En la política hay un componente que se ha multiplicado ferozmente en los últimos tiempos, la suciedad, las mentiras, las provocaciones políticas y de las otras contra candidatos, gobernantes y personas públicas.

Hay ejemplos destructivos, como la campaña de Jair Bolsonaro, Donald Trump y muchos otros casos. Yo me voy a referir a Uruguay, aunque es un pequeño país desde la caída de la dictadura en 1985 ha consolidado un fuerte democracia, con plena libertades cívicas, de prensa y que muchas veces aparece en buenas posiciones internacionales en la calidad institucional democrática.

No todo fue siempre inmaculado, pero en estos días ha sucedido un episodio sin antecedentes. Una prostituta trans militante pública del Partido Nacional, del actual presidente Luis Lacalle Pou, montó con la complicidad de otra prostituta trans una operación de difamación, incluyendo una denuncia ante la policía y la fiscalía, sobre un presunto acto de violencia sucedido hace nueve años y cometido contra el candidato a la Presidencia que encabeza todas las encuestas. Es del Frente Amplio, el partido de izquierda que gobernó durante 15 años seguidos del 2005 al 2020.

La campaña, a la que se sumaron algunos medios de prensa, pero sobre todo se montó a partir de redes pagas en Internet, con trols con sedes en México, duró 7 semanas, sin que la fiscalía se manifestara de ninguna manera. Estamos a menos de dos meses de las decisivas elecciones internas y se había anunciado que el proceso judicial duraría todo ese tiempo, 50 días…

Hace una semana, un programa de televisión desarmó totalmente la trama, hizo que la acusadora que había hecho la denuncia dijera claramente que la persona que la había agredido no era Yamandú Orsi, ex intendente del departamento de Canelones, y toda la estantería se vino abajo. La que había ideado todo era la militante blanca, provocadora, que ya había sido procesada por ir a insultar durante la ceremonia que la Intendencia de Montevideo hizo en homenaje al presidente de Brasil Luis Lula Da Silva. Y condenada a 7 meses de prisión.

La gran mayoría de la población, como lo prueban las encuestas, está convencida de que estas dos delincuentes, una condenada por la justicia y la otra imputada por la fiscalía, no actuaron solas y que detrás hay otras personas u organizaciones, no solo porque su objetivo era claramente dañar al candidato presidencial sino por el costo en abogados que asesoraron, por el uso de redes de trols.

Cualquiera comprende con elemental sentido común que se trató de una provocación y una operación política, pero en el Partido Nacional, incluso el propio presidente de la República se niega a aceptarlo.

La política sucia del tercer milenio

La política sucia no es nueva en nuestro país, aunque este es un caso de extrema gravedad. Las campañas de deformación y miedo durante el plebiscito contra la ley de impunidad y la prohibición aceptada por los tres canales de televisión de pasar publicidad del voto verde (año 1989) o en 1999 de emitir publicidad sobre una campaña totalmente mentirosa sobre los impuestos son parte de ese tipo de jugadas, ilegales y repudiables. La lista sería larga, aunque nuestro país no ocupa de ninguna manera las primeras posiciones a nivel regional y menos internacional en esta materia de utilización del barro.

En este caso de la acusación contra Orsi la situación incorporó elementos nuevos: a) acusaciones centradas contra una persona b) utilizando mentiras totalmente fabricadas c) divulgadas pagando una estructura en las redes montada en el exterior d) utilizando plata relativamente fácil de comprobar (de 30.000 a 40.000 dólares) en las redes, e) utilizando unos pocos medios dispuestos a cualquier porquería para al actual oficialismo, que todo su bloque figura en segundo lugar en todas las encuestas.

Históricamente la política sucia se practica desde Roma, cuando facciones diferentes llegaban hasta el asesinato de sus contrincantes y a utilizar la mentira, las celadas de todo tipo en el senado para disputar el poder, como en el caso del partido popular de César y Pompeyo se enfrentaba al partido republicano de los senadores. Unos buscaban reformas que beneficien a los veteranos de las legiones, los colonos y otros grupos sociales desfavorecidos, mientras que los segundos buscaban detener todos esos cambios reteniendo su poder sobre la república. Por supuesto que todo esto se mezclaba con ambiciones personales, pero aun así había una disputa ideológica de fondo.

En el medioevo, cuando no se trataba de una disputa política entre bandos con una base ideológica sino de luchas intestinas entre distintas familias o dentro de una misma familia por hacerse con el poder y obtener tierras, cargos, la corona u otros beneficios, la mugre era el principal componente de todos estos procesos, hasta llegar al asesinato.

En la iglesia católica durante varios siglos, sobre la base de una disputa teológica se enfrentaron fracciones en combates muy duros y muy sucios, incluso luego de la Reforma, llegando hasta las largas guerras religiosas.

En la actualidad la extrema vigilancia de toda la vida de los políticos a través de la prensa, de las redes ha incorporado, en diferentes países, el uso y abuso de la mentira, del ataque personal, de operaciones muy bien organizadas. En el caso de este castillo de naipes que funcionó en Uruguay que se derrumbó en pocas semanas, pone al descubierto un serio peligro para la institucionalidad democrática y republicana.

Como en el caso de las investigaciones criminales hay que hacerse una pregunta: ¿a quién favoreció la mugre?

Las defensas contra estas prácticas son muy complejas, deben ser legales, aunque la Justicia en este caso salga tan mal parada, pero sobre todo cívicas y culturales. Una ciudadanía inteligente, educada en su sentido ciudadano democrático, de diversos partidos, es la mejor arma contra los sucios.

Es una batalla que hay que librar en forma permanente, porque el mundo no muestra señales de transparencia, de nobleza y limpieza política, sino todo lo contrario.

Siempre hay que tener en cuenta la frase de Nicoló Machiavelli: “El que engaña encontrará siempre quien se deja engañar”. No podemos resignarnos a esta sentencia, es una batalla cultural y democrática permanente donde los medios de comunicación juegan un papel fundamental.

La Inteligencia Artificial y el uso de las redes no pueden ser un pretexto para justificar las peores bajezas, todo sigue dependiendo de la conciencia democrática y de la moral de los políticos, hombres y mujeres que realmente creen en la república.