¿Se puede actuar abstractamente? A primera vista la respuesta parece obvia: no. Abstractos son los teóricos, pensadores y soñadores de toda calaña.

Acciones abstractas

La acción, en cambio, la praxis, es siempre concreta. Aquí y ahora. En ella nos las vemos con las cosas mismas. El teórico se imagina el mundo. El práctico está en él. Uno piensa. El otro, al actuar, es. Aquí vemos confrontados el ser con el pensar.

Admitámoslo: podemos existir sin pensar, pero no pensar existir. Por ello, el destino más feliz al que puede aspirar el hombre teórico, el hombre de ideas, consistiría en aplicar su saber, midiéndose en última instancia por la prueba de su utilidad. Lo demás habrá sido alucinación y pérdida de tiempo. Lo escuchamos constantemente: ¡dejad de perder el tiempo y poneos a trabajar! Con ello se dice: producid, decidnos cómo medir los efectos de sus palabras o bien, ¡cambiad de profesión!

Se puede pensar abstractamente, sin duda. Cuando no se tienen los pies en la tierra, por ejemplo. Se puede alucinar el mundo, podemos siempre extraviarnos en los laberintos de las ideas. Los hombres prácticos, en cambio, son concretos. No pueden no serlo, porque es imposible actuar abstractamente. ¿No es verdad? Veamos.

Pensemos en un carpintero. Éste hace cosas muy concretas: muebles, adornos, cucharas… Cuando él actúa, lo hace con miras a un fin. El carpintero no es un ser práctico solamente por producir cosas. Eso lo puede hacer una máquina. La máquina es, desde este punto de vista, mucho más útil que un ser humano. Puede producir más en menor cantidad de tiempo y con menos insumos. Pero no decimos que una máquina sea capaz de realizar acciones. Ella funciona, realiza tareas, pero no actúa. Como hemos dicho: todo acto requiere de un finalidad, una dirección. Dicha finalidad involucra tanto el querer como el representar. Queremos y deseamos algo que no está ahí, sino algo que imaginamos, que esbozamos en la mente, que demandamos a partir de las condiciones realmente existentes.

Este querer, consciente o inconsciente sólo le corresponde a un sujeto. Un sujeto es capaz de actuar, mientras que la máquina solamente funciona. Eso no quiere decir que los humanos no funcionemos también obedeciendo mecanismos más o menos automatizados.

Nuestro cuerpo y nuestra mente están llenos de automatismos. Pero somos sujetos sólo en la medida en que podemos actuar. Solemos nombrar “acto” a dos cosas: primero, al conjunto de movimientos de una persona, segundo, a la actividad intencional y significativa. El acto, en este último sentido entrelaza la actividad material con el querer (voluntad o deseo), que le da dirección (o direcciones). Lo deseado, lo querido, lo que nos anima, no existe todavía. De otro modo, no lo buscaríamos.

Es un estado que buscamos, alguna cosa, alguna relación, incluso mantener vivo el deseo, como el fuego de la existencia. Este buscar, este querer da dirección a la actividad. La dirección inmediata de todo actuar lo llamamos finalidad, objeto de deseo, motivación, etc. Pero si salimos del cerco inmediato de la individualidad, veremos que ninguna finalidad, ningún objeto, ningún querer se produce en soledad. Toda finalidad es objetiva y doblemente subjetiva. Objetiva, porque incluye las cosas del mundo, los objetos, los cuerpos. Es también doblemente subjetiva porque involucra la subjetividad que desea algo y el otro. Ese otro es en última instancia inseparable de mi querer. Quiero lo que otros quieren. Soy objeto del apego o la aversión de los otros, como los otros lo son de mí, lo que da forma a todo querer.

Volvamos a la pregunta inicial. ¿Se puede actuar abstractamente? Aventuremos la siguiente respuesta: sí, cuando la actividad se vuelve contra su finalidad, o cuando la desconoce, o cuando carece de ella. Dicha finalidad, como hemos dicho, tiene una flecha que va hacia las cosas del mundo y otra que va hacia los otros. Una actividad humana sin dirección puede ser llamada un acto abstracto. Toda actividad posee necesariamente un elemento de abstracción en cuanto desconoce sus motivaciones últimas y en cuanto está en tensión con las acciones de otros.

Este buscar dirección de manera colectiva forma parte de la concretización de las acciones. Dicho buscar toma la forma de un trabajo que busca no quedar a expensas de los condicionamientos inconscientes históricos, lingüístico de cualquier clase, pero también de la arbitrariedad frente a los otros. Abstractas son las acciones que se creen soberanas sin más, de manera inmediata, que no se examinan ni se confrontan, que se asumen fuera de toda duda y justificación.

