Este es el año del centenario de Ernesto Cardenal, nacido el 20 de enero de 1925 en Granada (Nicaragua), cuya consecuencia revolucionaria le valió primero la reprimenda pública y prohibición del ejercicio sacerdotal del papa Juan Pablo II y más tarde la proscripción política y cultural del régimen autoritario que encabezan Daniel Ortega y Rosario Murillo, calificado como “la nueva tiranía” por Gioconda Belli, invitada central de un acto de homenaje al poeta y sacerdote aquí en Santiago de Chile.

Procedente de la Feria del Libro de Buenos Aires, donde presentó su última novela Un silencio lleno de murmullos, Gioconda Belli hizo escala en la capital chilena en ruta hacia Guatemala para presentarse en el Centro Cultural de España el miércoles 14 de mayo y recordar a Cardenal junto al poeta Jaime Quezada y el crítico literario Naín Nómez, ambos chilenos.

“Nicaragua la llevo aquí, en el corazón”, dijo la escritora y poeta, que en febrero de 2023 fue despojada de su nacionalidad por el gobierno de Managua, junto al también escritor y exvicepresidente sandinista Sergio Ramírez (1985-1990) y otros 93 opositores. Fue entonces que Gioconda aceptó la nacionalidad chilena que le ofreció el presidente Gabriel Boric, para nacionalizarse también como española en 2024. Tres nacionalidades a falta de una, pues es también italiana por sus ancestros.

Este año se conmemora tanto el centenario de Cardenal como un lustro de su muerte. Falleció el 1 de marzo de 2020 a los 95 años y la misa de despedida de cuerpo presente fue brutalmente reprimida y saboteada por el gobierno Ortega-Murillo.

”… Y su terrible funeral en la catedral de Managua, entre vociferaciones, empellones y amenazas de las turbas oficiales cuando sacábamos el féretro, el que más había amado a su país escarnecido por el odio”, dijo Ramírez en un video de homenaje al poeta que grabó en febrero de este año.

Belli recordó a su vez que tuvieron que sacar el ataúd por una puerta lateral del templo para evadir a los agresores. Luego, el cadáver fue incinerado y las cenizas sepultadas en la isla Mancarrón, en el archipiélago de Solentiname, sede de la comunidad cristiana trapense que el poeta fundó en 1966.

La poeta Rosario Murillo, esposa de Ortega y vicepresidenta de Nicaragua, profesaba una gran envidia literaria hacia Cardenal, a la cual se sumó el encono político cuando el sacerdote se alejó del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y apoyó el Movimiento de Renovación Sandinista fundado por Sergio Ramírez. El año 2018 se intensificó la represión contra los disidentes del sandinismo, luego de protestas que incluyeron el asesinato de estudiantes por la policía. Figuras relevantes de la revolución que en 1979 derrocó a Anastasio Somoza, como el propio Cardenal, Ramírez, la comandante Dora María Téllez y Gioconda Belli fueron proscritas, algunas encarceladas y otras forzadas al exilio.

Belli habla con propiedad de una revolución traicionada, cuyo inventario de violaciones de los derechos humanos incluye despojos de la nacionalidad, así como controles arbitrarios de la labor sacerdotal y represión a la prensa. Los corresponsales internacionales son registrados y vigilados como “agentes extranjeros” y en mayo Ortega retiró a Nicaragua de la Unesco, en represalia por el otorgamiento del Premio Mundial de la Libertad de Prensa al opositor diario La Prensa. La Cruz Roja Internacional, así como la orden Jesuita y su Universidad Centroamericana han sido expulsadas de Nicaragua y víctimas de confiscaciones.

Las viviendas de los opositores declarados apátridas fueron también confiscadas por el gobierno en septiembre de 2023, incluyendo la casa de Gioconda Belli, actualmente una de las mayores exponentes de las letras nicaragüenses, autora de 15 libros de poesía, nueve novelas, ensayos, testimonios, cuentos infantiles y galardonada con premios como Casa de las Américas, Sor Juana Inés de la Cruz, Hispanoamericano de Novela, Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y la Orden de las Artes y las Letras.

No es casual la hermandad literaria entre Nicaragua y Chile. Como se recordó en el acto del Centro Cultural de España, Rubén Darío, padre del modernismo y renovador de la poesía, publicó Azul, su primera obra, en Valparaíso el año 1888. Ernesto Cardenal confesó alguna vez sus esfuerzos para “liberarse” de la influencia de Pablo Neruda.

Jaime Quezada, que en 1971 se encontraba en Solentiname, recordó que ese año el poeta y sacerdote viajó a Santiago para conocer de primera mano la experiencia del gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende. Convocado al palacio de La Moneda a una audiencia con el presidente, debió soportar una imprevista antesala de una hora y media, porque ese mismo día la Academia Sueca otorgó el Nobel de Literatura a Neruda y Allende debió dar la buena noticia a todo el país.

No fue la única visita de Cardenal a Chile. El año 2009 vino por última vez para recibir precisamente el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, de manos de la presidenta Michelle Bachelet. En ese mismo viaje tuvimos oportunidad de recibirlo en la Universidad de Chile, donde el rector Víctor Pérez lo condecoró con la Medalla Rectoral. Fue un emotivo acto celebrado en la Escuela de Periodismo, en el auditorio que lleva el nombre de José Carrasco Tapia, el periodista asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet en 1986. Cardenal agradeció con una lectura poética que cerró con su célebre Oración por Marilyn Monroe.

No se homenajeó solo al poeta, sino también al sacerdote revolucionario que asumió en los años 70 la vocería internacional del FSLN en la gesta que derrocó al somocismo. Lo recuerdo en un encuentro por la democratización de América Latina en Quito, tras la elección como presidente de Jaime Roldós. Debió ser en junio de 1979. Allí estuvo Ernesto Cardenal con su testimonio de la lucha sandinista y fue en el aeropuerto de la capital ecuatoriana que desmintió las versiones propaladas desde Washington (ya existían las fake news) de un acuerdo con la dictadura para una tregua y la instalación de un gobierno de unidad nacional.

Fue esa consecuencia revolucionaria la que mereció el “castigo divino” de Juan Pablo II contra Ernesto Cardenal, Miguel Descoto y otros sacerdotes adscritos al sandinismo y la Teología de la Liberación.

La imagen data del 4 de marzo de 1983: en el aeropuerto de Managua, el poeta y sacerdote se arrodilla ante el sumo pontífice, en un gesto de sumisión a su autoridad. El papa lo recrimina por la “apostasía” de ser parte de una revolución que se proclama socialista y predicar un evangelio contrario a los aires conservadores que hace soplar desde el Vaticano.

El 4 de febrero de 1984 el mismo pontífice que consagró como santo a Josemaría Escrivá de Balaguer y fortaleció al Opus Dei, sentenció ad divinis a Ernesto Cardenal, prohibiéndole el ejercicio del sacerdocio.

La sanción se prolongó por 30 años, hasta que el 4 de agosto fue revocada por el papa Francisco I, como otro de los actos que evidenciaron los aires renovadores que le imprimió al catolicismo el pontífice fallecido en abril de este año.

Los 95 años de la vida de Ernesto Cardenal son como un friso de la historia latinoamericana, en ese entrecruce permanente de la política y la literatura, que trasciende y abraza la religiosidad de estas tierras, más allá de creyentes y de ateos, y cobra relevancia en la justicia social.

Ese fue el hombre nacido hace cien años en Nicaragua, que en su compromiso poético nos capturó desde nuestros años juveniles con sus epigramas. Dos de ellos, recitados por Gioconda Belli en el homenaje a su memoria.

El primero:

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

El otro:

Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.