En el fondo, el problema de la herejía era también el de la libertad de conciencia y, más allá de ser un tema teológico, se trataba de una relevante cuestión política. El verdadero mal no era la herejía, era el sufrimiento, la miseria humana derivada de la intolerancia religiosa. He ahí la peste espiritual que azotaría a las ciudades europeas con su flagelo por casi 200 años más.1
Octubre de 1938
El reloj marcaba las 8:27 am cuando Bruno salió de su apartamento y caminó durante algunos minutos hasta llegar al edificio parroquial de la Oude Kerk. En las calles de Ámsterdam, las casas de tonos ocre saludaban solemnemente a los paseantes con su arquitectura gótica. Cada alféizar y cornisa de las ventanas parecía contar la historia de una época dorada, en la cual la riqueza de aquella ciudad comercial se traslucía en los exquisitos ornamentos y detalles de las construcciones.
Así, la ciudad vieja de trazado medieval, con las angostas calles aledañas al canal Oudezijds Voorburgwal, se distinguía de los modernos edificios de la ciudad nueva, especialmente, del Palacio Real. Durante esa otoñal mañana, caminando entre tapetes cobrizos de hojas, Bruno miraba los apacibles reflejos en las aguas de los canales y las simétricas figuras que formaban los puentes.
Como historiador, Bruno sabía que esta próspera ciudad se distinguió desde finales del s XVI y durante el XVII no solo por su fortuna, sino por ser liberal en cuestiones de religión. Aquí había tolerancia para diversos credos, convivieron protestantes con judíos, católicos e incluso ateos. Ahora, Ámsterdam parecía resistir a la Gran Depresión que golpeaba a las economías del mundo entero.
El profesor Bruno Becker2 caviló sobre las razones que años atrás lo condujeron en calidad de migrante a Holanda. Sus padres, de origen ruso-germano, lo criaron en el luteranismo y se esmeraron para que recibiera una buena educación. A sus 18 años, en 1903, comenzó a estudiar Letras clásicas en la Universidad de San Petersburgo, y al poco tiempo inició la carrera de Historia moderna que culminó en 1908.
Fue en esos años cuando descubrió su pasión por el humanismo renacentista y la historia de la Reforma protestante.
Bruno recordó aquella tarde de verano, cuando sus padres habían celebrado esta elección ofreciendo un suntuoso banquete. A la hora del brindis el padre se levantó para compartir unas palabras:
— Señores y señoras, estamos reunidos en honor de mi hijo Bruno que, con talento excepcional, inicia una carrera en Letras clásicas. Como ustedes saben, tengo el convencimiento de que la cultura y la erudición son piedras preciosas que dignifican la riqueza. No hay prosperidad material que tenga algún sentido sin el progreso del espíritu humano. Así, ¡te auguro un feliz prestigio, Bruno!, ¡Salud! —exclamó Benno Becker.
Como hijo de un próspero empresario, Bruno poseía la fortuna suficiente para dedicarse en plenitud a temas intelectuales. A ojos de su padre, esa trayectoria legitimaría socialmente a la familia. De este modo, los estudios impulsaron a Bruno para realizar diversos viajes, primero a Londres durante seis meses, luego a Gotinga y Bonn en 1907, Roma en 1910 y, por último, a los Países Bajos en mayo de 1913, becado por el gobierno ruso para realizar una investigación de archivo sobre Dirck Volckertsz.
Por un instante, el profesor suspiró exhausto. Habían transcurrido algunas décadas desde entonces. El mundo había cambiado definitivamente y él presenció en primera fila grandes catástrofes: la caída del régimen zarista y la revolución en su natal Rusia, luego la Gran Guerra, y en los últimos tiempos se desarrollaba la Guerra civil española; todas estas rebeliones dejaron a su paso miles de muertos, así como hambrunas devastadoras. Él ya no era ese joven impetuoso de 20 años. Ahora tenía 53, pero conservaba una prístina pasión: la historia del humanismo y la Reforma.
Tiempo atrás, Bruno había logrado establecerse en Ámsterdam como residente, pero su situación financiera ya no era tan desahogada después de la Gran Guerra y por ello se desempeñaba en diversas ocupaciones: dio clases particulares de ruso y de lenguas eslavas, impartió conferencias y escribió artículos sobre temas sociales. Así, Bruno complementaba los ingresos bancarios que recibía su mujer, la Sra. Becker.
A través del nombramiento de Profesor en la Cátedra de Europa del Este, en la Universidad de Ámsterdam, Becker pudo reanudar sus investigaciones sobre la Reforma liberal. Desde marzo de 1930, su estado de profesor titular le brindó el impulso para recuperar una ruta de estudio que había dejado por más de 15 años.
Una vista capriccio de Ámsterdam, óleo sobre lienzo, Cornelis Christiaan Dommersen, 1875.
En cuestión de 30 minutos —que se sintieron como treinta años—, Bruno estaba frente a la estación central Binnenstad. Compró un boleto y se preparó para abordar el próximo tren a Rotterdam. Haría un breve viaje de investigación durante una semana, su esposa e hija lo alcanzarían después de esos días para descansar y pasear por la ciudad.
