En abril de 1905, Juan Valera, autor de la célebre novela Pepita Jiménez, fallece en Madrid a los 80 años. Cinco meses después, su yerno, F. Serrat, envía desde Madrid una misiva dirigida a Marcelino Menéndez Pelayo. En la carta, declara haber hallado dos trabajos en el confuso archivo de su suegro, uno de los cuales llevaba por título Metafísica a la ligera. Menéndez Pelayo, sin embargo, ya tenía conocimiento de su existencia: se trataba de una obra epistolar de corte filosófico y, por ello, también un tanto extraña en el legado de su autor, reconocido ante todo por su producción literaria y narrativa. Valera cifró en ella toda una serie de fuertes expectativas que una y otra vez lo sumieron en confrontaciones viscerales consigo mismo.

Los fragmentos epistolares que aquí se presentan continúan reconstruyendo, en una segunda etapa, el proceso de creación de la obra, que, por motivos aún desconocidos pero abiertos a interpretaciones, su autor nunca acabó1.

Desde el otoño de 1883 hasta el invierno de 1886 se abre un intervalo de silencio total en la correspondencia entre Valera y Menéndez Pelayo sobre el desarrollo y estado de la obra filosófica del autor egabrense. Se desconocen las razones de ese largo mutismo, aunque tal vez ciertas circunstancias relativas al entorno profesional de Valera y a su vida personal pueden arrojar alguna luz.

A finales de 1883, por ejemplo, el escritor viaja a Washington tras ser nombrado ministro plenipotenciario (Cronología de Juan Valera, s. f.), cargo cuyas funciones probablemente le habrán demandado demasiado tiempo. Allí, al cabo de un año, conoce a Katherine Lee Bayard, hija de un senador estadounidense en el gobierno de Grover Cleveland, con quien, pese estar aún casado, mantendría una relación “en principio sólo intelectual y platónica, y luego abiertamente carnal…” (Cruz Casado, 40,).

Un año después, muere su hijo Carlos: “Ayer supe la muerte de mi pobre hijo Carlos. Tenía dieciséis años. Era amable, cariñoso, inocentísimo para su edad, ágil, inteligente, robusto: todo le sonreía y él sonreía a todo. Y la muerte se lo ha llevado. Imagine Vd. mi dolor.” (Valera, 1885, 22 de junio). Hacia 1886, debe abandonar Washington para tomar posesión de su nuevo cargo como ministro en Bruselas; al enterarse de ello, Katherine Lee Bayard se suicida (Cronología de Juan Valera, 2021).

Tras el álgido curso de estos acontecimientos, es decir, casi dos años y medio después, Valera remite una nueva misiva a Menéndez Pelayo. Revela que su estado anímico no es el mejor, así como su salud. Pese a reconocer que la obra está inconclusa, confiesa sentirse contento con lo realizado hasta entonces, después de haber dedicado unos días a su lectura. Declara entonces que escribirá otro tanto para dar término al proyecto, eso sí, tal como ya lo había sugerido en la primera carta a Menéndez Pelayo sobre el tema y como lo confirmaría al inicio de la obra, sin consultar libro alguno: todo cuanto exprese será fruto de sus meditaciones.

Acto seguido, en una declaración entre cómica y existencial, Valera hace patente el significado que la obra ha cobrado en su vida: “Será mi libro de Dios, mi credo, mi fe, mi amor místico de lo eterno y lo absoluto. Hoy, más que nunca, me siento dispuesto a escribir estas cosas. O yo me muero o me convierto en un Santo dentro de pocos días.” (Valera, 1886, 25 de febrero). Valera no murió ese día ni ese año, pero tampoco se convirtió en santo; la ruta que el autor había proyectado con su obra tenía aún cierto trecho por recorrer.

