Toda luz se hace sombra cuando el cisne irrumpe. Toda voz se entristece cuando el cisne canta...

(H.R.)

Y en concilio, en lo más alto del Olimpo, Zeus aún se estremece al ver que Apolo se levanta como el dios de la Verdad y que, mientras avanza, sus pasos se han vuelto invisibles, flanqueados por los blancos cisnes de su sagrado cortejo. Como un filo de luz, se deslizan serenamente, cortando las aguas de estanques y lagos metafísicos. Escribió Buffon:

El león y el tigre en la tierra y el águila en los aires, reinan sólo por medio de la guerra, dominan por el abuso de la fuerza y la crueldad. En cambio, el cisne es el rey de las aguas en virtud de las cualidades en que se fundamenta un imperio de paz: la grandeza, la majestad y la suavidad [...].

Mitos y leyendas de todo el mundo han quedado atrapados por su espléndida armonía, movidos por la graciosa curva de su cuello y sus grandes y soberbias alas que alientan una atmósfera superreal de Pureza. Es como una señal que envía la Belleza desde un reino lejano. Como una blanca gota de Verdad para anunciarnos que aún existe salvación en el oscurecido corazón del Hombre. Un cisne nadando delicadamente lleva consigo las proporciones áureas y así es como, en ancas de su belleza, su figura crece inevitable en la dimensión simbólica del mundo humano.

Cazadores o lagos raptan su imagen femenina en diferentes leyendas. Entre los mogoles buriato, cerca del lago Baikal, circula la historia del cazador que sorprende sin ser visto a tres mujeres desnudas bañándose en el lago. Pero también encuentra los blancos trajes de plumas que habían dejado en la orilla: eran, en verdad, tres cisnes que se habían quitado sus vestiduras. El cazador roba uno de los trajes y sólo dos mujeres cisne pudieron vestirse y huir volando. El hombre se casa con la que quedó atrapada en tierra y ella le da varios hijos... finalmente, el cazador la deja libre, ella toma su traje y alza el vuelo, no sin antes decirle la amarga verdad: “Ustedes son seres terrenales y permanecerán sobre la tierra, pero yo no soy de aquí: yo vengo del cielo y debo volver a él. Cada año, en primavera, cuando nos vean pasar volando al norte, y cada otoño, cuando volvamos al sur, celebrarán nuestro paso con ceremonias especiales...”.

Con pocas variantes, esta leyenda cunde entre varios pueblos altaicos, escandinavos, turcos e iranios para explicar el poblamiento del mundo. En cierto modo, recuerda a uno de los pocos casos donde el cielo es femenino y la tierra masculina: la tradición egipcia, cuando Nut, la diosa del cielo, es fecundada por Geb el dios de la tierra... y un cisne deja un huevo sobre las aguas del Nilo para que nazcan Ra y el Universo. Incluso, entre las etnias de la depresión del gran río siberiano Yenisei, se llega a la creencia de que los cisnes menstrúan como las mujeres. Pero más allá de estas y otras referencias, el cisne es un destacado elemento simbólico y mitogénico macho... incluso entre los propios buriato mencionados más arriba, muchas mujeres al ver el primer cisne de primavera le hacen una reverencia y elevan una oración por la fecundidad de la tierra y las mujeres.

Eróticos

Habíamos mencionado a Apolo con su cortejo de cisnes, los cuales, en sus vuelos migratorios, revelan el lazo existente entre los dioses mediterráneos y los misteriosos seres hiperbóreos. Es sabido, por otra parte, que Apolo nace un día siete, y que cada séptimo día del mes, los siete cisnes sagrados dan siete vueltas alrededor de su isla y que Zeus le envía un carro celestial tirado por estas aves para que lo lleven a su tierra virgen “sobre los bordes del océano, más allá de la patria de los vientos del Norte, entre los hiperbóreos, que viven bajo un cielo siempre puro”. Según Víctor Magnien, entre los misterios de Eleusis los cisnes simbolizan la fuerza creadora del poeta y la poesía misma: es el emblema del poeta inspirado, del pontífice sagrado entre las esferas poéticas y el corazón amante de los poetas, así como la red del druida blanco atrapa el silencio o el verso del bardo boreal: Shakespeare, “el cisne de Avon”.