Estando en Rotterdam, el profesor subió al tranvía con dirección a la Arminius Kerk, una iglesia liberal que custodiaba en su biblioteca importantes obras, desde manuscritos de Erasmo hasta textos de Dirck Volckertsz Coornhert y Sebastián Franck. Este último fue un humanista alemán sobre el cual Bruno había elaborado su disertación de Maestría, cuando todavía estaba en la Universidad de San Petersburgo.
Poco después de haber descendido del tranvía, caminando sobre Museumpark, Becker pudo ver la fachada de la iglesia de la comunidad Remonstrante. La construcción era neorrománica, recién había sido remodelada a finales del siglo pasado. Al atravesar el umbral de la Arminius Kerk, el profesor se sintió envuelto en un ambiente frío y húmedo, el olor a cedro venía acompañado con las vibrantes notas del órgano.
Bruno atravesó la nave central para adentrarse en un angosto pasillo que conducía por las escaleras hacia la biblioteca. Una vez en la sala, presentó sus credenciales de profesor al bibliotecario:
— Buenas tardes, me llamo Bruno Becker, soy profesor de Letras e Historia en la Universidad de Ámsterdam. Vengo a realizar una revisión de archivo, ¿me permitiría explorar la sala?
—Claro, profesor. Necesita hacer un breve registro y dejar su documentación, después puede pasar.
Los manuscritos que poseía la comunidad remonstrante eran excepcionales. En una vitrina con cerradura se exhibían ediciones completas de las obras de Erasmo y Lutero en editio princeps. Había también otros tantos libros que eran incunables, de los Padres de la iglesia o de los Evangelios.
Entre las estanterías hubo un libro que llamó particularmente su atención: a primera vista, el encuadernado de cuero parecía tener, al menos, dos siglos de antigüedad. La sorpresa de Becker fue aún mayor al tocar el papel y descubrir que era una verdadera reliquia3. La obra estaba firmada por un tal “Basilius Montfortius”, seguramente un pseudónimo. Además permanecía inédita; en el catálogo de la Biblioteca fue registrada como De hæreticis a civili magistratu non puniendis, atribuida a Celio Secondo Curione. Sin embargo, tan pronto como el profesor comenzó la lectura, observó que se trataba de la caligrafía de otro humanista del s. XVI: Sébastien Castellion.
Con el pulso acelerado, Becker supo que había hallado “el otro hemisferio de la historia". Se encontraba frente a la última réplica, en versión bilingüe latín-francés, de una célebre polémica sobre la herejía, bien conocida por él, aquella en la que participaron Jean Calvin, Théodore de Bèze y Castellion hacia 1555. En todos los años de su experiencia como filólogo e historiador, jamás había leído o escuchado algo referente a esta obra.
Bruno Becker atisbó que este hallazgo sería de gran relevancia para la comunidad académica internacional4 especializada en Historia de las ideas modernas. Comenzó a planear la gestión de los trámites y permisos para extraer la obra, estudiarla y hacer una edición moderna para su difusión.
Ese día, la obra de Castellion había derribado un muro que permaneció erigido alrededor de 470 años. El profesor recordó entonces esa sensación de asombro que rondaba su cuerpo cuando, siendo un niño de ocho años, acompañaba a su padre en los paseos matinales por el bosque y, en medio del silencio, adivinaba el murmullo del río al otro lado de la valla.
Epílogo
Los avatares de la historia tomaron un curso distinto al que Becker previó. Era finales de 1938 y, meses después, inició la Segunda Guerra Mundial. Aunque él y Marius Valkhoff continuaron trabajando en la edición bilingüe del De l’impunité des Hérétiques o De hæreticis [...] non puniendis, tanto la guerra como otros contratiempos terminaron por retrasar la publicación más de dos décadas. Todo esto no impidió que, finalmente, la obra de Castellion viera la luz en 1971, tres años después de la muerte del profesor Becker.
Notas
1 Gutiérrez, Isabel. La aparición de un manuscrito. Meer.
2 Todos los datos biográficos de Bruno Becker (1885 - 1965) fueron consultados en el Diccionario Biográfico de los Países Bajos..
3 Marius Valkhoff, discípulo y colega de Becker, describió cómo sucedió el hallazgo en un artículo titulado: Sebastian Castellio and his “De Haereticis a Civili Magistratu non Puniendis...Libellus”.
4 Para una revisión académica del tema, véase La recuperación histórica de Sebastián Castellio en el siglo XX: en torno a los conceptos de tolerancia y libertad de conciencia.
Referencias
Gutiérrez, Isabel (2024). “La recuperación histórica de Sebastián Castellio en el siglo XX: en torno a los conceptos de tolerancia y libertad de conciencia”. História Da Historiografia: International Journal of Theory and History of Historiography, 17, 1–31.
Valkhoff, Marius (1960). “Sebastian Castellio and his ‘De Haereticis a Civili Magistratu non Puniendis...Libellus”. Acta Classica, vol. 3, Classical Association of South Africa: 110–19.
Zweig, Stefan (2015). Castellio contra Calvino: conciencia contra violencia. Trad. Berta Vias Mahou. Barcelona: El Acantilado.