A inicios de la primavera de 1886, Menéndez Pelayo remite una carta a Valera haciendo una breve pero reveladora referencia de su Metafísica a la ligera. No es la primera misiva del autor santanderino enviada a su amigo y colega con relación a este trabajo, pues, como hemos podido notar, el escritor andaluz había agradecido a Menéndez Pelayo su buen concepto de lo que hasta entonces se había publicado de él, material que, incluso, le hacía llegar vía postal; por lo que se puede inferir que Menéndez Pelayo había hecho previamente expresa esa valoración positiva vía epistolar. Puede suponerse entoncees que se trata de la primera carta de este carácter disponible en la correspondencia entablada entre ambos autores, en otras palabras, la primera misiva de este tipo que se ha logrado recuperar.

En esta misiva, enviada desde Madrid, Menéndez Pelayo hace manifiesta su gran admiración por el contenido de los avances de Valera en su trabajo. Considera que la obra constituye lo mejor y más profundo de la producción del autor egabrense y lo más genuino en la esfera intelectual de España. Alienta, por ello, la pronta conclusión del proyecto: “Acábelo Vd., por Dios, y acábelo pronto” (Menéndez Pelayo, 1886, 30 de marzo).

Casi dos meses después, aún en la capital española, el autor santanderino remite otra misiva a su colega egabrense extendiendo y reafirmando su opinión sobre el alcance y valor de Metafísica a la ligera. La obra, le dice a Valera, “va a ser el testamento filosófico de Vd. y uno de los más notables y originales esfuerzos del pensamiento español en este siglo.” (Menéndez Pelayo, 1886, 25 de mayo). Sugiere entonces a su amigo escritor destinar su tiempo libre a la finalización de la obra.

Ya en Bruselas, fungiendo como ministro, Valera emite una carta desde la capital belga en la que dedica unas cuantas líneas a su Metafísica a la ligera. En ellas hace manifiesta su imperiosa necesidad de concluir la obra como también de escribir otras cosas, advirtiendo, de antemano, que el peso de los años lo ha fatigado enormemente y que, a causa de ello, teme que la muerte le impida consumarlas todas:

No quiero irme al otro mundo con el cerebro lleno de no sé cuántos planes y proyectos que deseo que se realicen.

(Valera, 1886, 26 de mayo)

Pero justo al mes siguiente, el autor andaluz se ve golpeado de nuevo por una malaria que desde Washington venía haciendo estragos en su salud (Valera, 1886, 6 de junio). Con todo, reafirma su determinación de acabar el proyecto una vez su condición física haya mejorado, haciendo eco de lo señalado en la carta del 25 febrero de ese año: todo cuanto escriba será producto de sus propias reflexiones, no de lecturas hechas en el momento.

Menéndez Pelayo, sin embargo, sigue alentando desde Madrid la finalización del proyecto, subrayando, una vez más, que Metafísica a la ligera será la obra maestra de su autor, la síntesis de todos sus pensamientos, el compendio de sus reflexiones, una creación desde todo punto desconocida en la literatura española de la época (Menéndez Pelayo, 1886, 13 de junio). Valera, por su parte, se pronuncia con cierta parquedad sobre el tema en su siguiente carta: procurará finalizarlo antes de un viaje a Madrid que planea realizar entre octubre y noviembre (Valera, 1886, 16 de junio).

La poca atención que han recibido ciertas producciones poéticas de su autoría lo indisponen, y no poco. Sintiéndose de algún modo desafiado, el autor andaluz confirma una vez más y con mayor vehemencia su voluntad de dar término a su Metafísica a la ligera, de aventurarse a la realización de un proyecto sobre el naturalismo titulado Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas y de escribir dos o tres novelas más y un tomo de poesías, todo esto tan pronto como su estado de salud y los años que le quedan de vida se lo permitan (Valera, 1886, 21 de julio).