Acciones abstractas tienen lugar cuando cumplimos funciones con nuestro cuerpo y pensamiento, pero renunciando a toda finalidad o deseo propios. Someter nuestras acciones completamente a la voluntad ajena hace que éstas se degraden a un mero funcionar. Lo concreto no significa, sin embargo, una propiedad de mis acciones.

Todo actuar incluye no sólo el mundo material, sino a los otros. En ese sentido no hay nunca acciones plenamente concretas, sino distintos grados de concreción y, sobre todo un camino hacia lo concreto. Actuamos abstractamente también cuando perdemos toda finalidad, cuando actuamos únicamente por inercia y costumbre. La manutención de nuestra vida material requiere de costumbres y automatismos. Pero la vida se torna gris cuando éstos reemplazan toda finalidad, toda concordancia con nuestro deseo. Actuamos abstractamente cuando, creyendo servir un fin, en realidad servimos a otro, o ninguno.

Es decir, cuando nuestra actividad no es efectiva. Por ejemplo, si intentamos neciamente hacer fuego con un encendedor que no tiene gas. Giramos la piedra una y otra vez, neciamente, sin hacer caso a la nulidad de nuestros resultados. Eso que creemos una acción: mover el dedo para producir fuego, se vuelve abstracta porque no logra su fin. En cuanto acción material accionar el encendedor posee sus efectos reales, como lastimarnos el dedo, pero no una efectividad de acuerdo con lo buscado, que era producir fuego. Como sea, las acciones humanas rebasan en última instancia toda relación instrumental. Lo que se decide en ellas son modos de vida en común, más allá de los objetos y los fines determinados del querer.

Actualidad y virtualidad

No hay que confundir nunca la efectividad con la utilidad. La utilidad es una relación simple e inmediata que relaciona actividades y efectos, a lo sumo, relaciones instrumentales. Es una relación causal elemental. Las acciones involucran, en cambio, tanto causas eficientes (como la causalidad) como causas finales (actuar de acuerdo a fines, proyectos o intenciones en general). Solemos pensar que las ideas valen en cuanto pueden ser aplicadas al mundo real. No admitimos que las ideas tengan realidad o que parte de la realidad sea pensada. Pero, ¿es que entre pensar y realidad no hay más que una relación de aplicabilidad? Las ideas, en realidad no se aplican al mundo, sino que se efectúan. Quien actúa no sólo se dirige a un fin o persigue un deseo, también actualiza lo ideal. Podemos llamar a la capacidad de lo ideal de ser actualizado virtualidad.

¿Qué significa eso? Tomemos un ejemplo muy “práctico”: un carpintero. Él no posee planos para hacer sillas, muebles o libreros. Posee un saber-hacer. Este saber-hacer no es ni una acción, ni una cosa, ni una idea stricto sensu. Es algo “virtual” que existe en la memoria, algo capaz de efectuarse en el mundo dando forma o transformando las cosas que hay en él. Actuar significa entonces también actualizar un saber virtual. El saber-hacer no consta de un conjunto de instrucciones. Ninguna profesión se limita a seguir manuales ni secuencias de órdenes, como una computadora.

La mente no ejecuta programas. Sería absurdo decir que el carpintero “aplica” su saber. No tiene un saber, por un lado, y un hacer, por el otro. Él posee un saber-hacer, que incorpora técnicas, experiencias y pensamientos. Cuando entra a su taller y trabaja debe evaluar la tarea encomendada, los materiales, las herramientas, el tiempo que posee, los costos y el destinatario.

Todas estas consideraciones juegan un papel en la actualización del saber-hacer. Todo saber tiene incorporado un contexto del cual ha surgido; al ser efectuado debe echar mano de la memoria, la experiencia pasada y el buen juicio, al mismo tiempo que del mundo circundante y sus posibilidades. El que actúa sigue pensando, aunque no sea de manera explícita. El que piensa está referido a la acción, aunque sea de modo diferido. Y ambos están en relación con un contexto en el cual lo virtual puede ser actualizado.

Se puede pensar abstractamente. Es el costo de la libertad de pensar. Libertad que significa poder separar la información de su soporte, las formas de su concreción inmediata; significa poder variar las configuraciones y los materiales. Sin ello no podríamos pensar propiamente. Pensar requiere tomar distancia de lo inmediato, generalizar o particularizar. Un carpintero, siguiendo nuestro ejemplo, es creativo. Al trabajar no hace una silla sin más. Su trabajo es singular, lo que exige separarse de la experiencia inmediata de las sillas que tiene enfrente y de todas las sillas que ha visto con anterioridad. Creará una silla singular que siga siendo una silla. Modificar, reparar, inventar, variar, evaluar, corregir. Todo esto es pensar. Sin ello el actuar sería mecánico, terco y trivial.