Hasta tal punto el cisne era respetado entre los dioses griegos como atributo de Apolo, que si Zeus se transforma en cisne para avanzar sobre Leda, es porque ésta antes se había transformado en oca para huir de él. Este es un momento clave de la historia natural del mito: la oca (y a veces el ganso) era el “avatar” nocturno del cisne, de modo que siendo un ataque sexual nocturno de Zeus, cisne y oca serían la misma criatura en dos instancias míticas diferentes: un poético caso de hermafroditismo.

Aunque también es cierto que en general, el cisne diurno es solar y macho mientras que el nocturno es lunar y hembra. De paso, recordemos que el nombre en sánscrito del cisne es Hamsa: un mantra que se utiliza en meditación: “el mantra del ave”, con la partícula “Ham” como onomatopeya de la captura del ave, a la que se retiene por un momento en la jaula de oro del corazón poético del Hombre y finalmente -mediante otra onomatopeya- se lo suelta en la exhalación “sa”. Del mantra Hamsa como técnica respiratoria, derivan el mismo nombre “ganso” y el nombre genérico de ansáridos de estas aves. Referencias análogas las encontramos en el poeta Novalis hablando de las vírgenes que nadan en el marco de una “desnudez permitida” en las aguas de “celeste omnipotencia, como el elemento del amor y de la unión”. Y aquí caben los versos de Goethe:

Con qué orgullo y complacencia la cabeza y el pico se mueven…
Uno de ellos, sobre todo, se pavonea con audacia,
y singla rápidamente entre todos los demás:
sus plumas se hinchan como una ola sobre la ola
y avanza ondulante hacia el asilo sagrado…

Este cisne que se singla de sus pares, cuyas plumas se hinchan y que avanza rumbo al recinto sagrado, no necesita mayor explicación. Para Gastón Bachelard, en este momento poético, el cisne es a la vez hembra y macho porque su aventura sexual transcurre en el inconsciente humano como lugar de unidad. Del mismo modo, y siguiendo con Bachelard, “el canto del cisne” -del que hablaremos más tarde- es el juramento del amante y su muerte ulterior: el orgasmo. Así, el canto del cisne encadenaría, simbólicamente, a la luz, a la palabra y al semen fecundante. El cisne es el deseo sexual desde la pureza del sentimiento amoroso que proviene del cielo mismo y que desciende mágicamente para bien del Hombre y bálsamo para su natural y espiritual miseria. El cisne, se dice, muere cantando y canta muriendo y se convierte, de hecho, en el símbolo del deseo sexual, identificándose con la bondad inherente de la Creación y su voluntad de ser en nosotros un espíritu que reconozca a la belleza como propiedad cósmica... visión negada a las demás criaturas.

Cisnes, cisnes...

Tras la fatal aventura de Faeton (nuestro Lucifer), robándole el carro solar a su padre Helios y muriendo en el río Eridanus, adonde cayera tras un rayo que le arrojara Zeus, Cicno (del griego antiguo Κύκνος, Kýknos, Cisne) para algunos hermano, para otros amante de Faetón, se arrojó al río convertido en cisne para poder buscar infructuosa y eternamente el cadáver. Es uno de los tantos cisnes griegos que se destacan, como el Cicno que vivió entre las regiones de Pleurón y Calidón y dedicaba gran parte de su tiempo a cazar.

Dotado de gran belleza física era arrogante e irrespetuoso con los otros jóvenes que deseaban ser sus amantes, buscando su atención. Finalmente, su insolencia hizo que todos los pretendientes lo abandonaran, excepto Filio -el “amante”- que lo quería lo suficiente como para soportar sus agravios. Pero más Filio lo buscaba, más Cicno lo odiaba, así que éste pergeñó un desafío triple con la esperanza de que muriera en alguno de ellos: cazar sin armas un león que amenazaba la comarca. Para ello, Filio desarrolla una estrategia: come y bebe vino hasta hartarse y vomitar. El león se acerca a comer y, a la par, se emborracha, con lo que Filio puede matarlo.

