La célebre frase de Descartes «pienso, luego existo» (cogito, ergo sum) ha sido objeto de un intenso debate en la filosofía moderna y contemporánea. ¿Se trata de una inferencia o de una performance (Hintikka)? ¿Era una frase central en su filosofía o solo la utilizó en un contexto didáctico (Cassirer)? ¿Es una idea original o fue precedida por una idea similar de San Agustín (Blanchet, Gilson)? ¿Es un entimema o una simple intuición, un argumento, una proposición o una tautología (Ayer, Beck, Stone)? ¿Se trata de algo indudable o de algo que requiere prueba (Kant)? ¿Acaso Descartes duda de que existe (Sievert)?

Como no me interesa la discusión filosófica, me limito a sugerir que la idea de Descartes se hizo famosa porque resumía tres ideas que estarán presentes en toda la filosofía europea moderna, desde Espinosa a Leibniz, desde Kant a Hegel, y de tal manera que se convirtieron en el sentido común de la modernidad occidental (tal y como se ve a sí misma y evalúa otras modernidades). Las tres ideas son: la primacía de la razón, la autonomía individual y la duda inscrita en la búsqueda incesante de la verdad.

  • La primacía de la razón es el fundamento del racionalismo moderno, el reverso de la desconfianza hacia los sentidos que a menudo nos llevan a ilusiones, como ocurre en los sueños (Descartes).

  • La autonomía individual es la marca de la inconmensurabilidad de los seres humanos en relación con todos los demás seres, ya que solo los seres humanos son entidades pensantes (res cogitans) en contraste con la naturaleza, que es una extensión inerte (res extensa). La naturaleza, si existe, no sabe que existe. Solo el ser humano sabe que existe o tiene la idea de que existe.

  • La duda es el fundamento de la creatividad humana, la capacidad de cuestionar todo lo que nos parece verdadero a través de los sentidos. No podemos confiar en lo que en algún momento nos ha engañado. Descartes no es un escéptico, pero utiliza el escepticismo metódicamente para combatirlo. Aquí reside la búsqueda de la certeza de la época moderna y el concepto de rigor que domina la ciencia moderna: no se trata de la verdad, sino de la búsqueda incesante de la verdad.

La crítica desde las epistemologías del Sur

Estas tres ideas constituyen los pilares sobre los que se asienta la modernidad occidental. La crítica de estas tres ideas se ha ejercido abundantemente, tanto en el mundo intelectual occidental como en el mundo intelectual no occidental. A partir de las epistemologías del Sur, tal y como las he ido formulando, el racionalismo eurocéntrico no permite fundamentar, por sí solo, la necesidad de la lucha contra la dominación capitalista, colonialista y patriarcal moderna. La decisión de luchar contra la dominación es tanto un ejercicio de la razón como un ejercicio de la voluntad. Es tanto un ejercicio mental como un ejercicio emocional. Es un conjunto de razones, emociones, afectos y sentimientos, a lo que Orlando Fals Borda llamó el “sentirpensar” y yo llamo la “razón caliente”.

No se trata de apelar a cualquier tipo de irracionalismo, sino de proponer un concepto más amplio de racionalismo que supere el dualismo res cogitantes/res extensa de Descartes, tal y como propone Espinosa con su concepto de naturaleza naturante (natura naturans).

Por su parte, la autonomía individual es valiosa, pero no puede concebirse de manera individualista. El individualismo fue fundamental para promover el triunfo de la burguesía a través del liberalismo político y la primacía de la propiedad individual. Se trata de un excepcionalismo eurocéntrico que contradice las múltiples tradiciones filosóficas del mundo que conciben al ser humano como un ser-con, un proyecto existencial que se constituye y se desarrolla en cooperación con otros seres humanos y no humanos. No se trata de disolver al individuo en colectivismos amorfos (las masas). Se trata más bien de reconocer que el poder constituyente de nuevas realidades, y sobre todo de luchas contra la dominación, es siempre un proyecto colectivo, en el que las contribuciones individuales solo adquieren su potencia cuando se suman a otras contribuciones, componiendo totalidades que trascienden la suma de las mismas.

