[…] a partir de Heráclito comienza la Filosofía.

(Georg Wilhelm Friedrich Hegel)

Heráclito sentenció taxativamente: “El Sol no sobrepasará sus medidas. De lo contrario, las Erinias, servidoras de la justicia, lo descubrirán”1. Las Erinias (Έρινύες) personifican la venganza y la retribución femenina en la antigua Grecia. Etimológicamente, aunque poco usado en griego antiguo, el verbo perseguir (ἐρίνειν), particularmente a los criminales, se derivó del nombre Erinias. Eran tres diosas implacables, ctónicas y preolímpicas; aunque su ira se atemperaba al pronunciar sus nombres: Alecto, guardiana de los delitos morales; Megera, castigaba la infidelidad y Tisífone, vengaba el asesinato. Como ctónicas implicaba que provenían del mundo profundo, relacionándose con la muerte, la regeneración y la fertilidad. Nacieron de la sangre de Urano cuando Cronos lo castró, o fueron hijas de la Noche, de las Tinieblas o de Hades. Como fuerzas primitivas, no se sometieron a ningún dios olímpico, todos sentían repulsión por ellas. Castigaban a los criminales en vida, desde el inframundo, enloqueciéndolos y torturando sus almas cuando morían.

Se representaba a las Erinias como mujeres negras y aladas, con serpientes en la cabeza, antorchas y látigos. Se hacían presentes en el mundo si la víctima las invocaba por alguna ofensa, especialmente familiar, siendo ayudadas por las Harpías. Reponían el equilibrio con el castigo y la retaliación. Los criminales que atentaron contra la mesura, incurriendo en excesos, perdían la razón, incluso los médicos, si evitaban la muerte de un paciente y los adivinos, si revelaban el futuro prohibido. Se consideraba al asesinato como el peor crimen que desequilibraba el orden social2.

Para Heráclito, no es concebible en el cosmos, que el Sol sobrepase sus medidas. Éfeso deja ver la muerte del Sol sobre el mar en el crepúsculo, motivando su dictamen: El Sol es nuevo cada día3. Refiere el ineluctable ciclo que retorna diariamente: el Sol regresa a oriente sin ser visto, para alimentar su incandescencia y atravesar el firmamento otra vez. Su alimento en medida exacta le hace fulgurar de nuevo, con la llama cálida y brillante de cada estación, muriendo en el ocaso y renaciendo en la aurora. Sería contra natura que el Sol sobrepase las medidas de las estaciones, en demasía o defecto; sea extendiéndose o restringiéndose, sea adelantándose o demorándose en la Tierra.

En 1879, Hermann Alexander Diels publicó su obra Doxographi graeci4 que definió el concepto doxografía como la recopilación de textos antiguos, especialmente de los filósofos presocráticos y helenistas. Diels estudió la obra de Aecio titulada: Placita philosophorum5, enriqueciéndola con varias fuentes. Pese a los reparos de otros investigadores posteriores, Diels piensa que Heráclito enunció lo siguiente: “El Sol es una antorcha inteligente [que se engendra] del mar”, tiene “forma de casco, algo convexo” y “recibiendo [los astros] sus luces de las exhalaciones húmedas, se iluminan en su aspecto: de manera más brillante el Sol, pues se mueve en aire más puro, la Luna, en cambio, en más turbio; por eso también parece más pálida”. Rodolfo Mondolfo6 considera los fragmentos fidedignos, porque Aristóteles se burló de Heráclito al afirmar al agua como alimento del fuego, aunque la idea fue sostenida antes por Tales y Anaximandro.

El fragmento 76° de Heráclito enuncia: “El fuego vive de la muerte del aire, y el aire de la muerte del fuego; el agua vive de la muerte de la tierra, y la tierra de la muerte del agua”7. El agua que nutre al Sol se enfrenta a su contrario. Las exhalaciones del mar vencen al aire y se someten a él, alcanzando el casco solar. Generan la chispa flameante y alimentan al Sol, nutriéndolo con los vapores comburentes e incandescentes de origen marítimo. Cada batalla es parte del fluir en medida exacta, donde Pólemos es padre de las cosas y las Erinias precautelan la justicia.

