Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona.

(Jorge Luis Borges)

Despunta el alba en una cálida y húmeda mañana de junio. Un fraile dominico despierta, empapado en sudor y con muchas picaduras de insectos en la piel. Se dispone a vestir sus hábitos pronto y a orar, a encomendarse a Dios: otro día más en esta ardua misión entre «salvajes», indios incivilizados. El olor a tabaco se esparce presto en la humedad del ambiente, se confunde con la brisa del mar y con otras especias que los nativos consumen en sus alimentos; un caldo hierve en ollas que parecen de piedra, mientras que unas mujeres amasan maíz molido y se apresuran a ofrecer alimento al fraile —puesto todo sobre hojas de plátano— ellas le hablan en una lengua incomprensible para indicarle que coma: ajiaco1 —dicen—.

Estas tierras del Caribe poseen selvas inhóspitas, bestias desconocidas, montañas, lagos y abismos inimaginables para una mente europea; es cierto, son parajes aterradores y, sin embargo, hermosos. Este es, definitivamente, un Nuevo Mundo. Transcurre el año de 1511 según el calendario juliano; el dominico, conocido entre los españoles como «fray Bartolomé De las Casas», se dispone a tomar el papel, la pluma y el tintero para escribir:

Una vez, saliéndonos a recibir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida, con todo lo que más pudieron. Súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos, y meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres y niños. Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver (De las Casas, 2015, pp. 31-32).

De las Casas se encuentra en la isla de Cuba entre indígenas taínos del pueblo arahuaco, una de las tantas tierras que recorrerá en los próximos treinta años, a donde llegará acompañado de los soldados españoles hasta el Perú y el Río de la Plata. Este fraile cristiano reconoce que los indígenas son muy distintos a los europeos en sus costumbres y en su fisonomía, pero tienen alma. Son seres humanos capaces de sentir y de pensar, no obstante, han sido humillados y torturados brutalmente.

Introducción

En las primeras décadas del siglo XVI, dos continentes del globo terráqueo se bañaron en sangre por «guerras de religión», nos referimos a Europa y América: llamados entonces el Viejo y el Nuevo Mundo respectivamente. Estos dos mundos vivieron enfrentamientos hostiles entre cristianos e indígenas. En Europa, el motivo de la guerra había sido la Reforma protestante iniciada por Martín Lutero en 1517; mientras que, en América, la causa de la guerra era la colonización de las tierras recién descubiertas y la evangelización de los naturales. Desde la llegada de Colón en 1492 hasta la caída del imperio de los mexicas de Tenochtitlan en 1521, las matanzas fueron innumerables.

El caos de estas guerras se extendió por más de un siglo en los dos continentes. Aquí y allá había sufrimiento, violencia, muerte, pero también había unas pocas conciencias decididas a denunciar la violencia y la intolerancia. Hubo hombres en América como Bartolomé de las Casas (1484-1566) que lucharon por defender la dignidad de los indígenas. En Europa, hubo humanistas como Sebastián Castellio (1515-1563) y Celio Secondo Curione (1503-1569), que proclamaron la libertad de conciencia en el ámbito religioso, así como la abolición de la pena de muerte por herejía, también en nombre de la dignidad.

A continuación, comentaremos el artículo de Lucio Biasiori titulado: «L’eretico e i selvaggi. Celio Secondo Curione, le ‘amplissime regioni del mondo appena scoperto’ e l’‘ampiezza del regno di Dio’». Este texto nos conduce a una reflexión bastante interesante en la que comparamos a los «herejes» en Europa y los «salvajes» en América. Como sabemos, estos dos grupos de personas eran marginados y asesinados en su época por cuestiones religiosas.

Los teóricos que argumentaron en defensa de los indígenas y de los herejes, utilizaron conceptos y razonamientos similares, por ejemplo, ambos apelaron a la «ley natural» que está inscrita en el corazón y en la conciencia de los seres humanos y que les otorga cierta «luz de la razón» para regirse por sí mismos. También se habló del amor cristiano y de la caridad como dos principios que ordenan tratar con bondad a los semejantes, respetando así la vida de otros seres humanos. El objetivo de mi reflexión es mostrar cuáles son los argumentos de Celio Secondo Curione para la defensa de los indígenas y de la dignidad humana.

