Realicemos un breve recorrido por la evolución de la femineidad a lo largo de las diversas épocas de la historia humana.

En el Paleolítico, se presume que las mujeres buscaban sobresalir en actividades como la crianza, el cuidado y la alimentación de la tribu, además de tener una profunda conexión con la naturaleza y la comunidad. Sin embargo, es importante tener en cuenta que esta afirmación se basa en conjeturas, ya que no existe evidencia directa de esa época.

Si consideramos la especulación, podemos imaginar que, en tiempos pasados, cuando las mujeres mantenían una estrecha conexión con la naturaleza, también podían haber desarrollado una aguda intuición para comprender temas relacionados con el clima y otros aspectos, como la detección de enfermedades en animales, entre otros.

Es posible que la femineidad haya desempeñado un papel significativo en esas épocas, incluso si no quedó registrado en los datos históricos.

En el Mesolítico, la falta de evidencia es una constante, similar a épocas anteriores. Sin embargo, los descubrimientos arqueológicos de estatuillas y figuras sugieren que estas culturas podrían haber dado importancia a la fertilidad y la reproducción, aspectos a menudo asociados con lo femenino, lo que podría indicar la existencia de creencias relacionadas con la feminidad en un contexto más amplio.

En el Neolítico, surge un debate en medio de la arqueología y la antropología debido a la naturaleza fragmentaria de la evidencia arqueológica, las diferencias culturales y la evolución de las perspectivas académicas en torno a las cuestiones de género y la equidad.

En la Edad de los Metales, observamos una situación similar, ya que nuestra comprensión se basa en gran medida en la evidencia arqueológica y las interpretaciones de la cultura material y los restos humanos.

Sin embargo, en la Edad Antigua, la situación cambia en ciertas civilizaciones, donde las mujeres disfrutaban de un estatus y poder significativos. En el arte de estas culturas, a menudo se representaba a las mujeres en roles y actividades importantes.

A medida que avanzamos hacia la Edad Media, observamos una narrativa más rica en lo que respecta a la energía femenina. Por ejemplo, Eleanor de Provence, a pesar de su feminidad, gracia y elegancia, desempeñó un papel relevante en asuntos políticos y diplomáticos durante el reinado de su esposo, contribuyendo a las relaciones entre Inglaterra y Francia.

La construcción de la femineidad se centraba en inculcar a las mujeres el amor por el arte, la música, el interés por lo espiritual y la dedicación a la familia, entre otras cualidades consideradas fundamentales en esa época.

Con la llegada de la Edad Moderna, se empieza a observar un cambio significativo en la percepción de las mujeres. Surgieron leyes como el Código de Justiniano en el Imperio Bizantino, que reconocieron el derecho de las mujeres a poseer propiedades. Además, se abrió la puerta para la participación de las mujeres en campos como la medicina, no limitándose solo al papel de enfermeras.

A pesar de estos avances hacia la igualdad de género, la influencia de la femineidad y la elegancia de la mujer seguía siendo significativa en la sociedad. La educación previa y las nociones tradicionales de femineidad ya habían sido internalizadas.

Sin embargo, en la Edad Contemporánea, los cambios sociales han tenido un profundo impacto en la percepción de la femineidad. Aquí es donde surge la pregunta sobre la diferencia entre la femineidad y la energía femenina.

Después de la Revolución Industrial y Francesa, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría, la globalización y los avances tecnológicos, hemos presenciado un cambio profundo en la percepción de la femineidad. Hemos pasado de buscar vestirnos como hombres a querer emular su comportamiento.

No se trata necesariamente de cuestiones de orientación sexual, sino de la experiencia de ser mujer y, al mismo tiempo, adoptar actitudes y comportamientos tradicionalmente asociados con los hombres.

Esta contradicción a veces se hace evidente en nuestras vidas. Hoy en día, no se trata solo de recuperar la delicadeza y sutileza que se asociaban con la femineidad en la Edad Media, sino de encontrar nuestra propia fuerza. Es reconocer que, desde nuestra esencia como mujeres, tenemos la capacidad de lograr todo lo que deseamos.

Aunque el término «energía femenina» no ha sido reconocido históricamente, con el paso del tiempo y la expansión de nuestro conocimiento, podemos percibir que ha estado presente en todas las eras de la historia humana, en algunas más latente que en otras.

Lo que podemos discernir claramente en la actualidad es que este es el momento perfecto para que las mujeres que sientan la necesidad de hacerlo se apropien de esta energía. Es el momento de aprovechar plenamente nuestra esencia.