Debía, luego, cazar a dos temibles buitres. Para esto se unta con la sangre de una liebre muerta y se tira al suelo quedándose quieto. Los buitres se acercan y Filio los atrapa. Finalmente, tenía que llevar un toro al altar de Zeus con sus propias manos. Reza a Heracles por ayuda y este le hace ver a dos toros peleando por una novilla. Esperó hasta que ambos cayeran al suelo cansados e indefensos, y así Filio pudo tomar a uno de ellos y llevarlo al altar. Pero en este punto, Heracles -desde su perspectiva heroica- ya no podía permitir que, aunque fuera por amor, Cicno siguiera abusando del muchacho y rompe el hechizo que los unía. Cicno se siente deshonrado y se suicida arrojándose al lago Aqueloo, cercano a Arsínoe; su madre Erie lo sigue y Apolo los sublimó cambiando su carga negativa en blancura de cisnes que simbolizarían la pureza del amor antes mancillado.

El lago se llamaría “Lago de los Cisnes” y cuando Filio murió, fue enterrado en sus orillas para que el amor verdadero fuera, así, debidamente honrado. Esta leyenda sigue el camino mítico de la Swan Maiden o doncella cisne, la que, como maga y de ideal belleza femenina, viste un traje mágico de plumas de cisne. Relato dominante en Occidente, la historia de la doncella cisne (que ya vimos entre los buriato) está más presente en los cuentos de hadas celtas británicos, especialmente Escocia y el Ulster, aunque hay otro relato, este galés, de “El pozo de Grace” que, descuidado por su dueña, ésta es convertida en cisne por las hadas y condenada a navegar por su superficie.

Otra aparición del mismo motivo mítico es el cuento popular ruso “Mikaylo Ivanovich Puteshestvennik” (“Amado viajero Mikaylo Ivanovich”). Mikaylo va de caza y cuando se topa con un cisne, le apunta con su arma, pero éste suplica por su vida. Al oírlo, Mikaylo baja el arma y entonces el cisne se transforma en la princesa Márya, de quien Mikaylo se enamora y con quien se casa.

Para dar término a esta saga invertiremos en algo el relato con la historia del Caballero Cisne. Una de las versiones más antiguas está contenida en la Dolopathos (versión en latín que hizo el monje cisterciense Juan de Alta Silva de Los siete sabios: antigua historia sánscrita derivada a su vez de tradiciones persas). Aunque no conocemos el nombre del protagonista, en 1192 ya se había convertido en Le Chevalier au Cigne: Caballero del Cisne, el legendario antepasado del no menos legendario cruzado Godofredo de Bouillon.

Otro ejemplo es el de Brangemuer, el caballero muerto en un bote arrastrado por un cisne, y cuya aventura fue asumida por el hermano de Gawain, Guerrehet en la primera saga del Parsifal o El cuento del Grial de Chrétien de Troyes. A esta altura tiene el nombre de Helias, hijo de Orient de L'Islefort. Tiempo después, a principios del s. XIII, el poeta alemán Wolfram von Eschenbach incorpora al caballero cisne Loherangrin en su obra de la saga arturiana Parsifal. Otra obra alemana de Konrad von Würzburg, en 1257, retomaba a un Caballero Cisne, pero este sin nombre, hasta 1850, cuando estos Caballeros Cisne de Wolfram y Konrad inspiran a Richard Wagner para el libreto de su ópera Lohengrin.

El origen más remoto de las doncellas y los caballeros cisnes parece anclar en el romance entre la Apsará (o ninfa cisne) Urvashí (“la de amplios muslos” o “nacida de un muslo”) y el rey Pururavas (“El que llora”), un rey mítico con parentesco con Surya (el sol) y Usha (el amanecer), y que vive en el centro del cosmos. Hijo de Ilā: un dios que cambiaba de sexo a voluntad, lo que hace que Ilā fuera a la vez padre y madre de Pururavas. Y un día, Pururavas se enamoró de Urvashí. Para muchos mitólogos, esta historia está en la raíz del romance entre Titono -rey de Troya y hermano de Príamo- y Eos, diosa del Alba.

La incompatibilidad entre un mortal y una inmortal reaparece en la distancia del cisne que tira del carruaje y el dios que en él viaja: Pururavas desplaza la imagen de Urvashí. Nacido de la noche, el sol anunciado por Urvashí -como Eos en Grecia-, nunca podrá juntarse con su amada: su llegada la extingue. Pururavas (el Titono griego) y Eos sólo podrían reunirse en el Suarga: el paraíso de Indra. Esta distancia podría ser tomada como la que existe entre el Hombre terrenal y el amor puro de los dioses “buenos”. Y es por esta razón que la albura, armonía y serenidad visuales del cisne hacen un espontáneo llamado a la excelencia del espíritu.