Se puede también actuar abstractamente. Es el costo de la libertad de acción. Uno puede desligar relativamente sus actos de los pensamientos. No de todo pensar, pero sí de un pensar determinado. Por ejemplo, como cuando se rompe un molde y se crea una forma nueva. Se puede actuar a favor o en contra de un querer. Se puede uno separar de un proyecto o de una finalidad. Se puede uno desviar del plan o improvisar. Los resultados materiales de la acción siempre desbordan las preconcepciones, los planes y los proyectos.

Siempre se piensa más de lo que se hace. Y se más de lo que se pensaba. No hay nunca pensar puramente abstracto ni actuar puramente abstracto. Se trata solamente de grados de distanciamiento e independencia relativa entre uno y otro. Podemos poner el acento en el pensar o en el actuar, como podemos privilegiar relativamente lo virtual o lo actual, lo inmediato o lo diferido.

Admitamos que lo teórico y práctico son también conceptos relativos. Podemos decir que lo que llamamos teórico es algo que posee una potencialidad o virtualidad, mientras que lo práctico es una actualización. La actualización implica desarrollar lo virtual en un contexto material determinado. La diferencia virtual-actual no es igual a la diferencia entre lo actual y lo posible. En un dado son posibles seis números: 1, 2, 3, 4, 5, 6. Cuando lo lanzamos, sólo obtendremos un número del conjunto conocido. Tampoco debemos pensar la relación entre virtualidad y actualidad como el mero tránsito a la existencia de algo conceptualmente ya definido y completamente determinado. Nada de esto sucede en el tránsito de lo virtual a lo actual.

Virtual es, por ejemplo, la idea general que tiene el carpintero del mueble a realizar: el esbozo o diagrama. Actualizarlo significa realizar la mesa a partir del esbozo, pero considerando el material, las herramientas, mi cuerpo, el tiempo disponible, la cantidad de luz, los precios de los materiales, quien comprará el mueble, etc.

Lo virtual no es lo ideal en general. Es un acervo que posee potencialidades de despliegue, determinación e individuación materiales. El pensar puede ser abstracto desde el punto de vista de quien desea una solución concreta a un problema concreto. Pero pensar es ya una actividad corporal (intercambios químicos y eléctricos en el cerebro) e intelectual (comparación, transformación y producción de ideas). Es algo completamente concreto. Este trabajo requiere de tiempo y de gasto energético.

Cuando el artista o el carpintero comienzan a pensar en la obra por hacer evocan, forman y transforman imágenes, ideas y pensamientos. Este contenido es algo actual, concreto, determinado, una acción en pleno derecho. Pero aquí la finalidad no es pensar, sino hacer una mesa. Por ello, el pensar, que desde un punto de vista es actual, se debe considerar como virtual desde otro.

Supongamos que ahora el carpintero hace un dibujo. Ese dibujo actualiza las ideas de su cabeza. No las agota, ni las calca simplemente. Al dibujar debe seleccionar ideas, pero también aplicar técnicas de dibujo, anotar medidas, etc. El dibujo es ahora algo completamente concreto, una cosa pública, que ha actualizado el pensar inaccesible a otros del carpintero. Pero nuevamente, puesto que el fin es una mesa o un librero, el dibujo sigue siendo algo abstracto o virtual.

El carpintero puede ahora hacer una miniatura en madera de lo que hará, por ejemplo, para probar la estabilidad. Este modelo debe ser casi isomórfico al mueble final, aunque a otra escala. Es, como en el caso anterior, algo completamente concreto, pero virtual en cuanto no es todavía el mueble. Finalmente, el carpintero hace su mesa. Ahí actualiza sus ideas, sus bocetos y sus modelos en miniatura.

Todo opera simultáneamente, aunque no de la misma manera, para que la virtualidad se actualice. Una vez terminada la mesa ella existe concretamente como individuo independiente. Pero ella, como objeto, deberá insertarse en un mundo concreto, entrando en relaciones con las cosas que ya se encuentran en él. La mesa será también juzgada como cara o barata, bien o mal hecha, útil o inútil, ligera o pesada. Ella seguirá siendo actualizada de manera ilimitada por medio de sus usos. Los usos serán a la vez objetivos y subjetivos. Que una mesa sirva a su “fin” significará todas esas cosas a la vez: precio, forma, dureza, belleza, etc. La mesa, además, no servirá para una sola cosa, como comer. Otro día será mesa de juegos, o soporte para recortar papeles o, incluso barricada. La mesa seguirá actualizándose.

Lo virtual consta del archivo, del patrimonio, del depósito, la memoria, el haber en sentido amplio. Cada individuo posee algo de este patrimonio, pero éste es vasto y complejo sólo en cuanto compartido. Es el reservorio de lo posible. El acto se convierte así en colectivo, de manera directa o indirecta y tiene siempre como reto el decidir, también colectivamente, lo que se hará o no, cómo, dónde y cuándo.