Sin embargo, desde su ciudad natal, estimando un tanto precipitada la reacción de su amigo por trazarse varias iniciativas sin haber concluido aún su proyecto filosófico, Menéndez Pelayo aconseja a Valera priorizar a la finalización de su Metafísica a la ligera antes de embarcarse en la creación de alguna novela o romance. La respuesta de Valera, ahora en Ostende (Flandes Occidental), no tarda mucho en llegar, ofreciendo, además, noticias sobre el estado de su salud: “La Metafísica a la ligera no quedará por terminar, como yo no me muera de repente, y ahora me siento mejor y doy pocas señales de morirme.” (Valera, 1886, 2 de agosto).

Con todo, el apoyo fraternal e intelectual de Menéndez Pelayo seguirá siendo firme y patente. Pese al empeño de Valera en iniciar la creación de otras obras sin haber dado punto final a su proyecto filosófico, el escritor santanderino elogia la nueva iniciativa de su amigo, pero le sugiere no abandonar por ello su Metafísica a la ligera, pues, a su juicio, tal como ya lo había expresado en cartas anteriores, lo que de ella ha sido publicado basta para sostener que se trata no solo de una obra capital entre las creaciones del autor egabrense, sino uno de los trabajos más originales del pensamiento español de ese siglo (Menéndez Pelayo, 1886, 17 de agosto).

Han pasado tres años desde el último avance que Valera diera en la realización de su Metafísica a la ligera. De las doce o catorce cartas que el autor había proyectado para completar la obra, ocho han sido escritas y publicadas. Valera es totalmente consciente de ello, y, por eso, en misiva remitida desde Bruselas a Menéndez Pelayo, confiesa sentirse avergonzado de haber dejado pasar tiempo sin concluir todavía el proyecto (1886, 20 de noviembre).

En la carta, sin embargo, el escritor cordobés no comunica novedad alguna sobre el trabajo, tan solo le pide el favor a su colega santanderino de visitar, cuando le sea posible, el taller en donde la obra se imprimía, con el propósito de saber si aún se conservaban los pliegos (144 páginas) que hasta entonces habían sido llevados para su publicación. Antes de tocar otros temas en el resto de la carta, expresa que, una vez termine la redacción de los artículos sobre el naturalismo en los que se ha venido ocupando, reanudará con bríos el proyecto en cuestión.

Al cabo de un mes, Menéndez Pelayo aplaude los nuevos avances de Valera, no encaminados hacia su Metafísica a la ligera, sino a su trabajo sobre el naturalismo. Pero el fino tacto del escritor santanderino se hace evidente al enlazar con diestra delicadeza un sincero elogio con una afectuosa amonestación: felicita a Valera por la profundidad, sensibilidad y gracia logradas en la última publicación en torno al naturalismo y, por ello, lo alienta no solo a sostener el ritmo de escritura que ha logrado retomar, sino a entregar con la misma constancia nuevo material a la revista que ha venido imprimiendo sus artículos para que no suceda la mismo que con su Metafísica a la ligera, “… que está a medio imprimir desde hace cinco años” (Menéndez Pelayo, 1886, 21 de diciembre).

La obra, efectivamente, no había sido impresa en su totalidad, pero no desde el tiempo que el autor cántabro señala: por una parte, Valera comenzó a escribirla en el verano de 1883; por otra parte, la última impresión tuvo lugar el 14 de octubre de 1883, tal como Valera le comunica a su colega en una misiva fechada el 26 de octubre ese año. Si fue un error deliberado, probablemente la intención haya sido recordarle sutilmente a Valera que su testamento filosófico aún aguardaba atención. Con todo, lo cierto es que Menéndez Pelayo, por momentos, parecía tener más presente la obra que su propio creador.

Ya a inicios de 1887, Menéndez Pelayo, desde Madrid, le escribe a Valera expresándole su alegría por las novedades sobre el progresivo mejoramiento de su estado de salud. Le pregunta, de paso, si es verdad que, tal como le ha hecho saber un amigo que ambos tienen en común, planea realizar una traducción de La Odisea.