Se publica la Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Una tarde de 1547, luego de tres décadas de haber permanecido en diversas regiones de América y de haber desempeñado la labor de encomendero y evangelizador, De las Casas, quien entonces era obispo de Chiapas, decide embarcarse de regreso a España. Había atravesado el atlántico antes en dos ocasiones para entrevistarse con el rey Carlos I, esta vez el viaje es definitivo. Se va, pero lleva consigo algo más que recuerdos del Nuevo Continente. Ha escrito una primera versión de su obra crítica sobre la destrucción de las Indias y está dispuesto a que el mundo conozca los horrores ahí vividos. Pasarán cinco años más, hasta que, en 1552 en Sevilla, la primera edición de la Brevísima vea la luz.

Un médico hereje muere en la hoguera

En el Campo del Verdugo en Ginebra, se enciende la hoguera para un hereje. Es la mañana del 27 de octubre de 1553. El acusado es un médico y humanista español llamado Miguel Servet (1509-1553). Ha renegado de la santa trinidad, y ha dicho que Cristo no es inmortal. Juan Calvino (1509-1564) lo inculpa de herejía y el tribunal ginebrino lo condena a muerte. Mientras conducen a Servet encadenado hacia la pira, Farel, el capataz, lo interroga:

Guillermo Farel —¿Crees en Jesucristo, Hijo Eterno de Dios?
Servet —¡Creo en el Cristo verdadero, hijo de Dios, pero no eterno!, ¿cómo el Hijo Eterno de Dios? Si es hijo no es eterno, ¡ignorante!
G. F. — ...Era un sabio pero cayó en las garras del demonio. Tened cuidado, no os suceda lo mismo a vosotros (Pérez, 1982, p. 410).

Zweig narra de manera expresiva la agonía:

Cuando las llamas se elevan por todas partes, el torturado lanza un grito tan horrible que por un momento los hombres que están a su alrededor se apartan estremecidos por el espanto. Pronto, el humo y el fuego envuelven el cuerpo que se arquea en medio del tormento, pero del fuego que devora lentamente la carne surgen sin cesar y de modo cada vez más penetrante los alaridos de dolor del que sufre de modo indecible y, al fin, estridente, el último grito pidiendo ayuda con unción: «¡Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!» (2015, p. 149).

Mientras tanto… Celio Secondo Curione escribe Sobre la amplitud del reino de Dios

Ha pasado un año desde el asesinato de Servet y dos desde que el libro de Bartolomé de las Casas circula por Europa. Es 1554, y un par de obras maestras son publicadas: el Traité des Hérétiques2 y De amplitudine beati regni Dei. Sin duda, Celio Secondo sabía sobre la muerte de Miguel Servet en la hoguera; también conocía las noticias sobre los nativos del Nuevo Continente y de las vejaciones que sufrían a manos de los europeos; más aún, el mismo Celio había sido calificado de «hereje» por concordar con algunas ideas servetianas y defenderlas, el humanista italiano fue incluso llamado a declarar en la Inquisición, así que estaba bien familiarizado con estos temas.

Indomable como era, y hereje «en el sentido de rebelde contra toda forma institucional de congregación religiosa» (Biasiori, 2010, p. 371), Celio S. Curione escribió un libro titulado Sobre la amplitud del reino de Dios, para demostrar que los humanos salvados por el creador eran más de los que las iglesias (católica y protestantes) estaban dispuestas a aceptar. Celio afirmó que los judíos podían salvarse, y por qué no, también los indígenas:

Incluso en la cuestión de la salvación de los nuevos pueblos, Curione se sitúa por encima de los lineamientos confesionales en formación, y presenta una posición diferente tanto de la de ciertos sectores del catolicismo, que querían convertir a los indios por la fuerza, como de la de los reformados, que en aquella época no querían comprometerse en la conversión de los pueblos amerindios, excluidos de los planes salvíficos de Dios (Biasiori, 2010, pp. 376).

