Hoy voy a suavizarme, pero solo un poco porque las palabras dan siempre impresiones de cuidado. A veces lo olvido, y aunque le debo respeto al lector; quien se sienta intimidado por lo que escribo, que no me lea y ya.

Mis pasiones por la letra y el latido son a veces indomables, depresivas en otras, hasta hirientes si lo asumen como algo personal; puede ser que generen bamboleos asustadizos, pero eso es lo que soy, una humana que se descubre en sus propias batallas o derrotas, que se resuelve entre verbos y equivocaciones, que las dice y se confiesa. Para mí, un valor agregado en un mundo lleno de máscaras.

Voy al día, descubriendo mis pérdidas de enfoque, mis puntos débiles, mis ahogos de la nada… y aquel que decide husmear mis complejidades —muy dentro de sí— pues bienvenido a esta travesía, pero será tan solo como un espectador o un cómplice… sin interferencias o señalamientos.

No busco ni jueces, ni recetas sugestivas de cómo debo ver o equilibrar mi mundo. Soy versátil cuando —a través de mí misma— descubro que es lo que debo cambiar. Veré yo «si yo misma» me convenzo de cambiarlas y lo que pierdo por no hacerlo.

Pueden cuestionarme, maldecirme… lo que les venga en gana. Pero que, de allí, intervengan o traten de persuadirme de que debo buscar un equilibrio, un amarra-lenguas o un nuevo enfoque neuronal, ese permiso de juicio me lo doy solo yo. Y si me juzgan por mis desasosiegos, que son de la cabeza para arriba, conste, y aunque si fueran de la cabeza para abajo, soy la única a quien le debe importar, pues hablen, hablen… que también «vosotros sois» libres de apreciaciones —pero sin meterse conmigo—.

Y no se confundan. Mi intensidad y libertad para decir mis incendios, asusta a muchas, en especial a aquellas que se suman a sus propios roles de cómo debemos ser las mujeres o hasta de cómo debemos sentir; pero en especial, revolotea con furia o resentimiento a muchos, refiriéndome al género que no soy.

No es común leer a una mujer dragón llena de fuegos oscilantes. Una mujer que escriba sobre sexualidad o erotismo, sobre atreverse al mundo, sobre dinamismos que rompen la cotidianidad o en contra de las trivialidades que conllevan los géneros y sus despechos; que habla sin pudor de sus miedos o tropiezos. Que me tilden de lo que sea, con puntos y comas… allá ellos con sus gramáticas.

Un conocido me recomendó su secreto, «se vive no se sobrevive» y aunque en el proceso me contenga, me limite, me dispare de iras, o sufra mis propios látigos o dramas, puedo decir que he vivido, me he inventado. Este es mi personaje y yo lo controlo, el cómo actúa y la vida que quiero inventarle dependen de mi inspiración.

Yo me río de mis propios argumentos, de la disfonía con la que le canto y discuto al mundo, de la insolencia con la que respondo cuando me hieren…

Los que están cerca de mí, amigos reales y confidentes saben lo que digo. No buscan cambiarme, pero ríen conmigo. Los amo por eso.

Si creen que soy ciega de mis errores y se afanan a que yo los vea, pues busquen tribunal y me sentencian.

En fin, la que sabe cómo soy realmente, soy yo, nada más que yo. Me doy la paz y la guerra que quiero darme. La mesura o la disfunción a la que quiero someterme. Si soy reaccionaria o libertadora, esa la que decide ser lo que quiere ser.

Conozco el poder y la debilidad que hay detrás de mí. Los cambios que auguro, mis cambios, vendrán solo a través de mis decisiones, de mi resiliencia o voluntad. Pero, ante todo, amo a quién trato de ser, me acepto y aunque les cueste a algunos entenderlo, disfruto esta ambigüedad de mis latidos, de ser feliz a veces o infeliz, de luchar por despellejar mis escamas y lograr reinventarme.

No todos tenemos la misma energía y lamento que algunos me vean llena de electricidad y les preocupe. Hay variedad de voltajes en el mundo. Eso es en realidad el carnaval de las diferencias, que haya luces suaves, intensas, otras llenas de colores primitivos o mezclados.

En mi tiempo de misionera sufría por querer cambiar al mundo, porque pensaba en las vidas desperdiciadas con sus rumbos inciertos, de sus ideas fragmentadas… hasta que me convencí de que ese poder solo está en ellos y en lo que decidan ser, creer o pensar. Y yo voy decidiendo conmigo.

La vida es corta, bella y fea. Hay personas que no toleran el vaivén existencial, pues, perfecto, que luchen por su armonía; otros somos distintos, nos equilibramos con el desequilibrio.

Que nadie sufra por mí. ¡Cuidado! El que trata de desenredar telarañas ajenas puede morir atrapado.