El tema parece ser de especial interés para el escritor santanderino, ya que le dedica no poca atención en la misiva. Señala, por ejemplo, que la traducción del poema homérico hecha por Baraibar (traductor de numerosas obras griegas) no es mejor, sino menos mala que la de Gonzalo Pérez (autor de la primera traducción al castellano de La Odisea); sin embargo, cabe sospechar que, con la pregunta y las cuestiones desarrolladas a partir de ella, Menéndez Pelayo abría de manera casi imperceptible un espacio para hablar del proyecto inconcluso de su amigo: después de hacer la comparación entre las traducciones mencionadas, le dice a Valera “Vd. haría una traducción magistral…” y añade “… pero ¿tendrá Vd. paciencia para acabarla?” (Menéndez Pelayo, 1887, 28 de enero).

Nótese que el autor de Horacio en España no duda precisamente de que su colega andaluz tenga la competencia intelectual que demanda la realización de un trabajo de tal envergadura, sino de que cuente con la paciencia necesaria para llevarla a término, o sea, de la aptitud que hasta entonces no ha sostenido para concluir su Metafísica a la ligera. No obstante, conocedor de la inclinación de Valera hacia el mundo griego, lo invita a considerar la posibilidad de traducir las obras de Hesíodo, pero, inmediatamente después, como si avivase una curiosidad para luego esconderla, le dice a Valera “Pero hago mal en proponer a Vd. nuevos proyectos. Lo primero que Vd. debe hacer es acabar los artículos sobre el naturalismo, y lo segundo, completar la Metafísica a la ligera”. (Menéndez Pelayo, 1887, 28 de enero).

Además de su tono amistoso, la insistencia de Menéndez Pelayo es totalmente comprensible: en el curso de su composición, Valera abandonó su Metafísica a la ligera para escribir sobre otros temas; tres años después no hace avances en la obra, pese a que dice que la va a concluir, sino que parece proponerse la traducción de La Odisea. Total, poco antes de abordar otras cuestiones en la carta, Menéndez Pelayo le advierte a Valera que una obra incompleta y publicada únicamente en periódicos puede extraviarse o volverse inútil.

La posibilidad de traducir las obras de Hesíodo, sin embargo, le resulta bastante seductora a Valera, tanto que le expresa a Menéndez Pelayo con notoria efusión que agregaría notas copiosas a la traducción, quizá mayores en cantidad a las de Bargier (teólogo francés versado en la literatura de la antigua Grecia), dando muestras todas ellas de su nivel de erudición en materia religiosa y filosófica. Justo en ese momento, parece recordar el consejo de su amigo: “Claro está que antes concluiré los Apuntes y la Metafísica a la ligera.” (Valera, 1887, 31 de enero). Se repite así un leitmotiv que acompaña sus palabras cada vez que habla de su proyecto filosófico inconcluso y que reafirma, in crescendo, una tendencia tan constante como incomprensible del escritor andaluz a la procrastinación de la obra mencionada.

Menéndez Pelayo, sin embargo, procede de nuevo con gentileza y, en lugar de convencerlo de desistir de sus pretensiones filológicas con las obras de Hesíodo, le sugiere a Valera tener en mente el proyecto, pero sin renunciar a su Metafísica a la ligera (Menéndez Pelayo, 1887, 5 de marzo). Valera asiente al consejo, confesando que aspira a lograr mayor elevación y mucha gravedad en lo que le resta por escribir de la obra, pese al ‘a la ligera’ que figura en su título (Valera, 1887, 5 de marzo), descripción que no se corresponde en absoluto con su enfoque ni con su contenido: Metafísica a la ligera es una obra en la que Valera aborda con innegable competencia - aunque no siempre con acierto – temas realmente densos de la filosofía académica de su tiempo, varios de los cuales siguen siendo estudiados, pero con el lenguaje de la filosofía actual. Hay, pues, mucha metafísica en su trabajo, pero no es nada ligera.

