El ataque terrorista del siete de octubre de 2023 ha dejado una huella indeleble que marcó un antes y un después en la historia de Israel. No significó solamente la pérdida de más de un millar de vidas y el secuestro de cientos de civiles, sino que evidenció una vulnerabilidad que muchos creían superada. Desde entonces, Israel se enfrenta no solo a la necesidad de responder militarmente, sino también de replantear su estrategia de seguridad, su arquitectura política interna y su visión de largo plazo en relación con los palestinos.
Cabe señalar que el principal aprendizaje para el Estado de Israel es que la confianza excesiva en la superioridad militar y tecnológica no da garantías de ventaja o de seguridad absoluta, mucho menos en escenarios de guerras irregulares como esta que enfrenta contra grupos al margen de la ley como Hamas.
La barrera de separación de la Franja de Gaza fue vulnerada con facilidad, pero también debido a que se relajaron ciertos controles y posiciones que históricamente no se hacían, como el ingreso libre de gazatíes a las granjas comunitarias (Kibutzim), quienes se encargaron de pasar información a los terroristas de Hamas. En todo esto se revelan fallos de inteligencia y coordinación, obligando a Israel a repensar la doctrina de defensa.
Así, los ataques del siete de octubre reforzaron la noción de que Israel enfrenta amenazas existenciales. El trauma colectivo, lejos de impulsar la división interna de Israel, ha fortalecido la cohesión social y el compromiso de reservistas dispuestos a participar en el rescate de los secuestrados y golpear las bases estructurales del grupo terrorista Hamas para dejarlo inoperante en Gaza.
Pero también la agresión de octubre abrió debates acerca de cómo balancear los elementos de seguridad y democracia, así como garantizar DDHH de todos los grupos nacionales. El Estado de Israel, fundado como refugio tras el Holocausto, enfrenta ahora el reto de reconstruir la confianza en su capacidad de proteger a sus ciudadanos en un entorno de amenazas híbridas.
Por otro lado, un factor importante de considerar es que Irán se ha consolidado en el último tiempo como el arquitecto de la guerra por medio de grupos irregulares en contra de Israel. Por medio de Hezbollah en el Líbano, los Ansar Allah (hutíes) en Yemen, milicias en Siria e Irak, así como su apoyo irrestricto a Hamas y la Yihad Islámica en Gaza, el gobierno de Teherán pretende mantener a Israel en un estado de presión constante abriendo frentes en simultáneo.
Con Hezbollah desde finales de los años 80 el tema ha sido sensible, ya que su arsenal de misiles de corto y mediano alcance representan una amenaza mucho mayor que la de las demás organizaciones, aunque se ha visto controlada por las operaciones quirúrgicas lanzadas por Israel a través de radio comunicadores, teléfonos móviles y golpes a la cabeza, que llevó a la muerte del Sheij Hassan Nasrrallah, así como golpes a los líderes de las tropas de élite de Hezbollah, obligándolos a desplazarse hacia el Norte del Río Litani y eventualmente perder poder en la zona.
En este sentido, el desafío estratégico para Israel es cómo disuadir una guerra con múltiples frentes sin caer en una condición de desgaste y que comprometa su estabilidad podría desgastarlo al punto de comprometer su estabilidad interna y su economía.
Debido a esto, la respuesta no puede ser únicamente militar, sino que requiere alianzas regionales sólidas y un marco de disuasión creíble. El ataque de octubre demostró que el costo de subestimar a estos actores es demasiado alto y que los resultados son contraproducentes no solo en términos militares, sino también en costes humanos y económicos para el país.
Por otro lado, el Estado de Qatar ha desempeñado un doble rol que genera tensiones. Por un lado, ha financiado durante años a Hamas, permitiéndole tener legitimidad política y recursos para sostenerse. Por otro, se ha posicionado como mediador indispensable en negociaciones de rehenes y en diálogos indirectos con Israel.
Debido a este doble discurso, se plantea el dilema de si es Qatar un socio necesario o un cómplice incómodo en las ecuaciones de Oriente Medio. El Estado de Israel se ha visto forzado a mantener abiertos canales de diálogo con Doha, a pesar de que su patrocinio ha contribuido a fortalecer al enemigo. La experiencia señala que la diplomacia en la región es muy particular y ningún interlocutor es perfecto, y las alianzas dependen en muchos casos de la muestra de fuerza. De caso contrario, el entorno te carcome, todo equilibrio en esta zona se da en base al pragmatismo y el utilitarismo de las relaciones.