Tanto para el monoteísmo mazdeísta como para el dualismo metafísico y ético enunciado por Zaratustra, el fuego es sagrado. Esta concepción y el henoteísmo del zoroastrismo influyeron sobre Heráclito. En el fragmento 11° sentencia: “Todo lo que se arrastra está custodiado por el rayo de Dios” (p. 106). Pese a sus limitaciones, la comprensión humana descubre la sabiduría divina, comprendiendo que el rayo de Dios se derrama sobre las cosas, vertiendo belleza, justicia y bondad. Curiosamente, es una ontología monista con alusión a un solo Dios, la que admite como razón universal que regula el mundo, lo dual y la oposición de contrarios en la guerra universal, como fundamentos de la dialéctica.

La dialéctica es la concepción metafísica del mundo que establece la contradicción como razón ordenadora de las cosas, articulándose en una oposición irresoluble y afirmando el cambio indefinido. Dicho orden se realiza en el devenir de la guerra infinita como combate de algo que busca y encuentra uno o más contra-términos para medirse y enfrentarse. Es el estado de cosas resguardado por la divinidad que consolida el ordenamiento invariable con nuevas manifestaciones reguladas por el rayo de Dios.

En el fragmento 16°, se halla la siguiente sentencia de Heráclito: “¿Cómo puede uno ponerse a salvo de aquello que jamás desaparece?” (p. 108). Para el filósofo del devenir, el rayo de Dios no permite ocultarse; la luz derramada sobre cada cosa es el principio único del mundo. Se trata de la creación de la diversidad, regulando el orden del cielo, la Tierra, los mortales y la felicidad. En el fragmento 78°, se lee: “La naturaleza humana no tiene conocimiento, pero sí la divina” (p. 137). El rayo de Dios, aunque los hombres no lo entiendan, es la ley divina universal a la que los seres humanos se someten como pauta vigorosa del mundo que fundamenta las leyes humanas, las nutre, instituye y supera, ordenando la totalidad. Mientras que el logos (λόγος) es el principio que rige y armoniza el mundo; el fuego es la imagen simbólica visible de lo subyacente, verificándose el cambio constante y la tensión de los opuestos, instituidos por el logos.

El logos dicta el principio fundamental que ninguna cosa esté exenta de la infinita sucesión de confrontaciones que generan el cambio indefinido y universal. El fragmento 114° enseña: “Aquellos que hablan con entendimiento deben adherirse firmemente a lo que es común a todos, como la ciudad se adhiere firmemente a sus leyes, y aun con más vigor. Pues todas las leyes humanas se alimentan de una, la divina; esta manda cuando quiere, basta a todos y las supera” (p. 151).

El filósofo efesio piensa que el logos contiene secretos profundos advertidos con metáforas e imágenes. El fragmento 8° establece: “Lo contrario se pone de acuerdo; y de lo diverso la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia” (p. 104). El Fragmento 88° sentencia: “Es siempre uno y lo mismo en nosotros, lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo anciano. Lo primero se transforma en lo segundo, y lo segundo en lo primero” (p. 141). Además, el fragmento 62° enuncia: “Los inmortales son mortales y los mortales inmortales, viviendo aquellos la muerte de los otros, y muriendo los otros la vida de aquellos” (p. 129).

El henoteísmo filosófico del pensador jonio se advierte en fragmentos como el N° 67°: “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre; pero adopta diversas formas, al igual que el fuego, cuando se mezcla con especias, que toman el nombre de acuerdo a la fragancia de cada una de ellas” (p. 131). El zoroastrismo que instituye anti-dioses o demonios influyó en Heráclito, al señalar el enfrentamiento de la luz con las tinieblas, de la vida con la muerte.

La entidad filosófica por excelencia, que abarca y explica todo, Dios, es al mismo tiempo, uno y múltiple; realiza una manera de ser y la opuesta correlativa, incluyendo lo inconciliable, sintetizando lo antagónico, reuniendo dialécticamente a los contrarios que se oponen y luchan, mezclándolos, superándolos y generando la realidad fluida.

