Hablando de sobremesa, un domingo, salió el tema de las carreras de auto de la Fórmula Uno. Comprensible, porque estamos en las proximidades de la Ferrari y en la ciudad natal de Enzo Ferrari, Módena. La conversación pasaba de los motores, a las pistas y a los pilotos y una de las preguntas fue: ¿Cuál podría ser el método para identificar el mejor piloto independientemente del coche que maneja?
Este tipo de preguntas me llevan siempre a mis estudios, cuando me ocupaba de identificar diferencias entre las personas y distinguir capacidades que fuesen importantes para un empleo. La gente, en general, se distingue por una cantidad de variables y las diferencias pueden ser cualitativas y cuantitativas. Una, por ejemplo, es la altura, otra, la voz, el peso, el color de la piel y los ojos o la capacidad de expresarse oralmente o por escrito. Además de las habilidades matemáticas, espacio-motrices, perceptivas, cognitivas y tantas otras. En relación a cada una de estas dimensiones, se han diseñado escalas que permiten medidas y comparaciones. Por ejemplo, podemos decir que Juan es 20 cm más alto que Luis o que pesa 10 kg más. Estos métodos tienen que ser validados. Es decir, hay que verificar que los resultados digan lo que esperamos que nos digan. Por ejemplo, el termómetro nos indica la temperatura y en esto no hay márgenes de error o de opinión. A los 35 grados Celsius hace calor y con 38 grados de temperatura corporal, uno tiene fiebre.
Los test de inteligencia, en vez de, no son tan precisos y se discute constantemente si sirven y en qué medida. Esto se hace mediante correlaciones. Si una persona tiene un buen resultado en los test de inteligencia, es muy probable que obtenga buenos resultados en la escuela y la universidad. Pero esta probabilidad, baja en la vida profesional, en el sentido que el test de inteligencia no es muy válido para anticipar quien será un buen profesional, médico, ingeniero o abogado. En estos casos, entran en juego otras variables, como, por ejemplo, la personalidad y las habilidades sociales, comunicativas y también la empatía. Por otro lado, existen múltiples formas de inteligencia que son más o menos reconocidas, como la emotiva, social o de coordinación de movimientos y lectura cinética típica de los futbolistas y otros deportistas.
Para el test del mejor piloto, habría identificar la velocidad máxima del coche y los kilómetros de la pista para calcular el tiempo teórico más corto para hacer una vuelta y restarles los tiempo de frenada y aceleración y después cronometrar los candidatos al título de mejor piloto, hasta encontrar uno entre ellos, que reduzca al mínimo los tiempos de frenada y aceleración, para aproximarse el máximo posible al tiempo más corto ya calculado.
Este piloto será el que tenga los reflejos más rápidos, la más alta capacidad de sincronizar e integrar procesos perceptivos y motrices y la menor reducción de estas habilidades por causas de estrés, además de la agresividad y capacidad de tomar riesgos. Personas de este tipo suelen ser auto-centradas y ligeramente arrogantes. Pero estas últimas características son secundarias. Es decir, un resultado o consecuencia de las primeras.
Sabiendo esto, podríamos comenzar a seleccionar nuevos pilotos de edad precoz ya que todas estas dimensiones son fácilmente mensurables y con recursos a disposición, se podría crear una escuela de futuros campeones de la Fórmula Uno. Una cosa de este tipo, se hace con los jugadores de futbol, de básquetbol y otros deportes. Quizás, se podría hacer con algunos profesionales como ingenieros, programadores, biólogos, genetistas y matemáticos, entre otros, y planificar anticipadamente la “producción” de estas figuras altamente cualificadas.
Algunos países ya están implementando programas con estos objetivos. Interesante, porque muchos están conscientes que el desarrollo de los recursos humanos será cada día más una ventaja competitiva para las naciones y esto conlleva a la capacidad de crear riqueza.
Algunos partidos políticos hacen lo mismo con los así llamados cuadros. Estos se forman y preparan en economía, sociología, historia, retórica, ciencias de la comunicación y administración pública, entre otras disciplinas. Los resultados no son excepcionales, pero quizás sea demasiado prematuro para descartar esta posibilidad.
La pregunta que queda es siempre la validez de los criterios de selección y la posible discriminación. Pero estas elucubraciones son compatibles con los modelos de análisis de costes y beneficios y el razonamiento de que la educación cuesta, ergo, hay que ser selectivos; esto es cada día más vigente, aunque éticamente peligroso.
Me pregunto si se podría hacer lo mismo con los artistas. Antes de poder responder a esta pregunta, hay que definir qué es un artista y cuáles son sus capacidades particulares. Es decir, la diferencia específica del artista, y aquí entramos en un terreno que atrae siempre mayor atención, porque una de las características del artista es la creatividad y de esta se pretende hacer una industria. Aumentar la creatividad de una población en un 10% significaría aumentar la innovación, la eficiencia y la riqueza en un 20%.
Quizás, algún día no muy lejano, alguien se pregunte: ¿cómo se podrían “producir” más y mejores escritores y poetas? En este caso, no tengo una respuesta lista, pero diría intuitivamente, haciéndolos vivir y exponiéndolos a todos los sentimientos y situaciones posibles para que crezcan en sensibilidad, empatía, reflexión y con una notable capacidad de exprimirse y, al decirlo, no hago otra cosa que definir un modo de vivir que podría ser un programa de vida para todos sin excepción alguna.
Quizás mejoraríamos así en humanidad. Al mismo tiempo, el riesgo es siempre el mismo, controlar todo hasta el último detalle, midiendo lo imposible sin un metro, porque tenemos que reconocer a priori, que la vida real es mucho más compleja de lo que pueda ser encerrado en un test.