Otro aspecto para destacar es que antes de octubre 2023, Israel se encontraba inmersa en una crisis interna con protestas masivas contra una reforma judicial y en medio de una polarización que cuestionaba los cimientos del consenso nacional. Cuando ocurrió el ataque, bloqueó de manera momentánea las divisiones, pero no se terminaron: solamente se redirigieron las fuerzas hacia una amenaza mucho mayor.
La actual coalición enfrenta tensiones entre facciones nacionalistas-religiosas y sectores más liberales. La administración de Netanyahu ha sido cuestionada por sus acciones previas al ataque. Pese a que se mantiene en el poder por una cuestión de alianzas políticas, sufre un desgaste considerable. Aún no existe consenso sobre el “día después” en Gaza, ni sobre la estrategia para lidiar con los palestinos en el largo plazo. Esta falta de dirección se convierte en un riesgo estratégico.
La guerra contra el grupo terrorista Hamas ya lleva dos años de duración, con un costo humano, económico y diplomático creciente. La sociedad israelí enfrenta el desgaste de miles de reservistas movilizados, comunidades desplazadas en el norte y el sur, y un trauma colectivo difícil de sanar, sin mencionar la cantidad de muertos.
En cuanto a la situación económica del país, sectores sensibles tales como el turismo y la inversión extranjera se han visto afectados debido a la prolongación del conflicto. En materia diplomática, la presión internacional aumenta y vulnera el margen de acción de Israel, agravando la situación debido a la dificultad de definir un objetivo estratégico claro.
Es decir, sacar a Hamas del poder en Gaza es una meta legítima, pero insuficiente si no se acompaña de un plan para el futuro de Gaza y para el conjunto de la relación con los palestinos. Hamas no es solo una organización política y militar, es una ideología implantada en miles de palestinos a lo largo de décadas de influencia.
Por otro lado, la experiencia histórica demuestra que la negativa a reconocer el derecho de autodeterminación palestina alimenta narrativas hostiles contra Israel y fortalece a los extremistas, quienes a su vez también niegan el derecho de existencia de Israel. Por lo tanto, la única salida viable es un “divorcio político” que permita a Israel desvincularse de los palestinos bajo un acuerdo definitivo.
De esta forma se retoma y se insiste en la idea planteada en el artículo Un estado palestino desmilitarizado, idea planteada además en los Acuerdos de Oslo, y que permitiría garantizar derechos y responsabilidades al mismo tiempo. Para esto fue utilizado como referencia el modelo costarricense, un país que decidió abolir el ejército en 1949 y logró estabilidad mediante instituciones fuertes, alianzas internacionales y una cultura de paz.
De ese modo, un Estado palestino desmilitarizado contaría con fuerzas civiles y de seguridad limitadas, apoyadas por una presencia internacional en fronteras sensibles, acuerdos de cooperación con Israel, Egipto y Jordania, y un marco de inversión que sustituya el gasto bélico por desarrollo.
Por su parte, para el Estado de Israel esto significaría la reducción del dilema demográfico de un Estado binacional de facto que comprometería su seguridad y a la vez lo pondría en la encrucijada sobre los derechos de poblaciones absorbidas en el proceso, por cuanto es importante entender que los palestinos no pueden desaparecer y tampoco se podría soportar diferentes niveles de ciudadanos en un Estado que se ha establecido con un modelo social de derecho.
Mientras tanto, para los palestinos, supondría la oportunidad de acceder a una soberanía responsable, con instituciones unificadas y legitimidad internacional.
Finalmente, los ataques de octubre obligaron a Israel a tener que reconocer sus vulnerabilidades y a repensar su estrategia de seguridad y de política interna. Esa nueva estrategia pasa por un divorcio político definitivo con los palestinos, cimentado en la creación de un Estado palestino soberano pero desmilitarizado. Pero más allá que solo estos elementos, es crucial que se pueda garantizar que exista un día después a este conflicto que ha sido el más largo de la historia de Israel y además el que más desgaste en todo sentido le ha ocasionado.
Referencias
Acuña, Bryan. Un estado palestino desmilitarizado. ¿Se puede aplicar el modelo costarricense en Gaza y Cisjordania?. Meer, 30 de noviembre de 2024.