Por último, la duda metódica es quizás la contribución cartesiana más compleja. Descartes no duda por dudar, como sería el caso de los escépticos. Duda para alcanzar certezas, lo que denomina ideas claras y distintas. En la Primera meditación, Descartes afirma que, al igual que un arquitecto, el filósofo tiene que excavar el terreno hasta alcanzar la roca sólida sobre la que asentar los cimientos de su pensamiento. Las arenas movedizas de las opiniones se descartan así mediante el ejercicio de la duda. La analogía del arquitecto muestra la limitación fundamental cartesiana, su monoculturalismo eurocéntrico.

Al fin y al cabo, la arena puede estar llena de pepitas de oro, y otras culturas construyen casas en la arena, o en los árboles, por no hablar de casas flotantes en ríos y lagos. No hay ideas claras y distintas, hay procesos de clarificación y distinción. Hay, o debería haber, un diálogo de la humanidad sobre las diferentes concepciones de ideas claras y distintas con el fin de identificar las ecologías entre ellas con mayor potencial intercultural de liberación contra la dominación, la injusticia, la exclusión y la discriminación.

La negación en la era del no-aprendizaje

La crítica desde las epistemologías del Sur pretende provincializar a Descartes, reconocer su contribución situada en el tiempo y el espacio y ponerla en diálogo con otras contribuciones igualmente situadas que, en conjunto, constituyen la diversidad epistémica del mundo. Reconoce la importancia de la problemática que Descartes plantea, al tiempo que señala las limitaciones del universo cultural en el que se mueve —la modernidad eurocéntrica— y el propósito histórico que le confiere notoriedad: la naciente revolución burguesa fundada en una supuesta universalidad racionalista e individualista que sirve a sus intereses de expansión global con la consolidación del capitalismo colonialista. El objetivo es ampliar y diversificar lo que significa pensar, la identidad de quien piensa y el sentido o propósito de existir y resistir, para imaginar un futuro que sobreviva a la destrucción humana y no humana causada por la revolución burguesa, ahora degenerada en contrarrevolución burguesa.

En lugar de este propósito contrahegemónico, estamos viviendo un período en el que el pensamiento ascendente de Descartes está siendo deconstruido, supuestamente en nombre de su máxima realización. Las tres ideas centrales que subyacen al pensamiento cartesiano, en lugar de ser utilizadas contrahegemónicamente, están siendo negadas en forma de banalización. Esta negación-banalización adopta tres formas principales.

Sentimiento en detrimento del conocimiento

Al eliminar la idea de alternativas creíbles al statu quo, la sociedad capitalista neoliberal separa hasta tal punto las causas colectivas de las consecuencias individuales que el sufrimiento social siempre se vive como sufrimiento individual y nunca como sufrimiento colectivo. Hay personas enfermas, pero la sociedad en sí no está enferma; hay personas pobres, pero la sociedad no es pobre; hay personas ignorantes, pero la sociedad no es ignorante; hay criminosos, pero la sociedad no es criminosa. Cuando las causas colectivas están ausentes, es fácil convertir en causa del sufrimiento individual las diferentes consecuencias que viven los diferentes individuos. No se sufre con, se sufre contra. Lo que está cerca es siempre más evidente que lo que está lejos, excepto en el caso de la experiencia religiosa. Pero esta, sujeta a la misma lógica neoliberal, elimina de una vez por todas las causas colectivas en este mundo para poder funcionar como elixir contra el sufrimiento individual.

El sufrimiento individual no puede atribuirse a ninguna causa racionalmente identificable que trascienda las situaciones interindividuales, ya sean disputas familiares o en el lugar de trabajo, rivalidades, odios, envidia, intrigas y hechizos. La pregunta «¿por qué yo?» no tiene otra respuesta posible que la que se puede dar a otra pregunta: «¿por qué no él o ella?». Aquí nace el punitivismo de nuestro tiempo. Como escribió Luis Buñuel, la envidia es el único pecado capital que nos lleva inevitablemente a desear la muerte de otra persona cuya felicidad nos hace infelices. En casos extremos, ser asesino (causar la muerte física o civil) puede ser la única alternativa al suicidio.