La postura de Curione se apoya en el pensamiento del apóstol Pablo de Tarso, quien a través de sus epístolas sostuvo que el amor y la caridad de Dios son infinitos; luego, solo el creador puede decidir quiénes serán los elegidos para su reino:

Aunque Pablo dijo que el evangelio fue predicado a todos, en realidad todos significa “muchos” y alude a la gran difusión de la predicación apostólica [...] ¿Qué diremos entonces de otros que en todo el mundo y en todas las épocas tuvieron mayores y más justificadas razones para no conocer a Cristo, y las siguen teniendo? [...] La ignorancia tiene una excusa justa, sobre todo si no va acompañada de fingimiento o malicia (Biasiori, 2010, pp. 376-377).

Considerada la omnipotencia del amor divino, incluso deja de ser relevante si los seres humanos han escuchado la predicación del Evangelio, o si practican de hecho la religión cristiana, porque Dios puede salvarlos solo con tener una vida virtuosa. Por eso, Curione dice que la ignorancia puede ser una justificación válida para no ser cristiano, siempre y cuando no se obre con maldad. Si pensamos más en las palabras de Cristo, predicadas por el Nuevo Testamento, veremos que el deseo de Dios está en la salvación universal: «Cristo el Señor, se entregó y murió no solo por muchos, sino por todos» (Curione apud. Biasiori, 2010, p. 377).

Como lo indica Lucio Biasiori, el pensamiento de Curione se aproxima a la postulación de una «religión universal» o también a una «religión natural», en la medida en que no depende de la creencia específica en el dios cristiano:

La asociación de Moisés y Rómulo [...] permitió a Curione definir su doctrina de la salvación universal y de una Iglesia que abriría los brazos de la salvación a todos los hombres, independientemente de sus creencias religiosas (Biasiori, 2010, pp. 378).

Podemos preguntarnos: si no es de la religión, ¿entonces de qué dependen el bien y la recta moralidad en el ser humano? La respuesta está en las leyes de la naturaleza, grabadas en el corazón del hombre, las cuales pueden descubrirse con la facultad individual de la conciencia.

El concepto de «conciencia» fue igualmente utilizado por Castellio para defender a los herejes:

El sentido de la verdadera fe cristiana, para Castellion, no consiste en buscar un sentido meramente intelectual [...] sino en revivir a través de la búsqueda racional la palabra del Espíritu divino dentro de la conciencia individual del hombre (D’ Arienzo, 2008, p. XXX).

Observamos que en el siglo XVI ya había una clara identificación del valor de la conciencia como capacidad moral individual para juzgar. En el mismo tenor arguye Curione:

Me parece que se puede ciertamente, decir lo siguiente: si alguno de entre ellos ha observado la ley de la naturaleza (natura lex) y la observa todavía, si han honrado a un Dios, si no han hecho a los demás lo que no quisieran que se les hiciese a ellos mismos [...] Entonces siempre fueron queridos y aceptados por Dios [...] Porque quien no ha oído el Evangelio no puede ser condenado por el Evangelio [...] es la ley de la naturaleza así como el testigo y juez de su conciencia, por la cual serán juzgados, como Pablo enseña elocuentemente a los Romanos. Esta es la regla eterna de los juicios (Curione apud. Biasiori, 2010, p. 380).

Con estas palabras el humanista italiano ha dado paso a los indígenas hacia una integración cultural que no depende de la religión sino de la moral según la ley natural. Dicha ley es observada por su propia conciencia y los iguala en dignidad humana con los hombres europeos. Basta imaginar, cuán diferentes hubieran sido las cosas, cuántos genocidios se hubieran evitado en aquel sangriento siglo, de haber prevalecido estas ideas.