Cisnes que cantan

Pero lo visual no podía quedar apartado de lo auditivo. Si bien siempre se supo que los cisnes blancos en ningún momento de su vida cantan sino que siempre voznan (no son aves canoras sino declamadoras), siempre se habla y habló de “el canto del cisne” (Carmen cygni) como gloria final de una vida virtuosa. El cisne al cual nos hemos estado refiriendo es el llamado “Cisne mudo” o Cygnus olor. En la “Historia Natural” de Plinio el Viejo (77 a.C.) advierte sobre estas dos falsedades: ni es mudo ni canta antes de morir (olorum morte narratur flebilis cantus, falso...). De esta referencia al cisne como “Se cuenta una canción lúgubre sobre la muerte de las flores, falsamente...” nace el epíteto específico de “C. olor”. Aunque quizás lo más interesante del canto del cisne esté en su vinculación con “la lengua de las aves”.

Repasemos algo de arqueoastronomía. La estrella Canopus (la más brillante después de Sirio) rige en el cielo el timón de la nave Argo, en el comienzo de la larga constelación de La Quilla de Argo, la nave de los argonautas, que tenían la misión de recuperar el Vellocino de Oro. Este timón estaba hecho con madera del roble que crecía en el oráculo de Dodona y hablaba con el timonel la perfecta lengua de las aves y así lo guiaba por aguas tranquilas. De hecho, Miaplacidus o “Mar tranquilo” es la última estrella (la de proa) de dicha constelación. Así, hablar la lengua de las aves era hablar la lengua de los dioses y comunicarse con ellos.

Los pueblos nórdicos habían heredado del hebreo la letra Yod como equivalente a “Dios” y de ahí el God inglés, o el más antiguo Gott alemán o el aún más viejo Gud noruego. A su vez, manejar las “artes de Dios” es lo que luego terminaría entre nosotros siendo el “argot”: el hablar la lengua de las aves o de los dioses, que son lo mismo, como lengua secreta. Y esta lengua nace de “los pueblos de Dios”: los Godos, y especialmente de los Visigodos. Y de ellos será que nazca una etnia muy minoritaria de la zona pirenaica -Bearne, entre tierras vascas y vascofrancesas-: la etnia de los cagots. Grupo perseguido y discriminado hasta su eventual extinción, desconociéndose el porqué.

Las teorías son múltiples, pero la que nos atrae más es la que dice que era porque los cagots habían heredado el conocimiento del argot de las aves. Esta sería la razón de la persecución de la Iglesia Católica. Y fue así como se extendió el término “cogote” aplicado a la herramienta para hablar el argot de las aves: sus cuellos. Y cuando llegamos al cisne, ese canto final se transforma -a través de su cogote- en el habla de Dios, que es lo último que el Cygnus olor nos da como su “canto de cisne”: el morir diciendo las palabras del misterio final... Para los oídos sordos, el argot es un mero y feo graznido, pero para el oído sensible, es una melodiosa voz que sólo podía salir de un ave hermosa rumbo al corazón puro de quien supiera entenderla.

El sinuoso y viborezno cuello del cisne camino a su cuerpo de enormes alas lo transforma en un dragón de blanca pureza... más cerca de los ángeles y muy lejos del Hombre. Dueño de las palabras secretas y de la serenidad que a la mente del Hombre le es tan difícil de alcanzar. El cisne blanco impera entre los cisnes negros que tienen su mundo aparte... que es el nuestro: “Recuerda siempre que eres un cisne negro...” nos dijo el escéptico Nassim Taleb...

Le escribí a mi hijo:

Consejos para el vuelo

Vuela.
No trepes. Vuela.
Abre tu pecho en el cielo.
Aliméntate de lo alto.

Sube.
Vuela.
Humedece tu alma de nubes.
Baña tus plumas de adiós.
Que digan que sí, que te fuiste,
que tuviste miedo,
que no volviste.

Vuela. Vuela hijo y cisne.
Y sube, gana en altura
y ya, desde lo alto, conócete grande.

Vuela y anida en tu alma,
en la cumbre misma,
donde quedarás solo... por amor al aire.

Vuela. Vuela, hijo y cisne.
Aumenta tu conciencia en lo frágil...

Sé fugaz.
Se feliz.
Vuela y canta... y sé distante.