Poco antes de terminar su trabajo sobre el naturalismo, Valera expresa su hartazgo de las dinámicas de la vida diplomática a la que, en razón de sus funciones ministeriales, ha tenido que amoldarse en Bruselas. La mera idea de poder dedicarse a la terminación de su obra filosófica parece salvarlo de hundirse en el tedio en el que se encuentra: “Estoy harto de diplomacia, y con vivísimo deseo de verme entre mis libros, de escribir la Metafísica a la ligera…” (Valera, 1887, 9 de marzo).

Una vez concluidos sus escritos en torno al naturalismo, recibe, desde Madrid, una carta de Menéndez Pelayo en la que este le expresa, de forma muy puntual, que, disponiendo ya de tiempo para ello, debe ocuparse en la conclusión de su Metafísica a la ligera. El autor santanderino no escatima elogios sobre la calidad de la obra para convencer a su amigo de la necesidad e importancia de finalizarla (Menéndez Pelayo, 1887. 25 de marzo). Valera, sin embargo, pocas semanas después, sigue expresándose en los mismos términos sobre el proyecto: “Tengo mil planes y proyectos de escribir. Si la salud no me falta, algo realizaré. No olvidaré la Metafísica a la ligera.” (Valera, 1887, 12 de abril).

Solo en cuestión de días, Menéndez Pelayo se entera en Madrid de que Valera ha iniciado la escritura de una nueva obra, titulada El budismo esotérico. No intenta en absoluto refrenar el incontenible impulso creador de su amigo y colega; más bien, con su habitual mesura, le dice simplemente que no olvide su Metafísica a la ligera (Menéndez Pelayo, 1887, 22 de abril). En menos de un mes, tiene noticia de que Valera ha comenzado a escribir una novela. Su reacción es la misma: tan solo le expresa su alegría por su nuevo proyecto sin olvidar recomendarle la conclusión de su obra abandonada (Menéndez Pelayo, 1887, 16 de mayo).

Es en una carta enviada durante el verano de 1887 en donde Menéndez Pelayo, por primera vez, exhorta a Valera a replantearse el modo en que ha procedido con la ejecución de varios de sus trabajos, entre ellos, su Metafísica a la ligera: “Debe Vd. tener más constancia en sus propósitos y no desalentarse en seguida, como tantas veces lo ha hecho, dejando incompletos escritos preciosísimos, v. gr., aquellos diálogos filosóficos que empezó a publicar la Revista de España, los artículos de la Metafísica a la ligera y tantas y tantas otras cosas.” (Menéndez Pelayo, 1887, 7 de agosto).

La respuesta de Valera, sin embargo, parece casi una paráfrasis de sus anteriores contestaciones: “Ni El budismo esotérico, ni la Metafísica a la ligera, ni otras obrillas empezadas quiero dejar por concluir; mas para todo necesito salud y tiempo. Y, por desgracia, desde mi vuelta de los Estados Unidos estoy caidísimo y abatidísimo.” (Valera, 1887, 16 de septiembre).

Llega el verano de 1888. Ha pasado casi un año desde la última vez que Valera y Menéndez Pelayo hablaron de la Metafísica a la ligera en su intercambio epistolar. El autor santanderino, entonces, rompe la dinámica en una carta remitida desde su ciudad natal al escritor andaluz para extenderle, una vez más, el mismo consejo:

Yo creo (y perdone Vd. esta impertinencia) que todos los lectores de las amenísimas cartas de Vd. agradecerían mucho que Vd. acabase cada tanda o serie de cartas sobre un asunto cualquiera antes de emprender con otro. De este modo las cartas pueden fácilmente formar un libro, y del otro se exponen a perderse y quedar como inéditas. Digo a Vd. esto por lo mismo que muchos de los trabajos suyos más excelentes, como los diálogos de El Racionalismo Armónico, las cartas sobre la Metafísica a la ligera, han padecido esta mala suerte, y Vd. mismo, si alguna vez se determina a revisarlas, tendrá que encender otra vez el horno con mucho trabajo. Mi opinión es que no debe uno quedarse a medias en nada de lo que emprenda, sea grande o pequeño, tuerto o derecho.