Meditación final

En síntesis, Curione concluye que los indígenas deben ser respetados, y que pueden vivir de acuerdo con su propio juicio y facultades, sus tradiciones, así como su religión. Según él, en el corazón de los nativos de América están grabadas ciertas leyes naturales, eternas, que les indican a todos los hombres cuál es el buen comportamiento; siguiendo estas leyes, los indígenas pueden incluirse dentro del reino de los salvados por Dios. Lo mismo sucede con los herejes (quienes pueden salvarse por sí mismos), (D’Arienzo, 2008, p. XXXVIII) éstos no deben ser castigados ni sometidos por nadie.

Según Curione y Castellio, ni la Iglesia, ni el poder civil, pueden aplicar legítimamente la pena de muerte hacia un hereje porque, al poseer una conciencia propia, él es autosuficiente moralmente, como todo ser humano. Para Castellio la autonomía moral está ligada a la fe, pero en un sentido particular:

La fe no es simplemente la ciencia de las cosas sagradas, sino que es el conocimiento interior de lo que es bueno y la confianza en que eligiendo el bien, es decir, obedeciendo los preceptos divinos inscritos en el corazón [...] se puede vivir y obrar como Cristo [...] Esta concepción teológica revaloriza la autonomía de la razón del hombre con respecto al dogma y su responsabilidad con respecto a la salvación (D’Arienzo, 2008, p. XXXVIII).

La misma proclama de respeto, así como de cese a la violencia fue sostenida por el obispo de Chiapas, sin embargo, sabemos que esas intenciones no eran compatibles con el proyecto político de dominación colonial. Tanto los gobiernos como los ejércitos estuvieron al servicio de la religión y esta, a su vez, estuvo al servicio de las armas. Hubo intereses político-económicos que guiaron la historia por otro cauce, donde lo que ahora llamamos «derechos humanos» no fue un elemento prioritario.

De cualquier modo, no debemos ignorar que existieron voces preclaras que defendieron a la humanidad antes que los credos e ideologías. A esa autonomía moral es a lo que llamamos dignidad, cualidad que hace merecedora de respeto a cualquier persona. Estas son las ideas que fueron enarboladas por Celio S. Curione, Bartolomé de las Casas y Sebastián Castellio, humanistas excepcionales del siglo XVI y del nuestro.

Notas

1 El taíno es un idioma indígena que se hablaba en varias islas del caribe en el período precolonial. La palabra ajiaco proveniente de esta lengua se refiere a una: «Sopa o sopón preparada con casabe, pescados y carnes, y condimentada con abundante ají. Tales sopas conservaron su nombre en Cuba, al igual que en las Antillas de habla inglesa donde se les llama pepper pot [...] la misma fórmula descrita por el Padre Las Casas: ‘Más común que otro manjar es cocer mucha junta de la dicha pimienta (axí) con el sabor de sal y del zumo de la yuca…’». Véase la entrada ajiaco en el Diccionario Taíno.
2 El Traité des hérétiques fue una obra clandestina escrita de manera colectiva por humanistas franceses e italianos refugiados en Basilea, entre los autores estaban Sebastián Castellio y Celio Secondo, grandes amigos, librepensadores y «herejes». Este tratado fue el primer manifiesto en favor de la tolerancia religiosa en Europa, redactado a raíz de la muerte de Miguel Servet y con la intención de detener las guerras entre católicos y protestantes.
Borges, J. (2000). «Los teólogos». El Aleph. Madrid: Alianza Editorial, p. 54.
Biasiori, L. (2010). L’eretico e i Selvaggi. Celio Secondo Curione, le «amplissime regioni del mondo appena scoperto» e l’«ampiezza del regno di Dio». Bruniana & Campanelliana, 16 (2), Accademia Editoriale, 371–388.
D’Arienzo, M. (2008). La libertà di coscienza nel pensiero di Sébastien Castellion. Classici sulla libertà religiosa 10. Torino: G. Giappichelli.
De las Casas, B. (2015). Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Editado por José Miguel Martínez Torrejón, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Pérez, A. (1982). Miguel Servet ¿aragonés o navarro? Príncipe de Viana, 43 (165), 387–438.
Zweig, S. (2015). Castellio Contra Calvino. Conciencia Contra Violencia. Barcelona: Acantilado.