egoísta, vencer al faraón, y eliminar la simiente de Amalec.