El sufrimiento individual sin sufrimiento colectivo convierte a los individuos en subjetividades sin refugio. La búsqueda de refugio, a menudo desesperada, tiende a encontrarlo en la zona de confort más cercana, la comunidad de individuos que sufren de manera similar, que atribuyen a su sufrimiento causas similares o que buscan aliviarlo de manera idéntica. En una sociedad en la que ha desaparecido la idea del sufrimiento colectivo injusto, solo es posible la solidaridad negativa: no estar solo en el sufrimiento individual. El consuelo proviene del sentido común de esa comunidad negativa. Como el sentido común es el conocimiento que se da por evidente, el consuelo proviene de la sensación de estar en lo cierto solo porque no se está solo. ¿Para qué pensar si ya se ha pensado? El conformismo con lo que ya se ha pensado no es una manifestación de pasividad, sino un acto militante contra la soledad. Las redes sociales son los viaductos de la era informática. Los que transitan por ellas son los mismos que se refugian bajo ellas.

Subjetividad esclavizada por la falsa autonomía

El neoliberalismo es hoy una filosofía existencial con las siguientes características principales: las sociedades contemporáneas existen en un estado de crisis permanente debido a la complejidad y fragmentación de los centros de poder que las controlan, siendo el Estado solo uno de esos centros y ni siquiera el más importante; el sufrimiento de los individuos corresponde al modo de vida normal de las sociedades que viven en crisis permanente; la sustitución del concepto de responsabilidad social por el concepto de culpa significa que la vida individual dañada es el resultado de un estilo de vida individual dañino; el cuerpo es la única propiedad que el individuo es libre de gestionar a su manera; el cuerpo puede ser mercantilizado, utilizado de la forma más lucrativa o mantenido obsesivamente inviolable; el valor de uso y de intercambio del cuerpo puede maximizarse mediante la industria del fitness o la cosmética; los individuos se conciben como entidades autónomas para poder funcionar como fragmentos de una multitud anónima que a veces converge para trabajar, a veces para celebrar y, a veces, para linchar o destruir.

Para el neoliberalismo, la única libertad que cuenta es la libertad económica, y el éxito de los individuos en la sociedad neoliberal se mide por la forma en que absorben este principio. La otra cara del sufrimiento individual es el disfrute individual de la autonomía y la incertidumbre permanente de la precariedad. La autonomía neoliberal es la autonomía sin condiciones para ser autónomo, es decir, sin poder decidir en qué consiste la autonomía y para qué objetivos.

Es no poder correr riesgos porque no se dispone de seguro contra ninguno de ellos. Los «colaboradores» de las empresas de reparto de comida a domicilio son autónomos, pero ninguno es propietario de un restaurante y, si no reparten comida, mueren de hambre, al igual que sus familias. La necesidad de ser autónomo es la nueva esclavitud mientras el trabajo asalariado sea la forma dominante de ganarse el pan de cada día.

Colapso mecánico de la duda

La duda metódica y la búsqueda rigurosa de la verdad exigen una temporalidad lenta que permita el cuestionamiento constante del conocimiento adquirido, la identificación de lo que no es fácilmente observable, la confrontación entre posiciones distintas, la verificación cruzada de la información. Por encima de todo, exigen un ejercicio constante de cuestionamiento del sujeto del conocimiento en el propio proceso de conocer. Para utilizar una terminología alemana, «Erkenntnis nach innen» debe ir en paralelo con «Erkenntnis nach aussen», la introspección y la autorreflexividad deben ir de la mano de la observación empírica del mundo exterior, la experiencia de los objetos. Además, pensar incluye despensar. A lo largo de los últimos cien años, el pensamiento crítico ha sido un poderoso instrumento para despensar el pensamiento adquirido y poder pensar de manera diferente.

Hoy estamos entrando en una época en la que des-pensar el pensamiento ha dado paso a dispensar el pensamiento. Una época desinteresada por las causas profundas y colectivas, restringida a las consecuencias fácilmente observables y alimentada por la compulsión de convertir todo lo que existe en mercancía y fuente de lucro, exige una temporalidad rápida, una fast food intelectual y emocional. Una temporalidad idealmente instantánea que permita saber antes de saber y sentir antes de sentir, de modo que todo esté disponible y ready-made para los consumidores dóciles. Pensar, en este caso, es una pérdida de tiempo. Cuestionar, averiguar la veracidad, proponer alternativas fuera del pequeño círculo de las ideas autorizadas significa, en el mejor de los casos, empatar y poner arena en los engranajes y, en el peor de los casos, traicionar, estar en el lado equivocado de la historia, correr el riesgo de ser silenciado.

