Unanimi sumus

Frente al altar mayor se había instalado la gran mesa y sobre ella el cadáver de un caballero recién muerto. Estaba desnudo y dos anatomistas comenzaron a separar cada parte de su cuerpo frente a dos docenas de teólogos. Ya se había producido y profundizado la Reforma, así que extrañamente en ese acto había representantes de muchas iglesias cristianas. El templo, imponente era católico. Eran la mayoría.

Cuando terminaron de separar cada órgano, descubrir los huesos, los tendones, los músculos, cortar los órganos, abrir el estómago, los intestinos y acerrar el cráneo para poder observar el cerebro. Comenzó una discusión acalorada. No se ponían de acuerdo de ninguna manera.

¿Dónde estaba el alma? Fueron varias horas, las palabras en latín cruzaban el gran altar, rebotaban en las vigas y volvían a caer sobre los teólogos.

Uno solo, arrinconado en una esquina se mantenía callado, era notoriamente ciego y vivía en una cueva como un anacoreta. En determinado momento pidió la palabra y se hizo un repentino silencio. Habló poco y fue concluyente: el alma está en el olor, en el hedor que despide el cuerpo. Todos se levantaron y abandonaron la capilla, el olor era insoportable.

Es cierto, es posible

Fue presidente solo tres años, unos generalotes lo depusieron. Parte de la repetida historia argentina. Nunca utilizó los fondos reservados y secretos, no aceptó una jubilación especial, ni recursos del estado para que su esposa, que padecía cáncer se fuera a curar a Houston, para financiar el viaje vendió su coche personal. Era médico de campaña. No se escapó en helicóptero, se enfrentó a los gritos a los militares que vinieron a deponerlo. Se llamaba Arturo Illia, el general traidor y cobarde, Oganía.

Carne de ternera

Se percibía, era inminente un nuevo ataque a la bayoneta. Esa mañana le entregaron dos latas de una nueva ración militar, Corned Beef. Cuando se aprestaba a abrir una de ellas, llamaron a prepararse. No lo pensó un minuto, cargó las dos latas en su mochila. Y cuando sonaron los pitos a lo largo de la trinchera, avanzó junto a miles de sus compañeros, dejando atrás un tendal de heridos y de muertos. Y siguió avanzando, hasta que una explosión a sus espaldas lo derribó. Un golpe seco lo hundió en el barro y la sangre. Quedó aturdido y con la seguridad de que había llegado su hora. Se replegaron, como tantas veces. De vuelta en la trinchera, arrastrándose, revolvió su mochila y encontró que una esquirla de una granada de mortero había destrozado una de las latas de Corned Beef. Como pudo se comió los restos, agradeciéndole a aquella extraña lata cuadrada que le había salvado la vida. Leyó la etiqueta. No tenía la menor idea de donde quedaba Fray Bentos.

Bomba N

La tripulación de cinco hombres y una mujer había lanzado el artefacto desde el bombardero furtivo y estratégico, hacía seis horas que viajaba a 18 mil metros de altura de retorno a su base. La torre de control no respondía, pero ellos seguían con su misión. Tuvieron la pista de aterrizaje a la vista, no se movía nada, ni una aeronave, pero todo estaba intacto. Comenzó el descenso, cuando tocaron tierra con todos los aparatos automáticos piloteando el avión, eran seis muertos más en un mundo intacto, pero sin vida.

Desesperada

La morfina que le suministraban aumentaba todos los días para tratar de mitigar el terrible dolor de su muerte que se aproximaba inexorable paso a paso. Le quedaba solo una pequeña brizna de conciencia, de lucidez. Estaba totalmente ocupada por un solo recuerdo: no sabría nunca donde estaba su hija desaparecida.

Infatigables

Con un gesto suave pero enérgico, sin que sus rasgos perdieran su dulzura, echó a los mercaderes del templo y abrió la gran puerta de par en par. Se hizo un profundo silencio. Duró muy poco, todos sin faltar uno, entraron nuevamente por la puerta de atrás.