Sobre lo divino, se debe acudir a la fe. El fragmento 86° asevera: “Casi todo lo divino se sustrae al conocimiento por falta de fe” (p. 141). Es decir, la limitada capacidad humana conduce a suponer el mundo de manera errónea, como agregación de cosas horrendas y fútiles, hechos malvados y ruines, gestos injustos y falaces. El fragmento 102° enuncia: “Para el Dios todas las cosas son hermosas y buenas y justas, pero los hombres sostienen que algunas cosas son injustas y otras justas” (p. 147). Respectivamente, en los fragmentos 79° y 83°, se lee: “La divinidad llama niño al hombre, en la misma forma que el niño en comparación al hombre” (p. 137), y: “El más sabio de los hombres parece un mono al comparárselo con Dios en sabiduría, en belleza y en todas las otras cosas” (p. 139).

La costumbre antigua, extendida culturalmente, de abandonar los cadáveres en un altar para que los buitres los devoren, dejando secar los huesos hasta echar los restos al mar, Heráclito la asumió en su versión para sí mismo. Honrando las creencias del zoroastrismo, sus restos desaparecerían, mezclándose en el vientre de animales. En su fuero interno asumía: “A los hombres les aguarda, cuando mueren, tales cosas que ni esperan ni imaginan” (fragmento 27°, p. 113). Sin embargo, sabía que: “El alma seca es la más sabia y la mejor” (fragmento 118°, p. 153), por lo que su aliento noble de basileus por estirpe, era el más seco, sabio, sobrio y superior, pese a su vida de restricciones y agrios sinsabores.

Sabiendo de los hombres que: “Una vez nacidos, desean vivir y dar con su destino” (fragmento 20°, pp. 109-10), debía cumplir el suyo, entusiasmado inusitadamente. Planificó en su mente una secuencia de imágenes para su cuerpo, figurado como superior, con su alma de mayor estirpe. Se entregaría al fuego, a la luz y al camino de un heliotropismo que vivifique su aliento infinitamente, gracias al secreto develado por el λόγος del universo: “No hallarás los límites del alma, no importa la dirección que sigas, tan profunda es su razón” (fragmento 45°, p. 121).

Su cuerpo no se volvería aire para un juego inocente de dados, donde la casualidad defina en qué laberinto del universo moraría su alma. Tampoco debía volverse agua, porque siendo exhalaciones, se disiparía en el cielo húmedo de lluvia. Finalmente, no permitiría que sus entrañas se marchiten y se vuelquen hacia la tierra que quería abandonar. Su alma estaba destinada a recorrer la más vertiginosa, ígnea y pletórica ruta, consubstanciándose con el fuego y aniquilando su corrupta corporeidad. Su alma noble, gracias a la acción purificadora del fuego, se lanzaría en un viaje sideral hacia la luz del Sol.

Previamente, sin embargo, su alma se perdería en los intersticios insondables del Hades impregnándose de lo que es inodoro para los cuerpos mortales de la Tierra. El fragmento 98° dice: “Las almas huelen al Hades” (p. 145). La palabra griega ᾍδης denota tanto el antiguo inframundo mítico y al dios. Además, significa lo que no se huele normalmente.

Notas

1 Heráclito: Fragmentos. Trad. Luis Farré. Aguilar. Iniciación filosófica. Buenos Aires, 1977, Fragmento 94°, p. 144.
2 Constantino Falcón, Emilio Fernández-Galiano y Raquel López, Diccionario de la mitología clásica. Tomo I, Alianza, Madrid, 1980, pp. 223-4.
3 Heráclito: Fragmentos. Op. Cit. Fragmento 6°, p. 103.
4 Obra de textos en griego y comentarios en alemán. Editorial Georg Reimer, Berlín, pp. 351 ss. Solo hay una traducción parcial al inglés, de Oliver Primavesi et alii, con el título: Prolegomena to the Doxographi Graeci. Editorial Brill, Leiden, 2018.
5 Solo existe traducción al inglés, de Jaap Mansfels y David Runi. Colección Loeb Classical, Harvard University Press, 2024.
6 Heráclito: Textos y problemas de su interpretación, Trad. Oberdan Caletti. Editorial Siglo XXI, México, 2007, pp. 242 ss., 248. El pensador italiano se refiere a Eduard Zeller que identifica el alma con el fuego. La obra de 1867 de Zeller, Fundamentos de la filosofía griega, está parcialmente traducida por Rovira Armengol, pero no incluye a Heráclito. Nova, Buenos Aires, 1955.
7 Heráclito: Fragmentos, Op. Cit., p. 136. A partir de esta cita las páginas referidas en el texto son de la traducción de Luis Farré.