Parafraseando a Ortega y Gasset, las creencias son rápidas y no admiten la duda, mientras que las ideas son lentas y admiten la duda. Si a lo largo del siglo XX el pensamiento fue descartado tanto por las creencias como por las ideas preconcebidas, el prêt-à-penser de hoy ha alcanzado un nivel sin precedentes: la inteligencia artificial.

La duda, ya sea analítica, dialéctica o retórica, ha sido eliminada por la certeza mecánica de la inteligencia artificial. La racionalidad pragmática de la modernidad occidental, basada en la adecuación entre medios y fines y ajena a la ética, ha alcanzado el paroxismo asintótico de la autoextinción. El Hombre Nuevo, tan deseado por los comunistas como por los fascistas, y el Übermensch, soñado por Nietzsche, emergen finalmente en forma de una Máquina Nueva: la máquina inteligente regida por algoritmos que, basándose en ellos, aprende profundamente.

La inteligencia artificial generativa. El homo sapiens da paso al homo artificialis. Etimológicamente, artificialis proviene del latín y significa hecho por el ser humano y no obtenido de la naturaleza. En la era de la inteligencia artificial, el homo artificialis no es el ser humano que hace, es el ser humano que es hecho.

No voy a discutir aquí los méritos o los peligros de la IA. Solo me interesa analizar las consecuencias de la enorme outsourcing (externalización) de la duda y el aprendizaje que se está produciendo. Durante un tiempo, esta transferencia significa la aparición de nuevas formas de producir certeza y el desaprendizaje de competencias que se han vuelto redundantes, lo cual no es nuevo (viene desde la primera revolución industrial). Lo nuevo es la posibilidad de que desaparezca el concepto y la experiencia de la duda. Está surgiendo una nueva ignorancia ignorante, en términos de Nicolás de Cusa. Lo nuevo es la posibilidad de que el desaprendizaje se deslice gradualmente hacia el no-aprendizaje o, al menos, hacia el no-aprendizaje de todo lo que no se refiere a las máquinas inteligentes y a la forma de colaborar o cooperar con ellas. Las competencias en las relaciones interhumanas no mediadas por la IA desaparecerán. La oralidad será la patología de hablar solo. En el momento en que la IA falle, la humanidad caerá en el abismo como un avión pilotado por el piloto automático que de repente se congela.

El colapso mecánico de la duda no elimina la duda. Solo la remite al inconsciente, y son los jóvenes quienes más sufren por ello. Viven con especial intensidad la contradicción entre las expectativas ilimitadas que les crea la sociedad de la certeza mecánica y sobrehumana y la inmensa frustración que sienten ante las limitaciones de su frágil e incierta humanidad. Su autoritarismo en el comportamiento exterior es su forma de lidiar con los demonios internos de la incertidumbre y la fragilidad que la sociedad no les permite expresar. Están perdidos y solo se encuentran en su comunidad digital que, de forma siempre pasajera, ora glorifica a los ídolos, ora demoniza radicalmente a quienes elige como enemigos. La adulación y el odio ocultan una indiferencia subterránea que los atormenta. Los psicólogos luchan para que cambien, pero no para que cambie la sociedad.

El gran desarme

En un mundo dominado por la búsqueda de datos exigida incesantemente por los algoritmos y en el que la hermenéutica de la sospecha ha dejado de existir, surgen nuevas docilidades y con ellas nuevos desarmes.

La docilidad ante la mentira

Las fake news se propagan porque el sentimiento prevalece sobre el conocimiento, la creencia sobre las ideas. La comodidad de no estar solo en una creencia se ha vuelto inmensamente superior a la incomodidad de estar solo en la búsqueda de la verdad. Tomemos un ejemplo concreto. El guion global de la extrema derecha se centra en la instigación de dos sentimientos —el miedo y el odio— que se activan en tres temas centrales: la seguridad, la corrupción y la inmigración. Todos ellos son consecuencia de la gobernanza neoliberal. Son los medios privilegiados para ocultar las causas, la gran sociología de las ausencias de nuestro tiempo. Este ocultamiento exige una gran inversión en la mentira y la complicidad de los medios de comunicación.