(Menéndez Pelayo, 1888, 27 de agosto)

Esta será la última vez que Menéndez Pelayo se referirá a la obra y, también, la última carta en que el título Metafísica a la ligera aparecerá en el epistolario de ambos escritores: Valera nunca más volverá a pronunciarse sobre ella en otras misivas. El autor egabrense seguirá activo con otras producciones literarias, por ejemplo, con cuentos como El hechicero, /La muñequita, *La buena fama y El caballero del Azor, pero también con novelas como Juanita la Larga, Genio y figura y Morsamor. Sin embargo, además de los problemas de salud que refería en sus cartas, empezaría a quedarse ciego hacia 1893, condición que se acentuaría perceptiblemente en 1900. Finalmente, en la primavera de 1905, un año después de ser elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, el autor de Metafísica a la ligera fallece.

La ruta en el tiempo trazada por la Metafísica a la ligera de Valera, traza una curva en descenso con relación a la determinación del escritor andaluz para concluir la obra. Valera, según han dejado ver las misivas, se mostró entusiasmado con la ejecución del proyecto, pero ese brío se hacía cada vez más intermitente. Seguramente varios motivos vinculados a la esfera personal del autor arrojarían luz sobre los motivos de esta inconstancia.

Con todo, no deja de llamar la atención que Valera se refiriese a su obra filosófica en términos tan comprometedores cuando, por ejemplo, expresa que sería su libro sobre lo absoluto y de lo eterno y que, además, supiese el gran concepto que Menéndez Pelayo tenía de esa composición en ciernes, reiterado abiertamente en las cartas del escritor santanderino, y, no obstante, Valera haya dirigido su atención a la realización de otras obras. Lo cierto es que el autor egabrense era consciente de cierta tendencia en su carácter al abordar sus producciones literarias, como él mismo lo reconoce:

Soy muy débil de carácter, como todo hombre más crítico que entusiasta. La literatura, la ciencia y la poesía me enamoran, son mi única pasión y sin embargo no me dedico a ellas, ni me atrevo a desterrarlas tampoco enteramente de mi pensamiento. Yo hago las cosas a medias, que es lo propio que no hacer nada. Feliz Vd. que tiene la fe que a mí me falta.

(Juan Valera. 1860, 14 de enero)

Esta confesión tal vez puede arrojar luz sobre los motivos que llevaron a Valera a dejar inconclusa su obra: los temas que él se proponía abordar en ella eran parte de sus intereses más profundos, constituían parte de su pasión humana e intelectual; pero no se daba por completo a ellos, aunque tampoco resolvía desterrarlos de su vida, y, por ello, muy probablemente las consecuencias de esa crisis interna o, más bien, existencial, se vieron reflejadas en el proceso de creación de Metafísica a la ligera y, en última instancia, en el estado final de la obra.

De momento, solo queda suponer que tal vez en aquellas cartas de su Metafísica a la ligera que Valera conectaba en su interior sin legarlas en el papel contenían los principios de una metafísica que quizás solo se puede intuir.
Las cartas filosóficas de Juan Varela, fueron publicadas el día 13 de mayo, en Meer.

Notas

1 Adaptación del capítulo 1 de "Metafísica, pero no a la ligera", obra del autor ganadora del Premio de Ensayo Juan Valera 2022.
Campoamor, R. (1883). El Ideísmo. Madrid: Imprenta Central.
Valera, J. (1942). Metafísica a la ligera. En J. Valera, Obras completas. Crítica literaria, estudios críticos, historia política y miscelánea. (págs. 1582-1621). Madrid: Aguilar.
Material epistoral. En Larramendi.