Tres ejemplos:

  1. Portugal es uno de los países europeos con una tasa de criminalidad muy baja. Pero si la propaganda política proclama la inseguridad como el principal problema de los portugueses, de la noche a la mañana los ciudadanos sienten que les falta lo que tienen en relativa abundancia (seguridad física) para «olvidar» lo que realmente les falta (sistemas públicos de salud y educación dignos, una seguridad social sólida).

  2. Ningún ciudadano europeo ve la «terrible amenaza» que Rusia representa para Europa. La guerra entre Rusia y Ucrania es un problema con una larga historia que ambos países deben resolver. Y solo no se resolvió en abril de 2022 porque Estados Unidos y sus lacayos ingleses se opusieron. Pero, de repente, Europa se encamina hacia «una guerra de grandes proporciones». Quien lo dice es Mark Rutte, secretario general de la OTAN, un miserable fabricante de desastres al servicio de quienes se benefician de ellos.

  3. Los ciudadanos siguen distinguiendo entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre. El turismo ya les había alertado de la posibilidad de que este último se convirtiera en un insidioso tiempo de trabajo al servicio de agentes y guías turísticos. Pero aún no se han dado cuenta de que ver la televisión o distraerse con el ordenador es tan productivo para el capital de las Big-Techs como fabricar un televisor o un ordenador. El algoritmo es el dios incesante de la transformación de toda la vida en datos y estos, en objeto de lucro. Incluso al dormir producimos datos, sin mencionar que el sueño es cada vez más una fuente de lucro.

La docilidad ante la prepotencia

Como modo existencial, no pensar significa el desarme total ante las agresiones más groseras contra la vida y la dignidad humanas. Tales agresiones se convierten en el fiel reflejo de quienes se sienten ratificados en su transformación interior, a veces instantánea (por metamorfosis, revelación, iluminación o intervención psicológica), de víctimas agredidas a agresores vengativos. La sociedad corre el riesgo de convertirse en una inmensa masa de microdictadores, cada uno con su micromasa de seguidores en las redes sociales, que maneja libremente en la soledad autoerótica de su habitación. El fascismo será un significante vacío si los seres humanos ven en el fascismo político un fiel espejo de su fascismo interior, intelectual, emocional y relacional. El tiempo lento de la receptividad, la socialización, la amistad, la cooperación y la restauración da paso al tiempo rápido de la obliteración y el punitivismo.

Con los sistemas democráticos desvitalizados, el clima de impaciencia punitiva/represiva impregna todos los ámbitos sociales. Esta es la versión neoliberal contemporánea del homo lupus homini (el hombre lobo del hombre) de Hobbes.

Además, cuando no hay una alternativa real, los que gobiernan mal siempre cuentan con la complicidad de los que se sienten mal gobernados.

Conclusión

En la era del no-aprendizaje, no se trata de no saber. Se trata de la sensación de saberlo todo sobre todo porque se sabe a quién acudir para saberlo. Pensar era necesario mientras el pensamiento no estaba industrializado y disponible gratuitamente. El pensamiento se distribuye gratuitamente para que el no-pensar haga posible todo lo demás: sufrir como fatalidad y disfrutar como interrupción imprevisible y sin sentido; vivir en servidumbre, creyéndose autónomo por no conocer a los verdaderos amos; consumir o desear consumir compulsivamente; destruir la vida no humana del planeta, sin pensar que la vida humana es parte de ella.

En estas condiciones, pensar dejó de ser la certeza de la existencia para pasar a ser la certeza de la resistencia. El problema es que en la sociedad del no-aprendizaje, quien resiste se rinde fácilmente si la resistencia es solo una forma de pensar. La corriente de la multitud es siempre más poderosa que la corriente de la soledad. Para resistir eficazmente, no basta con pensar. Se necesita una nueva forma de ser y de sentir que permita compartir la lucha contra una sociedad que da inteligencia a las máquinas para quitársela a los seres humanos. Ya no basta con resistir. Es necesario reexistir.